¿Cómo no reconocer que ese joven venía con una palabra plena de luminosidades, restallante, capaz de movernos el piso y hasta de commover a las nubes? Quizás sean muy pocos los seres humanos, cuantitativamente hablando, que le hayan leído. Y, sin embargo, yo estaría dispuesto a asegurar que el mundo no sería el mismo luego de la irrupción de sus versos al aire.
Para muestras, un botón...
Salud, lacl.
I.
Antaño, si mal lo recuerdo, mi vida era un festín donde todos los corazones se abrían, donde corrían todos los vinos.
Una noche senté a la belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié.
Tomé las armas contra la justicia.
Huí. ¡Oh brujas, Oh miseria, Oh rencor, a vosotros fue confiado mi tesoro!
Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza humana. Salté sobre toda alegría para estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, al morir, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme con arena, con sangre. La desgracia fue mi Dios. Me sequé con el aire del crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia. Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota.
Pero hallándome recientemente a punto de lanzar el último cuac, se me ocurrió buscar la llave del antiguo festín, donde quizás recuperara el apetito.
La caridad es esa llave, —¡Esta inspiración demuestra que he soñado! "Seguirás siendo hiela etc..." exclama el demonio que me coronó con tan amables amapolas. "Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y todos los pecados capitales."
Ah, demasiado harto estoy de eso: — Pero querido Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada! Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado.
Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, texto inicial.
Según la traducción de Raúl Gustavo Aguirre.
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