Sylvia Plath.
No se puede leer a Sylvia Plath y salir incólume de la experiencia. Es como caer en el ojo de un tornado incontrolable. Adentro hay una tensa calma, mientras la ventisca afuera gira y amenaza. Lo primero que leí de ella fue una novela que, igualmente, le atrastra a uno como un río crecido, La Campana de Cristal. No pude levantar mis ojos de sus páginas. Y en cierta forma me daban aviso de lo que sería leer su poesía, un aviso como para que me pusiera derechito, ante una palabra que no da cuartel y que es una explosión del verbo que se convierte en luminosidad y sentido. Una luminosidad que hiere, un sentido que clava sus garfios (para utilizar una palabra muy suya) en nuestra psique y nuestro corazón. Agrego esta nota, acaso innecesaria, ante la evidencia que sigue a continuación, una breve antología poética seleccionada entre los poemas que tradujera Julieta Fombona para el Fondo Editorial FUNDARTE.
lacl, 27 de agosto, 2021.
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Post scriptum, 1ro de septiembre, 2021.-
Me ha sucedido algo curioso, compré esa novela siendo un muchacho y la leí tempranamente. Me hizo situarme en un abismo, ver hacia el vacío; analizar, si ello fuera dable, mi posición en el mundo, mi justificación o injustificación ante un tablado al que no pedí ser convidado. Menuda encrucijada en la que me encontré de pronto, solo y sin soporte. Claro que la novela de Sylvia Plath, esa intimidante campana de cristal, no era la causante exclusiva de cualquier desvarío que pudiera acometerme en esos años. No hay psiquis que no transite sobre su propia cuerda floja en los años de mocedad; algunas más compleja y dolorosamente que otras; algunas planteándose más preguntas que respuestas; algunas manteniéndose inconformes ante la oquedad de un mundo sin respuestas, un mundo preelaborado y embutido en moldes por el hombre. Un escenario plagado de mentiras. Constatar que en él vivimos sin poder cambiarlo en mayor medida puede arrojarnos por muy diversos derroteros. Y me parece la cosa más natural del mundo que, en virtud de ello, podamos ser pasto de cualquier desequilibrio emocional o psíquico. Lo cierto es que, para un servidor, esa novela hizo las veces de piedra miliar en mi educación sentimental. Siempre he querido releerla, pero pasó unos cuantos años fuera de casa al haberla prestado y me parece mentira que haya vuelto a mis manos luego. En fin, me despierto en horas de la madrugada y luego de varios escarceos con la mente, me decido a ir por ella, a tomarla del anaquel donde la he puesto adrede. La reviso como uno revisa un libro que ha leído, saltando entre sus páginas; luego voy y leo los primeros párrafos y me encuentro con esta frase sencilla, pero que hace juego con el introito que yo dejara en el blog:
"... Me sentía muy inanimada y vacía, como debe sentirse el ojo de un tornado moviéndose lentamente en medio del estrépito circundante..."
¿Cuestión de sincronicidad o de memoria oculta? No puedo aseverarlo luego de casi cuatro décadas de haber leído ese libro. Sospecho que la imagen del ojo del Tornado se quedó inmersa entre mis pensamientos como cuadro de esa conmovedora lectura...
lacl
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Crossing the water.
Cruzando el agua.
Negro lago, negro bote, dos personas negras de papel recortado.
¿A dónde van los árboles negros que bebe aquí?
Sus sombras deben cubrir Canadá.
Un poco de luz se está filtrando de las flores acuáticas.
Sus hojas no desean que nos apresuremos:
Son redondas y chatas, llenas de oscuros consejos.
Fríos mundos se sacuden del remo.
El espíritu de la negrura está en nosotros, está en los peces.
Un cepo está alzando una mano pálida, de despedida.
Se abren estrellas en medio de los lirios.
¿No te ciegan estas sirenas tan sin expresión?
Este es silencio de almas espantadas.
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Las danzas nocturnas
Una sonrisa cayó en la hierba.
¡Irrecuperable!
Y cómo se perderán tus
danzas nocturnas. ¿En matemáticas?
Qué puros saltos y espirales -
Seguramente recorrerán
El mundo para siempre. Yo no quedaré
Enteramente exenta de bellezas, el don
De tu pequeño aliento, el olor de hierba
mojada de tus soñolencias, lirios, lirios
Sus carnes no guardan ninguna relación.
Fríos pliegue del ego, la cala,
Y el tigre, embelleciéndose a sí mismo:
Motas, y un despliegue de tórridos pétalos.
Los cometas
Tienen tanto espacio que cruzar.
Tanta frigidez, desmemoria. Así tus gestos se escaman -
Cálidos y humanos, luego su luz rosada
Sangra y se desolla.
Por las negras amnesias del cielo.
Por qué se me da
Estás lámparas, estos planetas
Que caen como bendiciones, como escamas
Hexagonales, blancos
Sobre mis ojos, mis labios, mi pelo
Tocando y derritiéndose.
En ninguna parte.
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Olmo
Conozco el fondo, dice ella. Lo conozco con mi gran raíz:
Es lo que tú temes.
Yo no le temo: he estado allí.
¿Es el mar lo que oyes en mí,
Sus insatisfacciones?
¿O la voz de la nada, que fue tu demencia?
El amor es una sombra.
Cómo yaces y clamas por él.
Oye: esos son sus cascos: ha escapado, como un caballo.
toda la noche galoparé así, impetuosamente,
Hasta que tu cabeza sea una piedra, tu almohada una pista,
Que resuena y resuena.
¿O te traeré acaso el sonido de venenos?
Y esto ahora es la lluvia, este gran mutismo.
Y este es su fruto: de un blanco de hojalata, como el arsénico.
He sufrido la atrocidad de los ocasos.
Chamuscados hasta la raíz
Mis filamentos rojos arden y persisten, una mano de alambres.
Ahora me deshago en pedazos que vuelan como mazos.
Un viento de tal violencia
No tolera circunspectos: tengo que chillar.
La luna, también, es inmisericorde: me arrastrará
Cruelmente, ya que es estéril.
Su resplandor me escuece. O tal vez la he cogido.
La dejo ir. La dejo ir
Disminuida y chata, como después de una cirugía radical.
Cómo tus malos sueños me poseen y dotan.
Estoy habitada por un grito.
Cada noche alza el vuelo
Buscando, con sus garfios, algo que amar.
Me aterroriza esta cosa oscura
Que duerme en mí;
Todo el día siento sus suaves y sedosos vuelcos, su malignidad.
Pasan nubes y se dispersan.
¿son esas las caras del amor, esos pálidos irrecuperables?
¿Es por tales que agito mi corazón?
Soy incapaz de un mayor saber.
¿Qué es esto, esta cara
Tan asesina en su enmarañamiento de ramas?
Sus solapados ácidos besan
Petrifica la voluntad. Son los errores lentos, aislados
Que matan, que matan, que matan.
***
Rival
Si la luna sonriese, se te parecería.
Dejas la misma impresión
De algo muy hermoso, pero aniquilador.
Ambos son muy hábiles para tomar luz prestada.
Su boca en O se lamenta por el mundo; la tuya es inconmovible,
Y tu primer don es volverlo todo piedra.
Despierto en un mausoleo; estás aquí,
Martillando con los dedos en la mesa de mármol, buscando cigarrillos,
Malévolo como una mujer, pero no tan nervioso,
Y muriéndote por decir algo incontestable.
La luna también rebaja a sus súbditos,
Pero durante el día es ridícula.
Tus insatisfacciones, por el otro lado,
Llegan por el buzón con amorosa regularidad,
Blancas y vacuas, expansivas como monóxido de carbono.
No hay día que esté a salvo de noticias tuyas,
Atravesando África, quizá, pero pensando en mí.
***
Fiebre
¿Pura? ¿Qué significa eso?
Las lenguas del infierno
Son lerdas, lerdas como las triples
Lenguas del lerdo y gordo Cerbero
Que resuella ante la verja. Ni sus lameduras
llegan a limpiar.
El álgido tendón, el pecado.
La yesca llora.
¡El indeleble olor
De una vela extinguida!
Amor, amor, los lentos humos flotan
A mi alrededor como los chales de Isidora, me aterroriza
Que queden atrapados y se anclen en la rueda.
Humos así, amarillos y mustios,
Forman su propio elemento. No quieren alzarse,
Ruedan por todo el globo
Asfixiando a los viejos y los mansos
Al endeble
Niño de incubadora en su cuna,
La lívida orquídea
Que cuelga su jardín colgante en el aire,
¡Diabólico leopardo!
La radiación la volvió blanca
Y la mató en una hora.
Untando los cuerpos de adúlteros
Como ceniza de Hiroshima y corroyéndolos.
El pecado, el pecado.
Amor mío, toda la noche
Me he estado encendiendo y apagando
Las sábanas se hacen pesadas como el beso del lascivo.
Tres días, tres noches.
Agua de limón, agua de
pollo, el agua me da arcadas.
Soy demasiado pura para ti o para cualquiera.
Tu cuerpo
Me duele como a Dios el mundo. Soy un farol —
Mi cabeza una luna
De papel japonés, mi dorada piel tirante
Infinitamente delicada, infinitamente cara.
No te asombra mi calor. Y mi luz.
Yo sola soy una enorme camelia
Incandescente, yendo y viniendo, flujo sobre flujo.
Creo que estoy subiendo,
Creo que podría alzarme —
Las cuentas de metal caliente vuelan, y yo, amor,
Soy una virgen de
puro acetileno
Atendida por rosas,
Por besos, por querubines,
Por lo que sean estas cosas rosadas.
No por ti, o por él
No él, ni él
(mis yo se disuelven como enaguas de ramera vieja) :
Al Paraíso.
***
Palabras
Hachas
Tras cuyo golpe la madera resuena,
¡Y los ecos!
Ecos que se alejan
Desde el centro como caballos.
La savia
Se hincha como lágrimas, como el
Agua esforzándose
Por re-establecer su espejo
Sobre la roca
Que cae y gira,
Una calavera blanca,
Carcomida por hierbajos.
Años más tarde
Las encuentro en el camino —
Palabras secas y sin jinete.
El incansable ruido de cascos.
Mientras
Desde el fondo del pozo, astros fijos
Gobiernan una vida.
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Horas tempranas
Vacía, en mí resuena el menor de los pasos,
Museo sin estatuas, grandioso con pilares, pórticos,
rotundas.
En mi patio una fuente salta y se hunde de nuevo en sí misma,
Monjil y ciega para el mundo. Lirios de mármol
Exhalan su palidez como un aroma.
Me imagino con un gran público,
Madre de una blanca Minerva y varios Apolos de ojos calvos.
En cambio, los muertos me lastiman con atenciones, y
nada puede suceder.
La luna posa una mano en mi frente,
Su cara vacua y muda como una enfermera.
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Sylvia Plath, Poemas Fundarte, Colección Breves, # 28, Caracas, 1981.
Prólogo y traducción de Julieta Fombona de Sucre.
Selección de los libros Ariel, 1966 y
Crossing the Water, 1971.