Palabra clave:
necesidad. ¿Cómo podríamos vivir sencilla, humanamente, si no atendemos al
llamado que a cada de uno de nosotros nos extienden los hados? Acaso, más que
una cuestión de genio, se trate de una cuestión de culto y riego de los
vergeles del espíritu, que tanto descuidamos, sin quererlo.
Siempre tan
cercano al humus, hombre de a pie que hizo lo suyo, por mandato o necesidad,
Hesse hubo de agregar sus racimos a la colecta segada por ese prodigio anónimo
que forma parte de la humanidad.
Tan cercano siempre
a palabras ancestrales, como las que manan del Tao Te Ching, Hesse, es una de
las voces necesarias en este mundo atiborrado de retratos de locura, develadora
de tantos engaños y desengaños como los que se enmascaran en el exacerbado yo.
Es extraño no
sentirse retratado, instigado o convocado por cuanto Hesse ha escrito.
Salud!
lacl
Salud!
lacl
28 de febrero
de 1950.
No he olvidado su carta, pero no quería atenderla
con un gesto cortés, y dado que cada día trae nuevas cartas y más fáciles de
contestar, y dado que el aparato con el cual debo trabajar es bastante modesto,
no pude contestarle antes. Este aparato consiste, además de los útiles de
escribir, de dos ojos desde hace muchos años fatigados y rara vez exentos de
dolores, dos manos deformadas por la gota que sólo con desgano y torpeza toman
una pluma o golpean las teclas de la máquina. Los ojos preferirían recrearse en
la contemplación de flores, gatitos o en la lectura de un poeta y no fatigarse
con todas estas cartas. Para las manos también sé de ciertos entretenimientos harto
más agradables. Por otra parte, me ha dificultado contestarle no poder abrigar
la esperanza de corregir sus vicios en cartas ulteriores, pues tenga por seguro
que ésta es la primera y la última que le escribiré. Por cierto, leeré con
agrado otras cartas suyas, pero no puedo invitarlo a que me mande manuscritos, ni
prometerle más que leer con simpatía y el mayor agrado posible de comprensión
esas ulteriores cartas suyas, si llegaran.
Su carta no pide, no exige ni pregunta
nada definido. Fue escrita no tanto para invocarme como para liberarlo a usted
por una hora. Está pletórico de una vida impetuosa y rica, que todavía no logra
desplegarse o expresarse en forma artística; usted se considera distinto de sus
coetáneos, aislado de los “otros” de una manera tal que ya lo hace dichoso o
bien lo asusta; pertenece usted a los individuos de vocación y talento
superiores al término medio que otrora se solía llamar genios y se dirige a mí
porque no me cuenta entre los “otros”, sino en cierta forma se siente parecido
y emparentado a mí.
El camino de estos individuos aislados y
distinguidos de manera fatal siempre fue difícil y arriesgado. También lo será
el suyo. A su edad la desconfianza respecto a la “experiencia” de los demás y el rehusarse a asumir responsabilidades
forman parte del componente natural con el tipo especial; el ser individualizado, muy por encima del nivel medio,
debe defenderse del mundo que pretende aplanarlo, normalizarlo y obligarlo a
una adaptación prematura. Muchos individuos jóvenes de este tipo se malogran,
ya sea porque la vida se hace insoportable bajo semejante tensión y, en
semejante postura defensiva, entonces salta impaciente por encima de los
límites, ya sea que el joven solitario ceda al final, se convierta en burgués y
salve un miserable resto del fuego divino, con la ayuda del alcohol o sin ella,
en un romanticismo burgués adornado con la corona del ser ignorado. He conocido
a muchos de ellos.
Pero existen también otros caminos más
nobles y en estos se ofrecen también ayudas y socorros especiales. Existe el
camino del creador, del artista, del poeta, del pensador. La obra del pensador o
del artista presupone, sin embargo, un acto de subordinación y renuncia legítima
al individuo genial ante el mundo, pero le exige un grado de entrega, de lucha,
de sacrificio desesperado, acerca del cual no tenía la menor noción en la ocasión
de su irresponsabilidad. A cambio de esto, ya tenga
su obra éxito o no en el mundo, será recompensada con la participación en el reino
de la genialidad, mediante la camaradería con miles de antecesores que, a través
de todas las épocas y culturas, se han mantenido vivos e incólumes.
Este es un bello camino,
digno de toda entrega. Aquel en quien el amor por la verdad o por lo bello, en
quien el anhelo de ser acogido en su reino o de tener participación en su luz,
sea lo bastante intenso podrá permanecer solo e incomprendido durante toda su
vida, podrá experimentar recaídas en la postura cándida de la obstinación y de
la irresponsabilidad, pero su hado será, a pesar de todo, noble, lógico y digno
de todo sacrificio.
Por supuesto, para recorrer
este camino y realizar estos logros hace falta no sólo talento. Pululan en el
mundo los poetas pletóricos de ideas magníficas, pero que carecen de palabras
precisas y vibrantes; los pintores de rica fantasía, pero sin la pasión innata
de jugar con los colores; los pensadores llenos de noble humanidad, pero sin la
energía y el temperamento de la expresión. En el arte los ideales son justos y,
cuando uno es un Cézanne, no basta con que pueda pintar como Ticiano o Rubens,
sino que debe cultivar el don único, una paciencia insuperable y la obsesión de
pintar como Cézanne.
Ahora bien, hay muchos seres
solitarios, muchas personas geniales y condicionadas por sus disposiciones para
lo que va más allá de lo corriente, que carecen de dones especiales para alguna
de las artes, quienes solo tienen una aptitud general, un exceso de genialidad y
fantasía, de capacidad para vivenciar, intuir y vibrar. En su temprana juventud
sufrieron como otros debido a su aislamiento, su ser diferentes al resto; tal
vez intentaron manifestarse en el dominio de las artes o del intelecto sin
lograr nada especial, pero son seres que siguen inflamados aún por un amor, un
anhelo de participar del todo, de aflorar de su soledad, de dar un sentido real
a su difícil y amenazada existencia. Quieren lo grande, están sedientos de entrega,
pero no son creadores, ni poetas, ni heraldos, ni pensadores. Y precisamente en
ellos se manifiesta lo que sería en realidad la vocación, lo que sería en
realidad el genio y comprenden también que los más logrados artistas y los más profundos pensadores no son
esclavos de su talento, pues, en realidad, no son ni artistas, ni
especialistas. Pues estos seres, no dotados especialmente para un arte o una
ciencia en particular, son aquellos en los que la humanidad alcanza su suprema
expresión y a través de los que todos los padecimientos y toda presunción y
confusión de los seres de genio es justificado. A ellos les sucede, cierto día,
que tropiezan con la realidad desnuda, una visión cualquiera, o una voz los
arranca de ese sueño que se llama yo, y contemplan el rostro de la vida, su horrible
y maravillosa grandeza, su inmensa plétora de dolor, aflicción, amor irredento
y anhelo equivocado. Y ellos responden a la vista del abismo con un único y concluyente
sacrificio, con el sacrificio de su propia persona. Se ofrendan a los
hambrientos, a los enfermos, a los viciosos, no importando quien sea; se dejan atraer,
succionar y devorar por toda carencia, toda desnudez, todo dolor. Estos son los
verdaderos amantes, los santos. Hacia ellos se tiende toda la humanidad, que aspira
más que a la norma y a la rutina, ganada por su sacrificio. Todo otro mínimo sacrificio
adquiere valor y sentido, en ellos se cumplen y justifican todas las contrariedades
de los solitarios, tanto de los agraciados como de los difíciles y a menudo
desesperados. Pues el verdadero genio es amor, un anhelo de abnegación que no
se satisface sino en este último y total holocausto.
He expresado, en modo aproximado, lo que
quería decirle. Es la respuesta a la misiva con la cual se dirigió a un anciano
en el hastío y aflicción de su confusión juvenil. Así como su invocación no
contiene pedidos ni preguntas, mi respuesta tampoco contiene consejos ni
consuelos. Usted me permitió mirar en la intranquilidad, la belleza y la incertidumbre
de su joven existencia, y yo, que alguna vez pasé también por la misma inquietud,
belleza e incertidumbre, he intentado darle una imagen de cómo un individuo que
ha envejecido imagina estos fenómenos y problemas. Si fuera un santo no hubiera
necesitado de tantas palabras. Si fuera uno gran artista, su carta -con sus
apremiantes revelaciones- sólo hubiera significado para mí una interrupción en
mi labor. Si fuera un gran pintor no hubiera leído sus cuartillas hasta el fin,
sino que hubiese seguido con mi tarea, como el anciano Renoir con el pincel atado
a su mano gotosa.
Quizá tampoco sea pura casualidad el que
se haya dirigido a mí y no a un santo o a un Renoir. Quizá su carta haya sido escrita
y dirigida a mí precisamente porque presume ver en mí a un individuo que se le asemeja,
que no ha alcanzado en el arte y en la vida lo grande y lo absoluto, que no
está familiarizado con un más allá inaccesible para usted, sino con el mismo
mundo y los mismos acertijos, si bien con otros hábitos, ideas y formas de
expresión, con otro temperamento y otras formas de adaptación como la defensa, principalmente
con las de la edad.
El hombre viejo al que se ha acercado, en
una suerte de camaradería, haciendo a un lado las numerosas diferencias, ha
contestado a sus confesiones con las suyas propias e intentado mostrarle cómo nuestra
común incertidumbre se presenta en esta peculiar hora de nuestras vidas.
Hermann
Hesse
(Hermann Hesse, cartas escogidas, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.)
Hermann Hesse: Lament (Queja) - Der Liebende (El amante)
Lamento (Klage), poema de Hermann Hesse
Luego -acaso esta noche- intento traducir este poema... (Nota del 31/01/2014)
P. D. No hubo necesidad, de lidiar con un intento de traducción, pues hallamos una excelente traducción de las manos de Jorge Luis Borges y Roberto Alifano para la revista Hora de poesía... Debajo del video van la traducción y el poema en su lengua madre.
http://www.youtube.com/watch?v=EiqzzEeiYz0
Lamento, Hermann Hesse
El ser no nos ha sido concedido,
somos apenas agua que transcurre;
confluimos dócilmente en cada forma:
atravesamos días, noches y catedrales,
porque una sed oscura nos arrastra.
Así el espacio cóncavo poblamos sin descanso
y nada será patria, necesidad o dicha.
Siempre estamos en viaje, somos eternos huéspedes;
ni el campo ni el arado que lo labra nos llaman.
No sabemos qué piensa de nosotros el Numen,
somos su vaga arcilla, el barro de su juego,
maleable y muda, no solloza o ríe,
es dúctil, pero nunca dará con el reposo
de ser inmóvil piedra. Nuestro anhelo se cansa,
pero siempre nos queda un breve escalofrío
y nuestra larga senda no conoce una pausa.
somos apenas agua que transcurre;
confluimos dócilmente en cada forma:
atravesamos días, noches y catedrales,
porque una sed oscura nos arrastra.
Así el espacio cóncavo poblamos sin descanso
y nada será patria, necesidad o dicha.
Siempre estamos en viaje, somos eternos huéspedes;
ni el campo ni el arado que lo labra nos llaman.
No sabemos qué piensa de nosotros el Numen,
somos su vaga arcilla, el barro de su juego,
maleable y muda, no solloza o ríe,
es dúctil, pero nunca dará con el reposo
de ser inmóvil piedra. Nuestro anhelo se cansa,
pero siempre nos queda un breve escalofrío
y nuestra larga senda no conoce una pausa.
Traducido por Jorge Luis Borges y Roberto
Alifano para la revista "Hora de Poesía", nº 49-50, enero-abril de
1987, Barcelona, España.
KLAGE Hermann Hesse
Uns ist kein Sein vergönnt. Wir
sind nur Strom,
Wir fließen willig allen Formen ein:
Dem Tag, der Nacht, der Höhle und dem Dom,
Wir gehn hindurch, uns treibt der Durst nach Sein.
Wir fließen willig allen Formen ein:
Dem Tag, der Nacht, der Höhle und dem Dom,
Wir gehn hindurch, uns treibt der Durst nach Sein.
So füllen Form um Form wir ohne
Rast,
Und keine wird zur Heimat uns, zum Glück, zur Not,
Stets sind wir unterwegs, stets sind wir Gast,
Uns ruft nicht Feld noch Pflug, uns wächst kein Brot.
Und keine wird zur Heimat uns, zum Glück, zur Not,
Stets sind wir unterwegs, stets sind wir Gast,
Uns ruft nicht Feld noch Pflug, uns wächst kein Brot.
Wir wissen nicht, wie Gott es mit uns meint,
Er spielt mit uns, dem Ton in seiner Hand,
Der stumm und bildsam ist, nicht lacht noch weint,
Der wohl geknetet wird, doch nie gebrannt.
Einmal zu Stein erstarren! Einmal
dauern!
Danach ist unsre Sehnsucht ewig rege,
Und bleibt doch ewig nur ein banges Schauern,
Und wird doch nie zur Rast auf unsrem Wege.
Danach ist unsre Sehnsucht ewig rege,
Und bleibt doch ewig nur ein banges Schauern,
Und wird doch nie zur Rast auf unsrem Wege.
El
Amante.
Un
bello trabajo realizado con uno de los poemas de Hesse. La pieza musical es
arrobadora, el colmo de la belleza y en empatía con los versos de Hesse.
Igualmente la dicción del lector se acomoda al ritmo de los versos y al de la
música...Agrego debajo el poema en alemán y una versión a nuestra lengua
castiza.
(25
/ 06 / 2018)
El
amante
Aquí
yace ahora tu amigo despierto en la mansa noche,
aún
tibio de ti, y lleno de tu aroma todavía,
de
tus ojos, tu cabello y beso – ¡ah medianoche,
oh
luna y estrella y aire azul nublado!
En
ti, amada, mi sueño se eleva
Insondable
como en el mar, las montañas, el acantilado,
salpicado
por las olas e insuflado por su espuma,
ser
sol, raíz, animal
en
torno a ti,
por
estar cerca de ti.
Saturno
ronda a lo lejos y la luna, yo no los veo,
sólo
miro tu cara de pálido polen,
y
río en silencio y lloro embriagado,
y
ya no hay dicha, no más sufrimiento,
sólo
tú, sólo tú y yo, perdidos
en
el profundo espacio, en el profundo mar,
en
ello estamos perdidos,
y
allí morimos para volver a renacer.
Hermann Hesse julio de 1921
Der
Liebende
Nun liegt dein Freund wach in der milden Nacht,
Noch warm von dir, noch voll von deinem Duft,
Von deinem Blick und Haar und Kuß - o Mitternacht,
O Mond und Stern und blaue Nebelluft!
In dich, Geliebte, steigt mein Traum
Tief wie in Meer, Gebirg und Kluft hinein,
Verspritzt in Brandung und verweht zu Schaum,
Ist Sonne, Wurzel, Tier,
Nur um bei dir,
Um nah bei dir zu sein.
Saturn kreist fern und Mond, ich seh sie nicht,
Seh nur in Blumenblässe dein Gesicht,
Und lache still und weine trunken,
Nicht Glück, nicht Leid ist mehr,
Nur du, nur ich und du, versunken
Ins tiefe All, ins tiefe Meer,
Darein sind wir verloren,
Drin sterben wir und werden neugeboren.
Hermann
Hesse Juli 1921