Laberinto
A Arthur Rimbaud
I.
Camino en la disonancia.
Mis ojos se embelesan en la rasgadura
incesante del arpa de la discordia.
Ante mis pasos florece una excomulgada
desfloración de los sentidos.
Abrevo en las aguas de una fuente secreta,
esquivo los listados,
resueltamente me dirijo
a ninguna parte.
La extraña melodía de una lira
va tañéndose a mi paso,
me complace no acertar, no atinar
con la salida.
Porque no la hay:
sólo un luminoso laberinto que conmueve,
una ceguera desbordante que me guía.
Escuchando voy
el llamado de aquel
que yo no soy.
II.
Camino entre las veredas
de desavenencia y desentono
y sorteo el centro de plaza destemplanza
me detengo ante los arrobadores fogonazos de luz
que brotan como un estallido de magma del candente suelo
del pavimento se levanta un vaho sin bríos
que para nada es añorado
por el humus apacible y rumoroso
que suspira más abajo,
dulce estiércol del socavado paraíso
suscitador de nuestros sueños
vadeo entre adormecidas penumbras,
nacidas de la cegadora luminosidad
de súbito, mil y un cuchillos se disparan
como roca fluida
de los heridores cristales de los edificios,
del filoso brillo de los enmascarados
rostros de la calle,
del metal hirviente de esos féretros ambulantes
que arrastran a seres desheredados,
en clausura y con miradas desalmadas
huérfanos viajantes,
descartados para toda
candorosa circunstancia,
sin tiempo ni lugar
para el festín de la memoria,
habitantes sin casa con rescoldo
ni huésped al que agasajar,
gladiadores expatriados de dominios
que tenían por suyos
camino sin caminar
y me mantengo silente,
apostando al equilibrio
sobre el cordón umbilical
de una ciudad desaborida,
capital de la inclemencia
resuelvo replegarme
al reino de no hay lugar
-en tierras de nadie-
y en la siguiente esquina
quiebro mi andanza
para descender por los pasadizos
de la ciudad perdida;
reanudando mi jornada
sin domicilio ni final,
mi travesía a tierras
sin amo ni señora,
la marcha al centro
de mí mismo
pues un señorío deslumbrante, cegador,
se ha instaurado en la metrópoli
-fulgor que todo lo avasalla-,
opacando el suceso milagroso
del inviolado despertar
pero el reino del revés,
sosegado y persistente,
ha secuestrado mis pupilas
y me resguarda en su otro laberinto
.
Forma parte de una colecta
de añejos textos, reunidos bajo un título un tanto adolescente o rimbombante, Libro de trance y hallazgo, pero en
honor a la veracidad, prefiero no cambiarlo ni retocarlo. Pudiéramos catalogarles
como textos juveniles, pero ahora me parece que son ancianos, dado el flujo de
tiempo que ha transcurrido desde los días en que se esbozaron…
Post scriptum, Octubre, 02 de 2016, devenido de
una conversa.
Todo se generó en ese lapso de búsqueda en que el
hombre joven quiere hallarle sentido a sus pasos, cuando prácticamente todo lo
que ve en el mundo humano, es un absoluto contrasentido, una negación de sus
pasos. No creo que haya ser humano que no transite por esa “línea de sombra”,
como diría el viejo Conrad. Caminaba yo por Chacaíto y de pronto, desdije de
mis pasos. La luz, los colores de sus destellos, era un chispazo que dolía.
Todo lucía tan absurdo y, sin embargo, tan colmado de vida, tan palpitante,
como un cuerpo estremecido. Mi respuesta fue desdecir de mis pasos, caminar
hacia otra parte, resguardar aquello mío de lo que no fuera más que huero
compromiso. Arduo camino. Mantener la cordura cuando el alma está tan agobiada
por un mundo sumido en el desatino. Con los años uno atestigua que ello deja de
ser tragedia, uno se da cuenta de lo sano que resulta desdecirse de sus propios
pasos, caminar en el olvido, para luego recordarse.
.
Léo Ferré cantando la poesía de Rimbaud y Verlaine.
https://www.youtube.com/watch?v=j7E7DCNn_ac