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(Caracas, Venezuela, 1955). La mayor parte de sus intentos con la pluma
permanece inédita, un tanto por desgano social, otro por encariñamiento con el
anonimato, y otro tanto más por justicia poética (sic). Fue asistente de la
Dirección de Literatura del Consejo Nacional de la Cultura (parto de nueve
meses acaecido a principios de la década de los noventa) y de allí pasó a
ejercer funciones como Jefe de la Unidad de Educación del Museo Alejandro Otero
(otro parto, pero prematuro, de seis meses).
Ante el riesgo de que un nuevo proceso de alumbramiento pudiera
representarle mayores aprietos que las referidas “labores” de parto, una voz
incógnita le conminó a tomar otros derroteros, con el norte siempre puesto en
la vereda opuesta de aquella donde se cocina la cultura oficial.
Que él recuerde, una sola vez se atrevió a enviar algún conato poético
(frase que dice pedir prestada a Borges a diario) a una revista literaria, un poco
impulsado por los amigos de tal revista y otro por el título de la misma: Papel
Abierto. A mediados de los noventa tuvo a su cargo la sección «Letras contra
Letras», en el quincenario homónimo, cuyos editores no barruntaron, en un
principio, el sarcasmo furtivo del título de la columna. Ocasional colaborador
de algunas revistas y periódicos digitales, tales como, Con-Fabulación,
Letralia, Cañasanta, El toro de barro, Embusterías, Las voces del silencio y el
lamentablemente desaparecido elmeollo, entre otras; confiesa, sin embargo,
sentirse más a gusto escribiendo en su blog o en su página personal que
enviando textos a otros rumbos.
Formó parte del taller de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos (Celarg, 1998-99) que contó con los estribos de los poetas
Lázaro Álvarez, en los inicios, y Arturo Gutiérrez Plaza, en la conclusión.
Luis Alejandro Contreras ha publicado un cuaderno de memorias que
entrevera vivencias, meditaciones, ensueños y vigilias; en él se acoplan
fragmentos, glosas, adagios, aforismos y algunos asomos poéticos; lleva por
título contracorrientes (sentencias en incertidumbre), BID&CO Editor, libro
inicial de la Colección Manoa.
También ha publicado en Colombia un poemario, que él prefiere llamar
“cuaderno de imágenes”, titulado Cuadernario, con el sello editorial Común
Presencia Editores. A fines de 2013 fue presentado, junto a la reedición de sus
contracorrientes, lo que Contreras describe como una ficción poética, Días de
bruma, Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego al
servicio del Imperio; un hallazgo arqueológico, según sus propias palabras,
pues se trata de las anotaciones legadas por un escriba griego del Siglo III,
al servicio del Imperio Romano. Ambos libros fueron presentados por Rafael
Cadenas, de la mano de la novela “El abismo de los cocuyos”, de Mario Amengual,
con quien Contreras mantiene una amistad desde hace ya más de tres décadas.
P.- Luis, bienvenido a Globatium. Háblenos un poco acerca
de usted
R.- Gracias, Carlos. El placer es mutuo. Hablar acerca de uno me parece
un acto de lesa humanidad para con el resto de la misma, en un siglo en el que
la primera persona del singular colma todos los espacios de una masa que,
grosso modo, es incapaz de escuchar nada poniéndose bajo la piel de segundas o
terceras personas.
Nuestra negación para con el desdoblamiento o con el
ponernos -aunque sea por una vez- en los zapatos de otro, es síntoma a mi
parecer de una grave enfermedad del alma. Y casi provoca agregar que es
ejercicio antipoético, pues nada encarna más claramente el panteísmo ontológico
que el ejercicio o culto llano de la poesía, el cual se caracteriza por la
facultad del desdoblamiento, la del transmigrar, la del cambiar o mutar de ser.
Quiero decir, con ello, que un poeta es un perito en
andar en los zapatos de otro. Hablar de uno puede resultar algo aburrido.
Siempre llevo en la memoria un escueto poema de Lawrence que nuestra recordada
Hanni Ossott tradujo en una selección para la Universidad de Los Andes. Me tomo
el atrevimiento de ponerlo sobre la mesa, dado lo ilustrativo y lacónico de su
tono…
A cierto amigo
Tú estás tan interesado en ti mismo
que me aburres completamente,
me siento incapaz de sentir algún interés por tu interesante persona.
P.- ¿Cómo fue su encuentro con la literatura? Cuéntenos un poco de sus
inicios en las letras
R.- No hay encuentro con la literatura que no vaya tamizado por la
lectura. Incluso de la forma más indirecta. Hay escritores que afirman que no
leen, que jamás han leído nada importante, o que no han leído mucho. Supongo
que los que así declaran lo hacen como un desplante de su buen humor. Pues
ellos no han nacido por generación espontánea. Pero, a mi juicio, si se tomaran
en serio sus propias declaraciones, serían unos desengañados, pues leemos
incluso sin haber leído.
¿Cuantas personas han leído el Don Quijote sin haber
jamás acariciado el libro? Millones. Tal es la fuerza del mito construido en la
memoria de unos pocos lectores que se han encargado de filtrar lo leído a
través del cedazo del fabulario colectivo. Claro, no es lo mismo el vago
pensamiento anónimo que el que se ha formado como producto de una gozosa y
personal lectura.
Tomar un libro y comenzar los escarceos de la lectura
es iniciar un affaire, un romance, incluso, una divina infidelidad. Considero
que la cuentística infantil, el fabulario, la literatura oral, cobran una
importancia capital en el dibujo de toda alma que comienza a despuntar, pero es
un aspecto de la cultura que solemos minusvalorar, cada vez, con mayor ahínco.
Yo aún extraño la pérdida de mis primeros libros. ¿Por qué, cuáles fueron las
circunstancias que condujeron al extravío de mi Gato con botas, por ejemplo? ¿O
las fábulas de Tío Tigre y Tío Conejo? ¿O aquel maravilloso Don Quijote
ilustrado? Todavía me lo pregunto.
P.- ¿Cómo y por qué nace su primer poema?
R.- Mi primera intentona poética está, gracias a la diosa fortuna,
irremediablemente perdida. Quise creer que era un poema. Era un niño y la diosa
quiso, por mi bien, extraviar para siempre ese boceto empalagoso. Pero si
adelantamos un poco en el camino, aquellos que considero como mis primeras
tentativas de poema, fueron el resultado de una combinación anímica en la que
lo lúdico y cierta postración que nos confieren los estados de incertidumbre,
tuvieron a bien incitarme el ensayo de unas líneas en la vieja máquina de
escribir de mi padre.
Ya era un mozalbete. Fueron varios intentos, breves en
su mayoría. Y muchos de ellos en el feliz estilo de los caligramas. El primero
de ellos jamás ha salido del papel en que se estampó, no sabe lo que es una
computadora. A veces me place toparme con él, pero no sé dónde se halla, es
habitante de una añeja carpeta que deambula presumiblemente por mi biblioteca.
A veces, me temo que se vaya de la casa, como los gatos que, en ocasiones,
desaparecen de sus casas, para no volver nunca más. Mi relación con esos
bocetos es de familiaridad.
P.- ¿Qué es lo más difícil de ser escritor?
R.- Considerarse escritor. El mundo humano siempre me ha parecido
pretencioso en demasía. Solemos ser muy ligeros en lo personal y muy dados a
engalanarnos con nuestras propias ilusiones. Autodenominarse escritor me
parece, al menos desde mi perspectiva, un ejercicio del exceso. Y en nada es
diferente a la postura del hombre que habiéndose doctorado de ingeniero o
médico, no hace otra cosa restregarle sus títulos a todo el que pase a su lado.
Me parece muy apropiado recordar un conmovedor
discurso de Canetti, que lleva por título “La profesión de escritor”,
pronunciado en Munich, en 1976. Recojo algunas palabras escritas hace algunos
años en torno a ese discurso:
“…En aquella memorable ocasión, Canetti, no sin antes de haber ironizado en
torno a una manida y artificiosa noción de escritor, enunciaba una frase ante
la que uno no puede más que solidarizarse:
“…lo cierto es que, hoy en día, nadie puede llamarse
escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo…”
Y, no es una casualidad, luego da ilación a su discurso desovillando los hilos
de la palabra responsabilidad. De sus palabras se desprende que un escritor no
puede llegar a consumarse como tal, si no asume y, es más, padece, su
responsabilidad para consigo y para con un mundo que se encuentra en franca
disolución, en virtud de la irresponsabilidad de la humanidad de la que él
forma parte…”
P.- ¿Qué le hizo saber que se dedicaría a ser escritor?
R.- Creo que para nadie está muy despejado el camino para descubrir el
momento de la vocación que nace de la interioridad, muy distinta a aquellas
vocaciones que han nacido bajo el signo de una inducción. Creo que uno se da
cuenta de una vocación cuando se le hace imposible vivir sin su ejercicio. Si
te pasas la vida garrapateando hojas y cuadernos, aunque no te lo propongas,
por algún albur habrá de ser. Uno no debería desoír los mandatos que surgen,
por así decir, de la voz interior.
P.- Usted ha publicado una recopilación de meditaciones, aforismos, ensueños
y vigilias bajo el título de contracorrientes (sentencias en incertidumbre)
(Bid&Co editor, Caracas, 2006 y 2013), coméntenos sobre esta experiencia y
lo que ha significado para usted.
R.- Es lo que yo calificaría como un libro heterodoxo, el producto de
algo que jamás se pensó como libro. Nació así. A lo largo de los años he tenido
la costumbre de rayar y borronear toda suerte de superficies con lápices,
bolígrafos y plumas. Escribí sobre las superficies más inopinadas, como por
ejemplo, en las cartulinas que servían de soporte a las camisas que venían de
la lavandería, en hojas de papel higiénico, ni qué hablar de las servilletas,
en el dorso de un boleto aéreo y hasta en el reverso de alguna chequera.
Y, por supuesto, en multitud de hojas sueltas,
libretas, cuadernos, en las últimas páginas o solapas de los libros, etcétera.
Al pasar de los años me di cuenta de que esa costumbre se estaba transformando
en un corpus que, de alguna manera, quería expresar algo. Así que me di al
paciente trabajo de armar aquel rompecabezas.
Por fortuna siempre he gozado de una memoria bastante
cultivada pues, a pesar de que era mi costumbre no fechar las cosas, puedo
recordar con bastante exactitud, aunque sin ser totalmente infalible, las
fechas o pasajes de mi vida en que aproximadamente han acaecido las cosas que
rememoro. Puedo, incluso, recordar las circunstancias que dieron origen a un
escrito de hace 25 años, un suceso, aquello que lo inspiró; un texto inspirado
por los resabios que me dejara un poema de Paul Eluard, u otro que naciera para
homenajear tangencialmente el hermoso decir a Aimee Cessaire.
Con el tiempo, vine a caer en cuenta del hecho de que
tal junta de retazos, aquel ramillete de ensueños y vigilias, fungía en lo más
hondo de mi fuero interior como un auto de fe. El día en que se me hizo tal
revelación, fue el día en que sentí verdaderamente la necesidad de aquello que
llaman “divulgar” o “publicar” algo que has llevado, quizás por demasiado
tiempo, bajo del brazo. En mí se corroboró aquella necesidad de la que hablara
Rilke en sus cartas a Franz Kappus, cartas -por cierto- entre las más hermosas
que se hayan escrito jamás, por la humilde franqueza con que Rilke abre su
alma, en la esperanza de que ello sirva para que haga otro tanto el joven a
quien van dirigidas. Yo escribo por necesidad. Eso es un hecho, lo demás poco
me importa: lo exterior, lo superfluo, la posteridad y pamplinas como esas. Y
gracias a Rilke eso vino a aclararse en mí desde tempranos días.
Pero el hecho de que algo que no tuviera premeditación
(como es el caso de esa heterodoxa junta de anotaciones de que se compone
contracorrientes) viniera a orquestarse muy luego de iniciado su camino, fue
para mí señal de que no todos tenemos que transitar -gracias demos a los cielos
por ello- los mismos caminos. Y a ello se debe que el título vaya en
minúsculas, ¿cómo podría exhibirse con mayúscula aquello que nació entre las
sombras, en silencio o, al menos, a sottovoce y sin certificado de origen?
P.- También publicó usted, el poemario Cuadernario (Colección Los
Conjurados, Común Presencia Editores, Bogotá, 2007). Además, poemas suyos
fueron incluidos en la antología Voces nuevas del Celarg (Caracas, 1999).
Háblenos ahora un poco acerca de ese cuadernario, ¿tiene algún significado
especial para usted? ¿Cómo fue esta experiencia?
R.- Mi paso por el taller de poesía del Celarg obedeció a ese acicate
interior que vino a representar el paso del tiempo, aunado a la ininterrumpida
acumulación de bocetos, conatos e intentos con la palabra. Luego de haber
tejido la trama de textos de que se compone contracorrientes, sentí una imperativa
necesidad de confrontación y diálogo con personas que, como un servidor, no
pudieran evitar el envite vérselas con la palabra.
Con respecto a Cuadernario yo no siento que sea lo que
llaman un poemario. Prefiero catalogarlo como un libro de imágenes, me gustaría
llamarle cuaderno de imágenes. Si por mí fuera, todos los ejemplares estarían
escritos a mano.
Cuadernario se fue escribiendo por sí sólo, sin prisas
y libre de toda volición, en una agendita telefónica de la casa Norma, esas de
color verde que contienen varias páginas por cada letra del abecedario. Cierta
mañana, en la que un roce peculiar que no sabría cómo calificar, si de gracia o
de desamparo, había sitiado mi presencia, manifestándose por medio de una voz,
me conminó a escribir un texto en la letra A, prescribiendo que lo que allí se
estamparía “tenía” que comenzar, por fuerza, con la letra A.
Luego de escrito ese texto (un tanto extraño para mi
estilo personal) pasé a la letra B, luego a la C, a la D, a la E, siguiendo la
tónica… Paré de escribir. La diosa se había ido. Guardé el cuaderno y no volví
a él sino cuando era imperioso escribir un texto según el dictado original.
Este juego duró unos cinco o seis años. Nunca tuve prisa en terminarlo, en
realidad todavía no lo he terminado, pues le quedan algunas hojas en blanco (o
mejor, en verde); además, como el cuaderno se me extravió por un largo tiempo
(nada extraño, tratándose de mí) hubo escritos que no fueron añadidos al libro
que editara el sello Común Presencia Editores, de los queridos amigos y
estupendos poetas Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo.
Cuadernario está subdividido en cuatro pliegos. La
idea de los pliegos y el nombre de ese cuaderno de imágenes están
intrínsecamente relacionados entre sí y con el número cuatro. Como indica su
raíz, cuadernario deviene de cuaternario. Y como los cuadernos, en la
antigüedad, se componían de cuatro pliegos superpuestos (que de allí viene su
nombre), decidí atribuirle tal título y subdividir el libro en cuatro partes.
Todo esto sucedió muy posteriormente a lo acaecido
aquella mañana en que comenzaron a trazarse las páginas de mi cuaderno. He
querido jugar con la referencia directa al cuaderno, pero también con una
historia onírica y, a su vez, vigente. No se me oculta la dificultad de algunos
de sus textos y cierta apetencia de anti-poesía. Pero fueron vertidos allí por
una necesidad, precisamente la necesidad de desacralizar la poesía, de bajarla
a tierra. No todo es bello decir, hay poesía en el mirar y en el pálido fresco
que, a duras penas, puede uno retrotraer a la expresión.
P.- ¿Cuantas publicaciones ha realizado?
R.- Muy pocas, para la gracia de Dios Todopoderoso. Yo mismo soy el
primer y más grande obstáculo de mis tentativas de publicar, pues soy el
primero que me hallo diciendo: ¿para qué vas enviar eso a Zutano o Mengano? No
vale la pena. Aunque debo reconocer que, con los años, he perdido algo de
pudor.
P.- Luego ha publicado lo que usted denomina como una ficción poética, Días
de bruma – Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego
al servicio del Imperio. ¿Podría hablarnos de su génesis?
R.- Aunque yo mismo la denomine como una “ficción poética”, no es
exclusivamente un ejercicio de literatura. Fue escrito durante un breve y
doloroso pasaje de mi vida, mientras la esencia vital se fugaba, como un
precario hálito, de los fuelles de mi hermano mayor.
Sobre todo durante las soledosas madrugadas, pero
también en los amaneceres, entre resplandores, nieblas y calinas, vino en mi
auxilio el escriba Simónides Románico, quien comenzó a entretejer dictados que
yo transcribía con paciencia o, en su defecto, memorizaba para luego
estamparlos al papel.
Tales trazos nacieron por fuerza de los hados. Te
imaginarás que no soy muy amante de la ortodoxia, puesto que se trata de otro
ejercicio de herejía. Eso sí, nada hay allí de culto a la prevaricación, ni ese
ya cansón deleite moderno por relamerse en perversiones. La modernidad ha
acabado con el gusto de aquello que era caer en el pecado. Todo lo ha tornado
baladí. Eso habla muy claramente del terreno que ha ganado nuestro culto por la
insensibilidad y, sobre todo, la ausencia de piedad.
En Días de bruma se recogen, pues, una serie de
retazos de pergamino estampados con los trazos de un hombre que ha de haber
vivido entre los siglos III y IV de la Roma Imperial. Un hombre entre pasmado y
conmovido ante todo lo que advierte en un mundo ceniciento, sumido en una
calina climática que sirve como telón de fondo a otra penumbra, la edificada
por el hombre. Son escritos condenados al ostracismo, a suspirar bajo la
tierra, generación tras generación, y que sólo un ejercicio de arqueología
onírica puede traer hasta el presente, a condición de que se tenga en cuenta
que tal ejercicio de arqueología es un espejismo, pues todo o, casi todo, surge
por obra del dictado.
El escriba da memoria y cuenta de lo que ve, pero
siempre bajo la abnegada entrega a La Diosa Triple de que hablara Robert Graves
en su tratado sobre los orígenes mitográficos de la poesía, La Diosa Blanca, un
libro por cierto admirado y, a la vez, abominado por muchos “scholars”. Yo lo
considero una obra maestra, sencillamente. Y agradezco el día en que, siendo un
muchacho, el querido y recordado librero Raúl Vethencourt lo puso entre mis
manos.
Pero continuando con Simónides, el escriba que nos
lega estos retazos, a él lo avizoro como un ser para el que todo es prestado,
nada es suyo, un ser que se sabe silente adorador de madre natura, de la luna,
de los cielos, en un mundo del cual precisamente ha sido expulsada la desprendida
adoración, para ser suplantada por doctrinas más interesadas en asuntos tales
como la toma del poder y el arte de tejer con sus hilos o en cómo hallar vías
expeditas para implantar métodos apropiados para el “debido” apacentamiento y
avasallamiento del vulgo, por medio de la imposición de preceptos de inamovible
credo.
Al parecer, vivir la vida plenamente y en armonía con
la danza del cosmos es un acto de insubordinación.
P.- Su mayor satisfacción
R.- A riesgo de parecer inmoderadamente inmodesto, ver a las gentes
felices en derredor, lo que no es una estampa común de ver. La regalada sonrisa
de un niño desconocido. La mirada silente y sonriente, sin resabios, de una
mujer ante la contemplación de la tarde.
La felicidad de los míos. Algo que no puedo hacer
ahora como lo hacía antaño: subir solo a la montaña de El Ávila, con un morral
cargado de libros y caminar muy, pero muy arriba, para escuchar el silencio.
Regalar, ¿hay algo más pleno de sentido vital y espiritual que el desprendido
gesto de regalar? Por supuesto, hablamos de aquel regalo que alimenta el alma o
el corazón, incluso, los sentidos, la sensualidad, no la columna de activos.
Una vez leí una cita que me puso a correr de inmediato en sentido opuesto de lo
leído y no paré de correr hasta sentirme a salvo. Decía así: “…La amistad es
una renta…” Pareciera una iluminación del aburrido Benjamín Franklin.
P.- ¿Cómo ve usted el desarrollo y crecimiento del mundo literario en
Venezuela?
R.- Casi me apena decirlo, y voy tener que pedir disculpas por la
franqueza, pero no es un asunto que me apasione. No soy hombre de peñas
literarias y asuntos de ese tipo. Aunque no critico a quienes hacen vida social
en torno a toda creación artística. A mí me encanta, me seduce enormemente una
explayada conversa con amigos -o, incluso, con algún casual desconocido- sobre
cualquier tópico que se refiera al humanismo, pero eso es algo distinto a la
experiencia que acontece en las justas o juntas literarias.
Creo que la soledad se lleva todos los premios el día
en que me ponen a elegir cómo preferiría desempeñarme en asuntos que tocan a la
escritura. Toda la vida he huido de los condominios. Y, sin embargo, te ves
forzado a formar parte de ellos. Eso sí, harto difícil, cuando no imposible,
será que me vean en una directiva. Lo que me preocupa cuando abordamos temas
como el de esta pregunta, es que, en un fingimiento de país como en el que
vivimos, siempre tan débil ante lo frívolo, caemos en el riesgo de tomar al
rábano por las hojas. Pues nadie negará que mucho más trascendente que todo
mundo literario es el mundo que nos circunda. No lo negaremos, pero solemos
olvidarlo, al menos, esa es mi percepción. Pienso que todo escritor o artista,
en general, debe ser siempre muy cauteloso con todas las iniciativas que hayan
nacido bajo el sello de una confraternidad.
El individuo, en eso hay que darle las gracias a
Borges por haberlo señalado tantas veces, ha de ser preservado en nuestro fuero
interior. Por lo demás, no desconozco que las ramas siempre dan nuevos retoños.
Y en nuestro país han aparecido voces que pespuntean diáfana y hasta
descarnadamente su perfil, por mucho que los mecanismos de poder intenten
convertirlos en siluetas desleídas. Y, a pesar de lo que he dicho al principio
de mi respuesta, siempre tomo mi tiempo para leer -eso sí, un poco al azar- lo
que, por curiosidad, cae en mis manos.
P.- Las redes sociales se han convertido en el medio de comunicación más
importante en la actualidad a nivel mundial. ¿Qué representan para usted y cómo
ha sido su experiencia?
R.- Un hilo de esperanza. Pues a pesar de los riesgos que comporta la
red, con toda la corte de perversos haciendo de las suyas, bien sea con fines
pecuniarios (pues nunca faltan los mercachifles) o con arteras y menos confesables
intenciones, como las que practican tanto los hackers como los organismos
represivos creados por las estructuras de poder que imperan en toda sociedad,
hay también la hermosa posibilidad de que el desamparado y anónimo ser que
habita en todo individuo, pueda entrar en conocimiento con otros que, como él,
andan buscando comprender esa intriga que llamamos mundo, y que no es otra cosa
que el producto de una expoliación, un arrebato perpetrado no precisamente por
las más altas virtudes del ser humano, sino, al contrario, por las más bajas
pasiones que alientan en su seno; aquellas que le incitan a disfrazarse y
agruparse en cofradías cuyos fines no son otros que los de avasallar a las
mayorías, apuntalándose en discursos prestados, basados en falsedades, en
catecismos de salvación que sólo han sido diseñados para acorralar al hombre.
Aunque me temo que no podemos ni debemos despreciar el
inmenso poder de los medios de prensa ni su predominante papel como
divulgadores de una generalizada inopia. Ante el afán de avasallar y embrutecer
que, por obra de la masificación, predomina en los medios de prensa, surge la
respuesta individual y colectiva, navegando en el océano de esta nueva forma de
comunicar. Ya hemos visto la cualidad potenciadora con que cuentan las redes
sociales en momentos de crisis, como por ejemplo, durante los sucesos que
conllevaron a la eclosión de la primavera árabe. Y muchos países se han visto
forzados a cortar o restringir las vías de acceso a la Internet, dada la
amenaza que representa la manifestación de las voces individuales, organizadas
y sumadas a lo colectivo, contra el autoritarismo de los poderes imperantes,
sempiternamente dedicados a reprimir la sociedad de la que forman parte.
Edward Said lo señaló muy claramente en su magnífico
libro Humanismo y crítica democrática, el papel de los intelectuales. Siempre
tengo a la mano ese recuerdo, pues me parece muy apropiado cuando surge este
asunto en alguna conversa. Si la memoria no me falla, es en el último de los
ensayos reunidos en ese libro donde Said nos dice que, a estas alturas de la
historia, ya no podemos albergar la esperanza de que figuras señeras o
prestigiosas del humanismo vengan a abrirle los ojos a sus prójimos en defensa
los bienes de la cultura ante una amenazante barbarie.
Y hace mención del trabajo de hormigas que puede
cultivarse en medios como las redes sociales. Voy a parafrasear lo que sobre
este asunto le comentara al querido Carlos Morales del Coso, en un debate
abierto en una de sus páginas en la red, pues me parece pertinente: Said
pronosticó que es el intelectual colectivo el llamado a imponer curativas manos
sobre las llagas que la barbarie estampa en nuestras humanidades. E hizo
alusión a la importancia de las tecnologías virtuales, que ya no lo parecen tanto,
dado que propician estos acercamientos. En cierta forma, permiten algo que no
permite un tiraje de mil libros: presentar a seres absolutamente desconocidos,
y propiciar por medio de ese sustituto de la carta, como lo es el correo
electrónico, un intercambio vivaz, humano. De la red hay que tomar lo bueno,
que viene del valor humano, como en todo.
P.- Cómo ve el talento que hoy se despliega a través de las redes sociales
R.- Bueno, hay de todo en la viña del señor. La maravilla de la red es
que se ha transformado en una réplica de lo que sucede en una plaza, con lo
bueno y lo malo, lo bello y lo feo intercambiándose al igual que en esos
mentideros, pero con la diferencia de que esta plaza virtual permite que una
persona que vive en Tombuctú (o Timbuktú) puede entablar conocimiento con otra
que vive en Antioquia. En cierto modo, la red podría servir de vía alterna a la
práctica de la desinformación, alienación y trastrocamiento de valores humanos
a que nos tienen acostumbrados los centros de poder.
P.- Para Luis Contreras, qué representa lo espiritual
R.- Qué pregunta tan difícil, tan abierta. Cuando a una noción tan
abstracta, como la que comporta la palabra espíritu, la colocamos sobre la
mesa, nos luce como algo totalmente fuera de nuestro alcance. Pero es una
pregunta que agradezco, pues es en ese desdibujado mapa del espíritu donde, a
mi juicio, acaecen los mayores de males de nuestro tiempo.
De por sí, creo que toda persona habrá intuido, desde
su más tierna infancia, que eso que enunciamos “espíritu” es algo que nos
trasciende, algo impalpable, inasible y, sin embargo, muy real. Pero en el
camino de esa experiencia que nominamos crecimiento (que no es otra cosa que el
proceso de levantamiento que comporta toda vida, un gesto sublime de la providencia),
el desamparado ser humano tiene que habérselas, sin mayores ayudas, con una
conspiración tramada por su propia especie, con el exclusivo fin de despojarle
de los saberes ancestrales.
Y me parece que es tarea irrenunciable de todo ser
humano el desaprender esa tabla de mandamientos impuesta por la modernidad,
según la cual se predica una felicidad de plastilina que puede obtenerse
simplemente con esfuerzo y dedicación en el mercado del dinero.
Ya no recuerdo dónde la dijo, ni siquiera, donde la
leí, pero siempre llevo en la memoria esta frase atribuida a Cervantes: “…Lo
importante no es lo que de nosotros hicieron, sino lo que nosotros hicimos con
lo que de nosotros hicieron…” Tal adagio no tiene que ver con el depauperado
bolsillo, ni con la descuidada hacienda. Se refiere a la esencial condición del
ser humano, como ser espiritual.
Si la sociedad ha caído en un pasmo es porque se ha
predicado, en demasía, el culto de un desvergonzado materialismo y se ha
arrinconado el culto del ánima. Creo que los jardines del espíritu han de ser
cuidados como el más amado Paraíso, salvo que ya nadie o casi nadie añora
paraísos.
P.- ¿Realmente pueden las artes, incluyendo la literatura, cambiar el mundo?
R.- Creo que las artes liberales pueden ofrendar nuevas maneras de
percibir ese mundo, si tales artes logran que sus auditorios comiencen a ver, a
escuchar y a palpar con el alma y a pensar, como propone James Hillman, con el
corazón. La palabra ‘cambiar’ me luce como una valla extremadamente alta en
este caso. Los seres humanos vivimos constantemente hablando de cambios, y de
cambios para mejor. Lo que, a mi modo de ver, no hace mucho juego con los
resultados obtenidos en la práctica.
Con altisonancias tales como las que se asilan tras la
palabra revolución, se han construido inmensas catedrales donde se predican y
veneran catecismos de falsedad.
Más que de cambio, preferiría hablar de decantación. Un libro, una obra de
teatro o una obra pictórica, son buenas en el sentido de que sirven de acicate
para aspirar a una elevación espiritual, algo que contradice los fines
crematísticos de las sociedades modernas. Por eso es que las artes, en general,
suelen resultar subversivas.
Hablan de otra posibilidad de mundo, versan de
derroteros muy diferentes a los que protegen, con tanto celo, los propugnadores
de un inamovible “statu quo”.
P.- Cuál es su recomendación para quienes se inician en el mundo de las
artes y la literatura
R.- No me siento muy capaz de recomendarle a nadie nada. Quizás a algún
amigo, a un ser querido, a sottovoce, en casos muy puntuales… Y ello entraña
una tremenda responsabilidad. Nunca mejor la sentencia que reza: “El mejor
consejo es el que no se da.” Prefiero pensar en el intercambio de pareceres, en
el diálogo que retroalimenta. Pero si se me exigiera una respuesta, dejaría
sobre la mesa, algunas palabras clave: autenticidad, honradez, dignidad,
búsqueda interior y no intentar nada que no se sienta como una imperativa
necesidad vital, como una condición sine qua non para seguir respirando.
P.- Para finalizar, un mensaje para todos sus seguidores
R.- Aliento la esperanza de no tener seguidores, prefiero pensar en la
alternativa de contar con amigos o, cuando menos, con contertulios, con gentes
motivadas por el afecto, con seres que se placen en aquello que Borges
sintetizara en una frase: revelar belleza. La genuina admiración es la que nace
del afecto. No puede haber nada más contrario a mi naturaleza que la
contingencia (o el riesgo) de contar con seguidores. Como reza un poema de
Lawrence (también traducido por nuestra Hanni): “…El hombre nace solo y muere
solo…”
Sumario bibliográfico.
Antologías:
Voces nuevas, Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos CELARG, Caracas, 2000);
Antología del XVI Encuentro Internacional de Poetas de Zamora, Michoacán,
México, 2012);
Poetas venezolanos contemporáneos, Tramas cruzadas, destinos comunes (Común
Presencia Editores, Colección Los Conjurados, Bogotá, 2014).
Ha publicado:
contracorrientes (sentencias en incertidumbre) (bid
&co. editor, Colección Manoa, Caracas, 2006; reedición, 2013);
Cuadernario (Común Presencia Editores, Colección Los Conjurados, Bogotá, 2007);
Días de Bruma, Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego
al servicio del Imperio (bid &co. editor, Colección Poetas del
Hispanomundo, Caracas, 2013).