Dos pizcas de realidad
A Mario
Amengual
Cada cual haga su parte.
Quizás pueda yo hacer la mía.
Vayan, jueces, a sus juicios,
prosigan justipreciando
cual infalibles demiurgos,
las buenas obras y las malas.
Y vuelva la luna a cada cuarto
sobre sus rieles de plata.
¿ Cuántos ancianos relojeros persisten
en cada ciudad, en cada aldea,
en cada rincón de la tierra;
repitiendo exactos sus costumbres
de raza en extinción,
madrugando
a cada jornada,
colocándose
roídos chalecos
y lentes de aumento en el ojo
que les queda bueno ?
¿ Cuántos censores del tiempo
donando su tiempo al tiempo
de los relojes y acompasando su canto
al canto del relojillo de arena
por donde se hila el sinfín del
universo ?
Cada quien haga su parte.
Vayan por sus tronos y recompensas
la realeza, los banqueros, los avaros,
los usureros
y sus abnegados oficinistas de turno,
recogiendo cual hienas las sobras
en un campo de batalla.
Descarguen al aire sus plomos
enloquecidos
los altivos cultores de la guerra,
entre histéricas danzas,
festejando sus pírricas victorias
y el asesinato de sus enemigos.
Tomen su parte los diplomados
curanderos del cuerpo sin espíritu;
los defensores y los acusadores,
los propugnadores de una ley
sin el sentido común
del hombre común;
los hacedores de urbes asfixiantes,
carceleros del cielo de la
imaginación;
todos elevando sus maniáticas loas
a la dinerocracia.
Cada cual haga su parte.
Venga la luna cada cuarto,
a cada cuarto de luna.
Prosiga el sol
rodando a la extinción
sobre sus rieles de oro.
(Se queman los rieles del agua)
(Se apagan los rieles de fuego)
Cada cual haga su parte.
Desmigájese el otoño
entre las hojas y el sueño.
Redescúbrase el verano
en las altas cumbres del viento.
Fustíguenos primavera
con sus risotadas de genio,
inflamándonos con vino,
trastornos y cambio.
Y el invierno nos aquiete
en la soledad del recuerdo.
Cada cual haga su parte.
Mastúrbese la agonía
de las no cantadas romanzas.
Y vuelva el pregón a las flores
como las flores al alma.
Y entren en ella las abejas
y los pájaros.
Chupen de su néctar,
polinicen las entrañas
del aire que nos queda.
Y cada cual haga su parte.
Aun cuando yo no me sé mi parte,
no sé cuál es mi papel;
como no sea éste en el
que escribo la parte
que me ha tocado ver.
De principios de nuestros años locos, aquellos años noventa
que parecían espejismo, aquellos en los que hizo palmaria eclosión esa demencia
que ya nunca hemos logrado extinguir… No es que antes fuéramos cuerdos en demasía,
pero es que vivíamos como en la calma chicha de un pueblo a la deriva. Nadie
pudo barruntar que lo que venía era el naufragio.
Forma parte de aquella colecta de textos reunidas bajo
la clave de “Toma luz, toda la noche”…