Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
El hombre de
inteligencia rudimentaria salió a cazar lejos de su llanura inundada, al
empezar el día de una época primitiva.
Dirigió sus pasos
a un desfiladero de origen volcánico, donde habitaban dragones crispados y aves
deformes y perezosas.
Escogió, durante
el trayecto, las piedras más sólidas, para armar su honda.
Emitió gritos con
el mayor aliento, usando las manos a guisa de tornavoz.
Otro hombre
apareció, vestido de una zamarra y aparejado a la lucha. Vociferaba desde la
cima de un monte. Su rostro se perdía en el bosque del cabello y de la barba.
El combate duró,
sin decidirse, un tiempo indefinido. Hilos de sangre pintaban la cara y el
pecho de los rivales.
Una mujer falseó
cautelosamente el pie del defensor y lo precipitó desde la altura.
Se vengaba
de una sumisión abyecta.
El vencedor la
toma bajo su autoridad e impone sobre sus hombros la suma del botín. La dirige
hacia la llanura por una cuesta breve.
Se despreocupa de
la espalda abrumada y de los pies sangrientos de la cautiva.
(Esta nota ha sido escrita en Junio del año pasado, * pero se me había pasado subirla al blog)
Nota: Para leer la glosa de Whitman, ir a las imágenes
de arriba, colocar el cursor sobre la que se desee leer, hacer click con el
botón de la izquierda, al abrir la imagen, hacer click con el botón de la
derecha, seleccionar "view image" o "ver imagen" y se
activará el zoom.
***
.
Entre los libros que más honda huella han dejado en mi
alma se encuentra “Días ejemplares de América”, de Walt Whitman. Un libro
conmovedor, compuesto de pinceladas y anotaciones iniciadas durante el año de
1862, en plena guerra de secesión. Es un libro al que de cuando en cuando
vuelvo, para leer al azar, cual un caminante que recoge frutos por el campo en
una travesía sin destino. Whitman cubrió sus libretas con vívidos bocetos de lo
que le tocó presenciar durante esa conflagración homicida entre hermanos, una
de las más cruentas del siglo XIX. El belicismo no es nada que el ser humano no
haya practicado desde tiempos inmemoriales. Pero resulta sorprendente que, a
pesar de los florecimientos civilizatorios de la humanidad, el hombre se siga
mostrando como la más bárbara de las especies que pueblan el mundo.
Parece increíble que los hombres hallen tantas razones
para tan empecinadamente matarse entre sí y tan pocas para disfrutar el regalo
de las llanezas con que les regala la naturaleza, esa diosa a la que Alfonso
Reyes nominara alguna vez como “dulzura ambiente”.
En medio de esa absurda mortandad, Whitman decidió ir
al teatro de la guerra, pero no como soldado, sino como enfermero voluntario y,
en buena medida, como escucha, como consolador de almas, como un imparcial
observador del exabrupto. Afirmo que estas páginas suyas logran conmover a
quien entregadamente las lee, con la misma potencia que puede alcanzar el más
iluminado de los poemas.
Notas de naturaleza contemplada, estertores de un
soldado malherido, la íngrima silueta de Lincoln a la luz de la luna,
sangrientos cuadros de guerra o pinceladas post mortem. Una de ellas, la
intitulada “Un millón de muertos”. Lo que parece, en un principio, un ejercicio
de enumeración caótica, va tornándose de repente en un río de batallas y de
seres inmolados. El épico zigzag de un carrusel plagado de fantasmas y seres
anónimos. Hubo una época de mi vida en que acostumbraba llevar ese libro bajo
el brazo y, al menor descuido, leerle esa cuartilla a un desprevenido amigo
(creo que he de volver a tal costumbre). Tal era mi necesidad de comunicar esa
develadora palabra. No soy misionero. Pero creo firmemente que debemos combatir
la humana sinrazón que avasalla al ser humano.
No he transcrito la glosa. Me he limitado a pasarla
por un scan y agregarla a este álbum de imágenes de la guerra de Secesión.
Espero que sea legible para quien (albergo esa esperanza) pueda sentir la
perentoria necesidad de leer ese texto. Lo hago impulsado por dos razones o,
mejor, tres: dos patentes y una subyacente. Una, porque me hallo inmerso en la
lectura de la novela Lincoln, de Gore Vidal, extraordinaria. Dos: porque, al
unísono, un amigo me envió un enorme archivo de fotos de la Guerra de Secesión
en los EEUU, del cual sólo agrego acá una mínima parte. Y tres, porque esos dos
eventos, aparentemente casuales, han venido a reiterar tantos años de sentida
admiración por ese libro de Whitman, por el alma humana allí representada y
porque, en el fondo, corrobora nuestra creencia de que pocas cosas en el
universo simbólico del ser humano llegan a ser casuales.
lacl
* 06/06/2012 Post scriptum, 30 de Mayo, 2019. Agregamos la glosa en su lengua original...
THE MILLION DEAD, TOO, SUMM'D UP
The dead in this war — there they lie,
strewing the fields and woods and valleys and battle−fields of the south —
Virginia, the Peninsula — Malvern hill and Fair Oaks — the banks of the
Chickahominy — the terraces of Fredericksburgh — Antietam bridge — the grisly
ravines of Manassas — the bloody promenade of the Wilderness — the varieties of
the strayed dead, (the estimate of the War department is 25,000 national
soldiers kill'd in battle and never buried at all, 5,000 drown'd — 15,000
inhumed by strangers, or on the march in haste, in hitherto unfound localities
— 2,000 graves cover'd by sand and mud by Mississippi freshets, 3,000 carried
away by caving−in of banks, — Gettysburgh, the West, Southwest — Vicksburgh —
Chattanooga — the trenches of Petersburgh — the numberless battles, camps,
hospitals everywhere — the crop reap'd by the mighty reapers, typhoid,
dysentery, inflammations — and blackest and loathesomest of all, the dead and
living burial−pits, the prison−pens of Andersonville, Salisbury, Belle−Isle,
(not Dante's pictured hell and all its woes, its degradations, filthy torments,
excell'd those prisons) — the dead, the dead, the dead — our dead — or South or
North, ours all, (all, all, all, finally dear to me) — or East or West —
Atlantic coast or Mississippi valley — somewhere they crawl'd to die, alone, in
bushes, low gullies, or on the sides of hills — (there, in secluded spots,
their skeletons, bleach'd bones, tufts of hair, buttons, fragments of clothing,
are occasionally found yet) — our young men once so handsome and so joyous,
taken from us — the son from the mother, the husband from the wife, the dear
friend from the dear friend — the clusters of camp graves, in Georgia, the
Carolinas, and in Tennessee — the single graves left in the woods or by the road−side,
(hundreds, thousands, obliterated) — the corpses floated down the rivers, and
caught and lodged, (dozens, scores, floated down the upper Potomac, after the
cavalry engagements, the pursuit of Lee, following Gettysburgh) — some lie at
the bottom of the sea — the general million, and the special cemeteries in
almost all the States — the infinite dead — (the land entire saturated,
perfumed with their impalpable ashes' exhalation in Nature's chemistry
distill'd, and shall be so forever, in every future grain of wheat and ear of
corn, and every flower that grows, and every breath we draw) — not only
Northern dead leavening Southern soil — thousands, aye tens of thousands, of
Southerners, crumble to−day in Northern earth. And everywhere among these
countless graves — everywhere in the many soldier Cemeteries of the Nation, (there
are now, I believe, over seventy of them) — as at the time in the vast
trenches, the depositories of slain, Northern and Southern, after the great
battles — not only where the scathing trail passed those years, but radiating since
in all the peaceful quarters of the land — we see, and ages yet may see, on
monuments and gravestones, singly or in masses, to thousands or tens of
thousands, the significant word Unknown.
(In some of the cemeteries nearly all
the dead are unknown. At Salisbury, N. C., for instance, the known are only 85,
while the unknown are 12,027, and 11,700 of these are buried in trenches. A
national monument has been put up here, by order of Congress, to mark the spot
— but what visible, material monument can ever fittingly commemorate that
spot?)
I would like to exist amid empty darkness, because
the world damages my senses cruelly and life afflicts me, impertinent lover
whispering bitter stories.
By then my memories will have abandoned me: now they
flee and return with a rhythm of ceaseless waves, they are wolves howling in
the night shrouding desert snows.
Reality’s disturbed symbol, movement respects my
fantastic asylum; moreover, I will have scaled it with death at my arm. She is
a white Beatrice, and, standing on the crescent of the moon, she will visit my
painful sea. Under her spell I will repose forever and I will no longer lament
offended beauty or impossible love.
.
(from Timon’s Tower,
1925)
.
Published
with the consent of the translator and author of "Jose Antonio Ramos Sucre
Selected works", Guillermo Parra.
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José Antonio Ramos
Sucre, Selected Works, translated by Guillermo
Parra (prologue by Francisco Pérez Perdomo)
Nota: Y aquí
agregamos el texto en su versión original. Siempre hemos pensado que pocos
textos pueden hacer tanto honor a su título, como lo hace esta glosa poética de
Ramos Sucre.
lacl . .
Preludio, José Antonio Ramos Sucre
Yo quisiera estar entre
vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me
aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.
Entonces me habrán
abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables
olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.
El movimiento, signo
molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado
del brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el
creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré
eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.