Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
ELOGIO DE LA LOCURA, ERASMO DE ROTTERDAM. Un par de apartados, lacl
Otro par de segmentos de ese libro maravilloso, tesoro de la humanidad, como lo es el ELOGIO DE LA LOCURA, o si se quiere, ELOGIO DE LA ESTULTICIA. Nunca nos cansaremos de elogiar a ese desaforado ser, que para representar a un príncipe de los necios sea tan inadvertidamente cáustico en sus peroratas. A los locos se les permite decir lo que sea. Total, se parte de la premisa de que han perdido toda capacidad para la especulación. Por lo que no deja de ser curioso que, teniéndoseles por dementes, digan verdades tan patentes ante las que los “cuerdos” no tienen otra opción que lo de sonreír con disimulo. En fin, no agrego más, pues más no hace falta, cuando tenemos a Doña Estulticia a tiro de piedra.
Salud, lacl.
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CAPÍTULO XXVI
IMPORTANCIA POLÍITICA DE LA NECEDAD
Mas, volviendo a mi propósito, ¿qué fuerza ha podido reunir en ciudades a hombres salvajes, rudos e ignorantes, sino la adulación? No otra cosa significan las simbólicas cítaras de Anfión y de Orfeo. ¿Qué fue lo que devolvió la concordia a la plebe romana, cuando ya estaba próxima a sucumbir? ¿Acaso un discurso filosófico? Nada de eso, sino el pueril y ridículo apólogo del vientre y de las demás partes del cuerpo, de análoga virtud que el otro de Temístocles sobre la zorra y el erizo. Ninguna disertación filosófica llegaría a producir un efecto semejante al que produjo aquella fábula de la cierva de Sertorio, o la de los perros de Licurgo, o también aquella otra, digna de risa, sobre la manera de arrancar los pelos de la cola del caballo del mismo Sertorio, y no quiero decir nada de Minos y de Numa, que gobernaron al pueblo necio con sus fabulosas invenciones. Tales son las tonterías que exaltan a esa enorme y poderosa bestia que llamamos pueblo.
CAPÍTULO XXVII
LA VIDA HUMANA NO ES MAS QUE UN JUEGO DE TONTOS
Pero, además, ¿qué estados quisieron adoptar alguna vez las leyes de Platón o de Aristóteles o las máximas de Sócrates? ¿Qué fue lo que determinó a los dacios a sacrificarse espontáneamente a los dioses manes, y lo que arrastró a Quinto Curcio hasta el abismo sin la vanagloria, esa encantadora sirena tan extraordinariamente vilipendiada por aquellos filósofos? Porque ellos os dicen que nada hay más necio que un candidato que halaga al pueblo para obtener sus votos, comprar con prodigalidades sus favores, andar a caza de los aplausos de los tontos, complacerse con las aclamaciones, ser llevado en triunfo como una bandera, y hacerse levantar una estatua de bronce en medio del Foro. Agregad a esto, continúan, la adopción de nombres y sobrenombres, los honores divinos otorgados a gentes que apenas merecen el calificativo de hombres, y los que en las públicas ceremonias se dedican a tiranos infames, equiparándolos a los dioses, y dígase si todo esto no es tan rematadamente necio, que no bastaría un solo Demócrito para reírse de ello. Y yo contesto: ¿Quién lo niega? Mas, a pesar de ser así, esa necedad es el manantial de donde nacieron los hechos famosos de los grandes héroes que han exaltado hasta las nubes los oradores y literatos; y ella es la que engendra las naciones, conserva los imperios, las leyes, la religión, las asambleas y los tribunales, porque la vida humana no es otra cosa que un juego de necios.
Hace pocos días he publicado un poema suyo. Y para acompañarlo adjunté una lectura suya de un poema muy celebrado del mismo Graves, The Cool Web. No he aguantado la tentación de intentar una versión personal. El título acaso puede parecer engañoso, pues aunque se lee literalmente como una fría telaraña establece otras relaciones que se van decantando verso a verso. Y la telaraña de pronto pasa a ser una red sutil.
Salud,
lacl
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LA FRÍA TELERAÑA
Robert Graves
Los niños están mudos para decir cuán caluroso es el día
Cuán calurosa es la esencia de la rosa de verano
Cuán intimidantes las zonas oscuras del cielo crepuscular
Y los erguidos soldados marchando al redoble
Pero nosotros tenemos arengas para enfriar el agrio día
y prédicas para apaciguar el cruel perfume de la rosa
Conjuramos letra a letra la noche intimidante
Conjuramos a los soldados y al sobresalto
Hay allí una aireada red de lenguaje envolviéndonos,
Retrayéndose del estentóreo goce o del excesivo miedo:
Nos volvemos verde-mar y al final fríamente morimos
Salados y en volubilidad.
Mas si dejamos que nuestras lenguas pierdan el dominio propio,
Deshaciéndose del lenguaje y de su aguado abrazo
Antes de nuestra muerte, en vez de cuando ella venga,
De cara al amplio resplandor del infante día,
Arrostrando la rosa, el oscuro cielo y las baterías,
Nosotros enloqueceremos, sin duda, y así moriremos.
Se enamoró de Rodaja y lo convirtió en Vidriera...
lacl, 01 de Octubre, 2020
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El Asno de oro de Apuleyo es ascendente, me parece, de la loca necedad que habla en el Elogio de la locura (o, más correctamente, de la estulticia) de Erasmo o de los iluminados posesos de Don Quijote o Vidriera de Cervantes, dos grandes desdoblados que, al cobrar vida o irrumpir en las personalidades de Alonso Quijano, el uno, o Tomás Rodaja, el otro, logran decir o hacer las locuras más sensatas que quepa imaginar en boca alguna....
lacl, 26 de Junio, 2020
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"...Sucedió que en este tiempo llegó a aquella ciudad una dama de todo rumbo y manejo. Acudieron luego a la añagaza y reclamo todos los pájaros del lugar, sin quedar vademécum que no la visitase. Dijéronle a Tomás que aquella dama decía que había estado en Italia y en Flandes, y, por ver si la conocía, fue a visitarla, de cuya visita y vista quedó ella enamorada de Tomás. Y él, sin echar de ver en ello, si no era por fuerza y llevado de otros, no quería entrar en su casa. Finalmente, ella le descubrió su voluntad y le ofreció su hacienda. Pero, como él atendía más a sus libros que a otros pasatiempos, en ninguna manera respondía al gusto de la señora; la cual, viéndose desdeñada y, a su parecer, aborrecida y que por medios ordinarios y comunes no podía conquistar la roca de la voluntad de Tomás, acordó de buscar otros modos, a su parecer más eficaces y bastantes para salir con el cumplimiento de sus deseos. Y así, aconsejada de una morisca, en un membrillo toledano dio a Tomás unos destos que llaman hechizos, creyendo que le daba cosa que le forzase la voluntad a quererla: como si hubiese en el mundo yerbas, encantos ni palabras suficientes a forzar el libre albedrío; y así, las que dan estas bebidas o comidas amatorias se llaman veneficios; porque no es otra cosa lo que hacen sino dar veneno a quien las toma, como lo tiene mostrado la experiencia en muchas y diversas ocasiones..."
(Fragmento de El Licenciado Vidriera)
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Sobre El licenciado Vidriera
Para una divagación en torno al licenciado Cervantino se puede consultar esta entrada:
Otra filigrana salida de la pluma de José Antonio Ramos Sucre. Muy pocas palabras le bastan para pintar un cuadro colmado de significancias. De tan apretada prosa suele surgir, en el lector, un metatexto o una meta imaginación.
Salud, lacl
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LA CONSEJA DE LOS ALABARDEROS
José Antonio Ramos Sucre
El ministro del rey había acusado los fines egoístas del cardenal encenagado en los deleites. Se encaraban a cada momento, animados de un odio venenoso. Habían nacido en el seno de la misma familia dinástica. Sus criados habían reñido al pie de la torre de un presidio.
El cardenal, acostumbrado a la seducción, había insinuado un discurso indigno en la mente de la hija del ministro, bajo el secreto de la confesión. No prosperó en su maldad, sino salió desengañado y ofendido.
Escogió una segunda vía para la desgracia de su malqueriente y dirigió las pasiones del rey liviano en perjuicio de la mujer inflexible.
El ministro se dispone a la defensa del honor y padece en su persona y en sus bienes. No sobrevive, en la oscuridad del calabozo, al cercenamiento de las orejas y a la tonsura, afrentas legales de los falsarios.
La hija del ministro desfallece en manos de unas religiosas innobles. Oye la referencia de su infortunio en la serenata irrisoria de los parciales del clérigo. Se pierde en conjeturas y alucinaciones y descubre una junta de ratas cabriolantes en torno de la mariposa de luz. Danzan de espaldas y ensayan corcovos, a la manera de las brujas.
Las religiosas la persuaden a la inmovilidad y al abandono de su resistencia. Le anuncian el fallecimiento de su progenitor y le muestran la aguja empleada en coserle el sudario y destinada a unir las cortinas de su lecho de prisionera.
Jorge Luis Borges fue una persona desprendida. Quisiera destacar ese rasgo antes de señalar algo ya sabido, como lo es el de que fuera también un gran antólogo. Su pasión por ofrendar es, suelo pensar, poco rescatada de su humana condición. Una pasión acaso alimentada por otra, de raigambre más oculta. Aquella en la que un genuino don para el asombro busca agua de beber ante algo que nace en el seno de una psique: la vital curiosidad. Solemos menoscabar la importancia de semejante nacimiento en el rasgo personal de todo prójimo. Pero, si bien vamos a verlo, sin curiosidad es poco lo que hacemos, poco lo que intentamos, poco lo que captamos de nuestro entorno. La curiosidad es un rasgo esencial de aquello que está animado por el soplo de la vida. Sin embargo ese rasgo suele ser, a su vez, desestimado; pasamos o solemos pasar desapercibidos por la innata curiosidad. Creemos, de pronto, que algo pasó desapercibido a nuestro lado, sin reparar que -en la mayor parte de los casos- somos nosotros los desapercibidos. La velocidad, que tanto auge ha cobrado en nuestro encandilado presente, aunada a la costumbre de enfocarnos en aspectos, si se quiere, mecánicos o mecanizados, en los pormenores que nos sustraen de nuestro tiempo vital en medio de un entorno que con engañoso lustro denominamos modernidad, logró copar la escena. Y con humana complicidad pareciera que no tiene la menor intención de abandonar el centro del entarimado.
Tendría yo unos 15 años cuando en mis manos cayera un libro intitulado "Estudios sobre el amor", de aquellas páginas recuerdo algo que no se borró nunca más (espero que la memoria no me traicione), en ella un señor llamado Ortega y Gaset decía que si la que la sociedad española estaba muerta era porque su sentido por la curiosidad estaba igualmente muerto y enterrado. Cuando seres como Borges ocupan su tiempo en seguir el rastro que otros -no muy distintos a uno o a nosotros- han dejado en la estela del tiempo, podemos percibir que lo que le mueve es un amor o una pasión y que ese amor o pasión nace de la vital curiosidad.
Acerquemos el diapasón a nuestro oído, buscando afinación: ¿qué es lo que hace resplandecer nuestra mañana? ¿la competencia con la hora por dar un paso antes de cada tic tac o el extraño sueño que te ha compartido tu pareja o el que te escucha un hijo o un amigo al teléfono? A esos nimios detalles me refiero. Pero no por nimios es que su olvido termina por arrasar el genuino soplo de una vida. Valga este inusitado e inesperado deslinde para ensalzar esa labor de quien colecta enigmas y bellezas para compartirlos con el prójimo.
Agregaré solamente algunos textos cortos invirtiendo, además, el orden, al incluir su prólogo al libro a pie de página...
Sslud, lacl.
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Un sueño habitual
El Nilo sombreado
las bellas morenas
vestidas de agua
burlándose del tren
Fugitivos
Giuseppe Ungaretti, Primeras (1919).
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Preparándose
En los procesos de sus sueños el hombre se ejercita para la vida venidera.
Friedrich Nietzsche
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El reflejo
Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las cuales una es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino el reflejo de lo invisible.
Zohar I, 39
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¿Verdad o no?
Cuando era muchacho, Bertrand Russell soñó que entre los papeles que había dejado sobre la mesita del dormitorio del colegio, encontraba uno en el que se leía: «Lo que dice del otro lado no es cierto.» Volvió la hoja y leyó: «Lo que dice del otro lado no es cierto.» Apenas despertó, buscó en la mesita. El papel no estaba.
Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).
Nota: Rodericus Bartius. Probablemente una colaboración con Roy Bartolomew o una recreación de Borges sobre un sueño o metatexto surgido de sus conversaciones con él. Rodericus Bartius sería una forma latinizada de su nombre.
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«¡Entre mí y mí, qué diferencia!»
Hacia el año 400 el hijo de Mónica y obispo de Hipona, Aurelius Augustinus, conocido después por San Agustín, redactó sus Confesiones. No pudo disimular su asombro ante las deformaciones y excesos que asaltan en los sueños al varón que, durante la vigilia, se atiene a su concepción ético-filosófica y a la doctrina cristiana.
«No por mí, sino en mí ha ocurrido», dice. «¡Entre mí y mí, qué diferencia!» Y el obispo da gracias a Dios por no ser responsable del contenido de sus sueños. La verdad, sólo un santo puede quedar tranquilo de saberse irresponsable.
Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).
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Lo consciente y lo inconsciente
En su autobiografía, Jung narra un sueño impresionante. (Pero cuál no lo es.)
Hallábase frente a una casa de oración, sentado en el suelo en la posición del loto, cuando advirtió a un yogui sumido en meditación profunda. Se acercó y vio que el rostro del yogui era el suyo. Presa de terror, se alejó, despertó y atinó a pensar: es él el que medita; ha soñado y soy yo su sueño. Cuando despierte, ya no existiré.
Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).
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Etcétera
El sueño es el grano de trigo que sueña con la espiga, el antropoide que sueña con el hombre, el hombre que sueña con lo que vendrá.
Raymond de Becker.
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Proverbios y cantares
XXI
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba.
XLVI
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía
y yo gritaba: ¡Despierta!
Antonio Machado.
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El sueño del rey
Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
—Nadie lo sabe.
—Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
—No lo sé.
—Desaparecerías. Eres una figura de un sueño. Si se despertara ese rey te apagarías como una vela.
Lewis Carroll, A través del espejo (1871).
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Prólogo
En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712), recogido en este volumen, Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.
Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras.
Este misceláneo volumen, compilado para el esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género, desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.
Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche —los que yo firmo, por ejemplo—, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.
El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que se anticipan al porvenir son menos precisos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.
Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nigthmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.
Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubal Khan, que fue don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad.
Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.
El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches.
No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo. Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.