Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
Encomio de la memoria. Del Nacimiento o Pesebre, una semblanza.
Porque son mundos vivos, en cada uno de ellos va una historia humana, un rastro, un pueblo, nuestro paso mínimo en medio de la inmensidad del cosmos. Querámoslo o no, hay una huella cultural profunda y, por lo tanto, cultual, del mundo de ayer que se fue levantando estoicamente como una hiedra en el muro de los días. Hiedra que podíamos percibir en las palabras de la madre, o en las lecciones de catequismo que, incluso en las escuelas laicas, se impartían a los imberbes. Y aunque estas lecciones pretendieran ganarnos para el catolicismo, lo que realmente lograron fue crearnos un corpus mítico y vivo de un pueblo ancestral. Y aquellas parábolas creadas (o, mejor, difundidas) para apuntalar una religión basada en la delación de un beso traidor se quedaron sin alma, sin techo y sin piso. En fin, al menos con el infante que fui no se logró el resultado deseado, el pespunte de sentido común que trae ya el infante no me lo permitió, por fortuna. Así que de los pesebres o nacimientos, lo que quedó marcado, para siempre, en nuestro corazón fue el anunciamiento de lo bello, lo bueno en el sentido de lo amablemente correcto, la anunciación de un prodigio para todos los seres humanos, humildemente representado en el advenimiento de una vida en medio de la más misérrima de las condiciones, en una barraca prestada.
Los pesebres o nacimientos son mundos vivos, en cada uno de ellos va una historia humana, renovada año a año, como el rastro de un pueblo que nos designaba, en presente, a todos los seres humanos. La pequeña e increíble historia de una aldea que a todos nos significaba o encarnaba en ese paso ínfimo bajo la arrobadora estampa de la noche, manto del cosmos.
Siempre me atacó esa presunción, desde mis primeros días, desde aquellos tiempos en que veía el amor con que mi madre levantaba sus nacimientos o pesebres. Al correr de los años, nada esperaba con tanto amoroso afán como que llegaran las navidades, para ayudar a mi madre a hacer ese mundo... Apostarle las luces, fabricarle estrellas tras un biombo en el que se dibujaba el cielo, esparcir las aguas de los arroyuelos transitando en quebradas la región (los hacíamos con hileras o tiras de traslúcido plástico enhebradas con tiras de papel plateado), colocarle las fuentes o glorietas que servían de mentideros a los habitantes de la pequeña comarca -siempre a su vera había un par de enamorados, una panadera y pastor de ovejas- e inventarle otras historias a hombres y luceros…
El Nacimiento o Pesebre vienen pues, a significar en nuestras costumbres algo que excede una doctrina de creencias, juramentos y penitencias. Simboliza la promesa de lo bello, de la vida que se renueva en armonía y año tras año, de la comarca de la que formamos parte; es un convite si se quiere mínimo, pero multiplicado a millares, a un convivir en paz entre los hombres.
Por fortuna, en casa cultivamos aún esa memoria. Una memoria colectiva que muchas personas han echado al cesto; y razón, en mi opinión muy personal, de que la cíclica promesa anual haya perdido tanto de su aura y magia. Al menos, en las costumbres de mi propia comarca, esa aldea en la que, en tiempos no tan lejanos, se sembraba la promesa de una renovación acompañada de un auto de fe, si se quiere, embadurnado de místico sentido de vida en colectivo.
Por dejar un rastro de lo memorado, acá dejo una ristra de
anotaciones recientes, suerte de impensado diario.
lacl, 30/11/2018 *******
Llorar no es una debilidad de espíritu, ni una evidencia de
estar ante una persona carente de temple, pues la aridez de aquellos parajes
donde deberían asentarse alma, emoción o sentimiento es acento de los
amputados de cielo. El acto de llorar no es siempre el mero acto quejumbroso de
un alma desguarnecida, sino (bien mirado y cuando un corazón ha logrado
mantenerse indemne ante los inveterados intentos de castración) el lance de
quien sabe, en su esencia interior y no en el espejismo de las “verdades
hechas”, que conmoverse no es derramar lágrimas mientras se esconde el rostro
en un hoyo negro, sino una elevación celeste, pues se puede llorar con alegría
y pundonor, arrostrando al cielo. Entonces las lágrimas afloran porque nacen
como el arroyo, dan de beber, alimentan al viajero y hasta sorprenden al
descaminado transeúnte que no sabe qué hacer ante la escena, si reírse,
conmoverse o voltear hacia otro lado y sin deseos de preguntarse si está vivo.
Quien se ha dado a la compasión acaso comprenda lo que intenta decirse en estas
no sé si ahogadas glosas. El con-moverse es un acto de elevación, no de viciadas
quejas.
lacl, 27 / 11 / 2018, mañaneando en la
escucha del “Filiae maestae Jerusalem” de Vivaldi…
*******
Se le ha montado un cerco a la cultura de la lentitud. La
avidez todo lo devora. La lentitud y la morosidad son factores fundamentales de
la cultura. Y la prisa desbordada, su enemiga. Un aliado del libro es la
morosidad. Y ya no hay tiempo para morosidades, ese es el lema. Aunque hay
otros males también, que tienden a apuntalar ese cerco. Y es que conviene a
ciertos gabinetes que el ser humano, en general, no lea y vaya perdiendo el
gusto por el culto de la palabra. Lo que se promueve son palabras amañadas. Sin
un culto por las palabras, en total libertinaje, no hay ideas. Y sin ideas no
hay propuestas, quizás, ni malos pensamientos… lacl,
24 /
11 / 2018
*******
Ante una nota que regenta la página o blog del grupo
Dimitri Lipo, en la que ya su título enuncia que la revista Poesía, publicación auspiciada
por la Universidad de Caracbobo (Venezuela) ya no circula ni entre poetas…
“…Es una verdadera lástima. Guardo varios de sus volúmenes
con amor en mis estantes. Lo compraba regularmente en las librerías donde
llegaba. Y hubo un tiempo en que me llegaba ese decano del periodismo poético
por medio de correo, aunque algunos no lo crean... Fue, acaso, debido a golpes
de la azarosa fortuna. En mi breve, pero definitivo paso por unas oficinas
ministeriales de cultura, me cupo la honra de organizar un encuentro de
revistas literarias. Corría el año noventa. Aquello fue en el CELARG. Acudieron
los representantes de unas 30 revistas, entre las que, por supuesto, Poesía no
dejó asiento vacante. De pronto el CELARG se vio plagado de poetas de todas las
generaciones. No sé, al paso de los años duele corroborar mucho de lo
anticipado allí, tanto en el foro, como en la cafetería, por gente tan
apreciada como Edmundo Desnoes, Rafael Cadenas, Francisco Pérez Perdomo, Adhely
Rivero, Freddy Castillo, Ramón Ordaz, entre muchos otros de igual valía: que el
asunto de la pertinencia o no de una revista literaria y esos infaltables
avatares que signan la precariedad de su existencia obedecen, no exclusivamente
a asuntos burocráticos, sino a una distorsión, cada vez más en ascenso, de las
bases del humanismo y la cultura. Por supuesto, tomando en cuenta que la crisis
de la burocracia es una clara manifestación de la crisis de la cultura y la
deshumanización presentes. Y, a la vuelta del paso de los años, ¿qué decir de
la crisis de egos que dejó regado entre los pasillos del CONAC ese encuentro
marcado por una abrumadora presencia de poetas? Pues, que ese encuentro fuera
reseñado por la prensa (especialmente El Nacional) de la manera en que lo hizo;
eso fue lo único resaltante para mucha gente de la “cultura” de oficio, desviación
de metas, puntos de cuenta y presupuestos. Y esa fue una de las razones de que
me alejara luego de la cultura oficialista. En fin, creo que una revista
literaria se hace como todas las creaciones que aspiran a rozar la belleza: han
sido hechas con y por amor a lo que se hace. Cabe preguntarse si lo que ha
entrado en crisis no será aquella zona donde se asientan los bebederos
afectivos, espirituales y sensitivos del ser humano…”
lacl, 24/11/2018
*******
El poema es un concierto.
lacl, 24/11/2018
*******
El Cestrum nocturnum o Dama de noche todo lo invade con sus
aromas. Es una pequeña flor de pámpanos que se multiplica en legión y cobra los
espacios y aires. Está en plenitud desde hace algunos días, pero a la hora del
pulmón, entre el silencio y la quietud, como que potencia su poder...
lacl 13 / 11 / 2018
*******
Y agrego un par de rescates de noches recientes. Del extraño
tomo de Don Anselmo di Testarutto, “Apotegmas contra la peste”, Turín, 1935,
que cayera en mis manos por obra del indecible azar.
* Político: Subespecie humana que se identifica por lucir
siempre cabellera engominada y aire respetable; suele lucir a la deriva, pero
es sólo treta para despistar. Gusta de reunirse en conciliábulos, en los que
sustituye su melena por desplegadas plumas de ganso, mientras pone sobre la
mesa toda la fuerza de su ingenio para subterfugios y ardides. La humanidad
todavía no se convence de que esta subespecie debería llevar un implacable
gendarme cosido a sus solapas las 24 horas del día...
Anselmo Di Testaruto, Apotegmas contra la
peste, Turín, 1935
* Hay padecimientos que obstaculizan el sereno
discernimiento, como lo es el que encarna en la base de toda vehemencia. Casi
resulta imposible el discernir, se hace cuesta arriba o al menos nace de una manera
contrahecha, dado que tal padecimiento tiene íntima relación con el impostor
que se oculta tras un ego inflado. Y en la base de todo fanatismo desfallece la
sed de tener -a todo trance- la razón, aunque más apropiado sería decir “la última
palabra”. Si le quitan ese gusto a quienes disimulan este padecer, ¿qué les
quedará? Desamparo en su total pureza. Pero es una pureza que no están
dispuestos a encarnar. Andar por la calle sin la casaca de su razón autoritaria
les causa pavor.
Apotegmas contra la peste, Anselmo di
Testarutto, Turín, 1935.
*******
La memoria es un gran tejedor y un re-constructor de la
humanidad. Una memoria que va siempre enlazada a los pensamientos del corazón,
-como señalara alguna vez, James Hillman-, y que es necesario cultivar, como el
más bello y frágil jardín de nuestra morada interior. Le confiero más poder a
esa memoria de pecho que a los combates de la razón.
lacl, 13112018
*******
Nota Bene:
Este blog no tiene fines de lucro. Los contenidos audiovisuales musicales acá publicados pertenecen a terceros. Cuando los difundimos en este espacio es eminentemente por un interés cultural, humanístico o artístico. Si alguno de esos contenidos no puede ser visto en este espacio podrán ser disfrutados en la red YouTube.
Me eximo de escribir una nota introductoria. Los poemas de Don Miguel, así como las entrevistas de José Pulido y Jesús Enrique Guedez son lo suficientemente generosas para redondear un alma... A la salud de todo hipotético lector. lacl
Entrevista
a Miguel Ramón Utrera, José Pulido. 15 de
octubre de 1981
Una gota de sangre en
el cuello de la camisa de blanca parece indicar que Miguel Ramón Utrera se cortó
afeitándose, pero su rostro es lampiño, sus manos están agarrotadas por la
artritis y no parece un hombre propenso a mirarse en un espejo. Probablemente
un insecto se murió tratando de picarlo.
Miguel Ramón Utrera, Premio
Nacional de Literatura, está sentado sobre periódicos en una silla dura,
en el interior de una casona construida a principio del año 1700. Diarios
viejos, revistas viejas, libros de ediciones olvidadas se van apelmazando,
pegando papeles con papeles. Hay alrededor jarras de peltre, vasijas con restos
de comida seca, y en el centro del patio unas rosas a medio morir, unos gatos
dormidos, unos capachos sin agua.
―Yo no acepto el
Premio Nacional de Literatura ―dice el poeta de San Sebastián de los Reyes sorpresivamente, como si el terrible
calor que se cuela por todas partes exigiera con premura una síntesis de sus
sentimientos.
Utrera explica
que agradece a sus amigos del jurado esa distinción y al poeta Pascual Venegas Filardo, quien siempre
ha deseado un reconocimiento para el poeta de San Sebastián.
“No sentí nada ante
ese premio porque eso lo repudio y me cae mal cuando viene. A José Ramón Medina le he dicho
muchas veces que yo no acepto premios ni placas ni condecoraciones, y todos
ellos saben que yo pienso así. Ahora siento que esto es muy conflictivo, porque
les hago quedar mal, pero yo no recibiré ese premio”, añadió Miguel Ramón Utrera.
Su voz es
parsimoniosa, clara. Aunque sus lentes tienen bastante aumento, se nota la
pequeñez de sus ojos castaños, pendientes de un tucusito que entra al patio y
se dedica a taladrar en un solo sitio una barrera de sol; luego pasa volando
cerca del rosal y se caen varios pétalos, que el poeta observa como diciendo
“ya no importa”.
Cuenta que no pudo
estudiar en la universidad, porque siempre se atravesó alguna circunstancia
adversa, y en una ocasión fue miembro honorario del grupo Viernes.
Confiesa que deseaba,
en realidad, ser médico y dedicarse a la investigación, pero la docencia lo fue
amarrando en San Sebastián.
Pasaron veinte años, se enfermó y tuvo que retirarse, pasando a una segunda
etapa de su vida: la producción de material histórico de la provincia, que él
denomina “historia marginal”.
Esa parece ser la
realidad de su existencia: se frustró un deseo íntimo y acogió la poesía y la
docencia como alternativa a la cual le puso todo el entusiasmo, aunque sin
olvidar jamás que Caracas no
estuvo abierta a sus medios de joven provinciano.
Tres amigos de su
infancia que estaban en la plaza Los Próceres de San Sebastián, Manuel Romero Pérez, José Rafael Conde y el
prefecto Manuel Neftalí Ramírez, señalaron que él trabajaba desde niño
para ayudar a su familia “ y llegaba hasta el río con nosotros a buscar agua en
un burro; andaba siempre estudiando arriba del burro”.
También dijeron que a Utrera no le gustan los
agasajos, los reconocimientos: “A veces vienen alumnos de liceos o ex alumnos
suyos a proponerle que sea padrino de promociones y no acepta”.
―¿Cuál es la razón
por la cual no acepta el premio? ―se insiste.
―Porque no creo en
premios, en ningún premio. He dejado de aceptar condecoraciones en varias
épocas. Creo que un mérito, cualquiera que sea, si es sólido, no necesita
galardones, el mérito solo basta ―responde.
―¿No cree usted que
ese reconocimiento beneficiaría en algo a esta población, a sus ex alumnos?
―No ―dice en el
acto―, a nadie se le eleva el mérito porque lo premien o lo condecoren. Toda la
vida he pensado así y lo he hecho un postulado pedagógico... ¿cómo voy a
aceptar ahora un premio, dígame? De nada valdría lo que he sostenido siempre si
ahora voy a claudicar. Lo siento por los amigos míos que se empeñaron en eso.
El reconocimiento de ellos es sincero. Además, hay otros con más méritos que yo
―apuntó Miguel Ramón Utrera.
Después explica que
hoy solo desea realizar una labor literaria regional, que produzca libros
útiles, algo así como lo que en su momento hizo Sergio Medina.
Considera que su
poesía es nativista y obedece a una filosofía de la vida, basada en el
simbolismo de la naturaleza. “Toda mi vida poética ha estado dedicada a eso: a
una interpretación lírica de la naturaleza”, comenta.
Respecto al acontecer
literario, a la actualidad literaria venezolana, opina que hay fallas: “Hay un
vacío que se nota después de la desaparición de Guillermo Meneses. En cuanto a la poesía, creo que sigue en la
misma situación desorientada que se planteó desde la última posguerra, hasta el
punto de que no existe ninguna representación especial. Se escriben y se
publican muchos versos, incluso libros muy delicadamente presentados, pero esta
producción no refleja mensajes sólidos”, expresa.
Utrera sostiene
que ello se debe, tal vez, a que el país sufre una influencia avasallante de la
política, la cual ha anulado, en parte, la facultad creadora en los jóvenes.
“Ya va para largo ese fenómeno”, acota.
Afuera el calor es
igual de alucinante y alguien deja caer una lata vacía al pavimento. Miguel Ramón Utrera se queda un
instante en silencio y dice que quiere hablar otra vez de los premios.
“Es que no me gustan
los premios ni ninguna manifestación exhibicionista que pretenda poner como
espectáculo el mérito de alguien, ¿entendió? Yo no voy a recibir el premio, no
sé qué van a hacer con eso”.
Se pasa una mano, que
antes ha dejado el bastón negro recostado a una pared de diarios envejecidos.
Una mano agarrotada y débil que aplasta los cabellos grises, como si quisiera
calmarse y estar seguro de lo que dice.
―Quiero aclarar que
no estoy marginado... que solo se margina quien no pone en práctica su
capacidad creadora o lo que piensa. Ese fulano concepto de que estoy marginado…
no es así. Mire: Yo me hice solo, no tuve apoyo familiar para ir a una
institución superior, tuve que trabajar en Caracas y estudiar a ratos, hasta lograr una licencia de
auxiliar de regente. Después me tuve que quedar en San Sebastián porque no había maestro para la escuela. Toda
mi vida útil quedó en ese trabajo, que me dio muchas satisfacciones.
―¿De qué vive usted?
―De mi pensión.
Pasan unos minutos y
agrega que no tiene hijos y es divorciado. La familia suya engloba un
presupuesto y así se resuelve todo. “No tengo que mantener a nadie y no me
falta nada”.
―Tiene muchos papeles
aquí.
―Sí. Pero este no es
mi sitio de trabajo. Siempre vienen estudiantes a buscar algo y se los doy. He
ofrecido material a varias instituciones para que no se pierda y no lo han
venido a buscar.
Se vuelve hacia el
reportero gráfico, dándose cuenta de que es una muchacha y le dice que no le
gustan las fotografías en camisa porque “parece que estoy en un hospital”. Se
va hacia un cuarto oscuro a buscar una fotografía que le gusta, pero no la
encuentra y aparece poniéndose un saco gris y una corbata delgadita. “Arrégleme
el cuello”, pide, y hace un gran esfuerzo para ponerse el saco. Los gatos no se
despiertan.
―¿Pertenece a algún
partido político? ―le preguntamos de pronto.
Parece que le
hubiésemos dicho una grosería. “No, jamás. Fui medinista, eso sí”.
Opina que no obstante
el avance tecnológico que hay en el mundo, el avance humano es muy poco.
―Subsisten ideas
destructoras de épocas antiguas, las naciones que progresan son enemigas entre
sí y no ofrecen un panorama de tranquilidad al mundo. Ese reflejo llega
hasta Venezuela― explica
pausadamente con ganas de hablar de esas cosas.
Sorprendentemente la
casa vibra y las puertas tiemblan. Como si fuera un terremoto.
―No se asusten: son
los aviones que rompen la barrera del sonido allá arriba. Siempre pasa eso.
¿En Caracas no es así?
No habla más sobre el
tema y pregunta si Oscar Guaramato está
en El Nacional.
―Dígale que le envío
un saludo. Un saludo para él especialmente― añade.
En una conversación
que se torna libre y hasta sin hilos, comenta que el Premio Nobel se lo deberían dar
a Borges, “a pesar de las
chocheras que dice”.
―¿Usted aceptaría un
premio así?
―Claro que no; ese
menos, porque es muy político. El
Premio Nacional de Literatura es un juego de niños en relación con el Nobel.
Se le pregunta si
tiene en preparación algún libro.
―La última poesía la
escribí hace año y medio... me han ofrecido la publicación de uno, pero me
horroriza un libro venido del erario público. Creo que la poesía no le interesa
a nadie, solo a algunos amigos, a los primos, a unas cien personas si acaso. No
me gustaría hacer un libro para tan pocas personas y menos con el favor de un
organismo.
Para Miguel Ramón Utrera la hazaña
política del siglo ha sido la erradicación del paludismo. “Se debería decir
antes y después de Medina,
porque él fue un héroe que acabó con ese mal, con el respaldo del viejo Antonio Gabaldón”.
Huele a gatos, a
papel con hongos, a rosas pudriéndose. Afuera hay un grupo de jóvenes en la
puerta de un abasto, pero no están pendientes de la casa de Utrera. En la plaza hay varios amigos
de su infancia, que se muestran preocupados porque dentro de dos años será el
cuatricentenario de San Sebastián “y
no se ha hecho nada”.
―¿El Premio Nacional
de Literatura para Miguel Ramón?
No sabemos qué es... sabemos que se lo dieron, pero Miguel Ramón no pudo estudiar...
él estudió solo, aunque parece que en Caracas estudió algo. No... Yo no creo
que acepte un premio... ¿es muy grande ese premio? ¡Menos lo acepta! ―comentan
sus amigos.
Autobuses rojos y
blancos, verdes y amarillos, llegan a la población y se van rápidamente. En
alguna parte hay un caballo, una gallina, el calor funde las letras de los
avisos de los bares.
Miguel Ramón Utrera sale a la calle un momento y los amigos no lo
saludan. Es como si estuvieran todos dentro de una casa donde el saludo sobra.
―Recibió esta mañana
un telegrama del ministro Luis
Pastori... ―revela uno de los amigos ancianos de la plaza.
Ya sobre eso Miguel Ramón Utrera había dicho,
dándole vueltas al telegrama en una mano, con dificultad.
―Esto es una cosa
infantil. Este Luis a
veces parece un niño...
La sombra temeraria
Esta sombra nos
sigue, de puntillas;
se oculta en todas
nuestras horas claras;
y así mismo se
infiltra en nuestras voces
con leves ademanes de
fantasmas.
La entrevemos,
siguiendo nuestros pasos,
y trepando por todas
las palabras;
inasible, fugaz, sin
rumbo fijo,
pero presente siempre
y siempre extraña.
Guardemos ya nuestras
mejores voces.
Deshilando las hebras
de este sueño,
esperemos la luz de
la mañana.
Cuando el día retorne
con sus sones,
en el diálogo puro
-lumbre y sueño-
se rasgará la sombra
temeraria.
(de Nocturnal)
Tiene ese secreto el
humo:
estar ausente y
cercano;
dejar huellas en el
aire
sin que se note su
paso.
Ser imagen de la vida
Y estar de su muerte
ufano;
Andar siempre
fugitivo
Y a la vez
encarcelado.
Tiene ese secreto el
humo:
Estar presente y
lejano.
(de Edades de la
Flor)
La flor ignorada
Alguien torna buscar ese aroma,
mientras bulle el verano.
en cruento, desolado torbellino.
Cuando ese hálito puro
colmaba las fecundas primaveras,
nadie alcanzó a medir sus leves hilos.
Nadie pensó que aquella aldea opaca
guardaría la lumbre del hechizo.
Alguien va a penetrar ese misterio,
volviendo a desandar el tiempo mismo
tras el aroma claro
que ahora es otro tiempo fugitivo.
Y encontrará, como la imagen cierta,
una ignorada flor que duerme, casta
junto al cristal del río
De Aquella Aldea, 1962
Ronda del arroyuelo
Arroyuelo claro,
arroyuelo raudo
que, a través del norte,
huyes del verano;
tras de ti, un grito
por cerros y campos:
—No huyas tan de prisa!—
claman los rebaños.
Pasos de cristal
quiebran por el prado
huellitas de armiño
y musgos plateados.
Corre el arroyuelo
con pasos de espanto:
—No huyas tan de prisa!—
gimen los rebaños.
Las mudas espigas
se visten de llanto;
sus rizos de lumbre
ya están enlutados.
Lloran las espigas,
lloran los guijarros:
—No huyas tan de prisa!—
lloran los rebaños.
Columpios de aljófar
el sol ha estrenado;
sus garras de sed
perdiera el verano.
Corre el arroyuelo
entre los sembrados:
—Viniste tan pronto!—
cantan los rebaños.
A sendas de nácar
pasos aromados.
El bosque fugaz
Puede convertirse en ave
el azahar de la niebla.
En humo puede trocarse
su arquitectura viajera.
Pero en una fronda blanca,
suave, pura, blanca y fresca:
un bosque frágil que huye
del vaho gris de la tierra.
Puede convertirse en ave
el azahar de la niebla.
Miguel Ramón Utrera, 1993, entrevista, Jesús Enrique Guedez