Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
Esta breve glosa fue subida a mi página personal hace casi un lustro. Me vi forzado (o, mejor, impulsado) a escribir y subirla desde un celular... Acá la dejo.
(lacl)
* * * * *
(18 de noviembre de 2011)
Me llevo bajo el brazo todos
los poemas del Chino. El cielo pronostica lluvia, una lluvia morosa para tocar
a la puerta. Ella, las nubes y yo lo sabemos; lo hemos conversado
previamente.
Excusa suficiente para el
alargue de mi partida.
Contra toda apuesta, logro
emprender mi derrotero bajo nubes presagiosamente plomizas.
A medio camino, en un paraje
lujuriosamente verde para una ciudad que fervientemente acalla los dislates de
la savia y bajo un cielo ennegrecido, me detengo y abro el libro...
Me regala un poema de
palabra justa, precisa, irreemplazable; por cierto, sin acentos, gesto que
agradece quien escribe desde un instrumento que nada pareciera saber de su
existencia o sus tonalidades. Claro, en contrapeso, el Chino ha colocado un par
de voces con enhe ...
Pero apartando estas
minucias, el poema es todo un regalo para estas turbias soledades que semejan
jornadas alumbradas por faros de luz sin alma ni calor...
Al leerlo, casi puedo decir
que siento una jovial y luminosa envidia. ¿Puede haber algo tan pertinente para
el pecho como un aguardado tiempo de vendimia?
TIEMPO DE VENDIMIA
Bajas como gaviota en
celo
En el primer peldanho de la
escalera
nos besamos hasta
manhana
Luego subes
cuidadosamente
para no tropezar con la
luna
.
(Escrito desde mi celular, para algo tiene que servir... Pido excusas si
se presenta un desliz...)
* Ed. de Fundarte, Víctor Valera Mora, Obra completa, 1994.
La poesía no reside únicamente en el verso.- A propósito de "A la sombra de los destellos", de Mario Amengual. La poesía no reside únicamente en
el verso. Lo está en el ver, lo está en el habla y lo está en la mera conversa.
Lo está en la desabrigada realidad, esa dama portentosa y subyugante a la que
se suele dar por materia vista. Y lo está en lo que, de tan evidente, pasamos,
minuto a minuto, por alto. Lo está en el vivir sin pretensiones, lo está en el vivir de los
recuerdos.
Y es por ello que me doy a recordar,
una vez más, que si algo se recuerda es por influjo del corazón. Ri-cor-dare,
en italiano, Re-cor-dar en nuestra lengua. Es recobrar, con nuestro corazón,
aquello que se da o ha de darse. Esto es lo que, sin ampulosidades ni centelleos
literarios, se nos brinda en el acerado y desnudo decir poético de Mario
Amengual.
Una poesía que siempre me ha traído al oído (y,
más precisamente, al oído interno de que hablaba Graves) las resonancias de la
voz de otro poeta de la calle, un poeta que mira todo a su alrededor -y, no
sabemos si casualmente, también oriundo de la Gran Bretaña-, como lo es David Herbert Lawrence.
¿Por qué digo esto? Porque
mucho me ha llamado la atención, en los últimos años, cierta insistencia sobre
el requisito de vuelo de estilo en la palabra como condición indispensable para
que la poesía salga a flote. Como si la palabra no debiera tocar tierra. Y a un
servidor le parece que hay poesía en la tierra como en el cielo. Y que no debe jamás
nadie asumir un dogma en cuanto a nada. La poesía es tan libre que puede
cantarse y decantarse entre el enigma de la palabra elucubrada y la sorpresa de
la realeza desnuda que, como un fogonazo, destella o estalla ante nuestros ojos,
sin descomedidos adornos.
Pienso, ante todo, que como
seres en los que la vida vibra, basta con tener ojos, oídos y poros abiertos para
impregnarnos de poesía. Y eso es algo que va mucho más allá de modas o estilos.
Es algo que va mucho más allá del culto de las opiniones, esa enfermedad
sagrada, según el glosar de Heráclito. Y va, también, mucho más allá del
mudable asunto de las cofradías literarias.
En la palabra de Mario que -adrede-
no llamo poesía, vibra precisamente eso: la poesía.
Precisión es una palabra que me
viene a la garganta cuando escucho, con el oído interno alguna frase suya. Pero
no es precisión de relojería, sino del decir.
Dejo aquí los primeros bocetos que
se desnudan en A la sombra de los destellos, un ramillete de estampas que ha
de ser presentado mañana en una librería de Caracas.
A
la sombra de los destellos
Mario
Amengual
*****
Me vino un olor
con su momento de mi infancia.
En la cumbre húmeda de Rancho
Grande
miraba yo unas matas precisas.
Mi padre, que estaba a mi lado,
dijo:
Helechos.
Y esa sola palabra
cortó la neblina
y se hizo múltiple verdor de
hojas rociadas.
*****
Esta otra mañana de infames
noticias,
tráfago mercantil y discursos
patrioteros,
la exalta una niña
que, tomada de la mano de su
abuela
y a cuyas rodillas apenas
llega,
lleva en su otra mano
una flor de cayena como una
ofrenda.
*****
Noimportaron
los días secos de la intransigencia,
allí
volvieron las gentilezas del corazón
y la fría serenidad del sueño.
*****
Tanta gente hundida
en los agobiantes problemas
domésticos
o del trabajo
(cuando no caen por el abismo
asfixiante del desempleo),
no ve
(¿cómo puede ver?)
el círculo del cielo que nos
ensalza.
*****
Las cosas nos poseen,
hablan por nosotros,
nos presentan,
dicen quiénes somos,
a quién pertenecemos,
revelan nuestros temores,
exponen nuestras creencias
y si intentamos librarnos de
ellas,
las cosas nos seducen y nos
halagan,
nos llevan por sus senderos
parciales,
nos obligan a perseguirlas
y a perder el sueño por ellas.
Las cosas nos compran y nos
venden,
aunque somos nosotros quienes
pagamos por ellas.
*****
Es el aire de esta noche
el aleteo de un murciélago agonizante.
De los rincones de la casa,
de la memoria indecisa,
se levantan voces
que me invitan a reconocerme.
No es cáscara repintada la
memoria,
no es vacío de honduras
ilustradas
sobre el lecho quebradizo de
aguas inquietas.
Algunas luces intranquilas
rompen la oscuridad encubridora
y la atención se divorcia del
pensamiento. *******
P. S. Las fotos han sido (obviamente) agregadas a posteriori y son cortesía de Luis Perozo Cervantes. Salud!
"...esto que no puede
decirse, es lo que se tiene que escribir..."
María Zambrano
Comentaba
Erasmo en su Elogio de la Locura que no debe “darse el nombre de locura a todo desorden o error de los sentidos o de
la mente … pero sí será loco el que, no tanto por insania como por debilidad de
juicio, se salga de lo común y habitual pues a éste será la locura la que le
haga tomar un asno por un mulo. Otro tanto le ocurriría al que oyendo rebuznar
a una asno, se figurase escuchar una música maravillosa”.
Y
no es otra la locura que toca la cabeza y entendimiento de Tomás Rodaja, cuando
muerde la carne de membrillo que se le ha ofrecido como señuelo. Había gozado y
defendido, Tomás, una autonomía condicionada con respecto a los pasos y
acciones que habría de dar y decidir en cuanto al rumbo de su vida. Ya, a la edad aproximada de once años, nos lo
encontramos durmiendo en soledad bajo la sombra de un árbol; es un muchacho,
hijo de labrador, que ha emprendido un camino de metas muy bien determinadas:
labrarse un destino propio. Tomás vive en una época en la que es posible llevar
a buen término lo que él sueña bajo el árbol cuando apenas es un mocoso:
alcanzar la fama. Él ha “oído decir que de los hombres se hacen los obispos”.
Sin embargo, para lograr sobresalir del cúmulo de hombres que luchan por ganarse
la honra de su nombre, es menester estar dotado de algunas condiciones
personales, amén de la voluntad suficiente como para sacrificarse en aras de
las intenciones y anhelos personales que alientan en el individuo y que éste se
ha trazado como norte y meta de su vida.
Tomás
da “muestras de tener raro ingenio”,
merced a lo cual puede pasar de criado a compañero; tiene la opción de pedir la
licencia de sus amos para volver a sus estudios y, una vez conseguida ésta,
mudar de opinión en el camino y tomar un rumbo muy distinto del que le llevaba
a los libros. Tomás dispone de un discreto grado libertad para decidir los
pasos que va dar y hacia dónde han de llevarle. Y eso no es todo: como no
quiere ir contra su conciencia, más quiere ir suelto que obligado. Para
conseguir los fines que se propone utiliza el brazo de su ingenio. Es decir, el
ingenio se hace carne e instrumento al servicio de su dueño. Sin el concurso de
su ingenio y de su natural habilidad no habría logrado que se le estimase.
Ha
venido a dar al mundo en días en los que comienzan a privar un espíritu de
competencia y un sentimiento de independencia del individuo con respecto a sus
semejantes. Espíritu y sentimiento que vamos a encontrar, en Tomás,
entretejidos en el afán e inclinaciones que dirigen y tutelan sus empresas. En
algunas ocasiones prevalecerá su espíritu de competencia y en otras su
necesidad de andar la vida sin compromisos que maniaten su individualidad. Él
ha crecido individuado del resto de los hombres, abocado a la tarea de persecución
de sus particulares intereses. Y en esto no se diferencia de los demás. Tomás
se mueve en un mundo de hombres apartados; él mismo cuida con celo su derecho a
mantenerse apartado y a prudencial distancia de cualquier persona que pueda
atentar contra su afán de independencia. Se mueve en un mundo en el que el
hombre puede tasar, fría y calculadoramente, la utilidad del vecino.
Pero
no todos los hombres son capaces de sobrellevar un albedrío de tal naturaleza,
vivir en un aislamiento como el que Tomás pretende y defiende para sí, sin que
se presente un menoscabo de su seguridad interior.A Tomás le pasan la factura en los contornos
de una fruta que puede o no tomar (porque lo cierto es que, hasta en esto,
tiene él autonomía; si muerde el anzuelo, es por el fruto de su propia
inadvertencia).
Ahora
bien, apartándonos de este sendero por el que venimos siguiendo a nuestro
personaje, quisiéramos referirnos a otro asunto que llama nuestra atención.
Somos de la opinión de que el pasaje en que Tomás come el membrillo que le
turba los sentidos y le deja “…sano y
loco de la más extraña locura…”, es algo más que una pura trama novelesca o
un simple recurso del escritor para poder seguir echando su cuento; es el
producto de una intencionada metáfora (aún cuando nos sea ofrecida de una
manera indirecta) ya no del narrador de la historia, sino del escritor que se
escuda detrás de él.
Tomás,
de libre individuo, pasa a ser objeto susceptible de ser conquistado, objeto de
amoroso deseo, por parte de “una dama de todo rumbo y manejo”; pero como tiene
una indomeñable voluntad de roca y “atendía más a sus libros que a otros
pasatiempos”, es menester ofrecerle un fruto engañoso con el que se le pueda forzar
el libre albedrío. Tomás, individuo que no se amaña a los requerimientos que
claman por su posesión, es víctima del afán de conquista que, como una cadena,
se propaga en el seno de la sociedad. Afán que, al propagarse, mengua al
individuo.
Cervantes,
como fino observador que aplicaba la lupa a todo lo que acontecía a su
alrededor para, luego, dar cuenta de ello en sus creaciones literarias, ha de
haber tenido muy presente esta situación de la que se aquejaba la casta de su
época, al idear lo que, repetimos, a nuestro juicio es una metáfora: la
infiltración, en el cuerpo de un individuo (Tomás), de un engaño que se guarda
tras la forma de un manjar apetecible o, por lo menos, aparentemente
inofensivo. Y esta metáfora nace de una intencionalidad del escritor que quiere
plasmar los sucesos que conciernen a la condición humana y brindar, de una
manera directa o indirecta, su dictamen sobre estos sucesos.
El
afán de conquista, hecho pulpa en el membrillo, es lo que realmente produce un
estado de “shock” en Tomás. Nos resulta paradójico, además, que le pueda sanar
la enfermedad del cuerpo, pero no la del entendimiento. Y aquí nos topamos con otra
metáfora de trascendencia, alusión paradójica: Tomás queda, en la opinión de
sus amigos y todos quienes le rodean, sano del cuerpo y loco del entendimiento.
La paradoja radica en que esa locura de Tomás se aloja en el creer que su
cuerpo está hecho de vidrio y no de carne y que, por ello, puede obrar en él el
alma con más prontitud y entendimiento.
Sin
embargo es una metáfora ambivalente. Si bien es cierto que, ahora loco, se sabe
hombre de vidrio, materia sutil y delicada y que, por ello, puede obrar en él
el alma con mayor eficacia y limpieza que en el caso de que su cuerpo fuese de
carne, materia pesada y terrestre, también es cierto que, ahora loco, se
apercibe de que su cuerpo es frágil; está expuesto a que le quiebren si se le
acercan. Debe cuidar de que no le toquen ni se le aproximen sus semejantes,
porque este acercamiento entre los hombres se ha tornado ponzoñoso y, más que
un encuentro, es un arremetimiento.
Debe,
por lo tanto, guardar las distancias:
“…les rogaba le hablasen apartados, porque no se
quebrase: que por ser hombre de vidrio, era muy tierno y quebradizo…”
No
debemos olvidar, por otra parte, que es a partir de este momento que comienza a
vivir una verdadera libertad:
“…determinaron de condescender con lo que él les pedía,
que era le dejasen andar libre, y así, lo dejaron…”
Su
nuevo estado le va a permitir nombrar las cosas por su nombre, sin la amenaza
de que le hagan tragar sus palabras. El hechizado membrillo le ha encendido el
remembrar. Y, desde el momento en que ese extraño lunático que ruega que nadie se
le acerque a riesgo de quebrarle, pasa a ser conocido como Licenciado Vidriera,
es cuando, a cuanta pregunta que se le hace, surge siempre de sus labios una pronta,
acerada y filosa palabra, para develar las miserias que se ocultan tras las togas,
labores y costumbres humanas. Y en esto encontramos gran afinidad con ciertas
opiniones expresadas por Erasmo en su Elogio de la Locura:
“…Peligroso es, desde luego, ir a los reyes y poderosos
con la verdad por delante; pero este peligro tórnase provechoso para mis locos,
puesto que hasta las injurias se las escuchen con deleite, y aquello mismo que
expresado por un sabio triste le llevaría a la horca, produce en labios de un
imbécil alegre y extraordinario regocijo…”
Es
probable que Cervantes haya leído este pasaje del libro de Erasmo, siendo, como
sabemos, un pensador (creo que sus escritos son reflexiones dramatizadas o
comediatizadas acerca del hombre) que muestra muchas coincidencias con el
contenido del pensamiento erasmista expresado en su “Elogio”. Pero lo más
relevante, en este caso, sería la forma como el artista que habita en Cervantes
le da vida y textura a este motivo. Lo que Cervantes no podía decir dentro del
círculo donde se movía, lo dice el loco Vidriera a voz en cuello y en tono zalamero.
Cervantes habla a través del loco que no es sino su desdibujado emisario.
Peligroso hubiera sido, para nuestro ingenioso escritor, ir con la verdad cruda
y descarnada por delante.
Ello
revelaría la necesidad casi imperiosa o la aspiración casi forzosa de brindar a
los hombres la imagen tangencial que de ellos recogía en el espejo de lo
cotidiano. Porque Cervantes fue hijo de sus obras, como diría otro de sus insignes
compañeros, Don Quijote. ¿Y qué mejor compañero que lo que siendo fruto de su
creación le apadrina?
Y
al concluir la lectura de esta breve, pero extraordinaria, novela de Cervantes,
tan sólo nos queda, en la memoria, la paradójica y dolorosa imagen de un
licenciado Rueda que, una vez “recuperada la cordura”, tendrá que valerse, en
adelante, del ingenio de su brazo, que no es otro que su fuerza, puesto que lo
que alcanzó por loco, le perdió por cuerdo.
Luis Alejandro Contreras
(*) Una lectura de El
Licenciado Vidriera, de Miguel de Cervantes.
Notas:
a)Este breve y añejo ensayo estuvo
delimitado por la lectura de tres únicos y extraordinarios libros: El
Licenciado Vidriera, Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes; El Elogio de
la Locura, de Erasmo de Rotterdam y El miedo a la libertad, de Erich Fromm.
Desafortunadamente he traspapelado las notas de a pie de página, notas que
tendré el placer de recoger nuevamente en alguna futura relectura.
b)Deliberadamente, he evadido el
asunto de discernir en torno al título que debería mostrar el famoso libro de
Erasmo. Si bien es cierto que estulticia sería la palabra más apropiada para la
traducción, también es cierto que es término desusado en nuestra lengua. La vía
más idónea para aproximarse al corpus semántico de lo que Erasmo nos quiso
transmitir es leyendo esa extraordinaria glosa, bien sea que se la titule
Elogio de la estulticia o Elogio de la locura.