Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick.
Un hallazgo, el de esta nota de Vallejo sobre las exequias de la amada Isadora, de quien recomendamos la lectura de sus memorias, intituladas simplemente como "Mi vida".
Salud!
lacl
Post Scriptum . - Ayer, por buscar más de Isadora,
me puse en aquello de las pesquisas y al
encontrar los hermosos y sugerentes dibujos de Edward Gordon Craig, comencé
como a calentar la mano. Estaba en la búsqueda de una glosa de Rubén Darío a
Isadora, no la conseguí (aunque la he conseguido justo esta mañana…) pero sí
conseguí la nota a sus exequias escritas por César Vallejo. Mery Sananes le
llama “nuestro César”. Y lleva razón en hacerlo así pues, ¿quién que de él haya
leído aunque sean unos cuantos versos no comienza a tenerle por suyo?
Acaso sean horas postergadas, en
lo colectivo, para llamados como los de Isadora Duncan, Walt Whitman, César
Vallejo y tantos otros, como igualmente nos apuntaba Mery, pero no hemos de
claudicar, porque en esencia sus llamas se mantienen vivas.
Las iluminadas palabras de
Isadora calan hondo de tan llanas que son, como lo es la vida, esa vida que se
viste de flor entre las páginas de sus memorias, llanamente intituladas
como “Mi vida”.
lacl, 03 - 06 - 2019
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Los funerales de Isadora Duncan
César Vallejo - París, Septiembre de 1927.
A esta hora están quemando en el Columbarium de París un
cuerpo natural.
Mientras cuarenta mil unidades de la Legión Americana,
desfilan del Arco del Triunfo al Hotel de Ville, están a esta hora quemando en
el cementerio del Pére Lachaise, las últimas falanges y los postreros carpos
del cuerpo, mediano y regular, de Isadora Duncan. Suenan, por el anverso de la
vida, del lado de los cowboys, vencedores de Verdún, bombos de primera y tibias
bárbaras y resuenan, por el reverso de la vida, del lado de la artista caída,
las sinfonías de duelo de Chopin y de Beethoven. La orquesta de Valvé está a
esta hora acompañando al cuerpo de la mujer más rítmica del mundo a danzar,
entre llamas verdaderas, el número más rojo y más cordial de las esferas. Raf
Lawton ejecuta luego el Concierto en Re de Bach…
Son los funerales, castos y sonrosados, de Isadora Duncan.
La pira griega recibe alegremente un leño antiguo, familiar por la estatura,
rico en esencias combustibles. Son los funerales, castos y dionisíacos, de
Isadora Duncan.
Al resplandor del fuego en que ahora está ardiendo el
cuerpo, humano y regular, de Isadora Duncan, vemos con nuestros ojos, humanos,
regulares, que es carne y nada más cuanto ha sido la bailarina de los pies
desnudos. Ni figura de los vasos griegos ni estatua de Tanagra. Ni velos
ligeros ni arabescos. Tampoco bajorrelieve antiguo ni la musa que juega a los
huesecillos sobre los arenales de Salamina.
La bailarina de los pies desnudos fue sólo carne viva, acto
caminante y orgánico del universo. ¿A qué más sino a carne puede aspirar el
ritmo universal? La más dinámica estatua del friso más perfecto, no vale en
euritmia una corriente de sangre que riega la segunda cabeza de un monstruo de
carne y hueso. Y en Isadora Duncan fue la carne más carne, el hueso más hueso,
el dolor más dolor, la alegría más alegre, la célula más dramática: todo para
violentar la inquietud del ser humano y para hacer la vorágine vital más
dionisíaca.
Isadora Duncan fue la bailarina más grande de la época y la
mujer más trágica de todas las mujeres. “La prodigiosa aventura de esta joven
americana -dice André Levinson- misionera de una estética nueva, no admite
rival en la historia de la danza y aún del teatro. La venida al mundo de
Isadora Duncan fue como la realización de uno de esos sueños que a menudo
consuelan a los hombres, en las horas sombrías de la historia: el retorno a la
edad de oro, la promesa del paraíso recuperado, en fin, aquel “estado de
naturaleza” que Juan Jacobo Rousseau había imaginado.
Ella venía a liberar al instinto de las trabas que le opone
la civilización y a hacer triunfar la emoción espontánea de la convención
razonada”. Y Fernand Divoire añade refiriéndose a la vida circunstancial de la
artista: “En verdad, Isadora Duncan, para todos los que la conocieron, estaba
desde hacía tiempo muerta. Esta mujer, cuya voluntad y aspiración no fueron
sino un inmenso impulso hacia la belleza, hacia la Libertad y hacia la
Juventud, había visto quebrarse de un solo golpe todas las fuerzas de su vida,
el día que un automóvil cayó en el Sena, ahogando a sus tiernos hijos, Patrick
y Deirdre. Desde aquel día, la vida de la Gran Bailarina no fue más que un
suicidio largo, voluntario y tenaz…”
Estos dos párrafos de Divoire y Levinson sintetizan lo que
ha sido Isadora Duncan: la creadora de la danza moderna y la mujer dramática
por excelencia. Norteamericana de San Francisco, penetró en el espíritu
dionisíaco de la danza pagana, bailando al pie del mismo Acrópolis. Al
presentarse, por la primera vez, en París, en 1903, predicó toda su estética en
estas breves palabras: “lo que es contrario a la naturaleza no es bello”.
Su aparición en el Theatre Sarah Bernhardt revolucionó la
plástica y el movimiento académico. Casó con Mr. Singer, el célebre fabricante
de máquinas de coser. Atacó, en la persona de las bailarinas de corset, a todo
lo que es artificio elaborado. Dirigió a Maeterlinck una carta, invitándole
exabrupto a crear con ella un hijo, que tuviese el genio de sus dos
procreadores.
Bailó por primera vez lo que antes se creyó que no era
bailable: las sinfonías de Beethoven, de Brahms y Chopin y los lieder de
Wagner. (Yo la vi en su último recital del Teatro Mogador, en julio de este
año, bailar -con ya moribundo brillo- la Sinfonía Inacabada de Schubert y
Tannhauser). Luego viajó por Viena, Berlín, Budapest, Moscú, donde se casó con
Sergio Essenin, el poeta comunista, que después suicidóse en 1925.
Todos sus hijos perecieron ahogados en el Sena. Murió
ahorcada por un velo, recorriendo en automóvil y a ciento veinte caballos de
fuerza, la luminosa Costa Azul, una tarde de estío de 1927. Su cuerpo, envuelto
en una túnica violeta, fue quemado en el Columbarium de París, entre lises,
rosas y margaritas y a los sones de un coro de canéforas. Biografía, como se
ve, digna de una tragedia de Esquilo.
Isadora Duncan acaba, de este modo, en un poco de humo
ligero y otro poco de ceniza. Pero la tierra retiene para siempre el latido de
sus pies desnudos, que ritman el latido de su corazón.
(Mundial, N. 385, 28 de octubre de 1927).
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GUARIDA DE LOS POETAS
¿Qué me da, que me azoto con la línea
y creo que me sigue, al trote, el punto?
¿Qué me da, que me he puesto
en los hombros un huevo en vez de un manto?
¿Qué me ha dado, que vivo?
¿Qué me ha dado, que muero?
¿Qué me da, que tengo ojos?
¿Qué me da, que tengo alma?
¿Qué me da, que se acaba en mí mi prójimo
y empieza en mi carrillo el rol del viento?
¿Qué me ha dado, que cuento mis dos lágrimas,
sollozo tierra y cuelgo el horizonte?
¿Qué me ha dado, que lloro de no poder llorar
y río de lo poco que he reído?
¿Qué me da, que ni vivo ni muero?
y creo que me sigue, al trote, el punto?
¿Qué me da, que me he puesto
en los hombros un huevo en vez de un manto?
¿Qué me ha dado, que vivo?
¿Qué me ha dado, que muero?
¿Qué me da, que tengo ojos?
¿Qué me da, que tengo alma?
¿Qué me da, que se acaba en mí mi prójimo
y empieza en mi carrillo el rol del viento?
¿Qué me ha dado, que cuento mis dos lágrimas,
sollozo tierra y cuelgo el horizonte?
¿Qué me ha dado, que lloro de no poder llorar
y río de lo poco que he reído?
¿Qué me da, que ni vivo ni muero?
Cesar Vallejo, forma parte de Poemas humanos, 30 Oct 1937
Cesar Vallejo, de brindis
Sergey Esenin and Isadora Duncan
Mención aparte los bellos dibujos de Edward Gordon Craig, padre de Deirdre, un creador sobre el que habremos de volver...
Isadora: Galería de imágenes
Isadora Duncan junto al gran amor de su vida Serguei Esenin 1922