Para Carlos Morales del Coso y su familia...
Hace un par de días pudimos, mi hijo y
yo, darnos a uno de esos gustos que antaño eran cosa cantada y hoy por hoy, grosso
modo, ha caído en general desuso. Me refiero al gusto de conversar. No tuvimos
todo el tiempo que hubiéramos deseado, pero sí el suficiente para explayarnos,
intercambiar pareceres y sentires y navegar, incluso, sin rumbo fijo sobre las
aguas de la palabra que se llevan los aires, una parte a los molinos del alma,
otra, al soplo mismo que todos compartimos al respirar. La palabra conversada,
aquella que brota del alma como las aguas que manan de una gruta, aquella que
busca el oído del prójimo para dar un abrazo sutil, pero sin privanzas, es
verbo que lava corazones. Lava el propio como lava el ajeno.
Principiamos la conversa con una
palabra de alerta sobre ese vivir afuera que, en un mundo sumido en la negación
de todo tránsito hacia regiones del alma, hoy se practica como un
encabalgamiento. Ese vivir afuera que niega todo contacto de nuestro fuero
interior con las regalías naturales que el mundo nos ofrece sin prisas. Un
vivir afuera, pero sin lazos auténticos con ese espejo sin fin que se perfila
más allá de la orilla del cuerpo.
No puedo negarme el, en ocasiones,
odioso papel de padre y mi comentario inicial venía al caso por el anhelo de que un ser
querido no extravíe nunca el camino o porque, en el caso de que algún día se le
extraviara, trajera al recuerdo algunas posibles veredas para el regreso. Pero
este comentario dio pie a la sabrosa conversa. Fuimos hacia adelante y hacia atrás,
como lo hace un poema, pero casi siempre en torno al asunto de lo arduo, cuando
no imposible, que es vivir plenamente el afuera, sin un cultivo de las tierras
que se despliegan al margen de ese río que camina plácida y lentamente en el
lecho del humano espíritu.
También
conversamos sobre el apretado tesoro que se encuentra en la breve poesía china,
como en las de otras regiones del mundo antiguo. Salió a flote un libro de cabecera: "Los dos nacimientos de Dionisio", de Robert Graves, que le he recomendado leer en algún momento de su devenir. Le ayuda a uno a aclarar su propio panorama. Luego de la alforja emerge la bella edición de El Caminante, de Hermann Hesse. Le leo Casa de labor, el texto de inicio que cierra con ese hermoso poema, Cementerio rural.
Él me leyó varios pasajes, pues también
venía al caso, de un libro cuyo título es Does it matter?, de Alan Watts, colección
de ensayos traducidos al castellano bajo el título de uno de los ensayos que
componen tal antología: El gran Mandala. ¡Y vaya si viene al caso! Es un libro
de lectura obligada en un siglo de tan iluminado oscurantismo. Entre tanto, yo apelé a mis Cantos a Shiva,
que llevaba en el bolsillo, nos regodeamos leyendo esa colecta de poetas vacana, cuyos versos datan de
entre ochocientos y mil años, de la lengua Kannada, lengua dravídica que se
habla en el sur de la India.
Un libro en el que ya estaba haciendo
un ejercicio de cábala: abrirlo al azar, leer y marcar la página, para luego
transcribir lo leído y enviarlo de regalo a un amigo que padece un momento de
trance y reveses emotivos. Y al hablar de un momento (acaso pueda pensarse en
un corte en el tiempo vivido) no queremos decir que no advirtamos que tal
"momento" o "instante" en el que nos enfrentamos a un
inevitable sacudón emotivo o estado de trance de nuestra sensibilidad, no sea,
en realidad, otra cosa que un crisol de eternidad. He querido juntar esta
colecta porque me mueve el afecto y porque la palabra de estos poetas que han
cultivado la poesía vacana es palabra que tonifica al escucha.
La conversa se vio interrumpida
alternativamente por algunas llamadas telefónicas, momento en el que aproveché
para seguir jugando a la cábala. Y, momento que aprovechó Sebastián para
estampar en una servilleta el boceto del señor Pekín que antecede a estas
palabras.
No
consigo el ejemplar de Does it matter? o El gran Mandala, en castellano, para
dejar algún fragmento de ese prólogo que tiene seducido a Sebastián. Pero, acá dejamos,
por los momentos y en ofrenda, lo transcrito de los Cantos a Shiva. Luego, si
es posible, agregaremos alguna palabra sobre los libros mencionados de Watts y de Hesse… Agregamos, por falta de tiempo para transcribir, pero también por amor al libro, las primeras palabras de El Caminante, en versión pasada por scan. Para leer a Hesse cómodamente, basta con hacer click con el botón de la derecha sobre las imágenes (sobre "view image") y luego ampliarlas con el zoom (+)...
A su salud, hipotético lector!
*
* * * *
En el vientre de su madre
el
niño no conoce el rostro de su madre
ni
tampoco su madre el rostro de él.
El
hombre, en el mundo ilusorio,
no
conoce al señor ni el señor a él,
Ramanatha.
(Devara Dasymaya)
*
* * * *
Haz
de mi cuerpo un laúd,
de
mi cabeza la caja de resonancia,
de
mis nervios las cuerdas,
de
mis dedos las clavijas.
Aférrame
estrechamente y ejecuta tus treinta y
dos cantos.
¡Oh,
Señor de los ríos encontrados!
(Basavanna)
*
* * * *
Con
cuerpo,
se
tiene hambre.
Con
cuerpo,
se
miente.
Oh,
tú, no me esclavices,
no
me tortures
otra
vez
por
tener un cuerpo:
corporízate
Tú por una vez
como
yo y observa
qué
pasa,
Oh,
Ramanatha.
(Devara
Dasymaya)
*
* * * *
Suponte
que cortas en dos
una
alta caña de bambú:
haz
una mujer con la parte de abajo,
un
hombre con la de arriba;
frótalos
hasta
que
se inflamen:
ahora dime,
¿el
fuego que ha nacido
Es
macho o hembra,
Oh,
Ramanatha?
(Devara
Dasymaya)
*
* * * *
Oh
enjambre de abejas
oh
árbol del mango
oh
luz de la luna
oh
pájaros
A
todos les suplico
un
favor:
Si en alguna parte ven a mi señor,
a mi señor blanco como el jazmín,
llámenme
y
muéstrenmelo.
(Mahadevikayya)
*
* * * *
La
sinuosidad de la serpiente
es
lo suficientemente recta para su madriguera.
La
sinuosidad del río
es
lo suficientemente recta para el mar.
Y
la sinuosidad de los hombres
es
lo suficientemente recta para nuestro señor.
(Basavanna)
*
* * * *
¿Si
este es mi cuerpo,
por
qué no obedece a mi voluntad?
¿Si
este es tu cuerpo,
por
qué no obedece a tu voluntad?
Es
claro,
no
es tu cuerpo
ni
mi cuerpo:
es el voluble cuerpo
del
ardiente mundo que tú has hecho,
Ramanatha.
(Devara Dasymaya)
*
* * * *
¿Por
qué debo
empuñar
la daga,
Oh
señor?
¿Qué
podría apuñalar,
de
dónde la desclavaría,
si
todo el mundo eres tú,
Ramanatha?
(Devara
Dasymaya)
*
* * * *
¿Pueden
las juntas, en sesión,
dar
limosnas a los hombres?
Todo
aquél que va a la guerra,
va
sólo a morir.
Sólo
uno en cien,
uno
en mil, tal vez,
logra
alancear al enemigo.
Oh
Ramanatha,
¿cómo
puede dar fruto
cada
flor de tamarindo?
(Devara
Dasymaya)
*
* * * *
Un
río que fluye
es
todo piernas.
Un
fuego que arde
es
todo bocas.
Una
brisa que sopla
es
toda manos.
Así,
señor de las Cuevas,
para
tus hombres,
cada
miembro es un símbolo.
(Allama
Prabhu)
*
* * * *
A
pesar de toda su búsqueda,
ni
siquiera pueden ver
su
imagen en el espejo.
Resplandece
en el círculo
que
hay entre los ojos.
El
que lo sepa
tiene
ya al señor.
(Allama
Prabhu)
*
* * * *
Devara
Desimayya,
Poeta
Vacana, India (Circa S. X)
Cantos
a Siva (o Shiva)
ADIAX
S.A., Barcelona, 1981
EL CAMINANTE, Hermann Hesse.
CASA DE LABOR
Junto a esta casa, me despido. Pasará mucho tiempo
antes de que vuelva a ver una casa semejante. Porque me estoy acercando al paso
de los Alpes, y aquí se termina la arquitectura septentrional alemana, así como
la lengua alemana y el paisaje alemán.
¡Qué hermoso es cruzar tales fronteras!
El caminante es en muchos aspectos un hombre primitivo, del mismo modo que el
nómada es más primitivo que el campesino. Pero vencer el sedentarismo y
despreciar las fronteras convierte a la gente de mi clase en postes indicadores
del futuro. Si hubiera más personas que sintieran mi profundo desprecio por las
fronteras, no habría más guerras ni bloqueos. No existe nada más odioso que las
fronteras, nada más estúpido. Son como cañones, como generales: mientras reina
el buen sentido, la humanidad y la paz, no nos percatamos de su existencia y
sonreímos ante ellas, pero en cuanto estallan la guerra y la demencia, se
convierten en importantes y sagradas. ¡Hasta qué punto significan durante
los años de guerra tortura y prisión para nosotros los caminantes! ¡Que el
diablo se las lleve!
Dibujo la casa en mi libreta de apuntes, y mis ojos se
despiden del tejado alemán, delas viguerías y frontones alemanes, de muchas
cosas íntimas y familiares. Una vez más siento un amor intensificado por todo
lo patrio, porque se trata de una despedida. Mañana amaré otros tejados, otras
cabañas. No dejaré aquí mi corazón, como se dice en las cartas de amor. Oh, no,
el corazón lo llevaré conmigo, también lo necesito en las montañas, y a todas horas.
Porque soy nómada, no campesino. Soy un amante de la infidelidad, del cambio,
dela fantasía. No me seduce encadenar mi amor a una franja de tierra. Todo
cuanto amamos sigue siendo sólo un símil para mí. Cuando nuestro amor se
detiene y se convierte en fidelidad y virtud, me resultaba sospechoso.
¡Dichoso
el campesino! ¡Dichoso el propietario, el virtuoso, el sedentario, el fiel! Puedo
amarle, puedo respetarle, puedo envidiarle. Pero he perdido la mitad de la vida
intentando imitar su virtud. Quería ser lo que no era. Cierto que quería ser
poeta pero, al mismo tiempo, un ciudadano. Quería ser artista y un hombre
de imaginación, pero también tener virtud y disfrutar de la patria. Tardé mucho
tiempo en saber que no se puede ser y tener las dos cosas a la vez, que soy
nómada y no campesino, pesquisidor y no guardián. Durante mucho tiempo me
he mortificado ante dioses y leyes que para mí eran solamente ídolos. Este fue
mi error, mi tormento, mi complicidad en la desgracia del mundo. Incrementé la
culpa y el tormento del mundo empleando la violencia contra mí mismo, no
atreviéndome a seguir el camino de la redención. El camino de la redención no
me lleva ni a derecha ni a izquierda, me lleva al propio corazón, y sólo allí está
Dios, y sólo allí está la paz.
Desde las montañas sopla una húmeda ráfaga; al
otro lado, azules y celestes islas contemplan nuestras tierras. Bajo aquellos
cielos seré feliz a menudo, y también a menudo sentiré la nostalgia del hogar.
El perfecto representante de mi especie, el vagabundo puro, no debería conocer
esta nostalgia. Yo la conozco, no soy perfecto, y tampoco pretendo serlo.
Quiero saborear mi nostalgia como saboreo a mis amigos.
Este viento hacia el
que trepo tiene una maravillosa fragancia de lejanía y de otro mundo, de aguas
divisorias y fronteras lingüísticas, de sur y de montañas. Está lleno
de promesas.
¡Adiós, pequeña casa de labor y paisaje de la patria! Me
despido de vosotros como un adolescente de su madre: sabe que ya le ha llegado
la hora de separarse de ella, y sabe también que nunca podrá abandonarla del
todo, aunque tal fuera su deseo.
Cementerio
rural
Sobre
cruces torcidas, hiedras en manto,
sol
amable, fragancia, de abejas el canto.
Los
que aquí yacéis, sed bienaventurados,
en
el seno de la buena tierra abrigados.
¡Dichosos,
volvéis al dulce hogar,
al
anónimo regazo materno, para descansar!
¡Mas,
oíd, las abejas, zumbido y vuelo,
me
cantan sed de vida y un existencial anhelo!
Del
hondo sueño de las raíces mana
una
urgencia de luz en la mañana,
ansias
de vida, desde la oscuridad,
se
transforman, pidiendo actualidad,
y
la Madre Tierra, con regios alientos,
se
estremece en imperiosos nacimientos.
Con
sus tumbas, el camposanto entero
no
es más que un sueño, nocturno y ligero.
El
humo no es más que el sueño de la muerte,
y,
como un leño, el fuego de la vida crepita fuerte.
.
Texto que abre ese hermoso libro
que es El caminante, de Hermann Hesse.