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jueves, 30 de noviembre de 2023
D H Lawrence APOCALYPSE [ Apocalipsis ] / Pentagrama Us and them ...
David herbert Lawrence.
De su libro Apocalipsis dejamos acá el capítulo I. Como suele suceder con Lawrence, sus planteamientos escarban zonas inimaginadas o no previstas por la tradición. Y suelen brotar igualmente derroteros no transitados por un pensamiento acostumbrado a tomar siempre las mismas vías. David Herbert escribió, escribió y escribió; y durante los últimos momentos de su breve paso por este mundo se dedicó a dejarnos este legado de la revelación a una luz asaz distinta. Debido a la extensión de su tratado no podemos colocar aquí el libro completo, pero iremos dejando algunos capítulos en el transcurso de los tiempos venideros, si los buenos hados nos lo permiten. La intención de publicar estos contenidos no es la de generar polémicas o sembrar rencillas respecto a creencias religiosas o espirituales sino a abrir un derrotero que amplíe la visión más allá de los dogmas. Lo que plantea Lawrence en el primer capítulo es apenas la punta del iceberg, es tan solo el abre boca. No se crea que su libro es un ensayo de imprecaciones, nada más alejado de ello. Como hijo de minero David Herbert incursiona en una veta en búsqueda del mineral puro de la revelación y hay que leer los capítulos siguientes para comprenderlo. Razón por la cual pienso agregar algunos capítulos más en el hilo del tiempo venidero.
Nunca dejaré de agradecerle lo suficiente al querido maestro Rafael Cadenas el habernos presentado a este caballero de la pluma, el pensamiento y la vida anímica que fue David Herbert Lawrence.
Salud, lacl.
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I
Apocalipsis significa sencillamente Revelación, aunque esto no tiene nada de sencillo: los hombres se han devanado los sesos durante cerca de dos mil años para averiguar lo que revela exactamente toda esa orgía de misterio. A la mente moderna, en conjunto, le desagrada el misterio, y por ello quizá de entre los libros que componen la Biblia, la Revelación le resulta el menos atrayente.
Yo mismo experimento, en principio, ese sentimiento. Desde mi infancia hasta la edad adulta, como cualquier otro niño inconformista, me vertieron a diario la Biblia en mi conciencia impotente, hasta casi llegar a un punto de saturación. Mucho antes de que uno pudiera pensar o siquiera comprender vagamente, su mente y su conciencia recibían la ducha de ese lenguaje bíblico, de esas «porciones» del Libro, hasta que le empapaban y se convertían en una influencia que afectaría todos los procesos de la emoción y el pensamiento. Y por eso hoy, aunque he «olvidado» mi Biblia, sólo tengo que empezar a leer un capítulo para darme cuenta de que la «conozco» de una manera tan determinada que casi provoca náuseas, y debo confesar que mi primera reacción es de desagrado, repulsión e incluso resentimiento. La Biblia es ofensiva para mis instintos.
Ahora veo con bastante claridad el motivo de que esto sea así. No sólo vertieron la Biblia, dividida en porciones, en mi conciencia infantil día tras día, año tras año, de buen o mal grado, tanto si la conciencia podía asimilarla como si no, sino que también día tras día, año tras año, me la explicaron dogmáticamente y siempre desde un punto de vista moral, tanto en la escuela normal como en la dominical, en casa o en organizaciones como la Asociación de la Esperanza o el Esfuerzo Cristiano. La interpretación era siempre la misma, tanto si quien la daba era un doctor en teología desde el púlpito, como el corpulento herrero que era mi maestro en la escuela dominical. No sólo hollaban verbalmente la conciencia con la Biblia, como innumerables pisadas en una superficie dura, sino que las huellas de esas pisadas eran siempre mecánicamente iguales, la interpretación estaba fija, por lo que todo interés verdadero se perdía.
Ése es un proceso que frustra sus propios fines. Si bien la poesía judía cala en las emociones y la imaginación, y la moralidad judía afecta a los instintos, la mente se vuelve testaruda, resistente y, al final, repudia toda la autoridad de la Biblia y se aparta de todo el conjunto del Libro con una especie de repugnancia. Esto es lo que les ha ocurrido a muchos hombres de mi generación.
Un libro vive en la medida en que no ha sido sondeado; en cuanto su misterio se desentraña, muere enseguida. Resulta asombroso lo distinto que es un libro cuando lo releemos al cabo de cinco años. Algunos libros ganan inmensamente, son algo nuevo, diferentes hasta el extremo de hacer que uno se interrogue por su propia identidad. Y a la inversa, hay libros que pierden muchísimo. Cuando releí Guerra y paz, me sorprendió descubrir cuán poco me conmovía, y casi me espantó pensar en el entusiasmo que experimenté en otro tiempo y que ya no sentía.
Así pues, cuando se desentraña el misterio de un libro, cuando se le conoce y su significado queda fijo o establecido, ese libro muere. Un libro sólo vive mientras tiene el poder de conmovernos, y conmovernos de una manera distinta; mientras nos parezca diferente cada vez que lo leemos. Debido a la inundación de libros superficiales que realmente se agotan con una sola lectura, la mente moderna tiende a pensar que todos los libros son iguales, que se consumen con una sola lectura, pero esto no es cierto y, gradualmente, la mente moderna lo comprenderá de nuevo. La auténtica alegría que proporciona un libro radica en la posibilidad de leerlo una y otra vez y encontrarlo siempre diferente, en tropezar con otros sentidos y hallar otro nivel de significado. Como de costumbre, es una cuestión de valores: estamos tan abrumados por las cantidades de libros que ya apenas nos damos cuenta de que un libro puede ser valioso, así como una joya o un precioso cuadro son valiosos, objetos que uno puede contemplar con una atención creciente, obteniendo cada vez una experiencia más profunda. Es muchísimo mejor leer un libro seis veces, a intervalos, que leer seis libros distintos, porque si un libro determinado puede atraerte para que lo leas seis veces, la experiencia será más profunda en cada ocasión y enriquecerá todo tu espíritu, tanto en el aspecto emotivo como en el intelectual, mientras que seis libros leídos una sola vez no son más que una acumulación de interés superficial, la cargante acumulación de los tiempos modernos, la cantidad sin valor auténtico.
Ahora veremos al público lector dividido de nuevo en dos grupos: la gran masa, que lee por diversión y por un interés momentáneo, y la pequeña minoría, la cual sólo quiere los libros que tienen valor en sí, libros que proporcionan experiencia y cuya relectura permite profundizar en esa experiencia.
La Biblia es un libro que nos han matado temporalmente, o así ha sido para alguno de nosotros, al fijar su significado de una manera arbitraria. Tal es nuestro conocimiento de este libro, en su significado superficial o popular, que está muerto y ya no nos ofrece nada más, y lo que aun es peor, por un viejo hábito que casi equivale a un instinto, nos impone una clase de sentimiento que ahora nos repugna.
Detestamos el sentimiento de «capilla» y de escuela dominical que la Biblia debe imponernos necesariamente. Queremos librarnos de toda esa vulgaridad, pues éste es el término más apropiado.
Tal vez el más detestable de todos esos libros de la Biblia, tomada superficialmente, es la Revelación. Estoy seguro de que hacia los diez años de edad, había escuchado la lectura de ese libro, y lo había leído más de diez veces incluso, sin prestarle realmente atención; y a pesar de mi desconocimiento y de que no pensaba en ello, no me cabe ninguna duda de que siempre me produjo un enorme desagrado.
Ya desde mi primera infancia, y al principio sin percatarme siquiera, detesté la manera beata, ampulosa, solemne y siniestra en que todo el mundo leía la Biblia, tanto los párrocos, como los maestros o como la gente corriente. No me gusta la voz del párroco que remacha su sermón en mi cerebro, y recuerdo que esa voz, siempre desagradable, lo era en grado sumo cuando hablaba de algún fragmento de la Revelación. Incluso cuando recuerdo las frases que me fascinan, no puedo dejar de estremecerme, porque sigo oyendo la declamación siniestra de un clérigo no conformista: «Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco; el que lo monta se llama […]». Al llegar aquí mi recuerdo se detiene de súbito, borrando a propósito las siguientes palabras: «Fiel y Veraz». Ya de niño detestaba la alegoría, que la gente tuviera nombres de meras cualidades, como ese individuo del caballo blanco, llamado «Fiel y Veraz». De la misma manera, nunca pude leer El caminar del peregrino. En mi infancia aprendí de Euclides que «el todo es mayor que la parte», y supe de inmediato que eso resolvía para mí el problema de la alegoría. Un hombre es más que un cristiano, un jinete en un caballo blanco debe ser más que una mera encarnación de la Fidelidad y la Verdad, y cuando las personas no son más que personificaciones de cualidades, dejan de ser personas para mí. Aunque de joven casi amaba a Spenser y su Faerie Queen, tenía que tragar en seco su alegoría.
Siempre, desde mi niñez, el Apocalipsis y yo hemos sido antagónicos. En primer lugar, su espléndido lenguaje figurado es desagradable debido a su falta absoluta de naturalidad. «Delante del trono había como un mar transparente semejante al cristal.
En medio del trono, y en torno al trono, cuatro bestias llenas de ojos por delante y por detrás. La primera bestia, como un león; la segunda bestia, como un novillo; la tercera bestia tiene un rostro como de hombre; la cuarta bestia es como un águila en vuelo. Las cuatro bestias tienen cada una seis alas, están llenas de ojos por fuera y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: “Santo, Santo, Santo Señor, Dios
Todopoderoso, Aquél que era, que es y que va a venir”». Un pasaje como éste era enojoso e irritante para mi mentalidad infantil, debido a su pomposa falta de naturalidad. Si es lenguaje figurado, sus imágenes son inimaginables. ¿Cómo es posible que cuatro bestias estén «llenas de ojos por delante y por detrás», y cómo pueden estar «en medio del trono y en torno al trono»? No pueden estar en un sitio y en otro al mismo tiempo. Pero éste es el tenor del Apocalipsis.
Gran parte de las imágenes carecen por completo de sentido poético y son arbitrarias, algunas resultan francamente repugnantes, como atravesar ríos de sangre, el manto del jinete empapado en sangre y la gente que se lava con la sangre del Cordero. Frases como «la ira del Cordero» son en principio ridículas. Pero tal es la fraseología imponente y el lenguaje figurado de las capillas no conformistas (disidentes de la Iglesia anglicana), todos los Bethels de Inglaterra y Estados Unidos, todos los Ejércitos de Salvación. En todas las épocas se ha dicho que la religión vital se encuentra entre las gentes iletradas.
Precisamente entre las gentes iletradas sigue extendida la Revelación, la cual, a mi modo de ver, ha tenido, y quizá sigue teniendo, una influencia real aún mayor que la de los Evangelios o las grandes Epístolas. La furibunda denuncia de reyes y gobernantes, y de la prostituta que se sienta sobre las aguas, despierta totalmente las simpatías de una congregación de mineros del carbón y sus esposas, reunidos la noche del martes en la gran capilla pentecostalista semejante a un establo. Y las palabras en mayúsculas: MISTERIO, BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE RAMERAS Y ABOMINACIONES DE LA TIERRA emocionan hoy a los viejos mineros como emocionaron a los campesinos puritanos escoceses y los más feroces de los cristianos primitivos. Para aquellos cristianos de las catacumbas, Babilonia la
Grande significaba Roma, la más grande ciudad y el mayor imperio que los persiguió.
Y mayor fue la satisfacción de denunciarla y conducirla a lo máximo, máximo dolor y destrucción, con sus reyes, su riqueza y su arrogancia. Después de la Reforma,
Babilonia fue una vez más identificada con Roma, pero ahora se identificaba con el Papa, y en la Inglaterra y la Escocia disidentes y protestantes se sucedían las condenas de Juan el Divino con el grito imponente: «¡Cayó, cayó la Gran Babilonia!
¡Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas y detestables!». Hoy siguen pronunciándose esas palabras, y a veces todavía se arrojan contra el Papa y los católicos romanos, quienes parecen levantar de nuevo sus cabezas. Pero todavía con mayor frecuencia, Babilonia se identifica hoy con los ricos y malvados que viven en el lujo y practican la prostitución allá en la vaga distancia, en Londres y Nueva York, en París, el peor lugar de todos, y que jamás en su vida han pisado la «capilla».
Es muy agradable, si uno es pobre pero no humilde —y los pobres pueden ser serviles, pero casi nunca son realmente humildes, en el sentido cristiano— provocar la caída, la destrucción total y el desconcierto de los poderosos enemigos mientras uno asciende a la grandeza. Y en ningún otro lugar sucede esto de un modo tan espléndido como en la Revelación. El gran enemigo a los ojos de Jesús era el fariseo, que insistía en la letra de la ley. Pero el fariseo es demasiado remoto y sutil para el minero y el obrero industrial. El Ejército de Salvación que predica en la esquina de la calle no suele bramar contra los fariseos, sino que lo hace acerca de la Sangre del Cordero, Babilonia, el pecado y los pecadores, la gran ramera y los ángeles que gritan ¡ay, ay, ay!, y los recipientes que vierten plagas horribles. Y, por encima de todo, hablan de la Salvación, de que nos sentaremos en el Trono con el Cordero, reinaremos en la Gloria y tendremos una vida eterna, viviremos en una gran ciudad de jaspe con puertas de perlas, una ciudad que «no necesita sol ni luna que la alumbren». Si uno escucha al Ejército de Salvación, oirá que van a ser realmente imponentes cuando lleguen al cielo. Entonces te abrirán los ojos y te pondrán en el lugar que te corresponde, a ti, persona que te crees superior, hijo de Babilonia: irás a revolcarte en el azufre del infierno.
Así es todo el tono de la Revelación. Cuando hemos leído unas cuantas veces ese libro altivo, nos damos cuenta de que Juan el Divino tenía, a primera vista, un proyecto grandioso de extirpar y aniquilar a cuantos no pertenecieran a los elegidos, el pueblo elegido, en una palabra, y de ascender él mismo directamente al trono de Dios. Los miembros de las sectas disidentes en Inglaterra, se apropiaron de la idea judía del pueblo elegido. Ellos eran los elegidos o «salvados», e hicieron suya la idea judía del triunfo final y el reinado del pueblo elegido. Dejarían de ser perros famélicos en la tierra para ser perros bien cuidados en el cielo, y si no llegaban a sentarse en el trono, por lo menos se sentarían en el regazo del Cordero entronizado.
Esa doctrina puede oírse cualquier noche al Ejército de Salvación o en cualquier Bethel o capilla pentecostalista. Si no es Jesús, es Juan, si no es el Evangelio, es la Revelación. Se trata de religión popular, distinta de la religión seria.
(CONTINUARÁ...)
Poemas apócrifos sobre la unidad.¿Poesía marginal o poesía al margen?
No queda sino el recuerdo de los cantos.
Me siento al margen-
dando la vuelta-
analizando mi silencio,
(en esta casa no hay ventanas) construyendo lo posible
con manos demasiado pequeñas.
Por el color de una consigna
De los dos nacimientos de Dionisio, el libro de ensayos de Robert Graves: ¿ Qué es lo que no ha ido bien ?
Palomares, Paisano. Uno de nuestros más hermosos libros de poesía.
Las hermosas ilustraciones estuvieron a cargo de Mateo Manaure.
Salud, lacl.
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jueves, 23 de noviembre de 2023
Juan David García Bacca, Refranero poemas, sentenciario de los primeros filósofos griegos
De mi añejo librillo Refranes pre-socráticos, sencillo e invaluable legado recibido en virtud de la tesonera y abnegada pasión de un amante del cavilar llamado Juan David García Bacca, dejamos acá en ofrenda algunos preceptos sentencias o adagios recogidos en las aguas colectadas por los siete sabios.
Salud, lacl.
REFRANERO CLÁSICO GRIEGO.
Sentencias de los siete sabios.
I
Cleóbulo el Línbico dijo :
Lo óptimo : la mesura.
Hay que reverenciar al padre.
Ten cuerpo y alma en bello y buen estado.
Sé buen oidor y no gran hablador.
II
Solón, el Ateniense dijo :
Nada en demasía.
Huye de aquellos placeres que paren tristezas.
No digas que hay justicia mayor que la de ser justo para los que nos engendraron.
Sírvate lo aparente de indicio para lo inaparente.
III
Quilón, el lacedemonio, dijo :
Conócete a ti mismo.
No gastes mucho en bodas.
Ten por dichoso al muerto.
Reverencia a los ancianos.
No corra tu lengua más que tu entendimiento.
Manda sobre tu ánimo.
No andes precipitadamente.
Ni hagas aspavientos, que es de locos.
IV
Tales, el Milesio dijo :
No trabajes por ser bello de rostro, sé más bien bello de obras.
No dudes en mimar a los padres.
De tu padre no tomes lo vil.
Cuanto des a tu padre, otro tanto en tu vejez recibirás de tus hijos.
Sea tu oráculo la mesura.
V
PÍtaco, el Lesbio dijo :
No reprendas al ocioso, que sobre él pesa ya la venganza de los dioses.
Dificultoso es prever el porvenir, más seguro es dar una mirada al pasado.
VI
Bías, el Prieneo dijo :
SI, al mirarte al espejo, te apareces bello, debes procurar que tus acciones sean bellas; si te apareces feo con una bondad bella-de-ver has de enderezar lo que de belleza natural te falte.
Odia el hablar ligeramente, no sea que faltes y tengas por consecuencia de arrepentirte.
No seas ni de natural bonachón ni de natural malicioso.
Si haces algo bueno atribúyelo a los dioses, no a ti mismo.
VII
Periandro, el Corintio dijo :
Bella cosa es la tranquilidad.
Los placeres son cosa mortal; las virtudes por el contrario son inmortales.
Mejor es morir como pobre que vivir como miserable.
No digas en público lo que se dijo en secreto.
En cuestión de leyes prefiere las viejas, en las de manjares las recientes.
lunes, 20 de noviembre de 2023
RÉQUIEM y otros poemas, Robert Louis Stevenson. Poética de Tusitala. / PENTAGRAMA...
Requiem
Under the wide and starry sky,
Dig the grave and let me lie.
Glad did I live and gladly die,
And I laid me down with a will.
This be the verse you grave for me:
Here he lies where he longed to be;
Home is the sailor, home from sea,
And the hunter home from the hill.
Réquiem
Bajo el ancho y estrellado cielo,
Caven la tumba y déjenme dormir.
Feliz he vivido y felizmente muero,
Y me dejo caer con una voluntad.
Este será el verso que pido por mí grabes:
Aquí yace donde anhelaba estar;
El marinero vuelve a casa desde el mar,
Y el cazador a casa vuelve desde la colina.
Robert Louis Stevenson.
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LATE, O miller,
The birds are silent,
The darkness falls.
In the house the lights are lighted.
See, in the valley they twinkle,
The lights of home.
Late, O lovers,
The night is at hand;
Silence and darkness
Clothe the land.
TARDE, oh molinero,
Los pájaros están silentes,
La oscuridad cae.
En la casa las luces están encendidas.
Mira, en el valle brillan,
Las luces del hogar.
Tarde, oh amantes,
La noche está a la mano;
Silencio y oscuridad
visten la tierra.
Robert Louis Stevenson.
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UNCOMMISERATE
We uncommiserate pass into the night
From the loud banquet, and departing leave
A tremor in men's memories, faint and sweet
And frail as music. Features of our face,
The tones of the voice, the touch of the loved hand,
Perish and vanish, one by one, from earth:
Meanwhile, in the hall of song, the multitude
Applauds the new performer. One, perchance,
One ultimate survivor lingers on,
And smiles, and to his ancient heart recalls
The long forgotten. Ere the morrow die,
He too, returning, through the curtain comes,
And the new age forgets us and goes on.
Robert Louis Stevenson
SIN CONMISERACIÓN
Sin conmiseración entramos a la noche
Desde el ruidoso banquete, y despediéndonos dejamos
Un temblor en las memorias de los hombres, dulce y sutil,
y frágil como la música. Rasgos de nuestro rostro,
Los tonos de la voz, el toque de la mano amada,
Perecen y desaparecen, uno a uno, de la tierra:
Entre tanto, en el salón de canto, la multitud
Aplaude al nuevo intérprete. Uno, tal vez,
Un último sobreviviente se mantiene,
Y sonríe, y en su acciano corazón recuerda a los
Largamente olvidados. Antes de que muera el mañana,
Él también, retornando, ak través de la cortina vuelve,
Y la nueva era nos olvida y sigue.
Robert Louis Stevenson
martes, 14 de noviembre de 2023
Noche de lluvia. Alta madrugada. / PENTAGRAMA: GURDJIEFF
Noche de lluvia. Alta madrugada.
La voz de mi hermana sobresale
del monotonal coro de las gotas
llamando a nuestra madre
Está afuera, en la intemperie,
bajo el pertinaz y monótono
discurso de las aguas
Con dejo insistente la oigo decir,
Mamá
Pero nuestra madre ya no está
al otro lado de la puerta,
tampoco está dentro de la casa
Ya son muchas las noches
desde que largara su "hasta luego"
a las noches de lluvia
y se mudara de casa
* * *
lacl, 7 de noviembre, 2023.
Madrugada. Llueve.
Me ha despertado la voz.
* * * * * * *
PENTAGRAMA
Ensamble
GURDJIEFF
domingo, 12 de noviembre de 2023
Adagios de los maestros, Parte II. Los epigrafistas, lacl. E. R. Dodds. - Joseph Campbell - Gaston Bachelard. / PENTAGRAMA Joaquín Rodrigo.
"Tráeme un fruto de aquella higuera."
"Aquí está, venerable Señor."
"Pártelo."
"Ya está partido, venerable Señor."
"¿Qué ves allí?"
"Estas semillas, inmensamente pequeñas."
"Parte una de ellas, hijo mío."
"Ya está partida, venerable Señor."
"¿Qué ves allí?"
"Ninguna cosa, venerable Señor."
El padre dijo: "Esa esencia sutil, mi querido, que allí no percibes, de esa
propia esencia surge esta gran higuera de Bengala. Créeme, mi querido.
Ahora bien, en eso que es la sutil esencia, allí todo lo que existe tiene su ser.
Eso es lo Verdadero. Eso es el Sí Mismo. Eso eres, Svetaketu".
—Chhandogya Upanishad, capítulo 12
Metáforas orientales de lo eterno, Joseph Campbell.
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Dijo Jesús: "Yo soy la luz que está sobre todas las cosas. Yo soy el Todo: de mí ha salido el Todo, y en mí Todo se ha logrado. Hendid el leño; yo estoy ahí. Levantad la piedra, allí me encontraréis".
—El Evangelio según Tomás, dicho 77
Son los epígrafes iniciales de Mitos de la luz - Metáforas orientales de lo eterno, libro de Joseph Campbell.
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Toda alma es una melodía que se debe renovar.
Mallarmé.
Gaston Bachelard.
La intuición del instante, capítulo 2.
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Al fondo de cada palabra asisto a mi nacimiento.
Alain Bosquet, Premier poème.
Gaston Bachelard.
La poética de la ensoñación, capítulo 1.
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Juego de las nubes -juego de la naturaleza, esencialmente poético...
Novalis, Fragmentos.
Gaston Bachelard.
El aire y los sueños. VIII. Las nubes.
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Sin cesar el árbol toma impulso y estremece sus hojas sus innumerables alas André Suarès, Sueños de la sombra.
Gaston Bachelard.
El aire y los sueños. X. El árbol aéreo.
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Pentagrama
Joaquín Rodrigo