Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
.Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(1 0 de enero de 1936)
Nota Bene: este blog es una página sin fines de lucro. Reproducimos en este espacio algunos videos con por intereses eminentemente artísticos y/o culturales. No nos mueve la monetización ni pamplinas como esa. Aclaramos que no somos los propietarios de los derechos de esos registros acá reproducidos. Si usted no puede verlos en el blog podrá hacerlo en la red YouTube, que es donde están alojados, no tenemos ningún problema con eso. lacl
Se trata de un hermosísimo trabajo de animación, acompañado de la versión que Serrat creó para esta conmovedora elegía...
... No hablemos del ayer, pues nuestra vida es hoy,
pero tengo la ingrata sensación de que en el mundo de ahora, en este preciso
instante que nos vive y es vivido, prevalecen una ausencia absoluta de
pensamientos oblongos y una sobreabundancia de mentalidades cuadradas…
31 de Marzo de
2017, 3 am.
Jornadas de 20 horas de trabajo continuo, animando
aquí, avivando allá, juntando, sumando, soplando el fuego en donde se propone
lo bueno: la calidez y resguardo de la llama viva, ésa que protege y genera el
bien… desechando las zarzas que ahora no crecen únicamente entre las piedras,
sino que han prendido en el lodazal de tantos humanos corazones. Lo siento,
pero los seres que se comportan como escoria, algo de escoria tienen y de mi
camino los aparto. Ya está bueno de tanta contaminación. No les deseo mal,
ni caigo en la estupidez de una infructuosa lucha; son seres que no tienen
remedio. Me limito a apartarlos de mi vera o apartarme yo de las suyas. Y ya.
No pensar en ello ni en ellos más de la cuenta, eso sí, sin bajar la guardia. Y
proseguir con nuestro andariego labrar, juntando aquí, avivando allá, sumando
acá, soplando el fuego donde se propone lo bueno…
31 de marzo de
2017, amanecer…
Ante las arremetidas que incansablemente acometen
aquellos a quienes, alguna vez, nominara Cioran como los “apasionados de las
desdicha”, no nos queda otra respuesta como actitud vital. Ellos (y eso que
representan) pasan. Y con ellos se va su podredumbre. Recordemos que los juncos
se enderezan luego de que pasa el aluvión…
31 de marzo de
2017, algo más tarde, por la mañana…
.
GALERÍA DE ORFEO: J.S. Bach - Cantata BWV 26 (Varias versiones) / Karl Richter, Dirige. Dietrich Fischer-Dieskau "Ich habe genug" J.S.Bach
Las fechas concelebratorias creadas para encomiar
algún patrimonio cultural de la humanidad, nunca me han seducido en demasía,
porque solemos comprobar que han sido fijadas por sectas o minorías, con alguna
intencionalidad gregaria, o por entidades o instituciones que -mirando
benévolamente desde arriba- lo único que pretenden es enjuagarle la cara a una
percudida cenicienta.
Sin embargo, las gentes que celebran de corazón
los bienes espirituales, hacen caso omiso de artes tan arteras, salvan
distancias y agradecen lo que de verdaderamente benévolo y humano tienen tales
patrimonios.
Y el teatro es uno de ellos. Así que dejando
constancia de esta salvedad, colgamos acá un legado para todos los que aman ese
espacio real en el que se monta la ficción. ¿O será viceversa?
Good-bye my Fancy!
Farewell dear mate, dear love!
I'm going away, I know not where,
Or to what fortune, or whether I may ever see you again,
So Good-bye my Fancy.
Now for my last--let me look back a moment;
The slower fainter ticking of the clock is in me,
Exit, nightfall, and soon the heart-thud stopping.
Long have we lived, joy'd, caress'd together;
Delightful!--now separation--Good-bye my Fancy.
Yet let me not be too hasty,
Long indeed have we lived, slept, filter'd, become really blended
into one;
Then if we die we die together, (yes, we'll remain one,)
If we go anywhere we'll go together to meet what happens,
May-be we'll be better off and blither, and learn something,
May-be it is yourself now really ushering me to the true songs, (who
knows?)
May-be it is you the mortal knob really undoing, turning--so now finally,
Good-bye--and hail! my Fancy.
Lo que señalan seres tan dispares al común
denominador, seres como Kraus, Thoreau, Gurdjieff, Cioran, Pessoa, Kafka,
Lawrence o Cage, entre muchos otros, es el absurdo organizacional que ha
erigido el ser humano como institución.
Las formas, que absurdamente prevalecen ante el
sentido común que dicta la vida sin más, y esa organización creada para
administrar nuestra propia asfixia es lo que hemos establecido como norma.
Si siguiéramos las normas de la naturaleza y no
las de esta farsa que hemos elevado a tabla de mandamientos, el mundo quizás no
se encontraría al borde del abismo, ni tantas gentes sumidas en la angustia.
Vivimos aherrojados a una ficción. Y la pergeña una
minoría gobernante en nuestras narices. Y si no la pergeña, le viene muy bien, en todo caso. Si la sociedad anónima que suspira a la
sombra de los poderosos desahuciados no aplaudiera los sainetes de mal gusto y
peores artes que componen estos últimos, tengo la impresión de que otros gallos
cantarían.
Para
mi cuaderno Inscripciones en el dolmen… 04 de Marzo, 2017
“…Si quieres conocer a una persona, no le
preguntes lo que piensa sino lo que ama...”
San Agustín de Hipona.
.
Un comentario:
A nuestro modo de ver, San Agustín se estaría
refiriendo a lo que podríamos llamar una pregunta silenciosa.
Pues el asunto es si una persona a la que se le
interrogue al respecto, ha de responder con sinceridad.
Si le preguntamos a un autócrata, por ejemplo,
sobre lo que ama, probablemente responda que, en primer lugar, ama a su pueblo.
Pero si en lugar de preguntarle, nos fijamos en su proceder, podríamos terminar
concluyendo que su verdadero y único amor ha sido el poder.
(sin fecha, por
lo momentos, hasta que encuentre el papel donde se escribiera esta brevedad…)
*****
El mensaje sólo puede ser recibido por el
destinatario que vibra en la misma frecuencia del "mensaje". El
mensajero no entrega nada. Cuando el mensajero cae en la celada de “creer” que
entrega algo es porque ha caído en el engaño de su invidente yo. Mas cuando la
entrega es francamente desprendida no hay que preocuparse de si a uno lo
escuchan o no. Pues la misión es enunciar la palabra y lanzarla a la deriva,
como la hoja que se han llevado los vientos.
Alguien la escuchará, alguien la contemplará. Sólo
hay entrega de aquello a lo que amorosamente hemos renunciado.
18 de marzo de
2016 ***** (Adenda del 19 de marzo de 2017)
Recuerdo que esta anotación surgió espontáneamente
como respuesta a un artículo que versaba sobre ese asunto de un modo, si se quiere,
más científico. Lamentablemente, he perdido la dirección web del mismo. En esa
glosa se aseveraba que lo que postula la primera frase, “El mensaje sólo puede
ser recibido por el destinatario que vibra en la misma frecuencia del mensaje”,
es un axioma comprobable científicamente al día de hoy. Es decir, que una
palabra, una emoción, un contenido sólo puede ser recibido por una persona que
vibre en la misma frecuencia de tal palabra, emoción o contenido.
Inmediatamente me quedé pensando en si la vibración del emisor del mensaje no debería
de ser, por ende, también similar a la del mensaje en sí. Acaso esto luzca a
primera vista como una reflexión baladí, pero no podría serlo, toda vez que no
puede haber un mensaje sin un emisor. Y el mensaje es llevado por un emisario.
Pero, ¿es el emisario el emisor? Ello me llevó a pensar, de seguidas, que no todo
lo que expresamos puede o debe llevar una etiqueta de copyright, pues los
contenidos, emociones y enunciaciones que ofrendamos a los demás son, a su vez,
donaciones recibidas del cosmos del que formamos parte y somos espejo. Se
entrega lo que humildemente es nuestro sólo por el hecho de habernos sido dado.
Aunque el emisario sea, en cierta forma, una de las caras del emisor.
19 de marzo,
2017, hora del pulmón.
*****
No aguanto el sueño, que dobla mi cerviz y la hace
parecer caña de pescar hundiendo sus anzuelos en el lago de los discursos
encriptados... Me entrego a los duendes de la noche...
Reproduzco una nota de Febrero 29 de 2012: La
magia de Mahler trasciende las fronteras del pensamiento y del sentimiento. Y
la Sinfonía # 8 es muestra fehaciente de ello.
Quien goce hoy de la fortuna de poder abandonarse a la escucha, acaso
forme parte de una privilegiada minoría pues, el hombre moderno ha ido
perdiendo, paulatinamente, los sencillos goces de antaño.
Sólo se le rinde pleitesía al perorar, al discurso vacuo que ha venido a parar
en moneda de cambio. Se pisotea el tiempo y nos perdemos lo más sagrado de
su atemperado paso creador.
Y si en alguna creación podemos constatar las cadencias conmovedoras de su
ralentizado paso es en la música de Mahler. Una música que realmente logra
arrancar las almas de su seno para elevarlas al cielo, en una suerte de
matrimonio místico.
Acompañamos de corazón ese sentir del que habla esta
palabra. Una palabra que, en lo desleído, vence al agua y vence a las mentiras
disfrazadas de costumbre...
¿Puedo sentirme afortunado cuando digo que no
reniego ni renegaré nunca de la Diosa? Porque eso es lo que me revalida este
poema leído frente a la contemplación y la escucha de las sosegadas ondulaciones del río.
Deberemos los hombres aprender a desaprender todas
la falacias con que se teje esa mentira que se oculta tras una frágil
virilidad. La única virilidad que debería el hombre agradecer es aquella que
gusta en comulgar y refocilarse con la Diosa en su recinto…
Y antes de dejarles con esa lectura de las aguas
vencidas, agregamos acá un par de anotaciones extractadas de los ensayos de
Robert Graves en su libro “Los dos nacimientos de Dionisio”, que apuntan a un
mirar sin velos.
(lacl)
* * * * *
La substitución del matriarcado por el patriarcado condujo a la substitución
del patriarcado por la democracia, de la democracia por la plutocracia y de la
plutocracia por la mecanarquía disfrazada de tecnología.
* * * * *
Los hombres están perdidos sin el amor mágico de la mujer y ambos sexos pierden
poder a menos que puedan tomar refugio en las artes manuales y el compañerismo
constante.
Robert Graves,
¿Qué es lo que no ha ido bien? (En: Los dos nacimientos de Dionisio, Seix
Barral)...
Mi padre siempre tenía una palabra o, mejor, una
lacónica expresión para significar la hora del fracaso o del revés. “Los
imponderables” decía… y dejaba a la deriva su enunciado cabalgando sobre el
aire, como albergando la esperanza de que su barca alcanzara puerto de escucha.
Cuando siendo un niño (e, incluso, en mi
adolescencia) le escuchaba esa expresión, me parecía estar plantado ante el
título de un intrincado teorema del misterio.
Hombre organizado y metódico, amén de ganado para
la laboriosidad, ello no le indujo a marginar su sencillez y, menos aún, su
cuota de candor originario, pues la llama del corazón -para bien o para mal-
fue siempre luz orientadora de sus pasos.
A lo largo de los años con los que la gracia nos
donó de afectiva convivencia me tocó sospechar, algunas veces, que mi padre
había sufrido algún percance, dado que en tales ocasiones su temperamento se
volvía taciturno, perdía locuacidad. Pues no había intenciones en él de
compartir cargas pesadas.
Pero ese sucinto giro lingüístico para demarcar la
derrota era, generalmente, proferido en su intención de señalar yerros humanos;
quiero decir, que salía a flote por develar bajezas de temperamento, antes que
para señalar los golpes del azar, de la causalidad o de la providencia. Acaso
el karma no estuviera contemplado en su enunciado, aunque no excluido.
Eso lo comprobé después, cuando tuve edad para
servir de confidente a sus más hondas preocupaciones o de repositorio a sus más
profundos anhelos en la vida, no otros que los de ponerle rieles a la felicidad
de sus seres más queridos, tal como él siempre quiso servir a los demás (aun
cuando algunos no se percataran de ello o no lo comprendieran). “…Los imponderables…” era, pues, lacónico
enunciado para la hora de tener que tragarse la mala fe de algún querido amigo
o, incluso, la más dolorosa de algún familiar. Y lo vi desprenderse
dolorosamente de sus engañados afectos, como quien se despoja de una mano, para
no verles nunca más, a expensas de extrañarles en silencio…
Pero jamás fue, tal
enunciado, propicio para la hora de la peor de las derrotas, como cuando nos
tocó padecer la pérdida de algunos seres queridos cortados en flor por las
inconmovibles parcas. Ante tales eventos, no era infrecuente sorprenderlo
mientras se decía, como para sí mismo: “…somos hijos de la muerte…”
(28 de Abril, 2012)
Luis Amado, que tal ha sido su nombre, fue un amante de la música. Dejamos aquí un regalo que siempre me agradeció... La música de Mahler. En especial el Adagietto de la Quinta y el Adagio de la Sinfonía 10 o La Inconclusa... Gustaba de sentarse por las tardes a contemplar la montana del Avila mientras Mahler acompañaba sus pensamientos. Esta semana se ha cumplido la centena de años de su venida al mundo físico. Por ese motivo subo esta anotación escrita hace unos cuatro años.
Sin mayores preámbulos, un documento incontestable, con el que el lector establece una grata conversa a sottovoce... lacl María Zambrano: “Por qué se escribe”
«Escribir
es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota
desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que,
precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un
descubrimiento de relaciones entre ellas.
Pero
es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una
justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y
únicamente en ella, encuentra.
Habiendo
un hablar, ¿por qué el escribir? Pero lo inmediato, lo que brota de nuestra
espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables,
porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reacción
siempre urgente, apremiante. Hablamos porque algo nos apremia y el apremio
llega de fuera, de una trampa en que las circunstancias pretenden cazarnos, y
la palabra nos libra de ella. Por la palabra nos hacemos libres, libres del
momento, de la circunstancia apremiante e instantánea. Pero la palabra no nos recoge, ni por tanto, nos crea y, por el contrario, el
mucho uso de ella produce siempre una disgregación; vencemos
por la palabra al momento y luego somos vencidos por él, por la sucesión de
ellos que van llevándose nuestro ataque sin dejarnos responder. Es una continua
victoria que al fin se transmuta en derrota.
Y
de esta derrota, derrota íntima, humana, no de un hombre particular, sino del
ser humano, nace la exigencia de escribir. Se escribe para reconquistar la
derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente.
Y la
victoria sólo puede darse allí donde ha sido sufrida la derrota, en las mismas
palabras.
Estas mismas palabras tendrán ahora en el escribir distinta función; no estarán
al servicio del momento opresor; ya no servirán para justificarnos ante el
ataque de lo momentáneo, sino que, partiendo del centro de nuestro ser en
recogimiento, irán a defendernos ante la totalidad de los momentos, ante la
totalidad de las circunstancias, ante la vida íntegra.
Hay
en el escribir siempre un retener las palabras, como en el hablar hay un
soltarlas, un desprenderse de ellas, que puede ser un ir desprendiéndose ellas
de nosotros. Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a
ritmo, selladas por el dominio humano de quien así las maneja. Y esto,
independientemente de que el escritor se preocupe de las palabras y con plena
conciencia las elija y coloque en un orden racional, esto es, sabido. Lejos de
ello, basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarse
de las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para que esta
retención de las palabras se verifique. Esta voluntad de retención se encuentra
ya al principio, en la raíz del acto mismo de escribir y permanentemente le
acompaña. Las palabras van así cayendo, precisas, en un proceso de
reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, de quien las dice en
comedida generosidad.
Toda
victoria humana ha de ser reconciliación, reencuentro de una perdida amistad,
reafirmación después de un desastre en que el hombre ha sido la víctima;
victoria en que no podría existir humillación del contrario, porque ya no sería
victoria, esto es, gloria para el hombre.
Y
así, el escritor busca la gloria, la gloria de una reconciliación con las
palabras, anteriores tiranas de su potencia de comunicación. Victoria de un
poder de comunicar. Porque no sólo ejercita el escritor un derecho requerido
por su atenazante necesidad, sino un poder, potencia de comunicación, que
acrecienta su humanidad, que lleva la humanidad del hombre a límites recién
descubiertos, a límites de la hombría, del ser hombre, que va ganando terreno
al mundo de lo inhumano, que sin cesar le presenta combate. A este combate del
hombre con lo inhumano, acude el escritor, venciendo en un glorioso encuentro
de reconciliación con las tantas veces traidoras palabras. Salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas,
forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun sin saberlo, quien de
veras escribe.
Porque
hay un escribir hablando, el que escribe “como si hablara”; y ya este “como si”
es para hacer desconfiar, pues la razón de ser algo ha de ser razón de ser esto
y sólo esto. Y el hacer una cosa “como si” fuese otra, le resta y socava todo
su sentido, y pone en entredicho su necesidad.
Escribir
viene a ser lo contrario de hablar; se habla por necesidad momentánea inmediata
y al hablar nos hacemos prisioneros de lo que hemos pronunciado, mientras que
en el escribir se halla liberación y perdurabilidad -sólo se encuentra
liberación cuando arribamos a algo permanente-. Salvar a las palabras de su
momentaneidad, de su ser transitorio, y conducirlas en nuestra reconciliación
hacia lo perdurable es el oficio del que escribe.
Mas
las palabras dicen algo. ¿Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué
quiere decirlo? ¿Para qué y para quién?
Quiere
decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad;
y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en
el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede
decirse. “Hay cosas que no pueden
decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tienen que
escribir.
Descubrir
el secreto y comunicarlo, son los dos acicates que mueven al escritor. El
secreto se revela al escritor mientras lo escribe y no si lo habla. El hablar
sólo dice secretos en el éxtasis, fuera del tiempo, en la poesía. La poesía es
secreto hablado, que necesita escribirse para fijarse, pero no para producirse.
El poeta dice con su voz la poesía, el poeta tiene siempre voz, canta dice o
llora su secreto. El poeta habla, reteniendo en el decir, midiendo y creando en
el decir con su voz las palabras. Se rescata de ellas sin hacerlas enmudecer,
sin reducirlas al solo mundo visible, sin borrarlas del sonido. La poesía
descubre con la voz el secreto. Pero el escritor lo graba, lo fija ya sin voz.
Y es porque su soledad es otra que la del poeta. En su soledad se le descubre
al escritor el secreto, no del todo, sino en un devenir progresivo. Va
descubriendo el secreto en el aire y necesita ir fijando su trazo para acabar
al fin por abarcar la totalidad de su figura… Y esto, aunque posea un esquema
previo a la última realización. El esquema mismo ya dice que ha sido preciso
irlo fijando en una figura; irlo recogiendo trazo a trazo.
Afán
de desvelar y afán irreprimible de comunicar lo desvelado; doble tábano que
persiguen al hombre, haciendo de él un escritor. ¿Qué doble sed es ésta? ¿Qué
ser incompleto es éste que produce en sí esta sed que sólo escribiendo se
sacia? ¿Sólo escribiendo? No; sólo por el escribir; pues lo que persigue el
escritor, ¿es lo escrito, o algo que por lo escrito se consigue?
El
escritor sale de su soledad a comunicar el secreto. Luego ya no es el secreto
mismo conocido por él lo que le colma, puesto que necesita comunicarle. ¿Será
esta comunicación? Si es ella, el acto de escribir es sólo medio, y lo escrito,
el instrumento forjado. Pero caracteriza el instrumento el que se forja en
vista de algo, y ese algo es lo que presta su nobleza y esplendor. Es noble la
espada por estar hecha para el combate, y su nobleza crece si la mano de obra
la forjó con primor, sin que esta belleza de forma socave el primer sentido: el
estar formada para la lucha.
Lo
escrito es igualmente un instrumento para este ansia incontenible de comunicar,
de “publicar” el secreto encontrado, y lo que tiene de belleza formal no puede
restarle su primer sentido; el de producir un efecto, el hacer que alguien se
entere de algo.
Un
libro, mientras no se lee, es solamente un ser en potencia, tan en potencia
como una bomba que no ha estallado. Y todo libro ha de tener algo de bomba, de
acontecimiento que al suceder amenaza y pone en evidencia, aunque sólo sea con
su temblor, a la falsedad.
Como
quien pone una bomba, el escritor arroja fuera de sí, de su mundo y, por tanto,
de su ambiente controlable, el secreto hallado. No sabe el efecto que va a
causar, qué va a seguir de su revelación, ni puede con su voluntad dominarlo.
Por eso es un acto de fe, como el poner una bomba o el prender fuego a una
ciudad; es un acto de fe como lanzarse a algo cuya trayectoria no es por
nosotros dominable.
Puro
acto de fe el escribir, y más, porque el secreto revelado no deja de serlo para
quien lo comunica escribiéndolo. El secreto se muestra al escritor, pero no se
le hace explicable; es decir, no deja de ser secreto para él primero que para
nadie, y tal vez para él únicamente, pues el sino de todo aquel que
primeramente tropieza con una verdad es encontrarla para mostrarla a los demás
y que sean ellos, su público, quienes desentrañen su sentido.
Acto
de fe el escribir, y como toda fe, de fidelidad. El escritor pide la fidelidad antes que cosa alguna. Ser fiel a aquello
que pide ser sacado del silencio. Una mala trascripción, una
interferencia de las pasiones del hombre que es escritor destruirían la
fidelidad debida. Y así hay el escritor opaco, que pone sus pasiones entre la
verdad transcrita y aquellos a quienes va a comunicársela.
Y
es que el escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de donde saque
lo que escribe. Sacar de sí mismo es todo lo contrario que ponerse a sí mismo.
Y si el sacar de sí con seguro pulso la fiel imagen da transparencia a la
verdad de lo escrito, el poner con vacua inconsciencia las propias pasiones
delante de la verdad, la empaña y oscurece.
Fidelidad
que, para lograrse, exige una total purificación de las pasiones, que han de
acallarse para hacer sitio a la verdad. La verdad necesita de un gran vacío, de
un silencio donde pueda aposentarse, sin que ninguna otra presencia se
entremezcle con la suya, desfigurándola. El que escribe, mientras lo hace
necesita acallar sus pasiones y, sobre todo, su vanidad. La vanidad es una
hinchazón de algo que no ha logrado ser y se hincha para recubrir su interior
vacío. El escritor vanidoso dirá todo lo que debe callarse por su falta de
entidad, todo lo que por no ser verdaderamente no debe ser puesto de
manifiesto, y por decirlo, callará lo que debe ser manifestado, lo callará o lo
desfigurará por su intromisión vanidosa.
La
fidelidad crea en quien la guarda la solidez, la integridad de ser uno mismo. La fidelidad excluye la vanidad, que es apoyarse en lo que no es, en lo
que es verdad. Y esta verdad es lo que ordena las pasiones, sin
arrancarlas de raíz, las hace servir, las pone en su sitio, en el único desde
el cual sostienen el edificio de la persona moral que con ellas se forma, por
obra de la fidelidad a lo que es verdadero.
Así,
el ser del hombre escritor se forma en esta fidelidad con que transcribe el
secreto que publica, siendo fiel espejo de su figura, sin permitir la vanidad
que proyecte su sombra, desfigurándola.
Porque
si el escritor revela el secreto no es por obra de su voluntad, ni de su
apetito de aparecer él tal cual es (es decir, tal cual no logra ser) ante el
público. Es que existen secretos que exigen ellos mismos ser revelados,
publicados.
Lo
que se publica es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan
sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido; para librar
a alguien de la cárcel de la mentira, o de las nieblas del tedio, que es la
mentira vital.
Pero a este resultado no puede tal vez llegarse cuando es querido por sí mismo,
filantrópicamente. Libera aquello que, independientemente de que lo pretenda o
no, tenga poder para ello, y por el contrario, sin este poder de nada sirve
pretenderlo. Hay un amor impotente que se llama filantropía. “Sin la caridad,
la fe que transporta las montañas no sirve de nada”, dice San Pablo, pero
también: “La caridad es el amor de Dios”.
Sin
fe, la caridad desciende a impotente afán de liberar a nuestros semejantes de
una cárcel, cuya salida ni tan siquiera presentimos, en cuya salida tan ni
siquiera creemos. Sólo da la libertad quien es libre. “La verdad os hará libres”.
La verdad, obtenida mediante la fidelidad purificadora del hombre que escribe.
Hay
secretos que requieren ser publicados y ellos son los que visitan al escritor
aprovechando su soledad, su efectivo aislamiento, que le hace tener sed. Un ser
sediento y solitario necesita el secreto para posarse sobre él, pidiéndole, al
darle su presencia progresivamente, que la vaya fijando, por palabra, en trazos
permanentes.
Solitario
de sí y de los hombres y también de las cosas, pues sólo en soledad se siente
la sed de verdad que colma la vida humana. Sed también de rescate, de victoria
sobre las palabras que se nos han escapado traicionándonos. Sed de vencer por
la palabra los instantes vacíos, idos, el fracaso incesante de dejarnos ir por
el tiempo.
En
esta soledad sedienta, la verdad aun oculta aparece, y es ella, ella misma la
que requiere ser puesta de manifiesto. Quien ha ido progresivamente
viéndola, no la conoce si no la escribe, y la escribe para que los demás la
conozcan. Es que en rigor si se muestra a él, no es a él, en cuanto a individuo
determinado, sino en cuanto individuo del mismo género de los que deben
conocerla, y se muestra a él, aprovechando su soledad y ansia, su acallamiento
de la algarabía de las pasiones. Pero no es a él a quien se le muestra propiamente,
pues si el escritor conoce según escribe y escribe ya para comunicar a los
demás el secreto hallado, a quien en verdad se muestra es a esta conjunción
de una persona que dice a otras, a esta comunicación, comunidad espiritual del
escritor con su público.
Y
esta comunicación de lo oculto, que a todos se hace mediante el escritor, es la
gloria, la gloria que es la manifestación de la verdad oculta hasta el
presente, que dilatará los instantes transfigurando las vidas. Es la gloria que
el escritor espera aún sin decírselo y que logra, cuando escuchando en su
soledad sedienta con fe, sabe transcribir fielmente el secreto desvelado.
Gloria de la que es sujeto recipiendario después del activo martirio de
perseguir, capturar y retener las palabras para ajustarlas a la verdad. Por
esta búsqueda heroica recae la gloria sobre la cabeza del escritor, se refleja
sobre ella. Pero la gloria es en rigor de todos; se manifiesta en la comunidad
espiritual del escritor con su público y la traspasa.
Comunidad
de escritor y público que, en contra de lo que primeramente se cree, no se
forma después de que el público ha leído la obra publicada, sino antes, en el
acto mismo de escribir el escritor su obra. Es entonces, al hacerse patente el
secreto, cuando se crea esta comunidad del escritor con su público. El público
existe antes de que la obra haya sido o no leída, existe desde el comienzo de
la obra, coexiste con ella y con el escritor en cuanto a tal. Y sólo llegarán a
tener público, en la realidad, aquellas obras que ya lo tuvieren desde un
principio. Y así el escritor no necesita hacerse cuestión de la existencia de
ese público, puesto que existe con él desde que comenzó a escribir. Y eso es su
gloria, que siempre llega respondiendo a quien no la ha buscado ni deseado,
aunque sí la presente y espere para transmutar con ella la multiplicidad del
tiempo, ido, perdido, por un solo instante, único, compacto y eterno».
(Fuente: “Hacia un saber sobre el alma”, María
Zambrano, Alianza Literaria)