POESÍA Y EXILIO: VIVIR AL MARGEN
(Un mínimo tributo a Mahmud Darwix y a Edward W. Said)
Siempre he albergado la presunción de que es en los confines, márgenes y pliegues y no en medio del fasto de los ejes de poder desde donde el ser humano puede fraguar mayores cuotas de ventura interior e, incluso, de sensatez en lo que atañe, precisamente, a su destino como integrante de su estirpe. Las altisonancias de la vocinglería política globalizada han hecho cuño en las desguarnecidas conciencias de los ciudadanos del orbe, quienes no se percatan (o no terminan de convencerse) de ser naturales residentes del mundo, como genuina y cabalmente son. Compran a sus prójimos, sin advertirlo, semillas de desmembración, en cada consigna que acogen como suya. En las sectas de los denominados líderes “políticos” se guarece toda una gama de existencias de valores retorcidos, si es que pudiéramos apreciar como valor éste o aquel atributo que engalana a un expoliador o a un fantoche, a un asesino o a un cultor de represivos credos. Los bienes de la humanidad les tienen sin cuidado, todo lo desprecian, desde lo que tan bellamente Alfonso Reyes nominara como “dulzura ambiente” hasta las más desprendidas creaciones de la humanidad. La poesía es para tales existencias una pérdida de tiempo. No hay en sus oídos ni en sus corazones permeabilidad para recibir el canto panteísta que alienta en la poesía. Porque, cuando se la ha enunciado con honradez, la poesía es canto pánico: ha partido de un alma que anda en pos de una recomposición de ese desmenuzado todo del que el hombre es simple brizna.
Y si la poesía ha vivido perdurablemente en el exilio del humano corazón es porque el hombre, por lo general, se proscribió de la naturaleza. Quien canta al todo alojado en la hoja estremecida por la brisa o en los insondables claroscuros del firmamento, canta al alma alojada en cada partícula del cosmos. Whitman fue uno de los más diáfanos rotuladores de ese mensaje que los hombres, congregados en hordas, se han empeñado en acallar (en sí y en los demás). Y en virtud de ello fue, en cierto modo, un exiliado. Muchos han pretendido exiliar su poesía. Incluso poetas. Pero la poesía no es exiliable, a despecho de la diferencia de matices que cultiven sus cantores. No hay mayor mal que aquel de acostumbrarse a formar filas. Y los poetas no son mera minoría; son, también, lo expurgable, el aborrecido ácaro tras el lóbulo de la oreja. Pero la poesía es mística emanación, anti-poder que arrostra las bajezas del poder encarnado en la efigie de los asesinos. La poesía no se conforma con mirar al tronco, contempla el envés de la hoja, escucha el diálogo del ramaje con el viento y, en ocasiones, les entabla conversación. Poesía es voz del margen y voz de orilleros, floreciendo en estepas apartadas del poder; no mandamiento navegando en los buques que desde una columna vertebral se despachan a ultramar con las más insólitas y descabelladas misiones. Claro, se puede vivir en las estepas y a pocas millas de una casa de gobierno. No es un asunto de cuantificable distancia. Se trata más bien de aquel incuantificable trecho que se suscita en el corazón de quien no se ha dejado secuestrar por la desdicha del rencor o del resentimiento. El Tao-Te-Ching nos habló de un pequeño reino (acaso una comarca) circundado por laderas y del bien que se prodigaría aquel ciudadano que no se preocupara en cruzar sus cuestas para conocer el reino que bullía allende las montañas. ¿Qué quiso decirnos ese poema ancestral? ¿Que nos conformáramos con nuestra miseria? ¿Qué acalláramos nuestra vital curiosidad? ¿Qué nos tornáramos seres pusilánimes? Lo dudo. Ponía un dedo en la llaga fatal de seres amañados por su propia villanía. No intentaba poner límites al vivir, al contrario, pretendía que percibiéramos y viviéramos conforme al pulso de la vida (llamémosle afluente, dragón o cosmos) y abatiéramos la quimera del yo.
Mahmud Darwix, poeta, acaba de morir. El nació en un pueblo sin más armas que las de su ancestral cultura. Vivió doblemente exiliado. Partió en pos de otros derroteros llevándose su comarca en el pecho. En su corazón levantó las laderas del reino perdido. Y he dicho doblemente porque, aunque haya sido un poeta reconocido en Europa, amén del mundo árabe y de sus conterráneos palestinos, debemos aceptar con franqueza y humildad que poesía no es valor que el hombre moderno privilegie en el seno de su inerme corazón. Queremos honrarle un recatado tributo a este poeta, al reproducir algunos de sus poemas, que precisamente hablan del exilio, y otros textos de valor, como su declaración con motivo de los infaustos acontecimientos del 11 de septiembre, así como algunas entrevistas.
Les dejaremos con tales textos, no sin antes anotar dos cosas más. Primeramente, que hemos de agradecer la abnegada labor de traducción que ha acometido Luz Gómez García con la obra de Darwix * y, luego, que no podríamos despedir estas líneas sin dejar de hacer la siguiente acotación: cuán sugerente nos parece el que ciertos planteamientos de Darwix se entronquen con los de su amigo Edward W. Said, otro exiliado palestino, sutil intelectual cuya obra no dejamos de encomiar (ambos fueron a vivir y/o a morir en esa desmesurada entelequia del poder que son los Estados Unidos, paradójicamente, hogar de incontables refugiados). Ambos, nacidos al margen de los poderíos terrenales -hablando en términos geopolíticos, claro está, y no culturales-, hallaron un coincidente modo de zurcir que a mí me luce supremamente sugestivo en un mundo tan despersonalizado por el espejismo de la globalización. Said expresó en alguno de sus ensayos que, en la hora presente (él falleció en el 2003), ya no podemos albergar la esperanza de que figuras señeras o prestigiosas del humanismo vengan a abrirle los ojos a sus prójimos en defensa los bienes de la cultura ante una amenazante barbarie. Said pronosticó que es el intelectual colectivo el llamado a imponer curativas manos sobre las llagas que la barbarie estampa en nuestras humanidades. Darwix exhibió un planteamiento afín al abordar la figura del poeta colectivo en una de las entrevistas que concedió: “…Tú no puedes entrar en este mundo de la poesía con nacionalidad…” Y luego agregó: “…No hay un poeta libre de otros poetas, es posible que cada poeta sea todos los poetas, si su trabajo es serio…” Qué lecciones transpiradas del humus que brota en los confines, aquel que vino a ser padre y madre de toda humildad y de toda humanidad.
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Luis Alejandro Contreras.
Agosto 26 de 2008.
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Niños de Rwanda, Howard Davies ©
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SIN EXILIO, ¿QUIÉN SOY?
Extranjero a orillas del río, como al río... me ata
a tu nombre el agua. Nada me devuelve de mi lejanía
a mi palmera: ni la paz ni la guerra. Nada
me incorpora a los Evangelios. Nada...
Nada brilla mientras sube y baja la marea
entre el Tigris y el Nilo. Nada
me apea del bajel de Faraón. Nada
me tiene o hace que yo tenga una idea: ni la nostalgia
ni la promesa. ¿Qué haré? ¿Qué
haré sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?
Me ata
a tu nombre
el agua...Nada me lleva de las mariposas de mi sueño
a mi realidad: ni el polvo ni el fuego. ¿Qué
haré sin la rosa de Samarcanda? ¿Qué
haré en una plaza que bruñe a los rapsodas con piedras
lunares? Tú y yo nos hemos vuelto tan ligeros como nuestros hogares
a merced de los vientos lejanos. Hemos trabado amistad con los raros
seres que habitan las nubes... Nos hemos liberado
del peso de la tierra de la identidad. ¿Qué haremos... qué
sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?
Me ata
a tu nombre
el agua...
Sólo tú quedas de mí, sólo
yo de ti, un extranjero que acaricia el muslo de su extranjera: Oh
extranjera, ¿qué vamos a fabricar en esta calma
que apuramos... en esta siesta entre dos mitos?
Nada nos tiene: ni el camino ni la casa.
¿Fue este camino así desde el principio,
o acaso nuestros sueños hallaron una yegua
de los mongoles sobre la colina y nos sustituyeron?
¿Qué haré?
¿Qué
sin
exilio?
(Tomado de Mahmud Darwix, Poesía escogida (1966-2005), traducción de Luz Gómez García, Valencia, Pre-Textos, 2008)
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Joven afgano trabajando - refugiado en Pakistán, Howard Davies ©
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PASAPORTE
No me han reconocido en las sombras que
difuminan mi color en el pasaporte.
Mi desgarrón estaba expuesto
al turista amante de postales.
No me han reconocido… Ah, no prives
de sol a la palma de mi mano,
porque el árbolme conoce…
Me conocen todas las canciones de la lluvia,
no me dejes empalidecer como la luna.
Todos los pájaros que ha perseguido
la palma de mi mano a la entrada del lejano aeropuerto,
todos los campos de trigo,
todas las cárceles
todas las tumbas blancas
todas las fronteras
todos los pañuelos que se agitaron,
todos los ojos
estaban conmigo, pero ellos
los borraron de mi pasaporte.
¿Despojado de nombre, de pertenencia,
en una tierra que ha crecido con mis propias manos?
Job ha llenado hoy el cielo con su grito:
¡no hagáis de mí un ejemplo otra vez!
Señores, señores profetas,
no preguntéis su nombre a los árboles,
no preguntéis por su madre a los valles:
de mi frente se escinde la espada de la luz,
Todos los corazones del hombre… son mi nacionalidad:
¡retiradme el pasaporte!.
(Traducción de Luz Gómez García)
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Niños de Uganda, Thomas Morley ©
TENEMOS EL VIENTO EN CONTRA
Tenemos el viento en contra, el viento del sur se alía
con nuestros enemigos. Y el paso
se estrecha. Alzamos los estandartes de victoria
ante las tinieblas, ojalá las tinieblas alumbraran. Andamos de noche
sobre el árbol de los sueños. ¡Oh tierra final, difícil sueño!
¿Aún existes?
Y escribimos por milésima vez sobre el último aire:
morimos, pero no pasarán.
Y seguimos nuestras voces para hallar una luna entre ellas,
y cantamos para asustar a las piedras.
Y marcamos nuestros cuerpos con el hierro... los marcamos
con hierro... y brota un río.
Tenemos el viento en contra, el viento del norte se alía
con el viento del sur y gritamos: ¿dónde nos quedamos?
Y pedimos a las hadas de los cuentos que alguien cuando muertos
nos quiera. Y el águila se lanza en picado
sobre nosotros. Y seguimos a nuestros sueños para verlos,
y nos siguen de cerca para vernos aquí. Es inevitable.
Y nosotros perseveramos en lo que parece la muerte en vida.
Y esto que parece la muerte es la victoria.
(Traducción de Luz Gómez García)
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NADA, NADA JUSTIFICA EL TERRORISMO
La catástrofe que ha golpeado Washington y Nueva York tiene un solo nombre: la sinrazón del terrorismo. Esta catástrofe no ha sido ni una siniestra película de ciencia-ficción ni el Día del Juicio. Ha sido terrorismo, a palo seco, sin patria ni color ni credo, a pesar de los muchos dioses, divinidades y agonías humanas con que pretenda autojustificarse.Ninguna causa, ni siquiera una causa justa, puede legitimar el asesinato de inocentes civiles, por muy larga que sea la lista de acusaciones y la nómina de agravios. El terror nunca allana el camino a la justicia, es un atajo al infierno. Deploramos estos horrendos crímenes y condenamos a quienes los planearon y ejecutaron con todas las palabras de repulsa y condena que existen en nuestra lengua. Hacemos esto no sólo como un deber moral, sino también para reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia naturaleza de seres humanos y nuestra fe en los valores humanistas que no diferencian entre una persona y otra. Nuestras simpatías hacia las víctimas y sus familias, así como hacia el pueblo americano en estos duros momentos, es igualmente una expresión de nuestro hondo compromiso con la unidad del destino humano. Porque una víctima es una víctima, y el terrorismo es terrorismo, aquí o allá, no conoce fronteras o nacionalidades, y no le falta retórica para matar.Nada, nada justifica este terrorismo que ha fundido la carne humana con hierro, cemento y polvo. Ni nada puede justificar que se polarice el mundo en dos bloques que nunca puedan encontrarse: uno del bien absoluto, el otro del absoluto mal. La civilización es el resultado de la contribución de cada sociedad a una herencia global; la acumulación e interacción que conduce a la elevación de la humanidad y a la nobleza de la conciencia. En este sentido, la insistencia de los neo-orientalistas en que el terrorismo anida en la naturaleza primigenia de la cultura árabe e islámica no contribuye en absoluto a aclarar el enigma, y menos aún ofrece solución alguna. Al contrario, hace que la solución sea más inescrutable, porque ha caído en las garras del racismo.Por ello, cuando América busca razones para comprender la animosidad hacia su política (una animosidad que no es hacia el pueblo americano y el conjunto de su cultura) debe distanciarse del concepto “choque de culturas”. Debería también prescindir de la necesidad de identificar siempre a un enemigo de carne y hueso, imprescindible para probar la “supremacía occidental”. En lugar de eso, debería moverse en el terreno de la política, en el que los Estados Unidos deberían reflexionar acerca de la sinceridad de su política exterior. En particular, deberían meditar sobre sus logros en Oriente Próximo, donde los grandes valores americanos de la libertad, la democracia y los derechos humanos han dejado de funcionar, especialmente en el contexto palestino, en el que la Ocupación israelí sigue estando exonerada de responder al derecho internacional, al tiempo que los EEUU le provee de todas las razones que necesite para justificar prácticas que lindan con el terrorismo de Estado. Sabemos que la herida de los americanos es profunda, y sabemos que este trágico momento es un tiempo para la solidaridad y el dolor compartido. Pero también sabemos que los horizontes del intelecto pueden atravesar paisajes de devastación. El terrorismo no tiene territorio ni fronteras, no reside en una geografía propia, su casa es el desencanto y la desesperación. La mejor arma para erradicar el terrorismo proviene de la solidaridad de la comunidad internacional, del respeto al derecho de todos los pueblos del planeta a vivir en armonía, de la reducción de la sima cada vez más profunda entre el norte y el sur. La manera más efectiva para defender la libertad es haciendo totalmente realidad el significado de la justicia. Las medidas de seguridad por sí solas no son suficientes, puesto que el terrorismo extiende sus redes a múltiples naciones, y no reconoce fronteras. No puede dividirse al mundo en dos sociedades, una para los rebeldes y otra para los oficiales de la ley. Pero nada, nada justifica el terrorismo...
Carta de reparo ante los atentados del 11-09. Texto de Mahmud Darwix suscrito por Hanna Nasser, Sari Nusseiba, Salim Tamari, Rema Hammai, I’zzat Ghazawi, Hassan Khader, Hannan Ashrawi.
(Traducción de Luz Gómez García)
* Algunas fuentes en la web:
El blog de Mahmud Darwix, a cargo de Luz Gómez García: http://mahmuddarwix.blogspot.com/
Otro sitio de interés:http://www.arabismo.com/biblioteca/darwix/index.html
Bibliografía recomendada:
- Darwix Mahmud, Poesía escogida (1966-2005), Pre-Textos, Valencia, 2008
- Said, Edward. Humanismo y crítica democrática, La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Random House Mondadori, Colección Debate, Caracas, 2006.
- Said, Edward. Reflexiones sobre el exilio. Random House Mondadori, Colección Debate, Caracas, 2005.
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Mahmud Darwix: In memory of Edward Said
https://www.youtube.com/watch?v=eTYkP0rXxnA