Una carta que marcó mi vida,
como todas las reunidas en la compilación de misivas intitulada Cartas a un
joven poeta, que enviara Rainer Maria Rilke al joven Franz Kappus. Con Rilke
sucede algo poco común. Y es que, sin pretender plasmar o desplegar -en apariencia-
una filosofía en sus escritos en prosa, logra adentrarse como nadie en las
aguas abisales de aquello que sea que se mueve en las aguas de fondo de humano
discurrir.
Me recuerda un poco a D. H.
Lawrence, quien igualmente gozaba de esa rara virtud de develar con palabras
diáfanas las zonas oscuras de la psique. Aunque Lawrence y Rilke vibren en frecuencias y tonalidades
diversas y asuman posiciones personales distintas o divergentes en apariencia,
ambos defienden la individualidad, la soledad o el amor como las más grandes y difíciles
experiencias que todo ser humano haya de arrostrar en su vida. Ambos sentían fascinación
por todo lo difícil o arduo que comporta la experiencia de vivir. Y ambos
estaban convencidos de que es imposible madurarle a la vida sin ese paso
inexorable que es mirarnos en el espejo de nuestra interioridad.
Pocas personas han hablado con
tal diafanidad del amor, de la soledad y del culto del hálito interior como lo
hiciera Rilke. Es ésta una carta que provoca subrayar desde el vamos hasta el
adiós, un adiós que se queda reverberando entre los susurros del corazón. Aunque
falta no hará tal subrayado pues, bien mirado, para el buen escucha que es todo
lector silencioso, las frases allí dichas quedan resonando a manera de cantos e
invocaciones. Invitamos recatadamente a su lectura.
Agregamos una versión
provisional del soneto del joven Kappus que Rilke saludara con beneplácito y, además,
transcribe de puño y letra en su misiva, pues no la he consigo traducida en las
versiones de ese libro que he podido leer a lo largo de mi vida. No comprendo por
qué no se la incluye en las traducciones de estas cartas, cuando es parte sustancial
de la misiva.
Salud!
lacl
Nota bene: la traducción de las cartas a Kappus que
más me place es la realizada por Luis Di Iorio y Guillermo Thiele, acaso porque
fue la primera que cayó en mis manos. Ello ocurrió gracias a que los hados y su buen tino,
nos pusieron en el sendero de un amigo de mi hermana Maruja (ambos artistas de
lienzo y de formas) que fue a visitarla con ese libro de ofrenda bajo el brazo.
Conocernos fue un ipso facto: hablar de arte y poesía, muy luengamente... Recuerdo
que le mandé a decir que no sabía lo agradecido que estaba con Itamar (Martínez)
por haberle traído esas cartas a la casa. Tanto que mi hermana me dijo, poco
tiempo después y viendo mi fervor, que ese libro era para un servidor, que lo
tomara, que era a mí a quien andaba buscando. Y yo coincido en que no porque
sean enseres de hilo, tinta y papel no es que no sepan a quien andan buscando.
Como he dicho en otras ocasiones, un enser no es un mero objeto, es una entidad
en estado de ser, casi que podríamos decir que en estado de gracia, por obra de
su relación con las manos que le hicieron y las que le toman y se sirven de ellos,
confiriéndoles sentido a su misión. Así que de por vida les he estado agradecido a esos poetas pintores, pues fue una de esas cifras que determinan una vida.
Por desgracia, tiempo no he tenido para transcribir de modo
literal la bella traducción de Di Ioro y
Thiele que publicara Ediciones Siglo XX, S. A. en Argentina, en 1978. Las que
he conseguido en la red son, en muchos casos, diversificaciones, sustituciones
de expresión con paralelos giros lingüísticos o aliteraciones de la misma,
acaso buscando atribuirle la autoría a terceros, aunque no me consta. En todo
caso, iré restaurando la versión que refiero y, una vez que h
*******
RILKE A KAPPUS Carta VII
Roma, 14 de mayo de 1904.
Mi estimado señor Kappus:
Desde su última carta ha pasado muchísimo tiempo. No me guarde rencor. Trabajo,
molestias, y también un malestar; todo ello fue lo que retardó una y otra vez
esta respuesta, que (yo así lo quería) debía llegarle de días tranquilos y
buenos. Ahora me siento algo mejor (la entrada de la primavera, con sus cambios
irritantes y versátiles, también aquí se hizo sentir agriamente) y puedo
saludarlo, querido señor Kappus, y decirle de la forma como mejor sé (lo que
hago de todo corazón) esto y aquello sobre su carta.
Usted ve: he copiado su soneto * porque lo hallé hermoso y sencillo, y nacido con
la forma en que va con tan discreta soltura. Son los mejores versos que he
leído de usted. Y le ofrezco esta copia porque sé que es importante y reporta
nuevas enseñanzas reconocer un trabajo propio en ajena escritura. Lea los versos como si fuesen ajenos y sentirá en lo íntimo cuán suyos son.
Fue para mí una alegría leer a menudo este soneto y la carta; le agradezco ambas cosas.
Y no debe dejarse extraviar en su soledad porque algo en usted desee salir de ella. Precisamente este deseo, si lo utiliza con calma y con elevación y como
instrumento, contribuirá a dilatar su soledad sobre un vasto país. La gente,
con ayuda de convencionalismos, tiene todo resuelto yendo a lo fácil y a los
aspectos más fáciles de lo fácil; pero está claro que debemos atenernos a lo
difícil; todo lo viviente tiende a ello; todo en la naturaleza se desarrolla y
se defiende según su especie, y es lo característico de sí mismo y trata de
serlo a toda costa y contra toda resistencia. Poco sabemos; pero que debemos
mantenernos en lo difícil es una certeza que no nos abandonará. Estar solo es
bueno, porque la soledad es difícil. Cuando algo es difícil, es una razón aún
más de peso para hacerlo.
También es amar bueno, porque el amor es difícil. Tener amor un ser humano por otro:
esto es quizá lo más difícil que nos ha sido encomendado; es los supremo, la
última prueba y examen, el trabajo ante el cual todos los otros trabajos no son
más que preparación. Es por eso que los jóvenes, novicios en todo, no dominan
el amor: tienen que aprenderlo. Con todo el ser, con todas las fuerzas
concentradas en torno a su corazón palpitante, solitario, ansioso, desbordante,
tienen que aprender a amar. Pero el periodo de aprendizaje es un largo periodo
de clausura, y así, para el que ama, amar es por mucho tiempo y a lo largo de
la vida interior: soledad, acrecentado y ahondado el aislamiento. Amar no es
nada que signifique consumirse, entregarse y unirse a otro (pues ¿qué sería una
unión entre seres imprecisos, rudimentarios, todavía subalternos?); es, en el
individuo, un sublime pretexto para madurar, para convertirse en algo, en
mundo, en mundo para sí por amor a otro; es en él una grande e inmodesta
exigencia, algo que lo elige y lo llama a lo infinito. Sólo en este sentido,
como deber de trabajar en sí mismos (“escuchar y martillar día y noche”)
deberían los jóvenes usar el amor que les es dado. Consumirse, entregarse y
unirse -en todas sus formas- no es para ellos (que todavía largo, mucho tiempo
deben ahorrar y acumular), porque es la culminación, es tal vez aquello a lo
cual todavía no alcanza la vida de los hombres.
Pero en
esto yerran tan a menudo y tan gravemente los jóvenes (pues es de su índole no
tener paciencia) que cuando el amor les sobreviene se precipitan los unos hacia
los otros, se prodigan tal como son, en pleno descombro, en todo su desorden y
confusión... Pero, ¿qué sentido tiene? ¿Qué puede hacer la vida ante este
montón de materiales medio estropeados, al cual ellos llaman su misión y al que
gustosos quisieran denominar su felicidad -si fuese admisible- y su futuro?
Cada uno se pierde por amor a otro, y pierde al otro y a muchos otros que
habrían querido venir. Y pierde los horizontes y las posibilidades; trueca el
ir y venir de cosas vislumbradas, llenas de presentimientos, por un conflicto
estéril del que ya nada puede salir; nada, si no es un poco de tedio, decepción
y pobreza, y acaso la salvación en uno de los muchos convencionalismos que,
como refugios públicos, están instalados en gran número en este camino -el más
peligroso. Ningún campo del humano existir está tan surtido de
convencionalismos como éste; salvavidas de varia invención, botes y flotadores hay
ahí; el espíritu social ha sabido crear toda clase de albergues; pues siendo
propenso a tomar la vida amorosa como un placer, tuvo que volverla también fácil,
barata y sin riesgos, como son los placeres públicos.
Cierto es que muchos jóvenes que aman falsamente, es decir, faltos de soledad,
simplemente entregándose (el promedio siempre se mantendrá en esto) sienten
como la opresión de una falta, y a su manera quieren hacer apto y fértil para
la vida el estado a que han llegado; pues su naturaleza les dice que las
cuestiones de amor, menos aún que todo lo que es importante de otro modo, no
pueden tener solución pública, con arreglo a tal o cual convenio; que son
cuestiones inmediatas entre ser y ser; que en cada caso necesitan una respuesta
nueva, particular, sólo personal... Pero lo que ya se han confundido y no se
limitan ni diferencian más, los que ya no poseen nada propio, ¿cómo podrían
encontrar una salida de ellos mismos, de lo profundo de la soledad ya derruida?
Actúan con el mismo desamparo, cuando con la mejor voluntad quieren evitar lo
convencional que les choca (como el matrimonio, por ejemplo) dan en los
tentáculos de una solución menos convencional, menos popular, pero igual de
mortal; pues, entonces, ampliamente, alrededor de ellos, todo es
convencionalismo; allí donde se actúan a causa de una confluencia prematura, de
una unión turbia, toda acción es convencional: cada relación a que conduzca tal
desconcierto, tiene su convencionalismo, por desusado que sea (es decir:
inmoral en el habitual sentido); incluso la separación misma se trataría
entonces de un paso convencional, una resolución accidental e impersonal, sin
fuerza y sin ningún provecho.
Con atención, se puede ver que, como para la muerte, que es difícil, para el
amor tampoco ha visto ninguna luz, solución, señal ni camino; y para ambos
deberes, que llevamos ocultos y transmitimos sin abrirlos, no se dejará
descubrir ninguna regla general basada en convenios. Pero a medida que
empecemos a ensayar la vida como individuos, aquellas grandes cosas nos
encontrarán a nosotros, individuos, en mayor proximidad. Las exigencias que el
difícil trabajo del amor opone a nuestro desarrollo son desmesuradas, y como
novicios que somos no las podemos enfrentar. Pero si perseveramos y tomamos este
amor como carga y aprendizaje, en lugar de perdernos en todos los juegos
fáciles y livianos, en pos de los cuales los seres humanos han soslayado lo más
serio de su existencia, se hará tal vez perceptible, entonces, un pequeño
avance y alivio para aquellos que desde hace mucho tiempo van detrás nuestro.
Sería una gran cosa.
Ya que nosotros estamos entrando, precisamente, a pensar si prejuicios y de un
modo objetivo las relaciones de un individuo con otro, y nuestras tentativas
para abandonarnos a tal comunicación no tienen ningún parecido ante sí. Y sin
embargo, en el camino del tiempo hay mucho que quiere prestar ayuda a nuestro
vacilante noviciado.
Tanto la muchacha como la muer adulta, en su nuevo desarrollo personal, serán
transitoriamente imitadores de los malos y los buenos modales de los hombres, y
repetidores de las profesiones varoniles. Tras la incertidumbre de tales
tránsitos se demostrará que las mujeres habrán pasado por esos abundantes y
variados disfraces con frecuencia risibles, sólo para purificarse, en lo más
peculiar de su naturaleza, de las deformadoras influencias del otro sexo. Las
mujeres, en las cuales la vida se demora y habita más inmediata, fecunda y
confiadamente que en el hombre, es preciso que en el fondo hayan llegado a ser
humanos más maduros, seres más humanos que el hombre liviano -no atraído bajo
la superficie de la vida por el peso de ningún fruto corporal-, quien, fatuo,
precipitado, menosprecia lo que cree amar. La mujer, madurada en los dolores y
las humillaciones, saldrá a la luz cuando ésta haya mudado los
convencionalismos de lo exclusivamente femenino, en las metamorfosis de esa
condición social; y los hombres, que aún hoy no sienten llegar esto, se verán
sorprendidos y vencidos. Un día (de ellos, sobre todo en los países nórdicos,
ya hablan e ilustran signos inequívocos), un día la joven será, y será la
mujer, y sus nombres no significarán más lo simplemente contrario de lo
masculino, sino algo por sí mismo, algo por lo cual no se piense en ninguna
condición ni límite, sino nada más que en la vida y el ser: el ser humano
femenino.
Dicho avance transformará (al principio muy contra la voluntad de los hombres
superados) la vida amorosa, hoy colmada de errores; la cambiará
fundamentalmente; la convertirá en una relación valedera de ser a ser, no ya de
varón a mujer. Y este amor más humano, que se realizará infinitamente delicado,
y cuidadoso, y bueno y claro en el atar y el desatar, será parecido al que
preparamos luchando tristemente: al amor que consiste en que dos soledades se
protejan mutuamente, se complementen y se respeten.
Y esto aún: no crea que aquel gran amor que a usted, de niño, se le impuso, se
haya perdido. ¿Puede decir si, entonces, no maduraron en usted grandes y buenas
aspiraciones y designios, de los cuales todavía hoy vive? Creo que aquel amor
permanece en su recuerdo tan fuerte y poderoso porque él fue su primer
aislamiento profundo, el primer trabajo interior que usted ha hecho por su
vida.
En usted deposito toda mi confianza, estimado señor Kappus.
Suyo,
Rainer Maria Rilke
* Sonett, Franz Xaver Kappus
Durch mein Leben
zittert ohne Klage,
ohne Seufzer ein
tiefdunkles Weh.
Meiner Träume reiner
Blütenschnee
Ist die Weihe meiner
stillsten Tage.
Öfter aber kreuzt die
große Frage
Meinen Pfad. Ich werde
klein und geh
Kalt vorüber wie an
einem See,
dessen Flut ich nicht
zu messen wage.
Und dann sinkt ein Leid
auf mich, so trübe
Wie das Grau glanzarmer
Sommernächte,
die ein Stern
durchflimmert dann und wann -:
Meine Hände tasten dann
nach Liebe,
weil ich gerne Laute
beten möchte,
die mein heißer Mund
nicht finden kann...
(Franz Xaver Kappus)
Soneto,
Franz Xaver Kappus
(Versión:
lacl)
Tiembla en mi vida, sin quejarse,
un dolor profundo, oscuro y sin suspiro.
Mis sueños son nieve pura en eclosión
y consagración de mis días más tranquilos.
Mas la gran pregunta a menudo se cruza
en mi camino. Me rebajo y me voy,
gélido pasado como un lago
cuya marea no me atrevo a medir.
Y luego cae sobre mí una agonía tan lánguida
como el gris de las titilantes noches de verano,
por el que una estrella parpadea de vez en cuando:
Mis manos sienten, entonces, amor,
pues me gustaría rezar en manifiesta voz
lo que mis labios tibios no encuentran ...
(Franz Xaver Kappus)
An Franz Xaver Kappus
Rom, am 14. Mai 1904
Mein lieber Herr Kappus,
es ist viel Zeit hingegangen, seit ich Ihren letzten Brief empfangen habe. Tragen Sie mir das nicht nach; erst war es Arbeit, dann Störung und endlich Kränklichkeit, was mich immer wieder von dieser Antwort abhielt, die (so wollte ich es) aus ruhigen und guten Tagen zu Ihnen kommen sollte. Nun fühle ich mich wieder etwas wohler (der Frühlingsanfang mit seinen bösen, launischen Übergängen war auch hier arg zu fühlen) und komme dazu, Sie, lieber Herr Kappus, zu grüßen und Ihnen (was ich so herzlich gerne tue) das und jenes auf Ihren Brief zu sagen, so gut ich es weiß.
Sie sehen: ich habe Ihr
Sonett abgeschrieben, weil ich fand, daß es schön und einfach ist und in der
Form geboren, in der es mit so stillem Anstand geht. Es sind die besten von den Versen, die ich von Ihnen lesen
durfte. Und nun gebe ich Ihnen jene Abschrift, weil ich weiß,
daß es wichtig und voll neuer Erfahrung ist, eine eigene Arbeit in fremder
Niederschrift wiederzufinden. Lesen Sie die Verse, als ob es fremde wären, und
Sie werden im Innersten fühlen, wie sehr es die Ihrigen sind.
Es war eine Freude für mich, dieses Sonett und Ihren Brief oft zu lesen; ich danke Ihnen für beides. Und sie dürfen sich nicht beirren lassen in Ihrer Einsamkeit, dadurch, daß etwas in Ihnen ist, das sich herauswünscht aus ihr. Gerade dieser Wunsch wird Ihnen, wenn Sie ihn ruhig und überlegen und wie ein Werkzeug gebrauchen, Ihre Einsamkeit ausbreiten helfen über weites Land. Die Leute haben (mit Hilfe von Konventionen) alles nach dem Leichten hin gelöst und nach des Leichten leichtester Seite; es ist aber klar, daß wir uns an das Schwere halten müssen; alles Lebendige hält sich daran, alles in der Natur wächst und wehrt sich nach seiner Art und ist ein Eigenes aus sich heraus, versucht es um jeden Preis zu sein und gegen allen Widerstand. Wir wissen wenig, aber daß wir uns zu Schwerem halten müssen, ist eine Sicherheit, die uns nicht verlassen wird; es ist gut, einsam zu sein, denn Einsamkeit ist schwer; daß etwas schwer ist, muß uns ein Grund mehr sein, es zu tun.
Auch zu lieben ist gut: denn Liebe ist schwer. Liebhaben von Mensch zu Mensch: das ist vielleicht das Schwerste, was uns aufgegeben ist, das Äußerste, die letzte Probe und Prüfung, die Arbeit, für die alle andere Arbeit nur Vorbereitung ist.
Darum können junge
Menschen, die Anfänger in allem sind, die Liebe noch nicht: sie müssen sie
lernen. Mit dem ganzen Wesen, mit allen Kräften, versammelt um ihr einsames,
banges, aufwärts schlagendes Herz, müssen sie lieben lernen.
Lernzeit aber ist immer eine lange, abgeschlossene Zeit, und so ist Lieben für lange hinaus und weit ins Leben hinein -: Einsamkeit, gesteigertes und vertieftes Alleinsein für den, der liebt. Lieben ist zunächst nichts, was aufgehen, hingeben und sich mit einem Zweiten vereinen heißt (denn was wäre eine Vereinigung von Ungeklärtem und Unfertigem, noch Ungeordnetem -?), es ist ein erhabener Anlaß für den einzelnen, zu reifen, in sich etwas zu werden, Welt zu werden, Welt zu werden für sich um eines anderen willen, es ist ein großer, unbescheidener Anspruch an ihn, etwas, was ihn auserwählt und zu Weitem beruft. Nur in diesem Sinne, als Aufgabe, an sich zu arbeiten («zu horchen und zu hämmern Tag und Nacht»), dürften junge Menschen die Liebe, die ihnen gegeben wird, gebrauchen. Das Aufgehen und das Hingeben und alle Art der Gemeinsamkeit ist nicht für sie (die noch lange, lange sparen und sammeln müssen), ist das Endliche, ist vielleicht das, wofür Menschenleben jetzt noch kaum ausreichen.
Darin aber irren die jungen Menschen so oft und so schwer: daß sie (in deren Wesen es liegt, keine Geduld zu haben) sich einander hinwerfen, wenn die Liebe über sie kommt, sich ausstreuen, so wie sie sind in all ihrer Unaufgeräumtheit, Unordnung, Wirrnis...: Was aber soll dann sein? Was soll das Leben an diesem Haufen von Halbzerschlagenem tun, den sie ihre Gemeinsamkeit heißen und den sie gerne ihr Glück nennen möchten, ginge es an, und ihre Zukunft? Da verliert jeder sich um des anderen willen und verliert den anderen und viele andere, die noch kommen wollten. Und verliert die Weiten und Möglichkeiten, tauscht das Nahen und Fliehen leiser, ahnungsvoller Dinge gegen eine unfruchtbare Ratlosigkeit, aus der nichts mehr kommen kann; nichts als ein wenig Ekel, Enttäuschung und Armut und die Rettung in eine der vielen Konventionen, die wie allgemeine Schutzhütten an diesem gefährlichsten Wege in großer Zahl angebracht sind. Kein Gebiet menschlichen Erlebens ist so mit Konventionen versehen wie dieses: Rettungsgürtel der verschiedensten Erfindung, Boote und Schwimmblasen sind da; Zuflüchte in jeder Art hat die gesellschaftliche Auffassung zu schaffen gewußt, denn da sie geneigt war, das Liebesleben als ein Vergnügen zu nehmen, mußte sie es auch leicht ausgestalten, billig, gefahrlos und sicher, wie öffentliche Vergnügungen sind.
Zwar fühlen viele junge
Menschen, die falsch, d. h. einfach hingebend und uneinsam lieben (der
Durchschnitt wird ja immer dabei bleiben -), das Drückende einer Verfehlung und
wollen auch den Zustand, in den sie geraten sind, auf ihre eigene, persönliche
Art lebensfähig und fruchtbar machen -; denn ihre Natur sagt ihnen, daß die
Fragen der Liebe, weniger noch als alles, was sonst wichtig ist, öffentlich und
nach dem und jenem Übereinkommen gelöst werden können; daß es Fragen sind, nahe
Fragen von Mensch zu Mensch, die einer in jedem Fall neuen, besonderen, nur
persönlichen Antwort bedürfen -: aber wie sollten sie, die sich schon
zusammengeworfen haben und sich nicht mehr abgrenzen und unterscheiden, die
also nichts Eigenes mehr besitzen, einen Ausweg aus sich selbst heraus, aus der
Tiefe der schon verschütteten Einsamkeit finden können?
Sie handeln aus gemeinsamer Hilflosigkeit, und sie geraten, wenn sie dann, besten Willens, die Konvention, die ihnen auffällt (etwa die Ehe), vermeiden wollen, in die Fangarme einer weniger lauten, aber ebenso tödlichen konventionellen Lösung; denn da ist dann alles, weithin um sie – Konvention; da, wo aus einer früh zusammengeflossenen, trüben Gemeinsamkeit gehandelt wird, ist jede Handlung konventionell: jedes Verhältnis, zu dem solche Verwirrung führt, hat seine Konvention, mag es auch noch so ungebräuchlich (d.h. im gewöhnlichen Sinn unmoralisch) sein; ja, sogar Trennung wäre da ein konventioneller Schritt, ein unpersönlicher Zufallsentschluß ohne Kraft und ohne Furcht.
Wer ernst hinsieht, findet, daß, wie für den Tod, der schwer ist, auch für die schwere Liebe noch keine Aufklärung, keine Lösung, weder Wink noch Weg erkannt worden ist; und es wird für diese beiden Aufgaben, die wir verhüllt tragen und weitergeben, ohne sie aufzutun, keine gemeinsame, in Vereinbarung beruhende Regel sich erforschen lassen. Aber in demselben Maße, in dem wir beginnen, als einzelne das Leben zu versuchen, werden diese großen Dinge uns, den einzelnen, in größerer Nähe begegnen. Die Ansprüche, welche die schwere Arbeit der Liebe an unsere Entwicklung stellt, sind überlebensgroß, und wir sind ihnen, als Anfänger, nicht gewachsen. Wenn wir aber doch aushalten und diese Liebe auf uns nehmen als Last und Lehrzeit, statt uns zu verlieren an all das leichte und leichtsinnige Spiel, hinter dem die Menschen sich vor dem ernstesten Ernst ihres Daseins verborgen haben, - so wird ein kleiner Fortschritt und eine Erleichterung denen, die lange nach uns kommen, vielleicht fühlbar sein; das wäre viel.
Wir kommen ja doch eben erst dazu, das Verhältnis eines einzelnen Menschen zu einem zweiten einzelnen vorurteilslos und sachlich zu betrachten, und unsere Versuche, solche Beziehung zu leben, haben kein Vorbild vor sich. Und doch ist in dem Wandel der Zeit schon manches, das unserer zaghaften Anfängerschaft helfen will.
Das Mädchen und die Frau, in ihrer neuen, eigenen Enthaltung, werden nur vorübergehend Nachahmer männlicher Unart und Art und Wiederholer männlicher Berufe sein. Nach der Unsicherheit solcher Übergänge wird sich zeigen, daß die Frauen durch die Fülle und den Wechsel jener (oft lächerlichen) Verkleidungen nur gegangen sind, um ihr eigenstes Wesen von den entstellenden Einflüssen des anderen Geschlechts zu reinigen. Die Frauen, in denen unmittelbarer, fruchtbarer und vertrauensvoller das Leben verweilt und wohnt, müssen ja im Grunde reifere Menschen geworden sein, menschlichere Menschen als der leichte, durch die Schwere keiner leiblichen Frucht unter die Oberfläche des Lebens herabgezogene Mann, der, dünkelhaft und hastig, unterschätzt, was er zu lieben meint. Dieses in Schmerzen und Erniedrigungen ausgetragene Menschentum der Frau wird dann, wenn sie die Konventionen der Nur-Weiblichkeit in den Verwandlungen ihres äußeren Standes abgestreift haben wird, zutage treten, und die Männer, die es heute noch nicht kommen fühlen, werden davon überrascht und geschlagen werden.
Eines Tages (wofür jetzt, zumal in den nordischen Ländern, schon zuverlässige Zeichen sprechen und leuchten), eines Tages wird das Mädchen da sein und die Frau, deren Name nicht mehr nur einen Gegensatz zum Männlichen bedeuten wird, sondern etwas für sich, etwas, wobei man keine Ergänzung und Grenze denkt, nur an Leben und Dasein -: der weibliche Mensch.
Dieser Fortschritt wird das Liebe-Erleben, das jetzt voll Irrung ist (sehr gegen den Willen der überholten Männer zunächst), verwandeln, von Grund aus verändern, zu einer Beziehung umbilden, die von Mensch zu Mensch gemeint ist, nicht mehr von Mann zu Weib. Und diese menschlichere Liebe (die unendlich rücksichtsvoll und leise, und gut und klar in Binden und Lösen sich vollziehen wird) wird jener ähneln, die wir ringend und mühsam vorbereiten, der Liebe, die darin besteht, daß zwei Einsamkeiten einander schützen, grenzen und grüßen.
Und das noch: Glauben
Sie nicht, daß jene große Liebe, welche Ihnen, dem Knaben, einst auferlegt
worden ist, verloren war; können Sie sagen, ob damals nicht große und gute
Wünsche in Ihnen gereift sind und Vorsätze, von denen Sie heute noch leben? Ich
glaube, daß jene Liebe so stark und mächtig in Ihrer Erinnerung bleibt, weil
sie Ihr erstes tiefes Alleinsein war und die erste innere Arbeit, die Sie an
Ihrem Leben getan haben. Alle guten Wünsche für Sie, lieber Herr Kappus!
Ihr:
Rainer Maria Rilke
Sonett
Durch mein Leben
zittert ohne Klage,
ohne Seufzer ein
tiefdunkles Weh.
Meiner Träume reiner
Blütenschnee
Ist die Weihe meiner
stillsten Tage.
Öfter aber kreuzt die
große Frage
Meinen Pfad. Ich werde
klein und geh
Kalt vorüber wie an
einem See,
dessen Flut ich nicht
zu messen wage.
Und dann sinkt ein Leid
auf mich, so trübe
Wie das Grau glanzarmer
Sommernächte,
die ein Stern
durchflimmert dann und wann -:
Meine Hände tasten dann
nach Liebe,
weil ich gerne Laute
beten möchte,
die mein heißer Mund nicht finden kann...
(Franz Xaver Kappus)