Una
glosa doméstica.
(10 de marzo, 2013)
Un pariente que es furibundo militante
del ismo que hoy se señorea en lo que, a juicio de este servidor, es un
fingimiento de nación, me ha escrito que tendremos nuevo Rey por seis años.
Esto como respuesta a un comentario mío recordando la mítica sentencia: A Rey
muerto, Rey puesto.
Al parecer, a mi pariente le interesa,
mucho menos que a mí, el hecho de que se le tuerzan los deseos al finado
Presidente, persona a la que siempre mi pariente defendiera como si se tratara
de su padre, confesor, mentor y guía espiritual.
Muchos recordarán la noche en que,
cual sombra patriarcal, el finado presidente expresó, dos días antes de entrar
a un túnel del que ya no volvería a salir, que ante una posible ausencia
absoluta de su persona, el pueblo no dudara que, ipso facto, se activarían los
mecanismos dictados por la constitución para generar la figura de relevo
presidencial. Eso sí, lo hizo pidiéndole a los componentes de su secta que
votaran por el candidato seleccionado por él para sucederlo. No recuerdo la
hora. No era muy temprano. Y nos disponíamos a ver quizás un film cuando el
finado Presidente apareció ante las cámaras, para responsablemente informar que
había regresado de Cuba a fin de comunicar la noticia de una nueva intervención
quirúrgica, de pronósticos reservados, ante el recrudecimiento de la lesión que
finalmente cobró su vida.
Quise escucharlo. A pesar de que nunca
comulgué con sus maneras de proceder, ni con su visión autocrática y
jerarquizada de la sociedad ni, menos aún, con la impía manera de tratar a
quienes expresaron su desacuerdo con esa visión y sus métodos de
instrumentación, me pareció que fue gallarda su posición, al menos en lo que
respecta a la responsabilidad que se infería de una cuasi definitiva ausencia
suya.
Fue una despedida. Allá quienes no lo
hayan querido ver, entender y sentir así. De sus palabras, pero sobre todo de
su tono, de los acentos de aquella noche, nos quedó el sabor del desesperanzado
adiós. Esperanzas ha de haber tenido. ¿Quién podría ser culpable por albergar
las suyas? Pero las esperanzas, esperanzas son. Y no siempre logran su añorado
sueño.
Franklin Brito, recuerdo, albergó las
suyas ante una instancia humana, pero fue desoído. El finado Presidente fue
desoído ante una instancia superior. Pero ese es un asunto que trasciende los
motivos de esta glosa. No estamos en capacidad de juzgar nada de lo que pulsa
más allá de este suspiro que conocemos como vida.
El motivo de mi glosa es manifestar mi
absoluta perplejidad ante el reiterado y recrudecido padecimiento que ha
prendido en tantas almas. Los griegos tenían una expresión para el pecado de
orgullo, aclarando que la noción de pecado no tenía para ellos los visos que
tiene en la religión cristiana. Pero digamos que era algo así como una mácula
en la esencia de un ser humano. Y crearon la palabra Hybris para delimitar a
tales lunares de la ética. Bien. Hoy cuando veo, tanto a los más allegados como
a quienes jamás le conocieron de entre sus adeptos, paladinamente desoír los
últimos deseos del finado Presidente (pues ni siquiera se le quiere respetar su
añoranza de ser enterrado en su suelo natal), conjeturo que un colectivizado
pecado de orgullo ha prendido en sus humanidades. Hybris en pleno.
No es necesario recalcar que todo lo
que hicieron sus allegados más cercanos fue una ópera del dislate, violentando
la constitución que el finado presidente pidió fuera respetada por encima de
todo. Qué es lo que les haya motivado a montar ese sainete de improvisado
guión, no alcanzamos a saberlo a ciencia cierta, sobre todo si, analizando en
frío, tendrían todas las de ganar en unas elecciones, independientemente de que
hubieran sido convocadas el día de los Santos Inocentes de 2012 o el día de
Reyes de 2013.
Cabe presumir que toda esa suma de
dislates que se generó en el seno de gobierno, tras la operación del finado
Presidente, obedeció a una diferencia de pareceres. Acaso habrán pensado que
necesitaban algo de tiempo para diseñar un guión que, sin dejar de rezar los
mismos credos que han rezado desde sus inicios, introdujera algunos cambios
para, con ellos, intentar colmar el vacío que deja la figura del finado
Presidente, un vacío que muy difícilmente puede colmar ninguno de sus
seguidores ni de sus opositores.
Machacar al colectivo con el dardo
incansable de la propaganda ha sido una de sus conclusiones. No se trata de que
simplemente “Chávez somos todos”, como reza uno de los slogans de la propaganda
oficial, sino que “todos los que le seguimos vamos a actuar como Chávez”, eso
es lo que verdaderamente subyace tras una campaña ante la que hay que
estrujarse los ojos para no creer que fuera ideada por Dale Carnegie. Y la
impiedad es la base de su credo. Impiedad para con quienes no se arrodillen
junto a ellos. Impiedad para con quienes se atrevan a dudar de que “a ellos les
asiste una verdad suprema”. Impiedad para con quienes no entiendan que deben
entrar por el aro que “ellos, los ungidos de verdad última, han decidido que
deben entrar”.
Y, desafortunadamente, una vez más,
tendré que manifestar sus yerros, al señalarles que esta pócima fundamentalista
que pretenden hacer beber a todos, no es más que la plena y patente
manifestación de una oligarquía, en todas sus letras. Porque como bien señalara
Russell en un añejo pasaje, “…una oligarquía es cualquier sistema en el cual la
soberanía está confinada a una sección de la comunidad: a los ricos, con
exclusión de los pobres, a los protestantes, con exclusión de los católicos; a
los aristócratas, con exclusión de los plebeyos; a los blancos, con exclusión
de los hombres de color; a los varones, con exclusión de las mujeres; o a los
miembros de un partido político, con exclusión de los restantes…”
Quienes han tomado la antorcha de la
exacerbación ideológica (o pseudo ideológica, mis disculpas, no puedo evitar
llamarla así), no están en capacidad de discernir éticamente sobre las
consecuencias de sus acciones. Creen estar asistidos por una razón ulterior y
suprema cuando sojuzgan a una parte de su propia sociedad, no importa cuán
minoritaria sea, lo que por cierto no es el caso de Venezuela, donde un gran
segmento de la población ha manifestado su desacuerdo con la mayoría que ha
hecho filas en el movimiento encabezado por el finado Presidente. Pero eso
importa poco cuando la mayoría relativa se cree ungida por una verdad y razón
absolutas.
Así, quien no comulgue con su credo,
ha de ser bautizado como “escuálido”, no importa si es o no militante activo de
una línea opositora en lo político. “Escuálido” cobra aquí un rasgo semántico
similar al que comportó “judío” para una enloquecida sociedad alemana de los
años 30 y 40 del siglo pasado.
Por eso es que me ha llamado tanto la
atención el comentario soez y ligero que mi pariente me ha lanzado con no otra
intención que la de zaherir. Yo he dicho: “A rey muerto, rey puesto”, para
señalar la falta de respeto para el finado Presidente por parte de sus propios
allegados partidistas. Y mi pariente simplemente ha respondido, con una soberbia
que raya en la majadería, que tendremos nuevo rey por seis años. Por lo visto,
mi pariente sí que ha comprado al contado el slogan de que “Chávez soy yo”. Por
lo tanto, ¿por cuál razón habría que salvaguardar los deseos de quien hasta, no
más ayer, fuera su padre, confesor, mentor y guía espiritual?
.
Post Scriptum. Ex profeso no agrego
foto alguna que pueda hacer referencia a nuestra historia actual. Pues no se
trata de banalizar el asunto de fondo. Creo que basta con lo señalado en la
glosa. Me contentaré con agregar imágenes de aquí o allá que, pienso, deberían
incitarnos a todos el cultivo de una más serena reflexión.
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La primera imagen es un fotograma del film Anrei Rublev, de Andrei Tarkovsky.
La primera imagen es un fotograma del film Anrei Rublev, de Andrei Tarkovsky.
La segunda, un expresivo Buster Keaton.
La tercera, un fotograma del film Anrei Rublev, de Andrei Tarkovsky.
La cuarta, el Dr Caligari, fotograma. Cuando el sanador es el enfermo mayor...
La quinta, caricatura de los generales Guzmán Blanco y Falcón bailan el minuet del poder soberano. Siglo XIX. Venezuela..