Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Si en Venezuela estilamos ser toderos, ese envite de torear la vida en cuanta empresa se nos plante ante la vista, yo debo decir que he sido -y acaso aún soy- un fervoroso nadero, suerte de lance para nadar en las enaguas de la susodicha. Pues en lugar de ser un profesional en todo, he sido un amateur en nadas; en el más feliz de los casos, un entendedor, siempre a la chista callando. Las naderías suelen causar gran fascinación sobre las almas distraídas, entre las que me incluyo, y no sé que hado les haya legado su encanto a las primeras. Y, aunque cursé más de cien créditos en la Escuela de Letras de la UCV, nunca me mortificó el comprobar que ese sistema de jerarquías con que el hombre gusta de mortificarse la carne, también hubiese ganado espacios en ese querido recinto y que, en virtud de ello, hubiese materias que disfrutaban de cierta prelación sobre otras. Iba por puro gusto. Nada hay como explayarse. El resto es aburrido y desmesuradamente empalagoso. Por otra parte, ¿quién no tuvo, alguna vez, que pasar por el trance de mancillarse las manos al hacer algún oficio? Pocos, muy pocos.
Los
pensamientos infantiles, aquella suerte de estampida de imágenes y visiones de
realidad cósmica para las que el niño no encuentra medios expresivos, son
sumamente poderosos, pues se originan o nacen, por así decir, en el seno de un
ser desprejuiciado.
Un pensamiento infantil profundo (hay niños que pueden pensar -y aquí pensar es
ver más allá- con mucho más alcance y profundidad de lo que lo pueden hacer 100
personas adultas que ya hayan pasado por lo que podríamos catalogar como su
proceso de desconexión con el cosmos) puede avizorar una verdad ulterior, una
verdad que luce o da la impresión de ser algo oculto para el resto del mundo.
Pero la realidad es que esa visión de una verdad ulterior es una experiencia o
fenómeno de algo que no está oculto, sino que está muy presente, vibrando a
nuestro alrededor.
La percepción de que no somos parte del cosmos, por ejemplo, sino entes
individualizados que nada tienen que ver con el afuera o con sus prójimos o que
en nada se relacionan con el entorno de la creación, no es más que una ilusión
que se sucede en el seno del espíritu humano, tal ilusión deviene de un
bloqueo; un cerco que van construyendo en el niño, desde afuera, seres que ya
fueron bloqueados. Y todo niño, un ser dotado con el don para el ver más allá
de la fachada de las cosas, pasa por el trance de ser sometido a esa violenta
castración. Es un acto de violencia, aunque pueda argüirse que se origina en un
miedo incomprensible, un miedo a lo abismal.
El arte más que la consumación de un
hecho estético, es el corolario de una conmoción espiritual. Una clave para
adorar esa obra, El Espejo, es acercársele como quien se asoma a un poema o a
una elegía; a una obra de arte, esto es, vuelvo a decirlo, a una celebración
del espíritu y no a un film en el sentido tradicional del término. Dejamos unas
palabras reproducidas por Tarkovsky en su libro Esculpir en el tiempo,
las que le escribiera una espectadora de El Espejo.
.
Y agrego antes unas palabras escritas por
un servidor hace varios años, cuando di con rastros de sus obras de arte en la atmósfera youtube.
martes, 9 de octubre de 2007
Informe del desapego
Guarida de los poetas
la poesía, la memoria, el cine.
Obra maestra, guía del alma, El espejo, de Tarkovsky,
incluye algunos poemas de su padre, aunque en este film puede sentirse la
poesía respirando al lado de uno. La primera vez que fui testigo de este
memorial (tendría yo unos 23 años) recuerdo que dejé mis manos impresas en el
respaldar de la butaca delantera, tal fue el estado de turbación vivencial en
que me postraban sus imágenes, estaba yo en medio de una fiesta del espíritu,
tocado de un don celeste, vibrando en cada poro de mi ser. Cuando salimos de
aquella gratamente recordada sala de ensayo que se llamaba La Pirámide,
me encontraba en un estado de exaltación que, tanto mi compañera como unos
amigos que nos habían acompañado a ver la cinta, no alcanzaban a comprender.
Ellos se habían aburrido de lo lindo. Mi asombro no fue menor al de ellos. Tan
sólo diré algo más en torno a El Espejo. Todas las veces que he
sido su testigo me ha quedado el sabor de que el film-poema culmina donde
comienza la Divina Comedia de Dante, internando el
ojo del espectador hacia el núcleo de una selva oscura. Otro pensamiento me
suscita: que así como el árbol, en veces, no nos deja ver el bosque, el bosque
de nuestra psique, en veces, no nos permite ver el árbol.
Continuamos agregando documentos sobre la obra y perspectiva del mundo que nos
legara ese artista del vivir que respondió al nombre de Andrêi Tarkorvsky; una
perspectiva hoy mayoritariamente desatendida -cuando no objetada- que no hace
más que hablarnos desde un lugar común llamado sensatez, fuente de aguas
cristalinas que brotan de un remanso secreto y apartado, sobre el que cada vez
menos vuelven sus pasos los moradores de la tierra; una mirada emparentada a
los coloquios con que nos obsequiaban algunos de nuestros predecesores,
exponentes de una importuna y casi siempre desoída vieja guardia. Hoy por hoy,
la originalidad en nada se parangona con lo originario, esto es, con las
fuentes del vivir. Muy poca gente vuelve su mirada a lo sencillo, al disfrute y
agonía del vivir que se diluye en nuestras manos, milagro que deberíamos
saborear con el paladar de la imaginación sensible. No se tiene tiempo para
eso, se lo tiene para una virtualidad epidérmica e improvisada, carente de vida
en los recovecos del espíritu. En las urbes, sobre todo, mucha es la gente que
se abochorna ante una faceta cualquiera de la vida que muestre la más nimia
relación con el mero sentir, con aquello que antaño fácilmente identificábamos
con el con-moverse. Se habla de arte o poesía como de islas desérticas que en
nada llevan relación con el desorientado y agitado continente en que se ha
convertido nuestro diario vivir. Mal que aqueja, incluso, a muchos de quienes
viven la ilusión de cultivar arte y poesía. Es por ello, creo yo, que obras
como las de Tarkovsky han de pasar desapercibidas o por debajo de la mesa para
el común de los mortales, cuando no son tachadas de aburridas. Se ha instaurado
la creencia de que la abulia está estrechamente ligada a la búsqueda de nuestra
verdad como seres indivisos, pesquisa que no podría hacerse si no es por vía
del silencio y la mirada introspectiva. En cambio, se suele ligar la gana y
nuestros apetitos con los fuegos fatuos de una imaginería desalmada, que colma
todos los espacios de una exterioridad acuñada y vendida como única verdad. Muy
poca gente se deja seducir con franqueza sobre cuál sea la razón de nuestros
pasos en la tierra. Es más cómodo el dejarse ganar por verdades prestadas que
el buscar las nuestras propias, por muy exiguas que nos puedan parecer. En
realidad, nada es exiguo cuando nace en la autenticidad.
Siempre he mantenido que la poesía vive más allá de la palabra, de la lengua,
de los medios de que disponemos los seres humanos. Y aún lo mantengo. Es por
ello que siempre y ante todo defiendo la presencia de poesía en toda hora y
lugar, a expensas de la ceguera colectiva. La poesía es el germen del arte,
nunca habrá arte donde no viva poesía (en ello lleva relación con cierta
musicalidad del alma). Y no vivirá jamás poesía allí donde no se cultiven el
silencio y la memoria, paso previo a toda escritura. Se escribe con una cámara,
se escribe visionando escenas, se escribe alucinando. Y se escribe modelando,
esculpiendo, pintando, musicando; se escribe sobre la arena o gesticulando en
el aire. El genio de la poesía yace allí, en cada entrega a un escribir nacido
en las fuentes del memorar. Y es por ello que por esta guarida de los poetas
pasan los seres más impensados para quienes fueron educados bajo la presunción
de que poesía es un arte rígido y divorciado del mundo, un arte que solo pueden
cultivar elitescas minorías. Ésa es una verdad a medias, por no decir que es
una precaria presunción. La poesía está más cerca de los hechos que cualquiera
de las ciencias del espíritu creadas por el hombre para aprehender su realidad.
Y citaré, por gusto y para cerrar estas líneas, los versos de un poeta que
jamás he podido olvidar. Cito de memoria, así que excúsenme por no poder
agregar, desde ahora, los datos de la publicación y del traductor. Se trata de
una traducción bilingüe que a mí me place mucho y que tiene una data de no
menos veinticinco años. Tan pronto como consiga ese magnífico ejemplar,
proveeré más datos de la edición.
¡En cuántas cosas que me prestaron yo viajo por el mundo!
¡Cuántas cosas que me prestaron conduzco como mías!
¡Cuánto de lo prestado, ay de mí, yo mismo soy!
Éstas líneas son parte de un memorable poema cuyo primer verso reza: Al
volante de un Chevrolet, por el camino de Sintra (Poemas de Álvaro de
Campos, heterónimo de Fernando Pessoa).