Vivir en los abrazos sólo puede hacerlo quién puede morir en ellos; cada uno elige su permanencia según el gusto (deja que lo exprese con esa frívola sensualidad) de su muerte. Lo que empuja a aquellos hombres a su marcha errante, a la estepa, al desierto... es la sensación de que a su muerte no le complace la casa en que vivían; de que no tiene sitio en ella.
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