“Todo ensayo es vivir”, le dijo una vez, un maestro de la luz y de la tierra a Jose Ratto-Ciarlo, en el ombligo de una conversa. Quien hablaba era Armando Reverón. Con unas telas o cintas, con arena o excrementos, con leña seca o podrida y algún hallazgo en las veredas, forjaba maravillas, deleznables prodigios en los que el porvenir -ese humano porvenir del qué dirán- no tenía cabida.
Tengo esa frase incrustada en la memoria y en el corazón.
Ambos órganos trabajan juntos, se mueven en tándem. Porque la memoria, algunos
lo olvidan, es un órgano del cuerpo (entendiendo que el cuerpo es un órgano del
alma y que el alma es una hija del espíritu…)
En fin, estas palabras han salido a flote porque, leyendo
hacia el pasado, me he encontrado con un divagar que no logro concebir más que
como ensayo. Se ensaya con las piernas, al intentar una ruta. Se ensaya con las
manos, al intentar el arreglo de algún enser que se ha dañado. Y se ensaya con
el pecho, cada vez que intentamos decir aquello que, de tan grande que es -o de
tan grande que le sentimos- en el pecho no nos cabe. Acaso ello sea una de las
causas de un escribir “distinto”: eso, que nos queda grande, que quisiéramos
abarcar con un abrazo, pero que sabemos inasible, eso que nos pone a correr el
corazón encabritado y díscolo. Y las
digo a rajatabla porque así han nacido y porque, vistas las agendas del pasado,
siento que ensayar es una necesidad. Las palabras que debajo dejo me han
servido de acicate: ensayar por ensayar, por el mero gusto de vivir, que es
como decir: por el mero gusto de respirar…
Salud…
lacl, right now, es decir, a las 19:35 del 17, 10, 2019
Y acá dejo los rastros de aquella otra publicación del año 2008,
el ensayo como ejercicio de libre navegación…
https://letrascontraletras.blogspot.com/2007/12/crnica-del-retorno-he-vuelto.html
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