Un poema arrobador, éste que abre el libro Los conjurados, de Jorge Luis Borges. Confieso que me sentí agraciado cuando en mis manos cayera ese tomo recién salido de la imprenta. Al leer los primeros textos, en los que prosa y poesía caminaban desembarazadamente juntas, sentí que la providencia quiso darnos este regalo, legado de un poeta que ya ha entrado en las postrimerías de su vida. Sin embargo, cuán lleno de vida está ese libro, testimonio fiel de un alma viva, que no luce aquejada por los años, todo lo contrario. La pasión y la compasión aparece repetidas veces en este conjunto de textos poéticos y prosísticos. Borges, que no fue creyente ni cultor de religión alguna, da muestras de una compasión que va más allá de los golpes de pecho. No es requisito el seguimiento de un dogma religioso para que la compasión salga a flote de un humano corazón. Lo que hay que tener es un corazón compasivo, el cual suele ser más religioso o místico que cualquier dogma escrito o doctrina. Para muestras este Cristo en la cruz. . .
Salud, lacl.
Cristo en la cruz
Jorge Luis Borges
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?
Cristo en la cruz, una lectura.
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