Giro de la luna, de Robert Graves. Creo que es el primer poema del que intenté dar una versión propia en mi vida. Tan hermoso me parece, pues sin caer en romanticismos o cursilerías, trasluce el amor que donan los momentos placenteros de nuestras cuitas con madre Natura. La Diosa Blanca obsequiándonos la llovizna como un símil del más puro amor, la mujer entregándose mientras ama.
Salud, lacl.
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GIRO DE LA LUNA, Robert Graves
Nunca olvides quién trae la lluvia
en curtidos sacos de piel de cabra desde un mar lejano:
es la luna girando mientras repara
los daños de una larga sequía e insolación.
Nunca cuentes con la lluvia, nunca la profetices,
pues no hay poder que pueda traer la lluvia,
salvo la luna al girar, ¿y quién puede gobernarla a ella?
Ella es partidaria de atrasar las necesarias irrigaciones,
por temor de que tal ofrenda pueda convertirse en obligación,
un mes, o dos o tres; y, subrepticiamente,
solo cediendo por capricho,
quizás conjure desde el oeste sin nubes
una solitaria gota de agua para sorprender con esperanza,
cada demacrado y expectante rostro.
Fuese la luna un sol y podríamos nosotros contar con ella
para traer la oportuna lluvia mientras gira;
sin embargo, nadie recuerda dar gracias al imperturbable sol
por brillar fiero en el verano y tibio en el invierno,
¿por qué habría de padecer la luna esa tediosa faena?
Pero si una noche ella nos obsequia, mientras gira,
con una suave, continua, pareja, copiosa lluvia
que no daña ni la hoja ni la flor, sino que dulcemente cae,
hora tras hora, penetrando hasta las raíces principales,
y la humedecida tierra exhala con el alba
un largo suspiro perfumado de pura gratitud,
tal lluvia -la primera de nuestras vidas, nos parece,
no profetizada, ni lisonjeada, ni aguardada-
es la mujer ofrendándose mientras ama.
(Versión de lacl)
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Created by Dylan Lewis and Don Searll, formed part of an exhibition on L'Ormerins wine estate in Franschhoek.
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