Sobran las palabras. Nos cupo la suerte de contarle entre los nuestros. Otro hijo de allende los mares que hizo casa en Tierra de Gracia. Y nos ha legado una obra fecunda. Verbigracia, este ensayo capital y necesario sobre el sectarismo en tiempos oscuros o de angustia. Anhelo poder transcribir algún día su ensayo Conciencia de fracaso, otra de las joyas contenidas en su libro ANSIEDAD CULTURAL, del cual nos cupo la fortuna de hacernos de un ejemplar de su primera edición. No dudamos en recomendar ampliamente su lectura, una vez más. A pie de página un par de maravillas de Nina Simone, van en ofrenda...
Salud!
lacl
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La
psicología del sectarismo en tiempos de ansiedad, Rafael López Pedraza
Algunos aspectos del sectarismo
Mi
interés en este escrito es apuntar algunos aspectos del sectarismo tales como
su ámbito arquetipal, su importancia a lo largo de la historia de Occidente, su
alarmante irrupción en la actualidad y su interés para la historia de la psicoterapia
moderna. Estudiar la complejidad de esta materia tanto como podamos es de suma
importancia, porque pareciera que el hombre occidental, en general, y la
psicología, en particular, ignoran la tremenda fuerza oculta tras el
sectarismo.
La
premisa básica del sectarismo es la siguiente: Yo y el grupo de personas al que
pertenezco somos mejores y tenemos propósitos de más valía que las personas que
no pertenecen a este grupo, las cuales están equivocadas y por lo tanto
pertenecen al bando equivocado. Entiendo, por supuesto, que esta es una visión
sumamente simplista y esquemática del sectarismo, pero la psicología del
sectarismo es exactamente así: simplista y esquemática.
Para
comenzar, permítanme aportar un retrato arquetipal de la personalidad sectaria,
según fue esbozado por el poeta trágico Eurípides
en su obra Hipólito. Hipólito es el paradigma de la personalidad
virginal y puritana, que es proclive al sectarismo. Hipólito hace su primera
entrada en escena, en compañía de un grupo de jóvenes cazadores amigos, que
vienen cantando un himno en honor a Artemisa, su patrona:
Hipólito
(a sus compañeros): "Seguidme, seguidme cantando a la celestial
hija de Zeus, a Artemisa, nuestra doncella protectora".1
Estas
líneas constituyen en sí mismas una imagen que transmite el entusiasmo y el
estado de fascinación de esos jóvenes adeptos. Una vez cantado el himno coral,
Hipólito recita una plegaria a Artemisa:´
Hipólito:
"A ti, oh diosa, te traigo, después de haberla adornado, esta corona
trenzada con las flores de un prado virgen (…), donde el río de la Castidad
mana incesante regando a las flores. La diosa del Pudor [la] cultiva con rocío
de los ríos. Vamos, querida soberana, acepta esta diadema para tu áureo cabello
ofrecida por mi mano piadosa. Yo soy el único de los mortales que tengo el
privilegio de reunirme contigo e intercambiar palabras, oyendo tu voz aunque no
vea tu rostro. ¡Ojalá que los últimos días de mi vida sean iguales a estos
primeros!". 2
El
contenido de esta plegaria constituye una expresión de pureza, derivada del
aspecto más incontaminado de lo virginal: las flores que Hipólito ofrece a
Artemisa han sido recogidas en campos jamás transitados por el hombre; es un
ejemplo explícito de un alma predominantemente virginal, que se expresa a sí misma
mediante la imaginería de un paisaje que le es afín. La plegaria es un bello
ejemplo de la retórica de lo virginal.
En
la escena que sigue, un viejo sirviente, que ha estado escuchando a Hipólito,
le habla ahora con intención de aconsejarlo. Le pregunta por qué no ha dedicado
ninguna oración a una gran diosa como Afrodita. Pero Hipólito rechaza rendirle
culto: "Desde lejos la saludo, pues yo soy casto".3 El
sirviente le previene diciéndole: "Hay que honrar a todos los dioses, hijo
mío".4 Pero Hipólito, al tiempo que abandona la escena en
compañía de sus amigos cazadores, se despide con estas desafiantes palabras:
"En cuanto a tu Cipris, le mando mis mejores saludos".5 Más
adelante, en la tragedia, sabremos que Hipólito no sólo rechaza a Afrodita sino
a todos los demás dioses y diosas.
En
mi opinión, el viejo sirviente, incluso si no se le considera como una
personificación de Hermes, posee, de hecho, rasgos herméticos. Es capaz de ver,
al vuelo, el fanatismo de Hipólito e intenta corregirlo. Con mucha persuasión,
trata de lograr que Hipólito reconozca ese lado opuesto de su personalidad, que
rechaza y reprime de una forma tan brutal lo que no venga de sus formas de
vivir. Mucho después, cuando la tragedia haya tomado su curso, Teseo, el padre
de Hipólito, en un parlamento que siempre ha sido motivo de especulación y
perplejidad para los estudiosos, acusa a su hijo: Teseo: "…¿De modo que
eres tú el hombre sin par, el que vive en compañía de los dioses? ¿Tú, el casto
y puro de todo mal? No puedo creer que te jactes hasta el extremo de llamar,
insensatamente, a los dioses ignorantes. ¡Pregona y vocifera la bondad de tus
dietas raras! Adopta a Orfeo como tu señor y profeta y entrégate a la adoración
de sus palabras etéreas".6
Si
se consideran complementarias, estas tres escenas pueden servir como una
descripción de la personalidad virginal y puritana. La primera, la de Hipólito
con sus amigos cazadores, puede verse como una imagen antropológica primordial
del sectario, la imagen prototípica del culto ritual en el que el puritanismo
domina la psique de los adoradores. La segunda imagen, la del encuentro con el
viejo sirviente, retrata el fanatismo de la personalidad sectaria: el rechazo
de aquello que no pertenezca a la secta. Y la tercera imagen, la de la
reflexión de Eurípides sobre el sectarismo órfico puesta en boca de Teseo,
evidencia el sectarismo de Hipólito, pues acusa su conexión con la secta de
Orfeo. Nosotros podemos imaginar que, en ese momento, Hipólito tiene cerca de
veinte años de edad y que las acusaciones de su padre en relación con el
orfismo, a la dieta sin carnes y a los efluvios verbales ("sus palabras
etéreas"), todo ello nos habla de un hombre joven, con inclinación por la
vida sectaria. Esta imagen nos recuerda al llamado 'sectario civilizado' cuyas
manifestaciones modernas, ¿acaso no evocan este patrón arquetipal?
Mediante
personajes como el viejo sirviente, quien reprende a Hipólito por su culto
único a Artemisa, y como Teseo, quien reacciona ante el sectarismo órfico,
Eurípides expresa claramente la intolerancia y rigidez en el sectario Hipólito.
Permítanme
destacar estas dos características intrínsecas a la personalidad de Hipólito:
su exclusiva lealtad a Artemisa, junto a la rigidez que ello implica, y su
desprecio y brutal repulsión hacia todo aquello que no pertenezca a su diosa.
Hipólito dice: "¡Ojalá que los últimos días de mi vida sean iguales a
estos primeros!". Esta es la expresión de una naturaleza que no busca
ningún movimiento psíquico, ninguna otra iniciación.
Una naturaleza sin alquimia
Podemos
decir que se trata de una naturaleza sin alquimia, en el sentido de que no
puede mezclarse con otros metales en procura de algún movimiento psíquico. Y es
por esta razón que las palabras de Hipólito tienen tanta importancia para aquel
psicoterapeuta cuya práctica está concebida como movimiento psíquico.
E.
R. Dodds, en su libro Pagan and Christian in an Age of Anxiety 7,
describe la irrupción del sectarismo en los tiempos en que nace la cristiandad:
"Poseemos
descripciones de cierto número de comunidades ascéticas que parecen haber
surgido independientemente unas de otras en diversas regiones del Mediterráneo
oriental poco antes de la era cristiana. Esenios en Palestina, terapeutas en
torno al lago Mareotis, los contemplativos egipcios descritos por Queremón o
los neopitagóricos de Roma".
Se
ha especulado mucho, si bien a partir de una evidencia poco académica, acerca
de la influencia de los esenios en la vida y enseñanzas de Jesucristo y de sus
seguidores. En unos "tiempos de ansiedad", esas sectas que
florecieron son la señal de que los momentos históricos de profunda
perturbación psíquica son propicios para que el modo de vida de las sectas
atrapen y den forma al exceso de sufrimiento y de ansiedad. Se hace obvio que,
directa o indirectamente, el espíritu del sectarismo halló un lugar propio en
tiempos del nacimiento del cristianismo, y que, en una variedad de formas, ha
seguido siendo importante a lo largo de su historia. Hoy, en un tiempo también
de ansiedad, ya sea dentro del espíritu del cristianismo o fuera de él, el
sectarismo irrumpe una vez más para atrapar y tratar de contener el exceso de
sufrimiento.
Como
hemos visto, el sectarismo es arquetipal. La principal actividad de una secta
es cantar en honor ya sea de un dios, una diosa, del gurú o del líder de la
secta e incluso de las reglas que regulan el modo de vida de la secta. Sin
embargo, ha sido el genio de Eurípides el que muestra el reverso de la moneda:
Hipólito reprime todo lo que no sea su idolatría por Artemisa y luego en la
tragedia vemos la venganza de Afrodita en la muerte de Fedra y del mismo
Hipólito. Imágenes de la tragedia griega que, para nosotros, son metáforas de
la destrucción que acarrea el sectarismo.
La
psicoterapia moderna nació bajo el signo del sectarismo, evento histórico que
hizo posible el que su poderosa influencia haya perdurado hasta nuestros días.
Tan pronto como se inició la psicoterapia moderna, una disciplina destinada a
iniciar una nueva aventura en la psique, el sectarismo se adueñó de ella.´
La
primera corriente de psicoanalistas se vio forzada a obedecer a Freud, el
fundador de la Escuela de Viena, cuyos estudios se habían transformado en las
leyes de la secta que el adepto no debía transgredir. El psicoanálisis clásico
funciona como una ortodoxia: la salud del analista no se cuestiona, él mismo ya
ha sido analizado, ha aprendido una técnica y pertenece a la 'sociedad'. El
psicoanálisis es un ejemplo de sectarismo en la psicología moderna.´
El
peligro de una secta, ya sea freudiana o junguiana, consiste en que pone fin a
la aventura interior de la psique. Todo cuanto tiene lugar en el alma es
referido o interpretado fundamentalmente dentro de la concepción de la secta.
Todas las múltiples posibilidades, las diversas vías de tener relación con los
eventos de la vida de una persona son bloqueadas por la psicología sectaria.
Si
ubicamos en perspectiva histórica al sectarismo dentro de la psicología
moderna, llegaremos a considerar la ruptura de Jung con Freud como un producto del sectarismo y como una imagen
desde la cual percibir otra de sus primeras apariciones en la psicología
moderna.
En Hermes
y sus hijos 8, reflexiono sobre esa ruptura entre Freud y Jung como la expresión
de una brecha, polarizada entre la adhesión al poder de Freud y la naturaleza
hermética de Jung. Sin embargo, ahora podemos entender la insistencia de Freud
en su 'autoridad' como el control vigilante del líder de una secta. El
sectarismo, así visto, está fundamentado en la obediencia al fundador y a las
reglas de la secta.
Jung,
al referirse a las sectas esotéricas, las calificó como una red en la que queda
atrapada la locura de ciertas personas, que, de otro modo, estarían internadas
en instituciones psiquiátricas. Podría entenderse su famosa observación de
"¡Gracias a Dios que yo soy Jung y no junguiano!", como una reflexión
sobre el sectarismo entre sus seguidores. A pesar de esta acertada advertencia
de Jung, creo que podemos
admitir que la psicología junguiana no ha estudiado el sectarismo seriamente y
no sabemos hasta dónde se ha hecho sombra, desde dónde hace su aparecer para
distorsionar la visión de la psique como entidad individual única.
Un sectario moderno
Ahora,
quisiera le diéramos una mirada a la imagen de un sectario moderno. Le llamaré
Pablo. Tiene 45 años de edad, es abogado, alto de estatura, del tipo asténico y
enflaquecido, tiene una cabeza grande y la barba bastante crecida. Se ha
divorciado dos o tres veces y tiene varios hijos. Pero, el pilar de su vida y
su filosofía es su gurú hindú, a quien visita en la India cada vez que siente
que su psique se encuentra en una profunda crisis o al borde del abatimiento.
Durante sus primeras horas de psicoterapia, Pablo me contó que, en una ocasión,
mientras estaba de visita en México, se sintió perturbado después de ver una
gran cantidad de imágenes mexicanas. Se encontraba en lo alto del campanario de
una iglesia, cuando comprendió que se sentía bastante mal y, entonces, recordó
que un amigo le había hablado de unashram en Los Angeles. Así que
tomó un avión a Los Angeles y participó en el ashram. De inmediato,
comenzó a sentirse más calmado y en mejor forma. Es obvio que la secta le
proporcionó un cierto balance psíquico. Su contacto con la secta, el elemento
que su psique necesitaba para lograr un equilibrio básico, activó en Pablo una
comunicación ritualista y restableció su equilibrio.
No
fue difícil comprender que Pablo había venido a verme porque no había ashrams en
Caracas y, en ese entonces, no tenía dinero para viajar a la India y ver a su
gurú. Mi actitud psicoterapéutica fue la de establecer una simetría con lo que
él estaba aportando a la psicoterapia. Siendo receptivo a sus conversaciones
acerca de su gurú hindú y animándolo con mi curiosidad, Pablo fue capaz de encontrar
el balance necesario para acometer lo que eran sus conflictos reales en esa
época.
Esta
experiencia analítica con Pablo muestra, en pocas palabras, la rapidez con que
funciona la psicología del sectarismo. De una forma casi inmediata, atrapa y
contiene a la psique que está al borde de un colapso. Pablo representa para mí
al sectario per se. No puedo imaginar que sea capaz de vivir sin la
conexión con una secta y con todas las gratificaciones que esto provee, tales
como meditación, ejercicios de respiración, dietas macrobióticas, amuletos y
otros, del mismo modo en que Hipólito decía "… ¡Ojalá que los últimos días
de mi vida sean iguales a estos primeros!".
Si
bien Pablo es un caso típico del sectario moderno, el catálogo del sectarismo
es sumamente variado. Tuve otro paciente, un hombre joven quien, a los
veintidós años de edad, fue sacudido por una tragedia familiar muy compleja. En
medio del torbellino emocional de ese momento y casi en forma inconsciente, el
joven se unió a una secta con la que permaneció, sufriendo una culpa enorme y
viviendo un conflicto interior, hasta que tuvo 35 años, momento en el que
acudió a psicoterapia. Había estado tan sofocado por la secta que la primera
parte del análisis fue dedicada totalmente a discutir la psicología del
sectarismo. Su experiencia demostraba, una vez más y acertadamente, lo rápido
que el sectarismo puede apoderarse de una psique que se encuentra bajo la
presión de un sufrimiento extremo. Quiero destacar este importante aspecto del
sectarismo –la curación en el nivel del sectarismo– porque considero que merece
tanto respeto como estudio.
Cuando
trabajaba en la Clínica Zürichberg, en Zürich, entonces recién fundada, llegó
un hombre procedente de Trieste, en busca de tratamiento. El doctor Heinrich
Fierz, director de la clínica, conversó con él pero, hasta donde yo recuerdo,
no pudo determinar cuál era el trastorno psicológico del hombre. De hecho, el
hombre no daba muestras de tener problema alguno. Tenía un aspecto decente, el
de un hombre que calmada y lentamente entraba en la vejez. Se condujo con mucha
circunspección durante los pocos días que permaneció en la clínica y apenas fue
notado. En determinado momento, el hombre anunció que ya se había restablecido
y que deseaba regresar a su casa. Antes de partir, el doctor Fierz mantuvo una
última conversación con él, en la que le preguntó cómo se había curado. El
hombre le explicó detalladamente que un día, mientras estaba comiendo con otros
pacientes y algunos terapeutas, sintió un flujo de energía circulando a través
de la gente y alrededor de la mesa –lo que hoy en día se llaman vibraciones–
y esto le devolvió la salud. Desde la perspectiva de la psicopatología, su
fantasía tiene un toque paranoico y nos recuerda el magnetismo animal de
Mesmer. Pero estamos reflexionando sobre el modo en que el arquetipo funciona
en su aspecto sectario. Al mismo tiempo, este caso puede considerarse como un
ejemplo psiquiátrico de los que nos reporta la antropología cultural dentro del
fenómeno de lo religioso, y que puede ser visto como un ingrediente de la
psicología sectaria.
También,
hay gente que sabe mucho acerca de las ideas y modo de vida de muchas sectas.
Son casi unas enciclopedias vivientes acerca de las sectas y de sus fundadores.
Tengo la impresión de que, en esta forma, alimentan su necesidad psíquica de
sectarismo, sin tener que literalizar esta necesidad uniéndose efectivamente a
una secta.
Muchas
personas acuden a psicoterapia después de haber pertenecido a diversas sectas
teosóficas, de Gurdieff, subud, sufíes, sin mencionar las de los muchos gurúes
de la India. Es muy extraño encontrar entre ellas una que opte por su
individuación. Lo común es que psíquicamente se mantenga apegado a lo sectario
y tenga a la psicología junguiana por una secta más.
A
principios de los años setenta, Zürich se vio inundada por hippies que
acudían al análisis junguiano movidos por una curiosidad un tanto ingenua y
deseosos de escuchar palabras etéreas. Uno sospecha que cualesquiera fuesen las
palabras que el analista usara, ellas serían escuchadas como sublimes. Yo
llegué a preguntarle a un hippie qué lo había atraído hacia la
psicoterapia junguiana. Me respondió que había leído la solapa de un libro de
Jung, sobre el Bardo Thödol 9, en una librería de
San Francisco y que eso fue suficiente para llevarlo hasta Zürich. Hay gente
dispuesta a ir hasta el fin del mundo para escuchar de un profeta las palabras
etéreas que su psique necesita: gente que dedica gran parte del tiempo en la
búsqueda de esa suerte de orfismo que Hipólito practicaba cuando tiene lugar la
tragedia.
Esa locura específica y peculiar del
sectario
El
sectarismo funciona de diversas maneras: conocí a un hombre joven que, no
pudiendo tolerar la aventura de la sombra en el análisis junguiano, se unió a
una secta bastante estricta. Este caso dio también mucho de qué hablar entre
sus amigos y, personalmente, me dio mucho en qué pensar, tanto que me encontré
a mí mismo especulando que ese joven bien podría no ser totalmente un hijo
arquetipal de Artemisa, por decirlo así, sino que era más una personalidad
adolescente infatuada, un puer aeternusque se había identificado
con un éxito precoz en la vida. Después, a sus 30 años de edad, no podía
aceptar el fracaso terrenal con su sombra por lo que su psique parecía no ofrecerle
otra opción para sobrevivir que la de unirse a una secta, cuyas reglas eran de
una severidad tal como prohibirle cualquier acercamiento de sus amigos de otros
tiempos.
Le
pido al lector que tenga en mente este caso porque pudiera darnos la oportunidad
de distinguir entre dos psicologías, que suelen resultar confusas: la
psicología del puer aeternus y la del sectario. Por ejemplo,
Thomas Moore, en su artículo "Artemis and the Puer" 10 percibe a Hipólito en el contexto del arquetipo del puer
aeternus, del eterno adolescente. Lo que yo veo semejante al puer en
Hipólito pudiera ser su juventud y también su "…entrega a la adoración de
sus palabras etéreas" (las emanaciones verbales de los órficos), como en
el hippie de San Francisco. Sin embargo, para mí, esto no es
suficiente para considerar a Hipólito como una figura paradigmática del puer.
Sus rasgos más importantes son su virginidad y su castidad, lo que yo considero
como típico de un hijo arquetipal de Artemisa.
Eurípides
pinta en Hipólito el retrato de una personalidad básicamente limitada: adorar
solamente a una deidad del panteón griego de dioses y diosas es evidencia de
una personalidad limitada y pobre. Los estudiosos de los clásicos coinciden con
esta afirmación y describen a Hipólito como una personalidad débil, de una
trágica simplicidad. Incluso Hipólito parece aún más débil cuando se le estudia
en comparación con otros héroes trágicos –Orestes, por ejemplo, cuya conciencia
trágica y la forma en que asume su destino, muestran lo que realmente es el
héroe trágico–. Hipólito no muestra una actitud comparable, toda vez que es
movido sólo por fuerzas inconscientes y no tiene conocimiento de su propio
destino trágico. El no es un héroe trágico, con una conciencia trágica, sino
más bien una víctima trágica.
La
imagen poética del sectario que nos da Eurípides nos permite ver a la debilidad
como un rasgo esencial de la personalidad sectaria. Y yo considero que es éste
el rasgo que mueve al adepto a unirse a una secta; no hay energía que sostenga
al individuo. Sin embargo, hay una vía más dramática, o incluso más brutal, de
detectar los elementos que mueven la necesidad de unirse a una secta. Años
atrás, leí un libro de Jean Paul Sartre sobre el judaísmo y el nazismo. No he
podido encontrar de nuevo este libro, de manera que tendré que confiar en mi
memoria. Al tratar de introducirse en la psicología del nazismo, Sartre trae a
colación una analogía con una secta americana, la del Ku-Klux-Klan,
cuyos miembros desean 'limpiar' el mundo de la gente negra. Para Sartre, es la
mediocridad lo que ha impulsado a esa ente a unirse en una secta. Así que
podemos observar una mezcla de debilidad y mediocridad en la psicología del
sectario. Debemos estar conscientes de nuestra propia mediocridad porque, de lo
contrario, podría pasar a formar parte de nuestra sombra. A propósito, tuve una
vez un paciente que consideraba que el logro de su psicoterapia había sido
hacerse consciente de su mediocridad.
La maldad en la secta
Al
hablar de mediocridad, comenzamos a aproximarnos a la atemorizante y siniestra
aparición de la maldad en la secta. Podemos ver una manifestación de ello, con
una lente de aumento, en una secta como la de James Jones, quien condujo a un
grupo de adeptos hasta un claro de la selva de Guyana, donde tendrían una vida
pura y sencilla. Imagino que todos hemos leído los espantosos testimonios de
quienes sobrevivieron a ese holocausto. Muchos de ellos parecen ser gente
sencilla y cuando explican lo que les llevó a la secta, uno puede tener una
evidencia palpable de esa debilidad y mediocridad, que son el impulso de una
forma sectaria de vida. Se dejaron influir por el aspecto utópico del
sectarismo: por la fantasía de que podrían encontrar la Ciudad de Dios en la
selva guyanesa, aunque en verdad siguieron a un loco poseso de sectarismo que
los condujo a la muerte. El caso de la secta de Guyana, acompañando al horror,
tiene el mayor interés por el número de víctimas y porque fue la primera de una
serie de inmolaciones suicidas en sectas, a las cuales el lector ha tenido
acceso a través de los media.
En
su artículo "Pain and Punishment", Alfred Ziegler 11 se refiere al aspecto psicosomático de la psicología de la
utopía que está presente en la psicología sectaria y que se transformó en
horror en la secta de Jones. La cruda realidad de la vida en la selva guyanesa
sobrepasó la imaginería infernal de Gerónimo el Bosco y del Marqués de Sade, en
quienes Ziegler ha basado la imaginería del opuesto destructivo de lo utópico.
Debemos tener en cuenta esta contribución de Ziegler sobre el dolor y el
castigo psicosomáticos del utópico cuando nos enfrentemos con casos semejantes,
porque creo que nos proporciona un enfoque muy acertado de su condición
psicosomática. Un autocastigo compensando los vuelos futuristas de la utopía
sectaria.
La
portada de la edición del mes de mayo de 1991 de la revista Time
Magazine, tuvo como titular "The Thiriving Cult of Greed and
Power" ("El próspero culto de la avaricia y del poder"), y
remitía a un reportaje sobre una secta que se autodenomina la Iglesia de –algo
así como– la Cienciología, una secta de la que yo no sabía nada hasta ese
momento. La descripción del Time de esa secta, que reclama ser
una religión, es impresionante. La concepción del culto es de una demencia
difícil de ser catalogada en un manual sobre psicopatología. Por ejemplo,
Hubbard, dentista y fundador de la secta, "determinó que los seres humanos
están hechos de un conglomerado de espíritus (o 'thetans' como él los
denomina) que desaparecieron de la Tierra hace unos 75 millones de años a causa
del cruel tirano galáctico Xenu". Dejo a su imaginación adivinar de qué
tipo de enfermedad mental nace esta secta. He hecho referencia a la debilidad y
a la mediocridad en la psicología sectaria, pero parece que me quedé corto frente
a la doctrina básica de la Cienciología. Sin embargo, se trata de una especie
de sectarismo que vale la pena explorar y demuestra que no es necesario tener
una forma coherente de pensamiento: porque evidentemente mientras más demencial
sean sus principios, más exitosa será la secta. Con esto, podemos volver –como
en el caso de Pablo– a la observación que hizo Jung a principios de siglo
respecto al hecho de que mientras más sectas existan, menos necesidad habrá de
instituciones psiquiátricas.
Observamos,
a partir del libro de E. R. Dodds, Pagan and Christian in an Age of
Anxiety, que la psicología del sectarismo floreció en una época de
ansiedad. Las dos sectas mencionadas, la de Jim Jones y la Cienciología,
revelan la incomparable ansiedad de los tiempos que vivimos. En esta visión,
también entra el fundamentalismo de las grandes religiones, las cuales expresan
su fanatismo mediante el terrorismo. A esta altura, creo que podemos ver que el
sectarismo, hoy en día, es una expresión colectiva que no podemos ignorar y que
supone un reto para nuestros estudios.
Del sectarismo en el paciente
Ahora
bien, cuando hacemos psicoterapia, deberíamos estar conscientes de la eventual
aparición del sectarismo en el paciente, así como estar listos para reflexionar
sobre su manifestación en nosotros mismos, porque, de otra manera, existe el
riesgo de que el sectarismo, con su mediocridad, se transforme en la fuerza que
controle la situación terapéutica. Necesitamos asimismo saber que existen
muchas formas mundanas, mediante las cuales el sectarismo puede introducirse
subrepticiamente en nuestras vidas. He tenido la sensación de que la semántica
junguiana suele darse por sentada en lo que toca a términos como persona,
ego, sombra, ánima, animus, self, etcétera, que acaban convirtiéndose en
contraseñas de una secta. Un ejemplo pudiera ser el modo en que el término
'individuación' se ha transformado en una palabra milagrosa. Es necesario
aclarar lo que deseamos significar con 'individuación' o con cualquiera de esos
términos en un contexto determinado y evitar su estereotipación pues, de otra
manera, se corre el peligro de que se convierta en la jerga de la secta. Los
balbuceos etéreos de la secta, totalmente desasidos de la realidad corporal y
terrena, de los cuales Eurípides era consciente.
Teoría y sectarismo
Podemos
asimismo percibir el sectarismo en la forma en que la gente habla sobre una
teoría. A veces, da la impresión de que la psicología está plagada de teorías.
Por supuesto que las teorías son una contribución, pero podemos ver a algunos
analistas tan apegados a ellas, que las literalizan en una forma similar a lo
que hace el sectario con las leyes de su secta. El asunto es que tanto la
semántica como las teorías pueden alimentar nuestro latente sectarismo de
manera tal que llegamos a experimentar nuestras vidas y practicar nuestra
psicoterapia en esos términos.
Muchas
personas acuden al análisis junguiano muy versadas de antemano en la teoría y
semántica de la escuela y predispuestas a experimentar su terapia y su estudio
como una forma de vida sectaria. Traté a una joven mujer, de unos 30 años,
licenciada en Historia y, un día, hablando sobre historia, el asunto del
sectarismo se coló en la conversación. Me sorprendí entonces cuando me
manifestó que, al iniciar su terapia, ella había tenido la fantasía de que
estaba ingresando a una secta: ella, yo, el amigo que le había recomendado
venir a verme y el resto de mis pacientes estábamos en lo 'correcto', mientras
que el resto de la gente estaba 'equivocada'.
Cuando
converso con mis colegas y con estudiantes de psicología, a menudo se percibe
la presencia de ideas del sectarismo. Siendo el sectarismo arquetipal, esto es
inevitable, especialmente cuando un grupo se reúne. Durante los últimos años,
la psicología junguiana se ha desarrollado notablemente desde su contexto
parroquial en Zürich, hace unas tres décadas, hacia una expansión alrededor del
mundo, en donde miles de personas están incorporándose a ella. Sin embargo, ¿se
tiene quizás suficiente conciencia de que una expansión de esa clase supone la
manifestación de un impulso misionero, penetrado por la energía sectaria?
Hoy,
es manifiesto un interés arrollador por la apertura de nuevos institutos, la
formación de asociaciones, la puesta en marcha de programas de entrenamiento y
la publicación de artículos y libros. Como resultado de ello, la psicología
junguiana ha ganado en presencia académica. Podemos decir que, consciente o
inconscientemente, se está promocionando una imagen que pudiera ser atractiva para
las personas con tendencia al sectarismo, que son débiles e ignoran su
mediocridad. La psicología junguiana parece haberse afiliado al colectivo y
haber olvidado que la función de la psicología analítica es la de compensar al
colectivo. Ahora bien, mi visión de la psicología junguiana actual es la de un
conglomerado, en el cual es posible ver a cada cual como individuo. No así
cuando aparece como secta.
Se
sabe que la psicología junguiana tiene un fuerte gancho para aquel con
inclinaciones sectarias. Por un lado, en sus inicios, los estudios de Jung
sobre ocultismo en los que fue pionero, y por el otro, su interés por la
cultura oriental vista a través del inconsciente colectivo y los estudios de
religiones comparadas, que estaban muy en boga antes de la Segunda Guerra
Mundial, son cosas que alimentan las proyecciones al gurú, tan características
del sectario. (Recuerdo al lector el hippie de San Francisco).
Pero también debemos darle crédito al gran sector junguiano que se ha mantenido
reflexivo y crítico respecto a Jung y, con esto, ha conservado dentro de
ciertos límites las proyecciones que una personalidad tan importante del siglo
XX provoca.
Debemos
recordar que la psicología junguiana se basó en una parte olvidada del alma del
hombre occidental –su vida interior–; esto es lo que la ha hecho única y es
posible sólo en el encuentro terapéutico de dos individuos: terapeuta y
paciente. Después de lo que se ha dicho aquí acerca de la psicología del
sectarismo, esto es lo que está en juego, porque esa práctica, basada en el
individuo, es justamente lo opuesto al sectarismo. De hecho, ver al 'otro' como
un individuo no es tarea fácil. Más si sabemos que lo que podemos obtener como
movimiento psíquico depende de cómo podamos integrar la llamada sombra, lo que
no sabemos de nosotros mismos. Y en esto no pueden hacerse promesas de
'felicidad' utópica. Debemos aprender a diferenciar entre dos individuos que
emprenden la aventura de la psicoterapia y la psicoterapia en la que las
teorías y las reglas de la secta han tomado el control. Al menos, deberíamos
estar conscientes de la diferencia entre estas dos aproximaciones.
Mi
propia naturaleza rehúsa verse atada ya sea por teóricas cadenas apolíneas o
por las reglas y leyes de una secta artemisal. Sin embargo, aunque es posible
que no me vea atrapado por la afiliación a sectas conocidas o a una tendencia
determinada, esto no impide la presencia del componente arquetipal sectario y
virginal.
Está
presente en todos nosotros y hay que reconocerlo. Si de hecho mi naturaleza
fuese como lo he manifestado, entonces, ¿por qué estoy interesado en estudiar
el sectarismo? ¿Es posible que mi psique esté intentando conectarse con algo
que está en oposición a mi naturaleza arquetipal? Creo que tengo cierta
habilidad para detectar el sectarismo en su retórica y, asimismo, soy capaz de
reflexionar su aparición en mi práctica. Es como si yo tuviera que estar muy
alerta frente a algo que temo tanto.
Pensando
sobre el tema del sectarismo, me hice consciente de un sentimiento en mí. De
hecho, ver al sectarismo como una posibilidad de curación para una personalidad
muy débil y vacilante por un lado y, por el otro, ver el diabólico horror de
las sectas apocalípticas criminales es suficiente para crear ambivalencias en
cualquiera. Pero, hay mucho más al respecto: mientras estaba trabajando en este
escrito, tuve la sensación de que, probablemente, estaba rozando esa locura
específica y peculiar que es núcleo del sectarismo. Se trata de una sensación
extraña, difícil de transmitir con palabras. A pesar de todo, como ya hemos
dicho, el sectarismo, en la medida en que lo hemos venido estudiando, crea una
ambivalencia al estar en oposición al énfasis esencial que la psicología junguiana
hace del self (el sí mismo) como meta –aunque inalcanzable–
del vivir íntimo del individuo.
Notas y referencias
bibliográficas:
1
Eurípides. (1977). "Hipólito". En Tragedias. Tomo I. Biblioteca Clásica Gredos, 4. Introducción,
traducción y notas de Alberto Medina G. y Juan Antonio López F. Madrid:
Editorial Gredos. vv. 59–60, p. 327. Para servir a los fines de este ensayo y
para conservar el sentido de la versión inglesa consultada, hemos modificado
algunas líneas de la traducción de la tragedia deEurípides que citamos.
2 Ibídem, vv. 72–88, p. 328.
3 Ibídem., 102, p. 329.
4
Ibídem. vv. 108, p. 329.
5
Ibídem. vv. 114, p. 329.
6
Ibídem. vv. 948–957, pp. 360–61.
7 E. R. Dodds. Pagan and Christian
in an Age of Anxiety, Cambridge 1965, Cambridge University Press. (Hay
traducción española: 1975. Paganos y cristianos en una época de angustia.
Madrid: Ediciones Cristiandad.
8
Rafael López–Pedraza. Hermes y
sus hijos. Trad. Iván Rodríguez. Anthropos, Barcelona 1991. p. 33.
9 "Psychological Comentary
on The Tibetan Book of the
Dead". En: Ed. W. Y. Evans–Wentz (ed.). 1957. The Tibetan Book of
the Dead. New York & London.
10 Thomas Moore.. "Artemis and
the Puer". En: Puer Papers.
Spring Publications. Dallas 1979, p. 169.
11 Alfred Ziegler.. "Pain and
Punishment". En: Spring: An
Annual of Archetypal Psychology and Jungian Thought, 1982, pp. 263–78.
Nina Simone: ¡ÚNICA!
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