Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Nunca me ha causado beneplácito la palabra concurso, por la sencilla razón de haber yo nacido en el ombligo de una época en la que el con-curso ha sido conceptuado y difundido como una desaforada carrera por llegar a una meta antes - y a como dé lugar- que cualquier otro par, condición que ha desvirtuado totalmente la nobleza que radica en la concurrencia de personas que han dedicado sus vidas a, por ejemplo. los estudios humanísticos o, al menos, a algunos asuntos específicos dentro del amplísimo temario que comprende el humanismo.
Supongo que malas artes o mala praxis no son inventos de la modernidad. Supongo, además, que la palabra filtro ha de haber sido usada o manipulada desde la era antigua de un modo intencionalmente subliminal.
Pero no me imagino a un coro de jueces diciéndole a Eurípides que no puede participar en la contienda teatral del año en curso, por medio de una carta en la que abunda una vacancia de bien sustentadas razones. Sin embargo, ¿qué duda cabe? es más que probable ( por no decir seguro ) que la humanidad se haya perdido algunas cuantas obras maravillosas, debido a esa praxis de unos modales intencionalmente subliminales.
Para un acercamiento interior (o internalización) de o a la noción de laberinto. La interiorización no ha de ser asumida desde la óptica interpretativa que basa sus fundamentos sobre las premisas de un discursivo entendimiento sino, por así decir, permitiendo que el espíritu razone; razón mayor, a la cual se le abren los portales con la humildad de quien, sabiéndose parte del todo, sabe que no es el dueño de la razón ulterior.
Salud, lacl.
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Laberinto
Construcción arquitectónica, sin aparente finalidad, de complicada estructura y de la cual, una vez en su interior, es imposible o muy difícil encontrar la salida. Jardín dispuesto en igual forma. Los textos antiguos citan cinco grandes laberintos: el de Egipto, que Plinio sitúa en el lago Mocris; los dos cretenses, de Cnosos y Gortyna; el griego de la isla de Lemnos; y el etrusco de Clusium. Es probable que ciertos templos iniciáticos se construyeran de este modo por razones doctrinarias. Plantas de laberintos, diseños y emblemas de los mismos aparecen con relativa frecuencia en un área muy amplia, en Asia y Europa, principalmente. Algunos, se cree, habíanse dibujado para engañar a los demonios y hacer que entraran en ellos, quedando presos en su interior. Supónese, pues, ya en los pueblos primitivos, que el laberinto posee una cualidad atrayente, como el abismo, el remolino de las aguas y todo lo similar (8). Sin embargo, según Waldemar Fenn, ciertas representaciones de laberintos circulares o elípticos, de grabados prehistóricos, cual los de Pena de Mogor (Pontevedra), han sido interpretados como diagramas del cielo, es decir, como imágenes del movimiento aparente de los astros. Esta noción no contradice la anterior, es independiente de ella y hasta cierto punto puede ser complementaria, pues el laberinto de la tierra, como construcción o diseño, puede reproducir el laberinto celeste, aludiendo los dos a la misma idea (la pérdida del espíritu en la creación, la ≪caída≫ de los neoplatónicos, y la consiguiente necesidad de buscar el ≪centro≫ para retornar a él). Una imagen de la obra De Groene Leeuw, de Goose van Wreeswyk (Amsterdam, 1672), muestra el santuario del lapis alquímico circulando por las órbitas de los planetas, figuradas a modo de muros que dan lugar a un laberinto cósmico (32). El emblema del laberinto fue usado con frecuencia por los arquitectos medievales. El acto de recorrer el laberinto figurado en el suelo, en un mosaico, se consideraba. como sustitución simbólica de la peregrinación a Tierra Santa (28). Unos laberintos en forma de cruz, que se conocen en Italia con el nombre de ≪nudo de Salomón≫, apareciendo muchas veces en la decoración céltica, germánica y románica, integran el doble simbolismo de la cruz y del laberinto, por lo que se suelen entender como el ≪emblema de la divina inescrutabilidad≫. En el centro del diseño así constituido no es difícil advertir la esvástica, que enriquece el símbolo por alusión al movimiento rotatorio, generador y unificador (4). Según Diel, el laberinto simboliza el inconsciente, el error y el alejamiento de la fuente de la vida (15). Eliade señala que la misión esencial del laberinto era defender el centro, es decir, el acceso iniciático a la sacralidad, la inmortalidad y la realidad absoluta, siendo un equivalente de otras pruebas, como la lucha contra el dragón. De otro lado, cabe interpretar el conocimiento del laberinto como un aprendizaje del neófito respecto a la manera de entrar en los territorios de la muerte (17). El laberinto se puede experimentar en la realidad de los dédalos de una ciudad desconocida, en especial de las ciudades antiguas u orientales. Nerval tuvo la obsesión del laberinto y en sus obras prueba haberlo experimentado de este modo, como pérdida en un mundo que es equivalente al caos.
El texto es conmovedor, así como el gesto de Milagros de haberlo enviado por un chat. Pero en realidad la nota no fue escrita por ella, sino por nuestro querido José Pulido. La confusión vino debido a la intempestiva partida de Milagros Mata-Gil de este plano. Habíamos conversado sobre un proyecto que a ella se le ocurrió, un libro en colaboración sobre asuntos poéticos, y que nos pidió considerar al poeta Ramón Ordaz y un servidor. En principio, a ambos nos sedujo la propuesta, aunque yo con las reservas del caso, puesto que no soy un crítico entregado a la materia, sino un lector entregado al gusto por la lectura. Lo cierto es que ella dispersó toda duda que pudiéramos tener. Pero no habían corrido muchos días desde que comenzamos a madurar la idea cuando se presentó el repentino agravamiento de Milagros y su casi inmediata partida de este plano. Lamentablemente yo había perdido el hilo de las conversaciones con Milagros. Así que, seguramente, al recuperar este texto enviado por ella a un chat grupal y sin atribución a otro autor, deduje que el mismo, a medio camino entre la glosa, la crónica y el gusto por la poesía había sido escrito por ella. Milagros compartía generosamente en los chats grupales mucho contenido literario, crítico y artístico. Dictó cursos como aquel, inolvidable, sobre James Joyce, igual y tristemente perdido para mí.
En fin, me la imagino diciendo alguna de sus ocurrencias si se hubiese enterado de mi confusión, un gesto imposible dado que publiqué esta entrada un mes después de su partida. Démosle gracias nuevamente porque, sin querer queriendo, me puso a cumplir otra deuda, como es la de publicar otro gran texto de José en el blog, pues tengo algunos en el borrador.
Salve Miraculum.
(lacl)
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TEXTO ORIGINAL:
Un texto conmovedor de Milagros; una de las últimas cosas que nos compartió por un chat de lectores en el que nos compartía otras maravillas. Un texto que muy bien vale la pena ser leído y que compartimos como un sentido tributo a Milagros. Salud, lacl
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Milagros Mata-Gil
(Mayo, 2023)
"Algo que escribí hace muchos años para Andrés Eloy Blanco"
(MMG)
REENCARNADO
¿Y si reencarnó y es un mariachi?
Un mariachi con una trompeta. Uno de los cientos de mariachis que afinan, que tocan, que esperan a sus clientes en la Plaza Garibaldi. Las cámaras turísticas retratándolo, captando y congelando el gesto de un músico que se queda con la trompeta levantada y el rostro confundido.
Tiene que repetir cada cierto tiempo ese gesto angustioso, sobre todo cuando recorre la calle donde ocurrió el accidente el 21 de mayo de 1955. Esa desazón.
“¿Por qué me duele la cabeza cuando paso por aquí? ¿por qué siento deseos de expresar tristeza al doblar esta esquina?”.
El mariachi amanecido, buscando el último taco antes de irse para la casa, la trompeta guardada en el estuche de cuero agrietado, con su interior de trapo verde billar. El mariachi sentado en el autobús donde los pasajeros de la madrugada dejan caer las cabezas hacia el respaldar del otro. Todos aprovechando para dormitar y él sin poder hacerlo porque en las arcillas recónditas de su memoria hierve un géiser incómodo.
“Es que no puedes seguir siendo tan sensible, Paquito”, le dice el guitarrista cada vez que lo mira clavado en la acera sin poder moverse, contemplando a una mujer desharrapada que podría estar muerta. El pantalón transformado en una prolongación de la calle, con jirones revelando una piel cenicienta que no tiembla, no atrae a los hombres, no despierta ternuras maternales o fraternales en las mujeres. Ni siquiera un forense la miraría dos veces. Más allá hay otra mujer harapienta, enloquecida de hambre y desilusiones.
¿Y si reencarnó en un mendigo o en una mendiga? ¿Y si no reencarnó? ¿Y si está allí, acostumbrado a una quietud, ensimismado, respirando en su poesía?.
Surgen tantas preguntas con sólo ver su fotografía de flaco narizón. Esa mirada suya, quemada por lo irremediable, con el alma vuelta y vuelta encima de las brasas, dejando escapar aromas de atavismos populares.
Esa nariz de pájaro atrapado por el hechizo del mestizaje mientras las palabras fluyen en bandadas y se van a posar sobre las líneas eléctricas del barrio.
Esos grillos carcelarios paralizándolo en el estrecho calabozo donde está condenado a cadena perpetua por haberse comunicado nítidamente con los seres humanos más sencillos y haber usado la rima en un continente musical y absurdo donde los esclavos bailaban y cantaban al son del látigo, a pesar del látigo.
Esa cara con ganas de preguntar. Ese gran preguntador vestido con su traje de lino blanco (¿Dónde está mi traje?) a lo mejor flota como un susurro por la Caracas del nuevo milenio o por el México del nuevo milenio preguntándole a cada indigente, a cada mendiga ¿Cómo te llamas? ¿Eres la loca Luz Caraballo? y ellas respondiendo “No somos” y él insistiendo “Sí son”.
¡Ay! esas madrugadas de México y Venezuela, saturadas de niños dormidos en los quicios, en las escaleras, en los porches de los edificios abandonados por la quiebra de empresas, de bancos, de familias. Los hijos de todos etcétera y etcétera. Esos amaneceres repletos de mujeres engurruñadas, amuñuñadas, bultos sin sueños y sin besos. Miles de locas Luz Caraballo ¿no? miles y miles ¿no? y un solo Andrés Eloy Blanco ¿no?
La pobreza siempre como una marca, como un eslogan, como el logotipo de este continente, de este territorio ecológicamente propicio para las injusticias. Nadie como que se acuerda del poeta, nadie como que saca uno de sus poemas y lo lee rimbombante en este mes de mayo. Por todas partes andan las locas y los locos, los niños y los pobres, esperando convertirse en palabras. Son carne de escritura, de discursos, de campañas interminables.
Están allí para avergonzar a todos los presidentes habidos y por haber. Son el poema que la sociedad escribe a su pesar. Probablemente él ha reencarnado en un músico de la noche, en un músico desfasado.
Un mariachi con la trompeta levantada tratando de recordar las notas melancólicas y difíciles del juicio final.
Cuando empleo la palabra misticismo me estoy refiriendo a un tipo de experiencia —a un estado de conciencia, por así decirlo— que a mi entender es tan común entre los seres humanos como el sarampión. Es algo que sencillamente ocurre y no sabemos por qué. Todas las clases de técnicas afirman promoverla y tienen más o menos éxito en conseguirlo, pero hay algo curioso que le sucede a la gente. Es una experiencia que aunque se podría describir desde una serie de puntos de vista bastante distintos, estos también se podrían reunir bajo unas pocas características dominantes.
Uno normalmente siente que es un individuo separado en confrontación con un mundo extraño a sí mismo, eso que «no soy yo». Sin embargo, en la experiencia mística, ese individuo separado descubre que es uno y de la misma naturaleza o identidad que el mundo exterior. Es decir, el individuo ya no se siente un extraño en el mundo; más bien siente el mundo exterior como si fuera su propio cuerpo.
El siguiente aspecto del sentimiento místico es todavía más difícil de asimilar en nuestra inteligencia práctica ordinaria. Es la desbordante sensación de que todo lo que ocurre —todo lo que yo u otra persona hemos hecho— forma parte de un armonioso diseño y que no hay error alguno.
Ahora no estoy hablando de filosofía; no me estoy refiriendo a una racionalización o a algún tipo de teoría que haya fabricado alguien para explicar el mundo y hacer que parezca un lugar tolerable para vivir. Estoy hablando de una experiencia bastante caprichosa e impredecible, que de pronto alcanza a las personas, una experiencia que incluye este sentimiento de armonía total con todo.
Me doy cuenta de que estas palabras —la armonía total con todo—, pueden llevar una especie de carga sentimental o sentimiento de Pollyanna[3]. Hay varias religiones en nuestra sociedad actual que intentan inculcar la creencia de que todo es una armoniosa unidad. En cierto sentido quieren hacer proselitismo de esta creencia.
En mi opinión eso es una especie de pseudomisticismo. Es un intento de hacer que la cola mueva al perro o que el efecto produzca la causa, porque la auténtica sensación de la verdadera armonía de las cosas nunca se consigue insistiendo en que todo es armonioso. Cuando hacemos esto —cuando nos decimos «todas las cosas son luz, todas las cosas son Dios, todas las cosas son bellas»—, en realidad con ello estamos insinuando que no es así, porque no lo diríamos si supiéramos que es cierto.
De modo que la sensación de armonía universal no nos llega cuando la buscamos o cuando vamos tras ella para escapar de lo que sentimos realmente o para compensarlo. Llega como caída del cielo. Y cuando lo hace, es irresistiblemente convincente. Es la base de la mayor parte de las ideas profundas filosóficas, místicas, metafísicas y religiosas de la humanidad. Quien haya experimentado algo semejante ya no se puede callar. Se ha de levantar y decírselo a todo el mundo. Y, ¡ay de él!, sin darse cuenta se convierte en el fundador de una religión, porque la gente dice: «Mirad a esa persona, ¡qué feliz es!, ¡qué convicción tiene! No tiene dudas. Parece estar segura de todo».
Esto es lo maravilloso de un gran ser humano. Es como un animal o una flor. Cuando el capullo de una flor se abre, lo hace sin dudarlo.
Cuando una joven es presentada en sociedad, no sabe si va a tener éxito. Se presenta en el escenario social con algunas dudas en su mente. Por consiguiente, todo este tipo de apariciones en público son bastante enfermizas. Pero cuando el pájaro canta, se abre el huevo de la gallina o el capullo de una flor, no hay ninguna duda al respecto. Sencillamente ocurre.
Así, cuando alguien tiene una auténtica experiencia mística, sencillamente ocurre. Tiene que contárselo a todos porque observa que todos los que le rodean tienen un aspecto tremendamente serio. Parece como si tuvieran problemas. Como si para ellos el acto de vivir fuera extremadamente difícil. Pero desde el punto de vista de la persona que tiene esta experiencia, le resultan divertidos. No entienden que no hay ningún problema.
El místico ha descubierto que el sentido de estar vivo es sencillamente estarlo. Es decir, cuando miro el color de tu pelo y la forma de tus cejas, entiendo que su forma y color son su razón de ser. Y para eso es para lo que estamos todos aquí: para ser. Es así de fácil, obvio y sencillo. Sin embargo, las personas corren despavoridas como si fuera necesario conseguir algo fuera de ellas mismas. Lo más divertido es que ni siquiera están seguras de qué es lo que tienen que alcanzar, pero aun así lo intentan desesperadamente.
A la persona que se encuentra en el estado que yo denomino místico, esta frenética actividad le resulta muy extraña y absurda. No obstante, no es que pretenda hacer una crítica poco amable, sencillamente es una pena que las personas no sean conscientes de su propio absurdo.
Una de las cosas curiosas respecto a ellas es que no se den cuenta de que hay una dimensión, un aspecto en que su búsqueda es admirable. Jesús dijo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». Yo quiero darle a esta frase su sentido contrario. Quiero bendecirles —no perdonarles— por no saber lo que están haciendo. Quiero honrarles, porque las serias preocupaciones y ansiedades de la humanidad no solo parecen ser absurdas, sino también una especie de maravilla. Ellas son una maravilla, quizás de la misma forma que el color protector de la mariposa, que de algún modo ha conseguido que sus alas parezcan enormes ojos, es una maravilla. Cuando un pájaro que está a punto de devorarla se enfrenta a esos ojos que le miran, duda un poco, al igual que hacemos nosotros cuando alguien nos mira. Parece que la mariposa mire al pájaro y este fenómeno —las maravillosas alas que miran de la mariposa— parece ser el resultado de la ansiedad, de la angustia por sobrevivir a todos los problemas y luchas de la selección natural. Así, en nuestra intensa lucha, quizás todos seamos poetas desconocidos.
Una de las más grandes ideas que se han formulado es el concepto hinduista de que el mundo es un drama en el que el espíritu supremo y central que trasciende toda existencia se ha perdido y ha llegado a creer que no es ese espíritu supremo, sino todas las criaturas que existen. Ha llegado a creer en su propio talento artístico. Cuanto más involucrado, más ansioso, más finito, más limitado consigue sentirse el infinito, mayor es su arte, más profunda es la ilusión que ha creado.
En cierta manera, todo arte es ilusorio. El arte del mago es el arte de dirigir la ilusión, pero todo arte, ya sea pintura o teatro, confía en las ilusiones.
Por eso, cuanta más ansiedad hay, más incertidumbre y más éxito tiene el universo en su arte. Al igual que cuando leemos una novela, vemos una obra de teatro o una película, cuanto más intentan el autor o el actor persuadirnos de que la novela o la película son reales, más éxito tienen como artistas. En el fondo de tu mente puede que quede un vago recuerdo de que esa obra, por ejemplo, no es más que una obra. Pero cuando estás sentado en la punta de tu butaca sudando y tus manos agarran con fuerza los brazos del asiento porque la escena te sobrecoge, la obra se convierte en arte sublime.
Los hindúes creen que toda la disposición del cosmos es exactamente así: mientras en tu vida cotidiana te preguntas si tu médico es un cirujano competente o un charlatán, si has hecho una buena o mala inversión, los hindúes creen que todos esos sentimientos de crisis son exactamente lo mismo que los sentimientos que experimentas cuando estás sentado en la butaca del teatro. Tal como dirían los hindúes, eso en ti que es real y que te conecta bajo la superficie con todos los demás seres vivos, eso es el actor que interpreta todos los papeles. Es el creador de la ilusión. Es el origen del juego que te ha involucrado de esta manera. Y que lo está viviendo del mismo modo que lo viven los actores en el escenario y por la misma razón: para convencerte de que el juego es real.
A todo el mundo le gusta jugar al escondite, el juego de asustarse con la incertidumbre. Es humano. Esta es la razón por la que vamos al teatro o al cine y por la que leemos novelas. Y nuestra así denominada vida real, vista desde la perspectiva del místico, es una versión de la misma cosa. El místico es una persona que se ha dado cuenta de que el juego es un juego. Es un juego del escondite y todo lo que esté relacionado con el aspecto de «esconderse» está conectado con esos lugares en nuestro interior que, como individuos, hacen que nos sintamos solos, impotentes, decaídos, etc., es decir, el lado negativo de nuestra existencia.
En varios momentos he intentado demostrar que en realidad solo existe un sencillo principio que subyace a todas las cosas: todo lo interior tiene su homólogo exterior. No sabes lo que es lo interior, a menos que conozcas lo exterior. Ni sabes lo que es el exterior, salvo que exista un interior.
Tú —tal como te sientes a ti mismo normalmente— eres un interior. Eres un ser animado y sensible dentro de una piel. Si no hubiera un exterior de la piel, tampoco habría un interior. El exterior de la piel es todo el cosmos, las galaxias y todo lo demás. Ello va unido al interior, del mismo modo que la parte frontal va con la posterior. Si comprendes esto, entonces sentirás verdaderamente la armonía de todas las cosas. Esa es la visión del místico.
El texto de Henry David Thoreau está escrito para un presente acaso incomprensible para nuestro presente. Aunque el estilo de su nota sorprende precisamente por su modernidad. A pesar de las diferencias tecnológicas de las comunicaciones al momento en que se desarrollaron los hechos narrados por Thoreau, todo lector intuye que no hay necesidad de entrar en detalles, pues el redactor da por sentado que es un asunto que está sobre el tapete o la mesa de la actualidad. Thoreau no siente necesidad de explicar nada, ya que se trataba de un asunto que prácticamente se discutía en la sala de cada hogar de su nación: las razones o las sin razones de la esclavitud, servida estaba en todas las mesas, amén de la lucha por imponer la igualdad entre los hombres, independientemente de su raza o credo. A John Brown habría que conocerle más. Escuchar sus razones y compararlas con quienes le adversaron y defendieron la esclavitud a capa, espada y pólvora. Que la nota de Henry David Thoreau sirva de sextante.
Al día de hoy se sigue tratando a la figura de John Brown como la de un terrorista. Fue, según entiendo, la primera persona ejecutada en los EEUU de América por el cargo de traición. Ello sucedió en medio de una ola de violencia en la que John Brown no fue figura única ni, mucho menos, el iniciador de las trifulcas. Según la humilde opinión de un servidor, la creación del estado de Kansas y su factible afiliación a los Estados abolicionistas de la esclavitud fue una de las más fuertes causas del origen de la cruenta guerra civil entre Norte y Sur. No deja de causarme impresión que un hombre como Henry David Thoreau tomara público partido en defensa de John Brown, acto que tomo por señal la alerta, incitándome a investigar más las reales causas de lo que solemos catalogar como el "estudio de la historia".
Salud, lacl.
Los últimos días de John Brown, Henry David Thoreau.
La carrera de John Brown durante las últimas seis semanas de su vida fue como un meteoro, alumbrando la obscuridad en la que vivimos. No sé de algo tan milagroso en nuestra historia.
Si alguien, en esta época, en una conferencia o una conversación, se refiriese a algún antiguo ejemplo de heroísmo tal como Cato, Tell o Winkelried, omitiendo las recientes proezas y palabras de Brown, resultaría ser para cualquier audiencia de hombres inteligentes del norte estúpido e imperdonablemente sin atracción.
Por mi parte, normalmente pongo más atención a la naturaleza que al hombre, pero cualquier acontecimiento humano conmovedor puede cegar nuestros ojos a los designios naturales. Estaba tan enfrascado en él como para sorprenderme cada vez que detectaba la rutina del mundo natural aún sobreviviendo, o que encontraba personas ocupadas en sus asuntos, indiferentes. Me resultaba extraño que el pequeño mirlo estuviese aún zambulléndose tranquilamente en el río, como antaño; y me parecía que este pájaro debía continuar chapuzando aquí cuando Concord ya no existiese.
Sentía que si él, un prisionero en medio de sus enemigos y bajo sentencia de muerte, fuese consultado acerca de su futuro podría contestar más inteligentemente que todos sus paisanos. Comprendía mejor su posición; la estudiaba muy calmadamente. En comparación con John Brown todos los demás hombres del norte y del sur estaban fuera de sí. Nuestros pensamientos no podían retroceder buscando algún hombre más grande, más inteligente o mejor con quien compararlo, ya que él en este tiempo y en este lugar estaba por encima de todos ellos. El hombre que este país iba a colgar sobresalía como el más grande y el mejor.
No se necesitaron años para una revolución en la opinión pública; días, mejor dicho horas, produjeron marcados cambios en este asunto. La mitad que estaba resuelta en decir, al llegar a nuestra reunión en su honor en Concord, que debía ser colgado, no lo hubiese dicho al salir. Oyeron sus palabras leídas; vieron las serias caras de la congregación y tal vez al final se unieron cantando el himno en su loa.
El orden de los exponentes fue cambiado. Oí a aquel predicador que primero estaba disgustado y se mantenía a distancia y que, finalmente, después de que John Brown fue colgado, se sintió obligado en hacerlo el tema de un sermón en el que, en cierta medida, elogiaba al hombre pero a la vez decía que su acto era un error. Un maestro de escuela influyente creía necesario, después de las clases, decir a sus alumnos adultos que en primera instancia él pensaba como el predicador pero, que ahora opinaba que John Brown tenía razón. Por ende se comprendía que sus alumnos estaban tan adelante del maestro como él lo estaba del sacerdote; y sé con seguridad que en sus casas niños muy pequeños ya han preguntado a sus padres, en un tono de sorpresa, por qué dios no intervenía para salvarlo. En cada caso los maestros estaban sólo semiconscientes de que no llevaban la delantera sino que eran arrastrados perdiendo tiempo y poder.
Los más conscientes predicadores, los hombres de la biblia, aquellos que hablan de principios y que hacen a los demás lo mismo que uno quisiera que los demás le hicieran a uno, ¿cómo podían fallar en reconocer al más grande de todos los predicadores, a aquel que llevaba la biblia en su vida y en sus actos, a la encarnación del principio, al que realmente practicaba el precepto según el cual uno debe comportarse con los demás como uno desearía que los demás se comportasen con uno? Aquellos cuyo sentido moral había despertado y quienes tenían una vocación para predicar tomaban partido por él. ¡Qué confesiones logró extraer del indiferente y del conservador! Es extraordinario, pero considerando todas las cosas, está bien que no dio la oportunidad para que se formase una nueva secta de brownistas en nuestro medio.
Los que adentro o fuera de la iglesia se adhieren al espíritu y liberan al pensamiento, son por consiguiente llamados infieles, y fueron como siempre los primeros en reconocer a Brown. Hubo hombres que han sido colgados en el sur por intentar rescatar esclavos y el norte no estaba muy perturbado por ello. ¿Entonces, de dónde viene esta sorprendente diferencia? No estábamos convencidos de su devoción a los principios. Hicimos una distinción sutil, olvidamos las leyes humanas y rendimos homenaje a una idea. El norte, quiero decir el que vive, era súbita y totalmente trascendentalista. Iba detrás de la ley humana, del error evidente y reconoció la eterna justicia y la gloria. Generalmente los hombres viven de acuerdo a una fórmula, quedando satisfechos si el orden de la ley es respetado; pero en este caso y en cierta medida regresaron a percepciones originales lo que favoreció un leve renacimiento de la vieja religión. Ellos se percataron de que lo que era llamado orden era confusión; de que lo que era llamado justicia, era injusticia; y de que lo mejor era juzgado como lo peor. Esta actitud suponía un espíritu más inteligente y generoso que aquel que impulsaba a nuestros antepasados así como la posibilidad, al correr de los años, de una revolución a favor del otro y de un pueblo oprimido.
La mayoría de los hombres del norte y unos pocos del sur fueron sorprendentemente conmovidos por la conducta y las palabras de Brown. Vieron y sintieron que eran heróicas y nobles, y que en este país o en la historia reciente del mundo no había habido en su género algo que se les pareciera. Pero la minoría no estaba conmovida por ellas. Sólo estaba sorprendida e irritada por la actitud de sus vecinos. Veía que Brown era valiente y que él creía que había hecho lo correcto pero no detectaba ninguna otra singularidad en él. Al no estar acostumbrada a hacer finas distinciones o a apreciar magnanimidad, leía sus cartas y discursos como si no los leyera. No estaba enterada cuando había una heróica declaración -ni sabía cuando era injuriada. Tampoco sentía que Brown hablaba con autoridad, y por consiguiente esta minoría sólo recordaba que la ley debe ser ejecutada. Recordaba la vieja fórmula pero no oía la nueva revelación. El hombre que no reconoce en las palabras de Brown sabiduría y nobleza y por ende una autoridad, superior a nuestras leyes, es un demócrata moderno. He aquí la forma de descubrirlo. Este tipo de hombre no es obstinado sino que está ciego siendo consecuente con su ceguera. Aquella ha sido su vida pasada, no hay duda en ello. En semejante forma ha escrito historia y su biblia, aceptando o pareciendo aceptar la última sólo como una fórmula establecida y no porque haya sido juzgado por ésta. Uno no encontrará opiniones emparentadas en sus lecturas preferidas si es que tiene algunas.
Cuando una noble proeza está hecha, ¿quién puede apreciarla? Aquellos que son nobles. No me sorprendía cuando alguno de mis vecinos hablaba de John Brown como de un malhechor ordinario, pero ¿quiénes son ellos? En ningún sentido son naturalezas etéreas. El obscurantismo es lo que predomina en ellos. Varios de ellos son sin duda insensibles a la crítica. Digo esto con tristeza, no con ira. ¿ Cómo puede un hombre que no tiene vida interior ver la luz? Están en lo cierto desde su punto de vista, pero son incapaces de entrever otros caminos, están ciegos. Para los ilustrados luchar contra ellos equivaldría a una contienda entre águilas y lechuzas. Muéstrenme a un hombre que tenga resentimiento hacia John Brown y déjenme oír que noble versículo puede repetir. Se quedará tan mudo como si sus labios fuesen de piedra.
No cualquier hombre puede ser cristiano, incluso en un muy moderado sentido, sea cual sea la educación que se le proporcione. Es una cuestión física y mental después de todo. Conocí a muchos hombres que pretendían ser cristianos, cosa ridícula, porque no tenían genio para ello. No cualquier hombre puede ser un hombre libre. Los directores de periódicos insistieron durante un buen rato en decir que Brown estaba loco, pero finalmente sólo dijeron que era un proyecto loco, y la única evidencia proporcionada para demostrarlo era que le costó su vida. No tengo duda de que si J. Brown hubiese ido con cinco mil hombres, liberado mil esclavos, matado a cien o doscientos esclavistas, y tuviera también muchas más bajas de su lado, pero no hubiese perdido su propia vida, estos mismos periodistas hubiesen llamado este proyecto con un nombre más respetable. Ya él fue mucho más afortunado. Ha liberado a muchos miles de esclavos, del norte y del sur. Parece que estos periodistas no saben nada acerca del vivir o del morir por un principio. En aquel entonces todos lo llamaron loco; y ahora, ¿quién lo llama loco?
Con la efervescencia ocasionada por su excepcional intento y su comportamiento subsecuente, la legislatura de Massachusetts, sin tomar ninguna medida por la defensa de sus ciudadanos que fueron posiblemente transportados a Virginia como testigos y expuestos a la violencia de una gentuza esclavista, estaba totalmente enfrascada en un asunto de expendio de licores permitiéndose despreciables chistes sobre la palabra extensión.
Malos espíritus ocupaban sus pensamientos. Estoy seguro de que ningún hombre de Estado en función a la sazón pudo haber aplazado esta cuestión al menos en esta época -una cuestión muy vulgar de atender en cualquier época...
Nada podían hacer sus enemigos pero toda esta situación redundaba en su inmensa ventaja -esto es, en la ventaja de su causa. No lo colgaron inmediatamente sino que lo reservaron para que les predicara. Y luego hubo otro gran disparate. No colgaron a sus cuatro seguidores con él; esta escena aún estaba pospuesta; y de esta forma se prolongó y amplió su victoria. Ningún promotor de funciones teatrales podía haber arreglado las cosas tan inteligentemente como para demostrar en la práctica la validez del comportamiento y las palabras de Brown. Y ¿quién piensa usted, era el promotor? ¿Quién puso a la esclava y a su hijo en el camino de la cárcel a la horca para que los besara y así creara el símbolo?
Pronto vimos como él que los hombres no iban a perdonarlo o a rescatarlo. Esto lo hubiera sometido, al restituirle un material bélico, un rifle, cuando había levantado la espada del espíritu -la espada con la que realmente ha ganado sus más grandes y memorables victorias. Ahora Brown no ha hecho a un lado la espada del espíritu, porque él mismo es puro espíritu, y su espada es puro espíritu también.
No hizo o intentó nada común luego de esta memorable escena, ni llamó con espíritu vulgar a los dioses para reivindicar su irremediable derecho, sólo inclinó su hermosa cabeza como sobre una cama.
¡Qué escena esa, su horizontal cuerpo, solo, recién caído del árbol-horca! Leímos que su cadáver cierto día había pasado por Filadelphia y el sábado en la noche había llegado a Nueva York. ¡Tal como un meteoro disparado a través de la Unión desde las regiones sureñas hasta el norte!
El día de su traslado oí que estaba muerto pero no entendía que significaba esto y ni después de muchos días lo creí. De todos los hombres que fueron mis contemporáneos me parecía que John Brown era el único que no había muerto. Ahora nunca me hablan de un hombre llamado Brown -y sé de ellos muy a menudo- nunca me hablan de algún hombre particularmente valiente y serio; sin embargo, mi primer pensamiento es para John Brown. Lo encuentro en cada momento. Ahora está más vivo que nunca. Ha ganado la inmortalidad. No está confinado al North Elba ni a Kansas. Ya no está trabajando en secreto. Trabaja públicamente y en la más clara luz que brilla en esta tierra.