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lunes, 13 de octubre de 2014

¿No has sentido alguna vez tu corazón en la garganta? lacl / Estampas de la ciudad (Caracas) / Chet Baker, Paul Bley Duo ~ Every Time We Say Goodbye / La música en el cine: Bagdag Cafe / París, Texas



¿No has sentido alguna vez tu corazón en la garganta?

¿Salir a la calle, con pasión por ver la vida, por respirar el aire a bocanadas, con la ilusión que recorre en efluvios sanguíneos tu cuerpo, de sólo saber que vas a caminar en libertad, sin rumbo o derrotero?

Probablemente lleves un destino, pero sabes que lo desdecirás, que buscarás un atajo, un desvío, una pequeña trampa para desandar un ritual desendiosado…

Pero si llevas los ojos anchurosos hacia el corazón y la escucha prendida en el ombligo, puedes estar expuesto a que el paisaje te inflija un aroma afín a la derrota, al menoscabo, a (colmo de los colmos) una desazón desaborida.

Te hallas en medio de un torbellino de seres que caminan como mirmidones sin jefe o cual hormigas sin antenas.

La gente hace filas inmensas para envenenarse.

En medio de la plaza, un mariachi predica con toda estridencia a Jesús, como el más mítico de todos los héroes de rancheras. Algunos corderos pacen frente al tablado, pero no comunican la impresión de estar captando el mensaje.

Sigues caminando y te topas con una librería desierta que insiste en mantener sus puertas abiertas. Probablemente tú entres allí para tratar de encontrar el canto perdido en el bullicio o para darle un consuelo a la soledad de los libros, o quizás darle a tus ojos un derrotero a la asfixia.

Y el librero dejará escapar una suspirada frase: “…lo que hay que ver…”

Vuelves a la plaza y ahora Jesús es un héroe de Rock, pero los corderos siguen como distantes, desanillados de la palabra del señor… Están allí porque no aspiran a estar en otra parte, están allí porque no hay más establos donde refugiarse.

Un hombre duerme plácidamente en el angosto capitel de una tienda, en merecido descanso a la larga jornada de edificación de su precaria economía, más exigua que la de un recién bautizado Lazarillo. Es el único ser que percibes enteramente entregado a sí mismo.

Y caminas a tu casa saboreando la escuetísima frase que crees haber leído, al desgaire, en uno de los libros hojeados y ojeados en el desierto, la cual reza: “…Almas, no ciudades…” y que lleva la firma de Catalina de Siena.



Anotación tomada de “Inscripciones en el dolmen”, cuaderno de bocetos verbales.

28/05/2012





 






 La música en el cine: 
Bagdag Cafe  



París, Texas


martes, 7 de octubre de 2014

EPIGRAMA PARA STALIN, OSIP MANDELSHTAM



EPIGRAMA PARA STALIN

Un poema nunca estampado en papel. La desgracia le sobrevino a Mandelshtam tras leer en voz alta su poema. Se dice que lo hizo no una vez, sino en varias oportunidades. Se dice, también, que Pasternak le aconsejó que no lo hiciera, que él mismo haría como que jamás le había escuchado su epigrama. Pero al omnipresente oído del patriarca llegaron estos versos. Lo que significó la sentencia para el poeta. Nadie se atrevió a interceder por él. Y Stalin estaba, al parecer, muy deseoso de que esto sucediera, llegándoselo a recriminar a Pasternak. Quiso dar la impresión de que deseaba interceder por el poeta, pero necesitaba que “alguien” se lo pidiera. En realidad, lo que ambicionaba el “patriarca” era una pública retractación de Mandelshtam, por medio de una Oda a Stalin, hecha por encargo, cual si se tratara de Urbano pidiéndole una obra a Michelangelo. Pero tal cometido poético debía cumplirse de modo discreto, como surgido por generación espontánea. Una pequeña diferencia: luego de culminada la obra de tono laudatorio, poco habría de importar el destino del poeta. Eso, el muy ocupado Papa Stalin lo dejaría en manos del sistema y su muy aplicado y solícito funcionariado… Y, por supuesto, Mandelshtam desapareció en las fauces de la verdadera bestia blanca de Siberia, al año de haber pergeñado la Oda a Stalin... Pero nosotros preferimos concentrarnos en el breve epigrama antes que en la Oda.   
Salud!
lacl



Vivimos sin sentir el país bajo los pies,
a más de diez pasos nuestras conversas no se advierten.
Y quien se aventura a la más breve de las pláticas
ha de mencionar al caucasiano del Kremlin.
Sus dedos son grasientos, rechonchos como gusanos,
y sus palabras, precisas y tediosas, como pesas.
Sus bigotes de cucaracha ríen a carcajadas
mientras brillan y encandilan las cañas de sus botas. (*)
  
Entre una chusma de patronos de cuello fino
él juega a perdonavidas con bocetos de personas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea estentóreo y los tutea.
Entalla, como herraduras, un decreto tras otro:
en las ingles, en las frentes, en las cejas, en los ojos.
Cada ejecución es, para él, una malvada epifanía
que insufla de alegría su ampuloso torso de rufián
mientras mastica una frambuesa. (**)


(*) Caña de la bota. Parte de la bota o de la media que cubre entre la rodilla y el pie.



(**) Los dos últimos versos son prácticamente intraducibles sin faltar al sentido, por lo que nos vemos forzados a llevarlo a tres versos en nuestra versión castellana. Hay mucho de coloquial en el texto. El juego de palabras en que se apoya Mandelshtam para nombrar los ancestros de Stalin, originarios de las rústicas montañas de Osetia, luce como el intento de resaltar algo más que su campechana ignorancia; el término frambuesa aparentemente fue jerga para aludir a los bajos fondos de la sociedad del momento, mal del que la Rusia revolucionaria no estuvo exenta. 


Autógrafo del "Epigrama a Stalin" escrito supuestamente al momento del interrogatorio de Mandelstam en prisión.


Stalin, el inefable Beria y su "círculo de poder"...


Ejecución  de 22000 polacos con el visto bueno de Stalin




 Gulag








miércoles, 1 de octubre de 2014

Un par de pinceladas...



Un par de pinceladas que le escribiera a mi hijo Sebastián en Diciembre pasado y las cuales se quedaron a modo de borrador, desde esas fechas, en los archivos de mi blog. Las comparto ahora.

Igualmente habíamos dejado en el borrador de Noviembre de 2013, una publicación con algunas fotos de la presentación de los libros: El abismo de los cocuyos, de Mario Amengual, Días de Bruma (Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego al servicio del Imperio) [lacl] y la reimpresión de contracorrientes (sentencias en incertidumbre) [lacl]. Ello acaeció la noche del 26 de Noviembre de 2013, pero habíamos dejado en el tintero estos registros.
Ambos eventos nos movieron el alma a fines del año pasado: el periplo de mi hijo buscando afinar sus manos, plexo, pecho y oídos en otras tierras para seguir incursionando en la música, y la presentación de estos títulos, de la mano de un ser tan querido como Mario -un hermano-, por el compromiso que implica ese lance, tanto para él como para este servidor.
Nos cupo la fortuna de que Rafael Cadenas, un hombre al que admiramos y queremos -y aquí admirar no tiene otra connotación que la del querer que se profesa a quienes nos han servido como ejemplo de integridad- se tomara el tiempo de leer nuestros avatares para versar sobre ellos esa noche. Todo ello, aunado a unas no planificadas palabras introductorias de Sael Ibáñez, un ser a quien nos liga ese mismo tipo de afecto que no necesita persignarse cada día. 

Bueno, por ahora, sólo dejaremos las pinceladas que la irrupción de algo así como un deslumbramiento nos legara durante los primeros días de diciembre pasado, en forma de palabras que nacieron claramente para alabar a un ser de luz, no puedo evitar decirlo, aunque pudiera lucir como una fatigosa inmodestia. Pero he de aclarar que su luz es luz pausada, interior, recogida; no luz aspaventosa, ni brillo que busca adornarse. En realidad, más que para honrarle, esas palabras nacieron como una bendición. ¿Qué otra cosa podría querer hacer un padre?



A Sebastián

Hoy andaba por la calle, pensando,
¿se puede llorar de alegría?
¿puede nuestro corazón andar
entre apretado y expandido,
sentir que se sale por la boca,
aunque se case con el plexo?
¿o que navegue por el aire
mientras divagas por el suelo?


Se puede.

Hoy los astros me han bajado
por el cielo de los pensamientos.
Mi mollera estaba abierta de par en par.
Y me he detenido en la calle a llorar y a reír
como un río creciente,
como un niño con sombra de río.
No estoy loco, y poco me ha importado
lo que pensaran los asombrados transeúntes.

.
05 /12 /2013.-


A Sebastián

Todo sana y todo se serena.
Cruzas el río y eres otro,
siendo el mismo.
Como bien dijera Heráclito,
no te bañas dos veces
en las mismas aguas,
y, sin embargo, sigues vadeando
el mismo río.
Todo pasa y todo es.
Tu esencia abierta está
y en abrazada comunión
con el cosmos.
Una luz baja del aire
y baña tu aura.
Eres uno con el cielo.
Y te iluminas,
cual una mariposa,
danzando con el viento.

.
07 /12 /2013.-





El sentido poético, Mario Amengual


El sentido poético
Mario Amengual
I
Aún prevalece la creencia de que la poesía es el arte de escribir versos. A ello contribuye, en buena parte, la usual arrogancia de quienes se dan a la tarea de escribirlos. Consideran de su exclusivo patrimonio la “república de la poesía”. El vulgo, por lo demás, le guarda reverencia al que, con o sin rima, florea sus palabras; y a los que escriben adrede arrítmica y herméticamente, muy a su pesar, también los considera poetas.
Lo cierto es que la poesía queda limitada a la palabra, sobre todo a la impresa. Como sólo en las palabras vive la poesía, entonces se impone un dogma: no hay poesía sin libros.
De vez en cuando se habla de actitudes poéticas. Es el caso de algunos bohemios, gente desprendida, poco afecta a los bienes materiales y, supuestamente, menos agobiada por los prejuicios comunes. “Fulano es poeta porque bebe y conversa hasta el amanecer y duerme donde lo agarre el sueño”.
Creo que la poesía, para bien de algunos descaminados, muchas veces se presenta en los poemas. ¿Quién se atreve a negar su presencia en la portentosa voz de Walt Whitman, en la travesía infernal de Arthur Rimbaud, en la vieja sabiduría del Tao Te King, en las sentidas coplas de Jorge Manrique, en las conversaciones de Hölderlin con los dioses? Pero me parece que la poesía es más que una de las artes y es más que palabras, aunque a veces sólo ellas la reivindican.
Lautreamont afirmó para siempre que la poesía debe ser hecha por todos. Y vale agregar: si no hecha por todos, al menos vivida por muchos. Creo en una fuerza, don o privilegio del ser humano, y como me veo forzado a darle un nombre, lo llamaré “sentido poético”. No es un concepto, no es un fenómeno constatable en un laboratorio, no es una deducción después de largos análisis, no es una cualidad  física ni un punto determinado del cuerpo humano, no es algo explicable ni que requiere convertirse en materia de estudio. Pese a nuestro empeño en parcelar el conocimiento y ponderar el que se basa en el método científico, el sentido poético es la principal forma de conocimiento; aún más, es el saber los saberes.
Nadie en este mundo, sea cual fuere su profesión u oficio, dará pasos ciertos si el sentido poético no lo acompaña. Sin él, la humanidad puede concebir maravillosas obras, pero ellas jamás exhalarán ese aliento que hace enmudecer con reverencia. El sentido poético es la única genialidad común en nuestra especie. Quien, de pronto, se halla invadido de sentido poético, comprende y reconoce su justo lugar en el mundo y no contraviene los misteriosos designios del Ser; sabe sin elucubraciones, habla sin pretensiones de imponer criterios, actúa sin querer dominar, toca sin querer conquistar.
Sin sentido poético, las ciencias, la tecnología, la política, las religiones, las artes, los oficios, todo el mundo humano se restringe a meras fórmulas, a inflexiones de la pura apariencia. Sin sentido poético, la realidad humana es apenas la deplorable sucesión de luchas por tener, destruir y avasallar. Por eso, en estos días de exaltadas confusiones y alteraciones, de renovadas ansias de encontrar un destino seguro (¿acaso el destino puede y debe ser seguro?), ahora, cuando todas las formas de política, convivencia y conocimiento son esencialmente cuestionables y marginalmente cuestionadas, el hallazgo del preterido sentido poético es, tal vez, la única manera de conjugar nuestros aciertos  y nuestros desatinos. Recobrar el sentido poético no sería, me atrevo a decir, alcanzar la esperada redención, porque no estamos ni al principio ni al final de la Historia. Vivimos un episodio de ella, tan estremecedor como cualquier otro, pero una vez más estamos en el punto de sentirnos humanos a cabalidad, para saber, con cordial certidumbre, que somos más de lo que creemos y menos de lo que pensamos.

II

Por más que algunos entendidos, a los que se ha convenido en llamárseles futurólogos, celebren el fin de la masificación y el comienzo de una época de extraordinaria diversidad, basada en los últimos prodigios de la tecnología, hay quienes seguimos viendo en el mundo esa uniformidad que tanto alarmó a Stefan Zweig. No dudo que hoy, más que nunca, el ser humano dispone de una inmensa variedad de artificios que consagran su condición de "animal racional”.
Depende como se vea. Nuestra capacidad inventiva sirve, generalmente, al afán de poder y lucro, al mero placer de la rivalidad. ¿No está  visto que la misma ciencia, negando sus fronteras, se empeña en dominar la naturaleza, dando por sentado que su manipulador está  al margen de ella? Hay, visto así, monotonía de las intenciones humanas, cualesquiera sean sus métodos y sus formas.
Es en este punto donde creo que la poesía puede cumplir una función, inusitada en la Historia. Le corresponde a la poesía ser contraste, porque en su terreno se descubre que el éxito y el fracaso son antípodas de una misma trampa; le corresponde ser contraste por lo que diga y por lo que calle, por el reconocimiento, sin disfraces, de nuestras limitaciones. En toda esta novela a trancos, a la poesía le corresponde ser la mala conciencia de la época. Después de todo, el mundo no está  esperando que los poetas salgan al foro entre luces de colores.
Si antes el mapa estaba dividido en dos bloques y “las mejores inteligencias” se ubicaban de uno u otro lado para defender el suyo y despotricar del otro, ahora (pese a algunas deplorables parodias) poco asusta el espantajo del comunismo. Y aunque muchos fanatismos están más vivos que nunca,  quizás ha ganado el buen discernimiento para quienes perciben la falsedad de los dilemas. Y allí aparece nuevamente la poesía (o el sentido poético) en plena disposición para quienes estamos hartos de iglesias e ideologías.
¿No parece obvio que el libre mercado y la libre competencia entre los individuos y entre las naciones (o corporaciones) se consolidan como justificación de peores avasallamientos y expoliaciones? Al menos yo no estoy convencido de las bondades de la sociedad actual: pienso y siento que le falta espíritu, alma y corazón. Insisto en la modesta y acallada combatividad de la poesía, en el sereno y sosegado saber que no es la desesperación por conocer o poseer información.
Es tarea ardua, sin prescripciones ni fórmulas, pero al poeta, no su disfraz o estereotipo (y puede trajearse como mejor le parezca), ha de ser el protagonista del contraste. No para envanecerse o arrogarse privilegios; de esa manera sólo sirve a la causa de su propio ego. Es otra su tarea: tal vez novísima y necesaria. No será dando golpes de martillo o de sable, ni resguardando los bienes de la cultura en una isla lejana, como quiso alguna vez Valéry. No se trata, según veo, de un cambio de escenario o de una convulsión estética; me refiero a un sustento menos ampuloso y elaborado. Comenzaría, por ejemplo, con un verso de Goethe: “para asombrarme existo”;  o con una declaración del mismo Goethe: “lo más alto a que puede llegar el hombre es el asombro”; o con este verso de Pavese: “estoy vivo y he sorprendido en el alba a las estrellas”;  o como en el Ars poética de Cadenas: “que cada palabra lleve lo que dice, que sea como el temblor que la sostiene”; o con el sabor de la existencia en la comisura de los labios.
En una sociedad que presume de amplitud y diversidad de pensamiento, pero que a simple vista muestra su uniformidad de conductas y pareceres, sólo la poesía puede devolvernos el asombroso milagro de la cotidianidad y librarnos de esa insensibilidad triunfante que todo lo encuentra evidente, comprensible por sí mismo.
Con el asombro como aliento y el vivir como propósito fundamental, el poeta (no su parodia) se halla casi obligado a buscar puesto en la sociedad. Si ha de escribir, que sea como Don Quijote le dijo al Caballero del Verde Gabán: “la pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”.

La foto de Mario y un servidor, corresponde a la ocasión (Noviembre de 2013) en que presentáramos algunos títulos juntos, en la Librería El Buscón, con el sello BID&CO Editor, de Bernardo Infante, con palabras introductorias de Sael Ibañez y presentación de Rafael Cadenas, todo un honor para nosotros. Agregamos otra panorámica de esa noche y, debajo, una galería de autores o textos convocados. 

GALERÍA DE CONVOCADOS