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sábado, 11 de mayo de 2013

Cuadernos, lacl / Bitácora acuariana - Inscripciones en el dolmen.




Hace ya unas cuantas jornadas en las que no descargo nada de mis cuadernos. Una breve estampa pergeñada hoy en uno de ellos ha servido de acicate para esta breve colecta.

lacl.

De mi bitácora en Acuario   

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(Mayo 11, 2013, mediodía)

Mi dieta de hoy:
sopa de ajo
con lágrimas.

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(Mayo 09, 2013, madrugada)

Toda creación 
es un canto
al adiós.

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(20 de Agosto de 2012)

De cuando en cuando me doy, de buen grado,
a la revisión de mis cuadernos,
pues me topo con un yo que desconozco.

*****
(13 de Junio de 2012, en el aire, rumbo a México y pensando en Sor Juana)

¿Es tránsito la vida, con principio y fin?
¿Haz de luces infiltrándose en las sombras?
¿Moridero precoz, dardo insolente?
Las uñas en la piel, arco dorado,
destrenzan la razón, tejen milagro.

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(16 de Junio de 2011)

El gesto de la vida es tan gratuito e impensado como el gesto de la muerte.
Gesto del gestar.
Y esa basura que llaman pensamiento, adoquinada visión de mundo que bien sabe fungir como canto de sirenas para el envanecimiento del yo, teje y desteje, con minuciosa filigrana, el iridiscente marco de un espejo en el que no se guarda imagen alguna.
Ni siquiera la empañada bruma,
huella breve de nuestro respirar.

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(02 de Abril de 2012)

En lo que atañe
a fin y principio
últimos del ser,
todos somos
sabiamente
analfabetos.

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De Inscripciones en el dolmen

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(Mayo 05, 2013)

Me despierto en medio de una conversa sobre el dolor y lo humano.
Lluvia intensa, prolongada, que se derrama sobre la tierra como un cauce infinito, denso, que todo lo colma con sus aguas. Un diluvio. Son como las cuatro de la madrugada. Es casi imposible reconstruir la conversa, pues el corazón, el avance de la mañana y el canto de los pájaros me tienden una trampa.
Hay dolores que no son de uno y, sin embargo, nos hunden en el padecimiento. No se trata de los dolores del prójimo que uno siente y padece con y por el prójimo; sino, más bien, de aquellos dolores que se empinan como una impostura en el timbre del alma. De esos que revelan a nuestras espaldas, en un silencio interior, cuán muertas andan nuestras vidas.
Y como muy pocos se prestan a escucharse en su silencio interior o porque deciden no tomar los pasadizos que conducen a esa otra milagrosa y, acaso, atemorizante conversa, viven aherrojados, cual condenados a una negación: la de no revelarse a sí mismos, ni una sola vez en sus vidas, en la catarsis de su estremecido corazón.
Y, así, penas y alegrías  se esfuman como el chispazo de un fósforo encarnando el irrecuperable recuerdo de un destello, un eco, humo y un acre aroma desvaneciéndose entre los lienzos de la niebla.
Y el dolor toma la faz de un sujeto incomprensible.

*****
(07 de Mayo de 2011)

Poniendo de lado el sesgo crematístico que los mercaderes quieren endosarle a todo santo, fecha, gesto o acto, saludemos a la madre al recordar que, en innumerables idiomas, la palabra madre comienza con una eme (m) y que en tales lenguas, nuestros labios y bocas hacen las veces del útero para gestar la palabra que las nombra: primero se anuncia un sonido sordo, englobado, germinado como en un baño de María, al que le sigue la eme (mmm) que rompe en palabra, creación…

*****
 (Abril 23, 2012, 4 am)

Adonde quiera que tiendo
mis manos
se extiende la divinidad.

Variantes:

A)
Adonde quiera que tiendo
mis manos
se tiende la divinidad.
…..

B)
Adonde quiera que extiendo
mis manos
se tiende la divinidad.

*****
(Abril 26, 2012)

Lo que quiero es soltura, libertad,
explayamiento, brisa marina.
¿Qué más podría pedir?

*****
(Marzo 19, 2012)

Mis sueños están poblados de sueños
en los que el único desconocido soy yo.

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(Diciembre 12, 2011)

A mí no “me gusta” escribir poemas,
porque no es una cuestión de gustos,
es una cuestión de trance.
Se escriben poemas
a pesar de uno
o muy a pesar de uno.

*****




jueves, 2 de mayo de 2013

GUARIDA DE LOS POETAS / Alfred Tennyson - In memoriam (to Arthur Henry Hallam)




Siempre hemos pensado que a Alfred Tennyson le ha hecho mucho daño la etiqueta de "poeta clásico". Dejamos nuestra versión del canto XCI del extenso poema In memóriam, dedicado a la memoria de Arthur Henry Hallam, quien murió de una hemorragia cerebral en 1833.


Canto XCI

Cuando las rosadas plumas coronan el cedro,
Y rara canción entona el tordo del monte;
O cuando debajo del arbusto estéril,
Azul marino, revolotea el pájaro de marzo;

Ven, usa la forma en que conozco
Tu espíritu, en el tiempo, entre tus pares;
La esperanza de los años incumplidos
Generosa y lúcida ronde en tu frente.

Cuando la hora de verano madura mansamente
Puede espirar, con muchas rosas dulces,
Y ondular los mil penachos del trigo
Que susurra  en las crestas de la estancia solitaria;

Ven: no en vigilias de la noche,
Sino con la luz del sol, que cálida se incuba,
Ven, bellamente en tu venidera forma,
Y como una luz más fina a la luz.


lacl

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XCI
When rosy plumelets tuft the larch,
And rarely pipes the mounted thrush;
Or underneath the barren bush
Flits by the sea-blue bird of March;


Come, wear the form by which I know
Thy spirit in time among thy peers;
The hope of unaccomplish'd years
Be large and lucid round thy brow.


When summer's hourly-mellowing change
May breathe, with many roses sweet,
Upon the thousand waves of wheat,
That ripple round the lonely grange;


Come: not in watches of the night,
But where the sunbeam broodeth warm,
Come, beauteous in thine after form,
And like a finer light in light.

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GUARIDA DE LOS POETAS

Tennyson en su propia voz... Aunque este poema no muestra el tono lírico de su In Memóriam, lo dejamos aquí...

Alfred, Lord Tennyson "The Charge of the Light Brigade"Wax Cylinder Poem. 

Fuente original: Poetryreincarnations. Address: http://www.youtube.com/user/poetryreincarnations?feature=watch






martes, 23 de abril de 2013

Jorge Luis Borges, El libro. Conferencia. / Guarida de los poetas: Jorge Luis Borges, la poesía de los celtas.



Un post scriptum que coloco a manera de introito, 9 de julio de 2025. 

Tal como le decía a una amiga en los comentarios a esta publicación, en los últimos años me he dedicado a rescatar mucho del conversador maravilloso que ha sido Jorge Luis Borges, aparte del escritor. Uno de los libros que más he disfrutado de Don Jorge Luis Borges ha sido, precisamente, aquella joya en el que se reprodujeton sus clases de literatura, vivo ejemplo de esa maravilla que es la palabra conversada, la palabra enunciada. Siempre he creído que el ser humano no debe perder jamás el don de la conversación. Es una estupenda manera de mantener viva la lengua. Lamentablemente en los tiempos modernos hemos experimentado un decaimiento en el culto de la lengua y el lenguaje propiamente dichos, en el uso del día a día. Escuchar las conferencias de Borges y, por supuesto, leerlas también, o leerlas en su defecto es un magnífico vehículo para mantenernos conectados con una de las grandes creaciones de la humanidad: el habla.
Salud, lacl.

*** * ***


Jorge Luis Borges, El libro. Conferencia. 

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.

En César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la función que realiza el libro.

Yo he pensado, alguna vez, escribir una historia del libro. No desde el punto de vista físico. No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido. He sido anticipado por Spengler, en su Decadencia de Occidente, donde hay páginas preciosas sobre el libro. Con alguna observación personal, pienso atenerme a lo que dice Spengler.

Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro cosa que me sorprende; veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita siempre: Scripta maner verba volat, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón. Todos los grandes maestros de la humanidad han sido, curiosamente, maestros orales.

Tomaremos el primer caso: Pitágoras. Sabemos que Pitágoras no escribió deliberadamente. No escribió porque no quiso atarse a una palabra escrita. Sintió, sin duda, aquello de que la letra mata y el espíritu vivifica, que vendría después en la Biblia. El debió sentir eso, no quiso atarse a una palabra escrita; por eso Aristóteles no habla nunca de Pitágoras, sino de los pitagóricos. Nos dice, por ejemplo, que los pitagóricos profesaban la creencia, el dogma, del eterno retorno, que muy tardíamente descubriría Nietzsche. Es decir, la idea del tiempo cíclico, que fue refutada por San Agustín en La ciudad de Dios. San Agustín dice con una hermosa metáfora que la cruz de Cristo nos salva del laberinto circular de los estoicos. La idea de un tiempo cíclico fue rozada también por Hume, por Blanqui... y por tantos otros.

Pitágoras no escribió voluntariamente, quería que su pensamiento viviese más allá de su muerte corporal, en la mente de sus discípulos. Aquí vino aquello de (yo no sé griego, trataré de decirlo en latín) Magister dixit (el maestro lo ha dicho). Esto no significa que estuvieran atados porque el maestro lo había dicho; por el contrario, afirma la libertad de seguir pensando el pensamiento inicial del maestro.

No sabemos si inició la doctrina del tiempo cíclico, pero sí sabemos que sus discípulos la profesaban. Pitágoras muere corporalmente y ellos, por una suerte de transmigración esto le hubiera gustado a Pitágoras siguen pensando y repensando su pensamiento, y cuando se les reprocha el decir algo nuevo, se refugian en aquella fórmula: el maestro lo ha dicho (Magister dixit).

Pero tenemos otros ejemplos. Tenemos el alto ejemplo de Platón, cuando dice que los libros son como efigies (puede haber estado pensando en esculturas o en cuadros), que uno cree que están vivas, pero si se les pregunta algo no contestan. Entonces, para corregir esa mudez de los libros, inventa el diálogo platónico. Es decir, Platón se multiplica en muchos personajes: Sócrates, Gorgias y los demás. También podemos pensar que Platón quería consolarse de la muerte de Sócrates pensando que Sócrates seguía viviendo. Frente a todo problema él se decía: ¿qué hubiera dicho Sócrates de esto? Así, de algún modo, fue la inmortalidad de Sócrates, quien no dejó nada escrito, y también un maestro oral. De Cristo sabemos que escribió una sola vez algunas palabras que la arena se encargó de borrar. No escribió otra cosa que sepamos. El Buda fue también un maestro oral; quedan sus prédicas. Luego tenemos una frase de San Anselmo: Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño. Se pensaba así de los libros. En todo Oriente existe aún el concepto de que un libro no debe revelar las cosas; un libro debe, simplemente, ayudarnos a descubrirlas. A pesar de mi ignorancia del hebreo, he estudiado algo de la Cábala y he leído las versiones inglesas y alemanas del Zohar (El libro del esplendor), El Séfer Yezira (El libro de las relaciones). Sé que esos libros no están escritos para ser entendidos, están hechos para ser interpretados, son acicates para que el lector siga el pensamiento. La antigüedad clásica no tuvo nuestro respeto del libro, aunque sabemos que Alejandro de Macedonia tenía bajo su almohada la Ilíada y la espada, esas dos armas. Había gran respeto por Homero, pero no se lo consideraba un escritor sagrado en el sentido que hoy le damos a la palabra. No se pensaba que la Ilíada y la Odisea fueran textos sagrados, eran libros respetados, pero también podían ser atacados.

Platón pudo desterrar a los poetas de su República sin caer en la sospecha de herejía. De estos testimonios de los antiguos contra el libro podemos agregar uno muy curioso de Séneca. En una de sus admirables epístolas a Lucilio hay una dirigida contra un individuo muy vanidoso, de quien dice que tenía una biblioteca de cien volúmenes; y quién se pregunta Séneca puede tener tiempo para leer cien volúmenes. Ahora, en cambio, se aprecian las bibliotecas numerosas.

En la antigüedad hay algo que nos cuesta entender, que no se parece a nuestro culto del libro. Se ve siempre en el libro a un sucedáneo de la palabra oral, pero luego llega del Oriente un concepto nuevo, del todo extraño a la antigüedad clásica: el del libro sagrado. Vamos a tomar dos ejemplos, empezando por el más tardío: los musulmanes. Estos piensan que el Corán es anterior a la creación, anterior a la lengua árabe; es uno de los atributos de Dios, no una obra de Dios; es como su misericordia o su justicia. En el Corán se habla en forma asaz misteriosa de la madre del libro. La madre del libro es un ejemplar del Corán escrito en el cielo. Vendría a ser el arquetipo platónico del Corán, y ese mismo libro lo dice el Corán, ese libro está escrito en el cielo, que es atributo de Dios y anterior a la creación. Esto lo proclaman los sulems o doctores musulmanes.

Luego tenemos otros ejemplos más cercanos a nosotros: la Biblia o, más concretamente, la Torá o el Pentateuco. Se considera que esos libros fueron dictados por el Espíritu Santo. Esto es un hecho curioso: la atribución de libros de diversos autores y edades a un solo espíritu; pero en la Biblia misma se dice que el Espíritu sopla donde quiere. Los hebreos tuvieron la idea de juntar diversas obras literarias de diversas épocas y de formar con ellas un solo libro, cuyo título es Torá (Biblia en griego). Todos estos libros se atribuyen a un solo autor: el Espíritu.

A Bernard Shaw le preguntaron una vez si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia. Y contestó: Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu. Es decir, un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. La intención del autor es una pobre cosa humana, falible, pero en el libro tiene que haber más. El Quijote, por ejemplo, es más que una sátira de los libros de caballería. Es un texto absoluto en el cual no interviene, absolutamente para nada, el azar.

Pensemos en las consecuencias de esta idea. Por ejemplo, si yo digo:

“…Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas
verde prado, de fresca sombra lleno…”

es evidente que los tres versos constan de once sílabas. Ha sido querido por el autor, es voluntario.

Pero, qué es eso comparado con una obra escrita por el Espíritu, qué es eso comparado con el concepto de la Divinidad que condesciende a la literatura y dicta un libro. En ese libro nada puede ser casual, todo tiene que estar justificado, tienen que estar justificadas las letras. Se entiende, por ejemplo, que el principio de la Biblia: Bereshit baraelohim comienza con una B porque eso corresponde a bendecir. Se trata de un libro en el que nada es casual, absolutamente nada. Eso nos lleva a la Cábala, nos lleva al estudio de las letras, a un libro sagrado dictado por la divinidad que viene a ser lo contrario de lo que los antiguos pensaban. Estos pensaban en la musa de modo bastante vago.

Canta, musa, la cólera de Aquiles, dice Homero al principio de la Ilíada. Ahí, la musa corresponde a la inspiración. En cambio, si se piensa en el Espíritu, se piensa en algo más concreto y más fuerte: Dios, que condesciende a la literatura. Dios, que escribe un libro; en ese libro nada es casual: ni el número de las letras ni la cantidad de sílabas de cada versículo, ni el hecho de que podamos hacer juegos de palabras con las letras, de que podamos tomar el valor numérico de las letras. Todo ha sido ya considerado.

El segundo gran concepto del libro repito es que pueda ser una obra divina. Quizá esté más cerca de lo que nosotros sentimos ahora que de la idea del libro que tenían los antiguos: es decir, un mero sucedáneo de la palabra oral. Luego decae la creencia en un libro sagrado y es reemplazada por otras creencias. Por aquella, por ejemplo, de que cada país está representado por un libro. Recordemos que los musulmanes denominan a los israelitas, la gente del libro; recordemos aquella frase de Heinrich Heine sobre aquella nación cuya patria era un libro: la Biblia, los judíos. Tenemos entonces un nuevo concepto, el de que cada país tiene que ser representado por un libro; en todo caso, por un autor que puede serlo de muchos libros.
Es curioso no creo que esto haya sido observado hasta ahora que los países hayan elegido individuos que no se parecen demasiado a ellos. Uno piensa, por ejemplo, que Inglaterra hubiera elegido al doctor Johnson como representante; pero no, Inglaterra ha elegido a Shakespeare, y Shakespeare es digámoslo así el menos inglés de los escritores ingleses. Lo típico de Inglaterra es el understatement, es el decir un poco menos de las cosas. En cambio, Shakespeare tendía a la hipérbole en la metáfora, y no nos sorprendería nada que Shakespeare hubiera sido italiano o judío, por ejemplo.

Otro caso es el de Alemania; un país admirable, tan fácilmente fanático, elige precisamente a un hombre tolerante, que no es fanático, y a quien no le importa demasiado el concepto de patria; elige a Goethe. Alemania está representada por Goethe.

En Francia no se ha elegido un autor, pero se tiende a Hugo. Desde luego, siento una gran admiración por Hugo, pero Hugo no es típicamente francés. Hugo es extranjero en Francia; Hugo, con esas grandes decoraciones, con esas vastas metáforas, no es típico de Francia.

Otro caso aún más curioso es el de España. España podría haber sido representada por Lope, por Calderón, por Quevedo. Pues no. España está representada por Miguel de Cervantes. Cervantes es un hombre contemporáneo de la Inquisición, pero es tolerante, es un hombre que no tiene ni las virtudes ni los vicios españoles.

Es como si cada país pensara que tiene que ser representado por alguien distinto, por alguien que puede ser, un poco, una suerte de remedio, una suerte de triaca, una suerte de contraveneno de sus defectos. Nosotros hubiéramos podido elegir el Facundo de Sarmiento, que es nuestro libro, pero no; nosotros, con nuestra historia militar, nuestra historia de espada, hemos elegido como libro la crónica de un desertor, hemos elegido el Martín Fierro, que si bien merece ser elegido como libro, ¿como pensar que nuestra historia está representada por un desertor de la conquista del desierto? Sin embargo, es así; como si cada país sintiera esa necesidad.

Sobre el libro han escrito de un modo tan brillante tantos escritores. Yo quiero referirme a unos pocos. Primero me referiré a Montaigne, que dedica uno de sus ensayos al libro. En ese ensayo hay una frase memorable: No hago nada sin alegría. Montaigne apunta a que el concepto de lectura obligatoria es un concepto falso. Dice que si él encuentra un pasaje difícil en un libro, lo deja; porque ve en la lectura una forma de felicidad.

Recuerdo que hace muchos años se realizó una encuesta sobre qué es la pintura. Le preguntaron a mi hermana Norah y contestó que la pintura es el arte de dar alegría con formas y colores. Yo diría que la literatura es también una forma de la alegría. Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso considero que un escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un esfuerzo.

Un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón. Luego enumera los autores que le gustan. Cita a Virgilio, dice preferir las Geórgicas a la Eneida; yo prefiero la Eneida, pero eso no tiene nada que ver. Montaigne habla de los libros con pasión, pero dice que aunque los libros son una felicidad, son, sin embargo, un placer lánguido.

Emerson lo contradice es el otro gran trabajo sobre los libros que existe. En esa conferencia, Emerson dice que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro, entonces ellos despiertan. Dice que podemos contar con la compañía de los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen.

Yo he sido profesor de literatura inglesa, durante veinte años, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Siempre les he dicho a mis estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien. Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros.

Yo he dedicado una parte de mi vida a las letras, y creo que una forma de felicidad es la lectura; otra forma de felicidad menor es la creación poética, o lo que llamamos creación, que es una mezcla de olvido y recuerdo de lo que hemos leído.

Emerson coincide con Montaigne en el hecho de que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de felicidad. Le debemos tanto a las letras. Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído. Yo tengo ese culto del libro. Puedo decirlo de un modo que puede parecer patético y no quiero que sea patético; quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero.

Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.

Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.

El concepto de un libro sagrado, del Corán o de la Biblia, o de los Vedas donde también se expresa que los Vedas crean el mundo, puede haber pasado, pero el libro tiene todavía cierta santidad que debemos tratar de no perder. Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético. ¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.

Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.

He hablado en contra de la crítica y voy a desdecirme (pero qué importa desdecirme). Hamlet no es exactamente el Hamlet que Shakespeare concibió a principios del siglo XVII, Hamlet es el Hamlet de Coleridge, de Goethe y de Bradley. Hamlet ha sido renacido. Lo mismo pasa con el Quijote. Igual sucede con Lugones y Martínez Estrada, el Martín Fierro no es el mismo. Los lectores han ido enriqueciendo el libro.

Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.

Eso es lo que quería decirles hoy.
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Guarida de los poetas: 
Jorge Luis Borges, la poesía de los celtas