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martes, 30 de septiembre de 2008

Fragmentarias de Georg Christoph Lichtenberg. Un caso excepcional.



Fragmentarias de Georg Christoph Lichtenberg

Un caso excepcional. Sus aforismos, rayanos en la genialidad, fueron publicados en forma póstuma por sus hermanos e hijos durante el siglo XIX (el falleció en 1799). Nietzsche afirmaba que era uno de los cuatros escritores rescatables de la literatura alemana. Sus pensamientos dejan hondas resonancias en quien los lee con ojos de escucha…

Luis Alejandro Contreras


Me dan dolor muchas cosas que a otros solo les dan lástima.

Ya que se escribe en público de pecados secretos, me he propuesto escribir en secreto de pecados públicos.

Hay una especie de ventriloquia trascendental con la cual los hombres pueden aparentar que algo dicho en la Tierra viene del cielo.

Como vieron que no le podían colocar una cabeza católica, se contentaron con cortarle una protestante.

La metáfora es mucho más inteligente que su autor, y esto sucede con muchas cosas. Todo tiene su profundidad. Quien tiene ojos ve todo en todo.

En nuestros poetas de moda es demasiado evidente que la palabra genera la idea. En Milton y Shakespeare el pensamiento siempre crea la idea.

Con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo.


En un artículo: el sacrificio de los primogénitos aún es recomendable, en el caso de los versos.

Podemos estar seguros de que en ningún buen poema el primer verso se escribió al principio.

Con los epigramas sucede lo mismo que con todas las invenciones: los mejores producen la irritación de no haberlos pensado uno mismo. Justamente a eso se refiere la gente cuando dice que los pensamientos deben ser naturales.

Siempre prefiero al hombre que escribe como se puede poner de moda, al que escribe como está de moda.

Casi todos los hombres fundan su escepticismo respecto a una cosa en la fe ciega en otra.

Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.

Me gustaría dar algo a cambio de saber con exactitud por quién fueron hechos los actos que según la versión oficial fueron hechos por la patria.


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Monumento a Lichtenberg, en Göttingen y estampilla con su imagen.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Guarida de los poetas - Pound, Varela, Borges, Rilke, Sexton, Rumi...


Guarida de los poetas

Brindamos, en este retirado recoveco del mundo, un sencillo homenaje a la poesía, en las voces e imágenes de quienes le rinden o rindieron pleitesía. ¿Qué mejor homenaje a la poesía que el concederles la palabra a quienes son y han sido sus cultores? ¿Qué mejor homenaje que el mero gusto de la escucha, incluso a despecho de que no conozcamos la lengua madre del poema? Obviamente, es un homenaje limitado por el tiempo y el espacio. No podemos recuperar las voces de Safo o de Orfeo. Tenemos que contentarnos con aquella iluminada frase de Nietzsche: todos los griegos son Homero; algo similar nos dice Borges en su conferencia sobre La Ceguera, recogida en el libro Siete noches, de la que agregamos un extracto. Y extrapolando tales afirmaciones, podremos decir: Homero somos todos sus lectores y, ¿por qué no? sus oidores. Toda poesía se canta, primeramente, en el lecho de nuestra intimidad. Toda poesía convoca a la escucha. Acaso ello justifique que, en aquellos casos en que distancia y fugacidad no nos permitan recuperar las voces de los poetas de antaño, hagamos las veces del poeta anónimo que, en algún modo, yace enquistado en todo pecho y, apelando a su voz, convoquemos las voces de los otros. En fin, pretendemos legar un testimonio, algo más cercano al vivir, que rinda homenaje a la poesía.

Luis Alejandro Contreras

Ezra Pound, Con usura
http://www.youtube.com/watch?v=D3IpkOZjyVw


Blanca Varela, Canto villano




Jorge Luis Borges, La ceguera (conferencia, extracto)





Han retirado el anterior documento de Rilke, por lo que agregamos este otro...


"Nowhere my Beloved, will world be but within us" Rilke






Peter Gabriel & Anne Sexton: Mercy Street - All my Pretty...




Rumi: Poema sufí

jueves, 28 de agosto de 2008

POESÍA Y EXILIO: VIVIR AL MARGEN (Un mínimo tributo a Mahmud Darwix y a Edward W. Said) / M. Darwix, poemas / Nada, nada justifica el terrorismo, Carta abierta (M. Darwix) / Sala documental: En memoria de Edward Said / Homenaje a Mahmoud Darwix / M.Darwix, Norte musique / M. Darwix, A mi madre.




POESÍA Y EXILIO: VIVIR AL MARGEN

(Un mínimo tributo a Mahmud Darwix y a Edward W. Said)


Siempre he albergado la presunción de que es en los confines, márgenes y pliegues y no en medio del fasto de los ejes de poder desde donde el ser humano puede fraguar mayores cuotas de ventura interior e, incluso, de sensatez en lo que atañe, precisamente, a su destino como integrante de su estirpe. Las altisonancias de la vocinglería política globalizada han hecho cuño en las desguarnecidas conciencias de los ciudadanos del orbe, quienes no se percatan (o no terminan de convencerse) de ser naturales residentes del mundo, como genuina y cabalmente son. Compran a sus prójimos, sin advertirlo, semillas de desmembración, en cada consigna que acogen como suya. En las sectas de los denominados líderes “políticos” se guarece toda una gama de existencias de valores retorcidos, si es que pudiéramos apreciar como valor éste o aquel atributo que engalana a un expoliador o a un fantoche, a un asesino o a un cultor de represivos credos. Los bienes de la humanidad les tienen sin cuidado, todo lo desprecian, desde lo que tan bellamente Alfonso Reyes nominara como “dulzura ambiente” hasta las más desprendidas creaciones de la humanidad. La poesía es para tales existencias una pérdida de tiempo. No hay en sus oídos ni en sus corazones permeabilidad para recibir el canto panteísta que alienta en la poesía. Porque, cuando se la ha enunciado con honradez, la poesía es canto pánico: ha partido de un alma que anda en pos de una recomposición de ese desmenuzado todo del que el hombre es simple brizna.

Y si la poesía ha vivido perdurablemente en el exilio del humano corazón es porque el hombre, por lo general, se proscribió de la naturaleza. Quien canta al todo alojado en la hoja estremecida por la brisa o en los insondables claroscuros del firmamento, canta al alma alojada en cada partícula del cosmos. Whitman fue uno de los más diáfanos rotuladores de ese mensaje que los hombres, congregados en hordas, se han empeñado en acallar (en sí y en los demás). Y en virtud de ello fue, en cierto modo, un exiliado. Muchos han pretendido exiliar su poesía. Incluso poetas. Pero la poesía no es exiliable, a despecho de la diferencia de matices que cultiven sus cantores. No hay mayor mal que aquel de acostumbrarse a formar filas. Y los poetas no son mera minoría; son, también, lo expurgable, el aborrecido ácaro tras el lóbulo de la oreja. Pero la poesía es mística emanación, anti-poder que arrostra las bajezas del poder encarnado en la efigie de los asesinos. La poesía no se conforma con mirar al tronco, contempla el envés de la hoja, escucha el diálogo del ramaje con el viento y, en ocasiones, les entabla conversación. Poesía es voz del margen y voz de orilleros, floreciendo en estepas apartadas del poder; no mandamiento navegando en los buques que desde una columna vertebral se despachan a ultramar con las más insólitas y descabelladas misiones. Claro, se puede vivir en las estepas y a pocas millas de una casa de gobierno. No es un asunto de cuantificable distancia. Se trata más bien de aquel incuantificable trecho que se suscita en el corazón de quien no se ha dejado secuestrar por la desdicha del rencor o del resentimiento. El Tao-Te-Ching nos habló de un pequeño reino (acaso una comarca) circundado por laderas y del bien que se prodigaría aquel ciudadano que no se preocupara en cruzar sus cuestas para conocer el reino que bullía allende las montañas. ¿Qué quiso decirnos ese poema ancestral? ¿Que nos conformáramos con nuestra miseria? ¿Qué acalláramos nuestra vital curiosidad? ¿Qué nos tornáramos seres pusilánimes? Lo dudo. Ponía un dedo en la llaga fatal de seres amañados por su propia villanía. No intentaba poner límites al vivir, al contrario, pretendía que percibiéramos y viviéramos conforme al pulso de la vida (llamémosle afluente, dragón o cosmos) y abatiéramos la quimera del yo.
Mahmud Darwix, poeta, acaba de morir. El nació en un pueblo sin más armas que las de su ancestral cultura. Vivió doblemente exiliado. Partió en pos de otros derroteros llevándose su comarca en el pecho. En su corazón levantó las laderas del reino perdido. Y he dicho doblemente porque, aunque haya sido un poeta reconocido en Europa, amén del mundo árabe y de sus conterráneos palestinos, debemos aceptar con franqueza y humildad que poesía no es valor que el hombre moderno privilegie en el seno de su inerme corazón. Queremos honrarle un recatado tributo a este poeta, al reproducir algunos de sus poemas, que precisamente hablan del exilio, y otros textos de valor, como su declaración con motivo de los infaustos acontecimientos del 11 de septiembre, así como algunas entrevistas.
Les dejaremos con tales textos, no sin antes anotar dos cosas más. Primeramente, que hemos de agradecer la abnegada labor de traducción que ha acometido Luz Gómez García con la obra de Darwix * y, luego, que no podríamos despedir estas líneas sin dejar de hacer la siguiente acotación: cuán sugerente nos parece el que ciertos planteamientos de Darwix se entronquen con los de su amigo Edward W. Said, otro exiliado palestino, sutil intelectual cuya obra no dejamos de encomiar (ambos fueron a vivir y/o a morir en esa desmesurada entelequia del poder que son los Estados Unidos, paradójicamente, hogar de incontables refugiados). Ambos, nacidos al margen de los poderíos terrenales -hablando en términos geopolíticos, claro está, y no culturales-, hallaron un coincidente modo de zurcir que a mí me luce supremamente sugestivo en un mundo tan despersonalizado por el espejismo de la globalización. Said expresó en alguno de sus ensayos que, en la hora presente (él falleció en el 2003), ya no podemos albergar la esperanza de que figuras señeras o prestigiosas del humanismo vengan a abrirle los ojos a sus prójimos en defensa los bienes de la cultura ante una amenazante barbarie. Said pronosticó que es el intelectual colectivo el llamado a imponer curativas manos sobre las llagas que la barbarie estampa en nuestras humanidades. Darwix exhibió un planteamiento afín al abordar la figura del poeta colectivo en una de las entrevistas que concedió: “…Tú no puedes entrar en este mundo de la poesía con nacionalidad…” Y luego agregó: “…No hay un poeta libre de otros poetas, es posible que cada poeta sea todos los poetas, si su trabajo es serio…” Qué lecciones transpiradas del humus que brota en los confines, aquel que vino a ser padre y madre de toda humildad y de toda humanidad.


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lacl. Luis Alejandro Contreras.
Agosto 26 de 2008.
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Niños de Rwanda, Howard Davies ©

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SIN EXILIO, ¿QUIÉN SOY?

Extranjero a orillas del río, como al río... me ata
a tu nombre el agua. Nada me devuelve de mi lejanía
a mi palmera: ni la paz ni la guerra. Nada
me incorpora a los Evangelios. Nada...
Nada brilla mientras sube y baja la marea
entre el Tigris y el Nilo. Nada
me apea del bajel de Faraón. Nada
me tiene o hace que yo tenga una idea: ni la nostalgia
ni la promesa. ¿Qué haré? ¿Qué
haré sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?

Me ata
a tu nombre
el agua...Nada me lleva de las mariposas de mi sueño
a mi realidad: ni el polvo ni el fuego. ¿Qué
haré sin la rosa de Samarcanda? ¿Qué
haré en una plaza que bruñe a los rapsodas con piedras
lunares? Tú y yo nos hemos vuelto tan ligeros como nuestros hogares
a merced de los vientos lejanos. Hemos trabado amistad con los raros
seres que habitan las nubes... Nos hemos liberado
del peso de la tierra de la identidad. ¿Qué haremos... qué
sin exilio, sin una larga noche
que escrute el agua?
Me ata
a tu nombre
el agua...
Sólo tú quedas de mí, sólo
yo de ti, un extranjero que acaricia el muslo de su extranjera: Oh
extranjera, ¿qué vamos a fabricar en esta calma
que apuramos... en esta siesta entre dos mitos?
Nada nos tiene: ni el camino ni la casa.
¿Fue este camino así desde el principio,
o acaso nuestros sueños hallaron una yegua
de los mongoles sobre la colina y nos sustituyeron?
¿Qué haré?
¿Qué
sin
exilio?


(Tomado de Mahmud Darwix, Poesía escogida (1966-2005), traducción de Luz Gómez García, Valencia, Pre-Textos, 2008)



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Joven afgano trabajando - refugiado en Pakistán, Howard Davies ©
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PASAPORTE

No me han reconocido en las sombras que
difuminan mi color en el pasaporte.
Mi desgarrón estaba expuesto
al turista amante de postales.
No me han reconocido… Ah, no prives
de sol a la palma de mi mano,
porque el árbolme conoce…
Me conocen todas las canciones de la lluvia,
no me dejes empalidecer como la luna.
Todos los pájaros que ha perseguido
la palma de mi mano a la entrada del lejano aeropuerto,
todos los campos de trigo,
todas las cárceles
todas las tumbas blancas
todas las fronteras
todos los pañuelos que se agitaron,
todos los ojos
estaban conmigo, pero ellos
los borraron de mi pasaporte.
¿Despojado de nombre, de pertenencia,
en una tierra que ha crecido con mis propias manos?
Job ha llenado hoy el cielo con su grito:
¡no hagáis de mí un ejemplo otra vez!
Señores, señores profetas,
no preguntéis su nombre a los árboles,
no preguntéis por su madre a los valles:
de mi frente se escinde la espada de la luz,
Todos los corazones del hombre… son mi nacionalidad:
¡retiradme el pasaporte!.
(Traducción de Luz Gómez García)


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Niños de Uganda, Thomas Morley ©


TENEMOS EL VIENTO EN CONTRA

 
Tenemos el viento en contra, el viento del sur se alía
con nuestros enemigos. Y el paso
se estrecha. Alzamos los estandartes de victoria
ante las tinieblas, ojalá las tinieblas alumbraran. Andamos de noche
sobre el árbol de los sueños. ¡Oh tierra final, difícil sueño!
¿Aún existes?
Y escribimos por milésima vez sobre el último aire:
morimos, pero no pasarán.
Y seguimos nuestras voces para hallar una luna entre ellas,
y cantamos para asustar a las piedras.
Y marcamos nuestros cuerpos con el hierro... los marcamos
con hierro... y brota un río.
Tenemos el viento en contra, el viento del norte se alía
con el viento del sur y gritamos: ¿dónde nos quedamos?
Y pedimos a las hadas de los cuentos que alguien cuando muertos
nos quiera. Y el águila se lanza en picado
sobre nosotros. Y seguimos a nuestros sueños para verlos,
y nos siguen de cerca para vernos aquí. Es inevitable.
Y nosotros perseveramos en lo que parece la muerte en vida.
Y esto que parece la muerte es la victoria.

(Traducción de Luz Gómez García)
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NADA, NADA JUSTIFICA EL TERRORISMO

La catástrofe que ha golpeado Washington y Nueva York tiene un solo nombre: la sinrazón del terrorismo. Esta catástrofe no ha sido ni una siniestra película de ciencia-ficción ni el Día del Juicio. Ha sido terrorismo, a palo seco, sin patria ni color ni credo, a pesar de los muchos dioses, divinidades y agonías humanas con que pretenda autojustificarse.Ninguna causa, ni siquiera una causa justa, puede legitimar el asesinato de inocentes civiles, por muy larga que sea la lista de acusaciones y la nómina de agravios. El terror nunca allana el camino a la justicia, es un atajo al infierno. Deploramos estos horrendos crímenes y condenamos a quienes los planearon y ejecutaron con todas las palabras de repulsa y condena que existen en nuestra lengua. Hacemos esto no sólo como un deber moral, sino también para reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia naturaleza de seres humanos y nuestra fe en los valores humanistas que no diferencian entre una persona y otra. Nuestras simpatías hacia las víctimas y sus familias, así como hacia el pueblo americano en estos duros momentos, es igualmente una expresión de nuestro hondo compromiso con la unidad del destino humano. Porque una víctima es una víctima, y el terrorismo es terrorismo, aquí o allá, no conoce fronteras o nacionalidades, y no le falta retórica para matar.Nada, nada justifica este terrorismo que ha fundido la carne humana con hierro, cemento y polvo. Ni nada puede justificar que se polarice el mundo en dos bloques que nunca puedan encontrarse: uno del bien absoluto, el otro del absoluto mal. La civilización es el resultado de la contribución de cada sociedad a una herencia global; la acumulación e interacción que conduce a la elevación de la humanidad y a la nobleza de la conciencia. En este sentido, la insistencia de los neo-orientalistas en que el terrorismo anida en la naturaleza primigenia de la cultura árabe e islámica no contribuye en absoluto a aclarar el enigma, y menos aún ofrece solución alguna. Al contrario, hace que la solución sea más inescrutable, porque ha caído en las garras del racismo.Por ello, cuando América busca razones para comprender la animosidad hacia su política (una animosidad que no es hacia el pueblo americano y el conjunto de su cultura) debe distanciarse del concepto “choque de culturas”. Debería también prescindir de la necesidad de identificar siempre a un enemigo de carne y hueso, imprescindible para probar la “supremacía occidental”. En lugar de eso, debería moverse en el terreno de la política, en el que los Estados Unidos deberían reflexionar acerca de la sinceridad de su política exterior. En particular, deberían meditar sobre sus logros en Oriente Próximo, donde los grandes valores americanos de la libertad, la democracia y los derechos humanos han dejado de funcionar, especialmente en el contexto palestino, en el que la Ocupación israelí sigue estando exonerada de responder al derecho internacional, al tiempo que los EEUU le provee de todas las razones que necesite para justificar prácticas que lindan con el terrorismo de Estado. Sabemos que la herida de los americanos es profunda, y sabemos que este trágico momento es un tiempo para la solidaridad y el dolor compartido. Pero también sabemos que los horizontes del intelecto pueden atravesar paisajes de devastación. El terrorismo no tiene territorio ni fronteras, no reside en una geografía propia, su casa es el desencanto y la desesperación. La mejor arma para erradicar el terrorismo proviene de la solidaridad de la comunidad internacional, del respeto al derecho de todos los pueblos del planeta a vivir en armonía, de la reducción de la sima cada vez más profunda entre el norte y el sur. La manera más efectiva para defender la libertad es haciendo totalmente realidad el significado de la justicia. Las medidas de seguridad por sí solas no son suficientes, puesto que el terrorismo extiende sus redes a múltiples naciones, y no reconoce fronteras. No puede dividirse al mundo en dos sociedades, una para los rebeldes y otra para los oficiales de la ley. Pero nada, nada justifica el terrorismo...

Carta de reparo ante los atentados del 11-09. Texto de Mahmud Darwix suscrito por Hanna Nasser, Sari Nusseiba, Salim Tamari, Rema Hammai, I’zzat Ghazawi, Hassan Khader, Hannan Ashrawi.
(Traducción de Luz Gómez García)
* Algunas fuentes en la web:
El blog de Mahmud Darwix, a cargo de Luz Gómez García: http://mahmuddarwix.blogspot.com/
Otro sitio de interés:http://www.arabismo.com/biblioteca/darwix/index.html

Bibliografía recomendada:
- Darwix Mahmud, Poesía escogida (1966-2005), Pre-Textos, Valencia, 2008
- Said, Edward. Humanismo y crítica democrática, La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Random House Mondadori, Colección Debate, Caracas, 2006.
- Said, Edward. Reflexiones sobre el exilio. Random House Mondadori, Colección Debate, Caracas, 2005.
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Mahmud Darwix: In memory of Edward Said





https://www.youtube.com/watch?v=eTYkP0rXxnA



miércoles, 9 de julio de 2008

Letras contra Letras - La cultura bajo asedio. Disertación a partir de una nota de JL Borges / Pink Floyd: Another brick in the wall


Letras contra Letras
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La cultura bajo asedio
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Todos nos confiamos en nuestro miedo, nuestra torre de marfil.
E. M. Cioran
No me pidan más mi programa, ¿no es uno respirar?
E. M. Cioran (1)
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La estupefacción puede ser un buen acicate a la hora de escribir o manifestar una opinión en torno a un tema sobre el que uno no desearía tener que entrar en liza.
Tal es el caso presente. Tenía yo en mente, desde hace varios meses, el meterme en camisa de once varas y expresar ciertas consideraciones sobre el asedio que el hombre y sus fatuos patrones de vida imponen en desmedro de ese bien intangible que hemos nominado desde antaño con la palabra cultura. A ello me vienen impulsando, obviamente, las insistentes y opresivas brisas del “afuera”, unos sofocados vientos cuya densidad y polución amenazan con asfixiar cualquier respiradero de la polis. Es esta pesadez prevaleciente en la atmósfera de lo colectivo, la consecuencia de una voluntad de poder que no quiere dar cuartel al milagro que hace carne en el indiviso ser humano, empeñándose en señorear sobre las conciencias de quienes llanamente se contentarían con que se les dejase vivir en la paz de sus silentes monólogos o (¿por qué no?) de sus más íntimos coloquios. ¿Cuál es el ser humano que no aspirará, primeramente, a la más diáfana de las libertades, como lo es su derecho al estar solo y/o a gozar de su intimidad y de los requiebros de su imaginación? Pero el statu quo que personifica, aquí o allá, el estado moderno no puede darse el lujo de permitir libertades de conciencia. Y es por ello que, vistan los colores que vistan, los voceros estatales, esto es, los funcionarios, estarán siempre alertas e, incansablemente, cacarearán sus discursos diseñados para abolir en el ciudadano todo intento por bajarse de una nave de los locos en la que ellos, látigos bajo la toga, esconden su papel de solapados flageladores.
Ya a finales del año pasado deshojaba yo la margarita de escribir esa glosa en torno al tema de la cultura y el cerco que le tienden las más distintas representaciones del poder político -en el fondo, meras plutocracias barnizadas de tal o cual ideología-, cuando volvió a caer en mis manos, por gracia de la revisión de mis vetustos papeles, una nota magistral del querido Jorge Luis Borges. Se trata de una escueta nota que publicara el Papel Literario del Diario El Nacional, el 23 de Febrero de 1986. El artículo llevaba por título La cultura en peligro y sencillamente ponía al desnudo el cariz barbárico reinante en la modernidad, al denunciar la pretensión (por parte de vaya usted a saber usted cuál clan o cofradía) de imponer en la facultad de letras de la Universidad de Buenos Aires un plan de estudios de absolutistas metas, el cual asomaba, incluso, algunos rasgos de xenofobia cultural. Proponía, el referido proyecto de reforma académica, el estudio de unas “nuevas” ciencias humanísticas y, paradójicamente, propugnaba un cerco al hecho cultural y a los estudios humanísticos. (2) Borges, con su punzante buen humor, comienza diciendo que a él le agradaría pensar que ha sido objeto de una broma y luego pasa a desvestir el plan de estudios. Pero, al cierre de su breve artículo, deja abierta la invitación para que alguien, un funcionario o quien sea, le aclare que realmente todo era una broma. Al parecer, no lo fue. 
Yo guardé todos estos años esa magistral nota periodística, conmovido por el hecho de haber tenido que padecer semejantes intentos de presión y “sitio” a la cultura, al intentarse una reforma un tanto similar al plan de estudios de la querida escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela, a fines de los 70 y comienzos de los 80. (3) Por aquellos años fueron no pocos los intentos de tecnificar y especializar los estudios de la escuela de letras-UCV. El estructuralismo estaba en boga (con toda una corte de huraños y censuradores críticos) y sus argumentos, más allegados a pesados “bulldozers”, no dejaban obra literaria en pie. Se montó una campaña en contra del mero gusto. Una de las tesis esgrimidas era la de una supuesta necesidad de acercar los estudios de letras, en la mayor medida posible, a las ciencias exactas. El movimiento que propugnaba tal reforma ponía, además, en tela de juicio el que un estudiante se atreviera a postular un trabajo de creación como proyecto de tesis. En una escuela de letras no se debería escribir. ¡Vaya paradoja! Lo que sí les pareció supremamente importante fue el agregar un componente docente al plan de estudios de la escuela, a objeto de poder calificar como profesores o maestros en el mercado de trabajo, al recibir la licenciatura de la escuela. Estaban, al parecer, más interesados en asegurarse un modus vivendi a futuro. (4) Ya no importa saber quiénes fueron los profesores y alumnos responsables de tal asedio, eso es lo de menos. Lo que habría que resaltar es por qué en el mundo moderno se repiten tantas manifestaciones de totalitarios o absolutistas fines con un bien del ser humano, como lo es precisamente, la cultura (y sus diversas manifestaciones en la literatura y las artes) y que, como bien lo señalara Borges, es un patrimonio de la humanidad, independientemente del lugar de gestación o creación de su legado a la misma. Nunca podré saber, a ciencia cierta, qué es lo que mueve la apetencia de ciertas personas por inocular a otros su veneno. Acaso, como en el caso del escorpión y la rana de la fábula de Esopo, todo sea una cuestión de naturaleza. Mas no por ello dejaremos de aspirar a una más benéfica expresión del espíritu de la naturaleza en del ser humano. Tendemos a dejar a un lado la naturaleza de la rana al reseñar la del escorpión.
También guardé la referida nota como un gesto de respeto al humanismo. Pero además lo hice pensando en que llegaría el día en que tendría que referirme a tales hechos. He llevado por unos ocho meses una copia de esa nota en mi maletín. Ha fungido de ángel de la guarda para este servidor. Y, sin embargo, no ha sido sino ahora, 05 de Julio del 2008, (¿qué es lo que me lleva a escribir en fechas patrias o en las que rimbombantemente se conmemora algún hecho de nuestro pasado? No lo sé, pero siempre me percato de ello luego de estar embarcado en mi tema), es ahora, repito, cuando me veo impelido a deshilvanar las líneas que siguen, movido, como dije por la estupefacción que me han causado algunos hechos. Uno -si se quiere- de corte personal, puesto que en él se ha visto envuelto mi hijo, pero acotando los ribetes funestamente públicos que adquieren si hacemos abstracción del parentesco. Y otros de carácter público, cuyas negativas consecuencias en el orden de lo íntimo no nos atrevemos a augurar, si llegaran finalmente a consumarse. Me referiré a tales hechos en su debido momento. Por ahora quisiera adentrarme un poco más en aquello que esbozaba al principio de este ya largo párrafo: la nociva influencia que despliega el poder político sobre los valores de una desprotegida cultura, entendiendo como poder político aquel que padecemos en la praxis y no el que analizamos en sesudas teorías. Me propongo evidenciar las nefastas secuelas que nos lega por vía de su inveterada e interventora injerencia en la vida ciudadana.
Sostengo lo antedicho: que, en una abrumadora mayoría, las manifestaciones de poder político no pasan de ser meras plutocracias barnizadas de las más distintas disciplinas ideológicas. El poder político es, sobre todo en la modernidad, una máscara de mil rostros que simboliza algo que no es. Lo elusivo es su materia. Las distintas versiones de poder político que podemos ver a lo largo y ancho del planeta, pregonan un bien que, de manera infalible, siempre se disipa o difumina en el camino que va de los discursos a la praxis. Un sistema político imperante, esto es, aquel poder que se ejerce en forma real sobre la masa, propondrá una doctrina A, otro propondrá una doctrina B, otro una C, otro una D y así sucesivamente. Obviamente, habrá algunas equivalencias entre algunos sistemas, y sus simetrías les servirán para que se apuntalen unos a otros. Pero obviamente, habrá una gran diversidad de matices entre ellos. Lo paradójico es que el aderezo substancial de sus platillos demagógicos haya de ser, invariablemente, una escarnecida noción de democracia.
A los ojos del sencillo ciudadano, el poder es hoy representado por una noción del “estado” que resulta ser maleable sólo en apariencia; esa noción se sustenta en un único atributo como esencia: el de conferir preponderancia a los privilegios que le caracterizan como un “sistema”, por encima de cualquier otra consideración que busque enaltecer la condición humana. El estado resultará ser así, la encarnación de una organización plagada de normativas, entre las que se establece que su estructura es una entidad ulterior al libre albedrío de todo ser humano. El estado es, sencillamente, un supra-sistema que impone la sumisión de parte de todo individuo hacia sus reglas. Es, también, una aceitada maquinaria cuya jerarquía no debe ser puesta en duda por la desnuda vida humana, a juicio de sus patrocinadores. Es por ello que se asesina, se ajusticia sumariamente, se tortura en nombre del “estado” y sus valores intrínsecos. Y es por ello que se emplean métodos un tanto más disimulados de coerción y disuasión de la ciudadanía, desde lo más alto de la cúpula del poder hasta la más rastrera tipología de lisonjeros, cuyo leit motiv de vida no es otro que el acomodarse a los caprichos de la cúpula para, en contraprestación, agenciarse sus favores y prebendas. Y se perpetran tales desmanes en medio de las más inverosímiles concelebraciones.
El poder así enquistado, a trastiendas de la noción del estado, dará siempre la impresión de venir del más allá. Ha de ser ciego y omnipotente y, cual inasible deidad superior, se nos mostrará entonces como un sempiterno represor de la desamparada individualidad humana. Y, como he dicho, en ello no incidirán para nada las diferencias de matiz que prevalecen, únicamente en apariencia, entre las más disímiles corrientes políticas y de opinión de quienes ejercen el poder, vengan de diestras o de siniestras.
El poder ha representado secularmente los intereses de una minoría (incluso cuando éstas han sido llevadas al poder por una mayoría relativa) y ejerce la coerción de los derechos más fundamentales del hombre, en toda latitud y con los más diversos y enérgicos métodos de presión. Lo que hace incomprensible el que tantos seres humanos prefieran esclavizarse ante el poder, en lugar de disponerse a defender su parcela de individualidad. Prefieren comerse su vergüenza y defender lo indefendible antes que enrostrar las falencias de su propia humanidad ante el espejo personal. Muchos son los que toman el papel del policía, del polizonte o del vigía para defender un statu quo que les mantiene aherrojados a la humillación. Y cuando se produce la caída del sistema que les oprimía, salen a la calle exaltados a celebrar la liberación, deseosos de entregarse a un nuevo orden que dictamine lo que se ha de hacer y lo que se ha de evitar. Acaso sea el pánico lo que les mueve. Pánico de lo que la brutalidad encarnada en la sombría bestia del estado puede acometer sobre sus humanidades o las de los suyos. Hace muchos años que mis ojos no han vuelto a pasearse sobre las páginas de El miedo a la Libertad, de Erich Fromm, (5) pero a pesar de la distancia, me parece evidente que mucho de lo allí dicho sobre el ser humano se mantiene imperturbable. Son incontables los casos en que el individuo opta por seguir la prédica de Sancho Panza: allá donde fuereis, haced lo que viereis. Si nos sustraemos por un momento de la ingeniosa picardía de Sancho, habremos de ver no sólo la aspereza que envuelve su sentencia, sino su vigencia en la humana costumbre. El miedo vendría a ser el catalizador de muchas naturalezas y conductas despóticas, no únicamente de las sumisas. Y bien sea en la esfera de lo público o en la esfera de lo privado, la presión alienante del poder opera, entonces, no solamente desde afuera hacia adentro sino, también, desde adentro hacia afuera del individuo que es objeto de la coacción. El miedo a opinar, a pensar libremente, de cara al poder instituido y -de mil y una formas- censurador, aquel que los anglosajones dieron en denominar con la palabra “establishment”, toma cuerpo en el alma y la conciencia de quien es objeto de lo represivo.
Y ese miedo que se suscita, a modo de réplica, de adentro hacia afuera, sale vestido de mezquindad, altanería y cegados golpes de pecho. Y para hacer breve recuento de los casos en que mi estupefacción se dispara y me veo impelido a manifestar mi opinión, diré que, en el caso de Venezuela, podremos atestiguar lo antedicho en la caterva de “nuevos” funcionarios del entorno cultural oficialista, quienes lucen tan de buen ánimo para canturrear las consignas del autócrata de turno y tan solícitos para aplicar los cepos y alicates de la censura y el vilipendio contra quienes se aventuren a vislumbrar una opinión divergente. Que un narrador prestado a la burocracia afirme que “si el gobierno quiere que la editorial estatal sea socialista, entonces, será socialista” o que, inconcebiblemente, un poeta deslice la prédica de que el “estado” (léase gobierno de turno del que el referido poeta ha pasado a ser obediente funcionario) debe reservarse la potestad de determinar qué es lo bueno o lo malo en literatura y, en consecuencia, lo que el ciudadano puede leer, se me hacen evidentes manifestaciones de bajeza espiritual, cuando no grotescas afrentas al sentido común. Un poeta no debería pisar jamás las conchas de mango que el poder deja casi al descuido en la entrada de su casa. Y menos aún prestarse para la comisión de la censura que viene amañada en disposiciones administrativas. Tales manifestaciones de degradación y ultraje a la ética han sucedido en Venezuela en tiempo recientísimo y de manera campante, en entrevistas conferidas a los diarios El Universal y El Nacional. Y conste que en esta ya extensa glosa no entraré a dar detalles sobre el atropello que ha pretendido -y, en cierta medida, logrado- perpetrar una clase gobernante sobre el diseño curricular de nuestra educación, en todos sus estratos. La historia oficial se escribe con las plumas de ganso que se cobijan bajo la tutela del poder.
Acaso pueda ser el miedo al libre albedrío uno de los responsables de las extraordinarias coincidencias que solemos percibir entre quienes epidérmicamente postulan discursos antagónicos. Verbigracia, un gobernante de naturaleza autocrática versus un opositor que adolece de pasión autoritaria. Pero si al miedo a la libertad individual, en su sentido más llano, sumamos la maníaca persecución de una pretendida exactitud científica en zonas donde las ciencias exactas tienen poco o nada que decir, esto es, en tierras de la poesía y las artes, bastiones fundamentales de la cultura y el humanismo, nos percataremos de la indefensión a que se ven expuestos los jóvenes que han de pasar millares de horas encadenados al yugo de una educación que atenta, precisamente, contra la libertad de opinión e, incluso, contra el innato impulso creativo que yace en el seno del alma humana.
Expondré ahora, lo más sucintamente posible, otro caso de estupefacción. Yo pasé por la escuela pública y por la privada, ésta última en dos modalidades: la eclesiástica y la laica. Para no extenderme en demasía, evitaré entrar en inmoderados detalles. Me limitaré a decir que mi experiencia me llevó a pensar que, de todos los males, uno debe optar siempre por el menor; así que, en acuerdo familiar, decidimos que nuestro hijo estudiaría en una escuela privada en la que se impartiera una educación laica, mixta, en la que no se predicara ningún tipo de intolerancia y con algunos requisitos sensatos en lo que respecta a formación, estas dos últimas condiciones, las más trabajosas de conseguir en el mercado educativo. Fueron no pocos los años que mi hijo pasó en una misma institución. Después de las dubitaciones propias de quien no se siente conforme con el mundo en que vive, él decidió que sólo podría estudiar Humanidades. Para su tesis se propuso, hace dos años, una tarea riesgosa. Propuso el tema del ocio como fuente de la cultura, las artes y, solapadamente, la educación. Le advertimos que podría resultar un tema un tanto espinoso para una escuela tradicional, en la que esfuerzo y dedicación se premian independientemente del valor inmanente que tenga, al final, la labor realizada por y para el estudiante. Insistió en el tema, dado que él, hay que confesarlo, se sintió durante muy buena parte de su existencia como un ser avasallado por el régimen escolar. En ello llevamos coincidencias. Él es, además, un ser ganado a las artes. Es músico y tiene un extraordinario sentido para la poesía, el dibujo y la contemplación. Para colmo, los libros que se amanceban en mi biblioteca son aquellos que abordan, de alguna u otra manera, los márgenes de lo que pudiéramos denominar, una vez más, como el statu quo de los regímenes socio-políticos, los patrones de conducta establecidos de manera piramidal y de arriba hacia abajo y las líneas de mando jerárquicas y carentes de autocrítica. Mencionaré algunos: El ocio y la vida intelectual, de Josef Pieper, El derecho a la pereza, de Paul Lafargue –el yerno de Karl Marx-, el Elogio de la ociosidad y otros ensayos, de Bertrand Russell, Virginibus Puerisque (donde figura un cáustico y delicioso ensayo intitulado Apología de los ociosos), de R. L. Stevenson, Homo Ludens, de Johan Huizinga, el extraordinario recuento de utopía que hace Alfonso Reyes en Y no hay tal lugar, los ensayos de Weber y Troelsch sobre la ética protestante y el “espíritu” del capitalismo o el de Jacques Le Goff sobre Tiempo, trabajo y cultura en la Época Medieval, los ensayos de D. H. Lawrence, los libros de F. Nietzsche, Alan Watts y Gurdjieff. El delicioso libro La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell, Los coloquios o diálogos de Platón, Séneca, Epicuro. Los libros Anotaciones y En torno al lenguaje, de Rafael Cadenas, los ensayos de García Bacca y la obra de muchos poetas, verdaderos maestros del ocio, desde Rumi a Yeats, de Whitman a Lao Tse, de Rilke a Borges o de Ekelöf a Pessoa. (6) Esos y otros libros que mi hijo se agenció de motu propio (gesto que le saludo), le sirvieron de apoyo en la elaboración de su tesis. Al finalizar su penúltimo año de bachillerato y el primero de dos años de trabajo y múltiples lecturas para las que se requieren cierto adiestramiento y una buena disposición, su propuesta de tesis fue saludada por la profesora que lideraba la terna de jueces encargada de evaluar a los jóvenes, como un planteamiento valeroso y sorprendente, que invitaba tanto a alumnos como profesores a repensar y/o reconsiderar el hecho educativo. Ella misma afirmó que era alentador el que un muchacho viniera con tales planteamientos a la escuela pues, en ocasiones, la prisa no permite a quienes tienen la responsabilidad de impartir educación, los momentos de pausa para la necesaria reflexión y para la evaluación propia de sus actividades pedagógicas. Lo recuerdo bien, puesto que fui testigo de tal defensa de tesis. Pero otro fue el cantar durante el último año de vida escolar de mi hijo. Acaso su natural culto al ocio no le haya ayudado mucho a granjearse una mirada más obsequiosa, de parte del plantel de profesores; pero les aseguro que el ocio que cultiva mi hijo, tal como lo avizoraron autores como Pieper, Russell, Lafargue o Stevenson, en nada se parangona con el despropósito de vida que peyorativamente endilgara un pretencioso Benjamín Franklin a quienes no están dispuestos a bajar su cerviz ante el poder establecido y, menos aún, ante enfermizos patrones de conducta que tasan todo a la luz de lo pecuniario.
Prevenido de la situación un tanto incómoda que comenzó a experimentar con la cuarteta de profesores que fungían de tutores (un verdadero contrasentido, ¿cómo puede tener un joven bachiller cuatro tutores, asesores o guías? Por más que traten de ponerse de acuerdo, siempre habrá innumerables de diferencias de opinión entre los integrantes de la asesoría, quienes –además- hacen las veces de jurado), mi hijo me pidió que le acompañara a una de las reuniones con dos de los integrantes de tal cuarteta. Al principio pensé que se trataba de, simplemente, organizar su trabajo, lo leído, la metodología, etcétera. Pero no pasaron muchos minutos de iniciada la reunión cuando me percaté de que lo que se le objetaba a mi hijo era la defensa de una idea nacida en el seno de su libre albedrío. Esto es, se le conminaba a desdecir su propuesta, basada primordialmente en lo que planteara Pieper en El ocio y la vida intelectual, para que le diera un espacio a lo que Kant tendría que decir respecto al tema (?!). Tuve que pedir la palabra para argumentar que el marco teórico de mi hijo era precisamente la propuesta de Pieper, quien en ese maravilloso libro desnuda el culto al mundo totalitario del trabajo, el culto al esfuerzo e, incluso, el culto al filosofar como un trabajo que sólo puede ser producto del esfuerzo intelectual, tesis que precisamente Kant defiende. Nos revela Pieper en ese texto que ocio significa escuela en griego antiguo -al igual que en latín- y que está estrechamente relacionado con la vida contemplativa que postuló Santo Tomas. Quien cultiva el ocio desde ese punto de mira del espíritu se halla bastante prevenido ante la teoría del esfuerzo que el viejo Franklin quisiera que todo hombre cultivara. En mi propia cara, una de las profesoras catalogó la propuesta de mi hijo como plagada de un censurable platonismo, precisamente la misma profesora que el año anterior hubiera saludado con tanto beneplácito su propuesta del ocio, como madre de la cultura. De seguidas, la otra profesora lanzó a la mesa la palabra anarquista para endilgársela a mi hijo y hacer su contribución benéfica al tema. Me mantuve impertérrito, conteniendo mis ganas de lanzarme al suelo para abandonarme a la risa involuntaria. Pensé, además, cuán abonado está el humus del espíritu humano para, tan receptiva y complacientemente, acoger la función del represor, del inquisidor o del censurador.
Al salir de la reunión ya sabía yo que la cosa no iba por buen camino y previne una vez más a mi hijo sobre lo espinoso de su tema y que tendría que hilar muy fino para hacer llegar su mensaje a la audiencia y hacer valer su derecho a decir lo que piensa. Tan sólo debo acotar que él, con todas sus deficiencias, hizo su trabajo de la forma más honesta (y valiente) que puede hacerlo un colegial de 16 o 17 años. A la hora de hacer la defensa definitiva, hizo una presentación mucho más sucinta que la del año anterior y mejor sustentada desde un punto de vista teórico, a la que agregó, a modo de obertura, una lúdica charla de Alan Watts, filmada en video, titulada Work as play (El trabajo como juego) y para lo que se tomó el trabajo de traducirla y agregar los subtítulos y, como colofón, lo que él llamó “un regalo”, una presentación en homenaje a Van Gogh que mostraba parte de su obra pictórica, mientras se dejaban escuchar las hermosas notas musicales y la conmovedora lírica de la canción Vincent, de Don McLean, igualmente traducida y subtitulada por mi hijo. No pocos terminamos con los ojos invadidos por las lágrimas, incluidos algunos de los jueces-tutores. Pero al final, durante la ronda de preguntas, volvió nuevamente a la carga el fantasma del inquisidor, para hacer de las suyas con el libre albedrío. Algunas de las preguntas o comentarios de los profesores envolvían, claramente, una visión prejuiciosa en torno al tema propuesto, tal como lo planteaba, no sólo el hijo mío, sino toda la serie de autores en las en que se basó para llevar adelante su trabajo de tesis. Él hizo, además, mención de las críticas de Nietzsche en El porvenir de las escuelas. La profesora que el año anterior saludara entusiastamente la propuesta del tema, al final, le preguntó en tono un tanto recriminatorio ¿qué propones? ¿adónde quieres ir con el tema? Ya había recuperado la compostura y arrinconado la conmoción emocional de minutos antes, causada obviamente por el “regalo” de Van Gogh y la extraordinaria canción de McLean. Además, pasaba de soslayo que Sebastián, que así se llama mi hijo, no se proponía nada, que nunca fue su intención presentarles un programa taxativo del ocio. Ello hubiera sido todo un contrasentido. ¿Cómo proponer una línea programática de algo que sólo puede ser vivenciado en la contemplación? Otro de los profesores hizo una larga exposición de motivos en pro de la laboriosidad y el trabajo, cuando Sebastián no estaba descalificando labor o trabajo, tan sólo hacía una invitación a recuperar algo perdido en el seno de nuestras atribuladas almas de ciudadanos sin tiempo para el amor, la poesía o el ver. Al final de su exposición hizo, el referido profesor, una pregunta, aun cuando al inicio de su intervención había advertido que no iría a formular pregunta alguna, sino las reseñadas consideraciones, a ver qué tenía que alegar mi hijo por su parte. La pregunta le conminaba a dar luces sobre cómo podríamos programar o planificar el ocio. Tuvo que reírse con franqueza, ante la cándida respuesta de Sebastián: no veo cómo podríamos programar o planificar el ocio. Me resulta absurdo decirle a alguien: tengo que irme pues a las 4:00 tengo una sesión de ocio.
En suma, no quiero extenderme mucho más con este relato. Tan sólo quiero señalar los peligros que atentan contra el humanismo y la cultura en los abusos de poder, en los métodos pseudo-cientificistas diseñados para consolidar cuotas de poder, en la desmedida importancia que hoy se confiere a la “especialización” o la soberana preponderancia que se confiere a una metodología que se entiende como corpus formal, pero que desatiende el contenido o, peor aún, segrega o discrimina propuestas incómodas para con aquello que Rafael Cadenas denominara la “barbarie civilizada”. Por cierto, resulta curioso que una profesora que ya no es parte del plantel donde estudió mi hijo, hiciera tanto hincapié en la importancia de la metodología formal y el apego al buen uso de las referencias bibliográficas, cuando le entregó a mi muchacho un nefasto ejemplo de bibliografía. Ella reclamaba (y restaba puntos) a los alumnos que no colocaban, en estricto orden, el material citado y, al mismo tiempo, contravenía de la manera más campante la regla. ¿No es ésa una muestra de desprecio o despotismo ante unos desamparados subordinados? Acostumbraba, además, a suministrar material bibliográfico a los alumnos sin anotarles el nombre del autor y los datos de la editorial responsable. Y es en actitudes y conductas como las referidas donde vemos cómo nuevamente el miedo a la libertad individual que se suscita desde adentro hacia afuera y a manera de réplica a un poder opresivo, sale vestido con las mismas telas de mezquindad, altanería y cegados golpes de pecho que engalanan al poder.
Como dijera Albert Eistein: La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo. La frase le gustó tanto a Sebastián, que invitó a que se reflexionara sobre ella al final de su defensa definitiva.
Para cerrar esta glosa, me contentaré con recordar un episodio del que fue testigo un amigo mío en una universidad colombiana. Un distinguido académico recibió el primer día a los nuevos estudiantes con la siguiente pregunta: Muchachos, ¿cuántos de ustedes pasaron por la educación primaria y secundaria para llegar a esta cátedra? A ver, levanten la mano. Entre el cruce de miradas asombradas, todos levantaron la mano. A lo que el profesor les espetó: Lo siento mucho, olvídenlo.
Una salida tan ingeniosa y sutil refleja, a mi parecer, una toma de posición que no pocos compartimos con el referido catedrático, ante el asedio a que se ve sometida la cultura, desde tantas y tan formidables torres de sitio erigidas por sus enemigos y, muy lamentable es decirlo, desde el seno de organismos que precisamente deberían cumplir el papel de ser sus custodios, como lo son las instituciones educativas. Mas, al parecer, y haciéndonos eco del esperanzador mensaje que Edward W. Said nos cede en el extraordinario libro Humanismo y crítica democrática, (7) la cultura goza, también, de un formidable e intangible arsenal de herramientas con qué afrontar el asedio y que los humanistas e intelectuales están en la obligación de custodiar.
Luis Alejandro Contreras



(1) Cioran, E. M. Silogismos de la amargura. Monte Avila Editores. Caracas. 1980.
(2) Para leer la nota de Borges, haga click sobre la versión que reproducimos en scanner. Borges transcribe parte del proyecto de estudios: “Todas las literaturas extranjeras podrán ser optativas y pueden sustituirse, por ejemplo: por
Literatura media y popular,
Medios de comunicación,
Folklore literario,
Sociología de la literatura,
Sociolingüística,
Sicolinguística.”
(3) Propios y extraños acostumbraban denominar al plan de estudios con una palabra del latín: “pensum”, término no del todo apropiado, si nos acogemos a las consideraciones que nos legara el filólogo Angel Rosenblat, en el capítulo VI, “Buenas y malas palabras de la Pedagogía”, del libro La educación en Venezuela, Monte Avila Editores, Caracas 1975.
(4) Nota al margen: Yo no fui a la escuela de letras para eso. De hecho, no fui siquiera con la intención de “graduarme”, fui por vocación y con una romántica sed de formación, a despecho de mis padres. A muchos, alumnos y profesores, les parecí seguramente un caso inverosímil, pues para nada me interesaba el aparato burocrático de lo académico, el performance, las notas sobresalientes o las deficientes, pues cuando un curso era mediocre, simplemente, dejaba de asistir, sin retirar administrativamente los créditos de la materia, lo que se traducía en un 01, al final del semestre y, ostensiblemente, la ojeriza del profesor titular del curso. Me fue imposible cursar ciertas materias, no sólo porque un profesor resultase mediocre, que hubo unos cuantos en la escuela, sino porque no iba yo a doblegarme y a pasar todo un semestre calentando un pupitre para oír y leer sandeces. A nadie le aconsejo hacer como yo. Soy un caso que se sale un tanto de lo normal y no será ahora cuando pretenda corregir mi fuero interior, aunque a otros les seduzca, más bien, catalogarme como una conducta plagada de vicios. Eso sí, jamás he hecho uso indebido de la tinta para ganarme el sustento. Diré simplemente que casi todos mis libros de teoría literaria estructuralista fueron a parar en otras bibliotecas, a pesar de la desinformación espiritual e intelectual que pudieran acarrear a un lector desprevenido, pues me niego a la censura, bajo cualquiera de sus formas. En cambio, acrecenté la adquisición y, en algo, la lectura de las obras completas de Alfonso Reyes, de quien la fortuna me legara un par de ejemplares firmados por su mano, cuando era apenas un imberbe.
(5) Fromm, Erich. El miedo a la libertad. Paidós. No tengo la fecha de publicación, dado que no consigo en mi biblioteca el libro que compré entre fines de los 70 y principios de los 80.
(6) Muchos de los libros que tratan el tema del ocio se los debemos agradecer al poeta y profesor (siempre le diré profesor) Rafael Cadenas, durante nuestro paso por la escuela de Letras-UCV. Cadenas ha sido en Venezuela uno de los reveladores del humano prejuicio en torno a un tema tan vapuleado y tergiversado como el ocio. A pesar del asedio a la cultura, Cadenas pudo dictar un taller de lecturas en torno a este tema (qué estupendo sería que en todas las escuelas de letras del mundo pudieran dictarse talleres sobre el ocio o, mejor, de ocio). Algunas de sus consideraciones sobre el tema fueron recogidas en el libro En torno al lenguaje. Ha sido editado muchas veces en Venezuela, primeramente por las prensas universitarias de la UCV y es, acaso, uno de sus libros más conocidos, esperemos que igualmente leídos. Anotaciones, libro de aforismos y reflexiones, es otro aporte suyo que consideramos fundamental en torno al tema de la cultura. Para el lector curioso, ambos trabajos se incluyen en la Obra Entera de Rafael cadenas que Pre-Textos publicara recientemente.
(7) Said, Edward W. Humanismo y crítica democrática, La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Edit Random House Mondadori, Caracas, 2006.






PINK FLOYD - THE WALL
https://www.youtube.com/watch?v=YR5ApYxkU-U

domingo, 8 de junio de 2008

Addenda del 07 de Junio - A medianoche se nos fue Eugenio Montejo… / Eugenio Montejo, en su voz...



Addenda del 07 de Junio - A medianoche se nos fue Eugenio Montejo…

Consigno el poema de Montejo a que hiciéramos alusión el día de ayer, bajo el triste influjo de la noticia de su retorno al otro mundo o, para decirlo con Rilke, al otro lado del espejo... 

Los árboles, poema inicial del libro Algunas palabras, poemario que viniera a dar conmigo recién salido de las prensas de Monteávila editores y que aún conservo, por fortuna, es un poema de esos que pueden pasar a ser fundamentales en la vida de un escucha… Todo lector es primeramente un escucha si, con Robert Graves, aceptamos que todo hombre porta un oído interno. * Montejo tuvo la gracia de cultivar la diafanidad del habla natural, habla que como un añejado vino se vierte directamente en el cántaro del oído que gusta de hospedarse en el lecho del humano corazón. Acaso sea por ello que muchos de sus escritos nos hablan de un habla de las cosas y se nos presentan como un dialogar con el anima mundi. Acaso sea ésa la razón por la que tomamos sus imágenes de cuerpo entero. Quiero decir con esto último que las imágenes de sus poemas se deleitan en pintarnos una meta-imagen. Y el sabor que queda, luego de la lectura de sus poemas (en voz alta o baja, pero siempre en voz que desemboca el canto hacia el oído interno) es el de un musitar en el alma, un murmurar en la memoria de quien tuvo la gracia de prestarse para ser escucha… Fiel ejemplo de lo que digo es ese primer fresco suyo que leí siendo un joven de veintiún o veintidós años, los árboles.

Puedo sentirme afortunado. Entre mis lecturas de esos años (felizmente desordenadas) se contaron muchos poetas que no he abandonado desde entonces. Montejo fue uno de ellos. En parte, gracias a mi amistad con mi compadre, Douglas Parra, hijo de poeta y poeta él también. Largas, larguísimas (y sin embargo cortas) fueron las horas que pasamos leyendo poesía en voz alta, en el techo de su casa. Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Pessoa, Milosz, Whitman. Todos los poetas venezolanos de los que conseguíamos libros, consagrados o no, aunque Ramos Sucre era el catalizador (Douglas fue un conciudadano de aquella república virtual de la bohemia caraqueña a la que se conoció como “del Este”). Vallejo, Huidobro, Neruda, Girondo, Borges, Paz, Gelman, Nerval, Donne, Pound, Barba Jacob, Thomas, Sandburg, Burroughs, García Lorca… Un día llegué muy orondo con la noticia de este “nuevo” poeta, Douglas no sólo lo había leído, sino que lo conocía, dado que era consuetudinario de un taller literario del Celarg al que Montejo tuvo que entrar para suplir al responsable inicial. De hecho me decía Douglas que, a su juicio, era la más sólida voz poética que hubiera aparecido en Venezuela por aquellos días. En lo que estuve (y sigo estando) de acuerdo. De Douglas heredé las conversas con su querido padre, el poeta José Parra, de quien haré memoria en otro momento.

Muchos conocerán Los árboles y el resto de poemas de Montejo que agrego más abajo. Pero leámoslos haciendo eco de la voz de quien nos habla o (como me atrevo pensar que a él habría placido) haciendo eco de la voz de aquello que nos habla. En su memoria…


Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no se cómo anotarlo.


La vida

a Vicente Gerbasi


La vida toma aviones y se aleja,
sale de día, de noche, a cada instante
hacia remotos aeropuertos.

La vida se va, se fue, llega más tarde,
es difícil seguirla: tiene horarios
imprevistos, secretos,
cambia de ruta, sueña a bordo, vuela.

La vida puede llegar ahora, no sabemos,
puede estar en Nebraska, en Estambul,
o ser esa mujer que duerme
en la sala de espera.

La vida es el misterio en los tableros,
los viajantes que parten o regresan,
el miedo, la aventura, los sollozos,
las nieblas que nos quedan del adiós
y los aviones puros que se elevan
hacia los aires del deseo.


Las cigarras

De la cigarra, animal melancólico,
insecto de líricos hábitos,
sólo nos queda la ceniza
y anillos secos en los árboles.
Mas de su canto entre los bosques
cuando está marzo en las acacias
y el flamboyán, el árbol fénix, se abre
entre los patios,
la persistencia nos envuelve
y derivamos con sus gritos
por los más altos aires.

A esta vuelta del año
alguna hora entre las otras
traerá el rumor, el coro denso
que crece hasta llegar a las ciudades.
Después el día se enciende
y las mujeres flotan
en el sonido interminable…

No todo lo que amamos, si ellas cantan,
se aleja de las manos.
Aún marzo las acerca, aún confiamos
que las oiremos en los aires.
Sería terrible morir en una tierra
donde no vuelvan las cigarras.


Vida

Cuanto me das con una de tus manos,
con otra me lo arrancas.
Cuanto me das del día lo vuelves noche,
llenas, vacías mis ojos,
borras las calles donde paso,
los portales en donde toco.

Te pareces a las nubes pero las cambias
para que nadie te conozca.

Te pareces al rumor del Orinoco.

Vida te llaman moviéndose los árboles
hasta que huyes llevándote las hojas.



La casa

En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa,
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.

Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
–nivelar hacia el fondo,
no despertarla,
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.

Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar las altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.

Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos al caballo.

Adentro de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
ya no sabemos
porque al entrar nunca se sale.


Setiembre

a Alejandro Oliveros

Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres?
¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.

Manoa

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.

.

* Hay un el ensayo de Robert Graves que se titula precisamente El oído interno, el cual fue traducido al español y recogido en un volumen de ensayos que lleva por título Los dos nacimientos de Dionisio. Fue publicado por Alianza Editorial hace bastantes años; no sé si existe reimpresión.
.
Fuentes:- Algunas palabras, Monteávila Editores, Caracas, 1976.
- TERREDAD, Monteávila Editores, Caracas, 1978.
- Una edición antológica de su poesía es la realizada por bid&co editor
Poemas selectos, bid&co editor, Caracas, 2004.

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Eugenio Montejo, en su voz...


Mi amor

En otro cuerpo va mi amor por esta calle,
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo…
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un Café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.