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miércoles, 9 de julio de 2008

Letras contra Letras - La cultura bajo asedio. Disertación a partir de una nota de JL Borges / Pink Floyd: Another brick in the wall


Letras contra Letras
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La cultura bajo asedio
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Todos nos confiamos en nuestro miedo, nuestra torre de marfil.
E. M. Cioran
No me pidan más mi programa, ¿no es uno respirar?
E. M. Cioran (1)
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La estupefacción puede ser un buen acicate a la hora de escribir o manifestar una opinión en torno a un tema sobre el que uno no desearía tener que entrar en liza.
Tal es el caso presente. Tenía yo en mente, desde hace varios meses, el meterme en camisa de once varas y expresar ciertas consideraciones sobre el asedio que el hombre y sus fatuos patrones de vida imponen en desmedro de ese bien intangible que hemos nominado desde antaño con la palabra cultura. A ello me vienen impulsando, obviamente, las insistentes y opresivas brisas del “afuera”, unos sofocados vientos cuya densidad y polución amenazan con asfixiar cualquier respiradero de la polis. Es esta pesadez prevaleciente en la atmósfera de lo colectivo, la consecuencia de una voluntad de poder que no quiere dar cuartel al milagro que hace carne en el indiviso ser humano, empeñándose en señorear sobre las conciencias de quienes llanamente se contentarían con que se les dejase vivir en la paz de sus silentes monólogos o (¿por qué no?) de sus más íntimos coloquios. ¿Cuál es el ser humano que no aspirará, primeramente, a la más diáfana de las libertades, como lo es su derecho al estar solo y/o a gozar de su intimidad y de los requiebros de su imaginación? Pero el statu quo que personifica, aquí o allá, el estado moderno no puede darse el lujo de permitir libertades de conciencia. Y es por ello que, vistan los colores que vistan, los voceros estatales, esto es, los funcionarios, estarán siempre alertas e, incansablemente, cacarearán sus discursos diseñados para abolir en el ciudadano todo intento por bajarse de una nave de los locos en la que ellos, látigos bajo la toga, esconden su papel de solapados flageladores.
Ya a finales del año pasado deshojaba yo la margarita de escribir esa glosa en torno al tema de la cultura y el cerco que le tienden las más distintas representaciones del poder político -en el fondo, meras plutocracias barnizadas de tal o cual ideología-, cuando volvió a caer en mis manos, por gracia de la revisión de mis vetustos papeles, una nota magistral del querido Jorge Luis Borges. Se trata de una escueta nota que publicara el Papel Literario del Diario El Nacional, el 23 de Febrero de 1986. El artículo llevaba por título La cultura en peligro y sencillamente ponía al desnudo el cariz barbárico reinante en la modernidad, al denunciar la pretensión (por parte de vaya usted a saber usted cuál clan o cofradía) de imponer en la facultad de letras de la Universidad de Buenos Aires un plan de estudios de absolutistas metas, el cual asomaba, incluso, algunos rasgos de xenofobia cultural. Proponía, el referido proyecto de reforma académica, el estudio de unas “nuevas” ciencias humanísticas y, paradójicamente, propugnaba un cerco al hecho cultural y a los estudios humanísticos. (2) Borges, con su punzante buen humor, comienza diciendo que a él le agradaría pensar que ha sido objeto de una broma y luego pasa a desvestir el plan de estudios. Pero, al cierre de su breve artículo, deja abierta la invitación para que alguien, un funcionario o quien sea, le aclare que realmente todo era una broma. Al parecer, no lo fue. 
Yo guardé todos estos años esa magistral nota periodística, conmovido por el hecho de haber tenido que padecer semejantes intentos de presión y “sitio” a la cultura, al intentarse una reforma un tanto similar al plan de estudios de la querida escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela, a fines de los 70 y comienzos de los 80. (3) Por aquellos años fueron no pocos los intentos de tecnificar y especializar los estudios de la escuela de letras-UCV. El estructuralismo estaba en boga (con toda una corte de huraños y censuradores críticos) y sus argumentos, más allegados a pesados “bulldozers”, no dejaban obra literaria en pie. Se montó una campaña en contra del mero gusto. Una de las tesis esgrimidas era la de una supuesta necesidad de acercar los estudios de letras, en la mayor medida posible, a las ciencias exactas. El movimiento que propugnaba tal reforma ponía, además, en tela de juicio el que un estudiante se atreviera a postular un trabajo de creación como proyecto de tesis. En una escuela de letras no se debería escribir. ¡Vaya paradoja! Lo que sí les pareció supremamente importante fue el agregar un componente docente al plan de estudios de la escuela, a objeto de poder calificar como profesores o maestros en el mercado de trabajo, al recibir la licenciatura de la escuela. Estaban, al parecer, más interesados en asegurarse un modus vivendi a futuro. (4) Ya no importa saber quiénes fueron los profesores y alumnos responsables de tal asedio, eso es lo de menos. Lo que habría que resaltar es por qué en el mundo moderno se repiten tantas manifestaciones de totalitarios o absolutistas fines con un bien del ser humano, como lo es precisamente, la cultura (y sus diversas manifestaciones en la literatura y las artes) y que, como bien lo señalara Borges, es un patrimonio de la humanidad, independientemente del lugar de gestación o creación de su legado a la misma. Nunca podré saber, a ciencia cierta, qué es lo que mueve la apetencia de ciertas personas por inocular a otros su veneno. Acaso, como en el caso del escorpión y la rana de la fábula de Esopo, todo sea una cuestión de naturaleza. Mas no por ello dejaremos de aspirar a una más benéfica expresión del espíritu de la naturaleza en del ser humano. Tendemos a dejar a un lado la naturaleza de la rana al reseñar la del escorpión.
También guardé la referida nota como un gesto de respeto al humanismo. Pero además lo hice pensando en que llegaría el día en que tendría que referirme a tales hechos. He llevado por unos ocho meses una copia de esa nota en mi maletín. Ha fungido de ángel de la guarda para este servidor. Y, sin embargo, no ha sido sino ahora, 05 de Julio del 2008, (¿qué es lo que me lleva a escribir en fechas patrias o en las que rimbombantemente se conmemora algún hecho de nuestro pasado? No lo sé, pero siempre me percato de ello luego de estar embarcado en mi tema), es ahora, repito, cuando me veo impelido a deshilvanar las líneas que siguen, movido, como dije por la estupefacción que me han causado algunos hechos. Uno -si se quiere- de corte personal, puesto que en él se ha visto envuelto mi hijo, pero acotando los ribetes funestamente públicos que adquieren si hacemos abstracción del parentesco. Y otros de carácter público, cuyas negativas consecuencias en el orden de lo íntimo no nos atrevemos a augurar, si llegaran finalmente a consumarse. Me referiré a tales hechos en su debido momento. Por ahora quisiera adentrarme un poco más en aquello que esbozaba al principio de este ya largo párrafo: la nociva influencia que despliega el poder político sobre los valores de una desprotegida cultura, entendiendo como poder político aquel que padecemos en la praxis y no el que analizamos en sesudas teorías. Me propongo evidenciar las nefastas secuelas que nos lega por vía de su inveterada e interventora injerencia en la vida ciudadana.
Sostengo lo antedicho: que, en una abrumadora mayoría, las manifestaciones de poder político no pasan de ser meras plutocracias barnizadas de las más distintas disciplinas ideológicas. El poder político es, sobre todo en la modernidad, una máscara de mil rostros que simboliza algo que no es. Lo elusivo es su materia. Las distintas versiones de poder político que podemos ver a lo largo y ancho del planeta, pregonan un bien que, de manera infalible, siempre se disipa o difumina en el camino que va de los discursos a la praxis. Un sistema político imperante, esto es, aquel poder que se ejerce en forma real sobre la masa, propondrá una doctrina A, otro propondrá una doctrina B, otro una C, otro una D y así sucesivamente. Obviamente, habrá algunas equivalencias entre algunos sistemas, y sus simetrías les servirán para que se apuntalen unos a otros. Pero obviamente, habrá una gran diversidad de matices entre ellos. Lo paradójico es que el aderezo substancial de sus platillos demagógicos haya de ser, invariablemente, una escarnecida noción de democracia.
A los ojos del sencillo ciudadano, el poder es hoy representado por una noción del “estado” que resulta ser maleable sólo en apariencia; esa noción se sustenta en un único atributo como esencia: el de conferir preponderancia a los privilegios que le caracterizan como un “sistema”, por encima de cualquier otra consideración que busque enaltecer la condición humana. El estado resultará ser así, la encarnación de una organización plagada de normativas, entre las que se establece que su estructura es una entidad ulterior al libre albedrío de todo ser humano. El estado es, sencillamente, un supra-sistema que impone la sumisión de parte de todo individuo hacia sus reglas. Es, también, una aceitada maquinaria cuya jerarquía no debe ser puesta en duda por la desnuda vida humana, a juicio de sus patrocinadores. Es por ello que se asesina, se ajusticia sumariamente, se tortura en nombre del “estado” y sus valores intrínsecos. Y es por ello que se emplean métodos un tanto más disimulados de coerción y disuasión de la ciudadanía, desde lo más alto de la cúpula del poder hasta la más rastrera tipología de lisonjeros, cuyo leit motiv de vida no es otro que el acomodarse a los caprichos de la cúpula para, en contraprestación, agenciarse sus favores y prebendas. Y se perpetran tales desmanes en medio de las más inverosímiles concelebraciones.
El poder así enquistado, a trastiendas de la noción del estado, dará siempre la impresión de venir del más allá. Ha de ser ciego y omnipotente y, cual inasible deidad superior, se nos mostrará entonces como un sempiterno represor de la desamparada individualidad humana. Y, como he dicho, en ello no incidirán para nada las diferencias de matiz que prevalecen, únicamente en apariencia, entre las más disímiles corrientes políticas y de opinión de quienes ejercen el poder, vengan de diestras o de siniestras.
El poder ha representado secularmente los intereses de una minoría (incluso cuando éstas han sido llevadas al poder por una mayoría relativa) y ejerce la coerción de los derechos más fundamentales del hombre, en toda latitud y con los más diversos y enérgicos métodos de presión. Lo que hace incomprensible el que tantos seres humanos prefieran esclavizarse ante el poder, en lugar de disponerse a defender su parcela de individualidad. Prefieren comerse su vergüenza y defender lo indefendible antes que enrostrar las falencias de su propia humanidad ante el espejo personal. Muchos son los que toman el papel del policía, del polizonte o del vigía para defender un statu quo que les mantiene aherrojados a la humillación. Y cuando se produce la caída del sistema que les oprimía, salen a la calle exaltados a celebrar la liberación, deseosos de entregarse a un nuevo orden que dictamine lo que se ha de hacer y lo que se ha de evitar. Acaso sea el pánico lo que les mueve. Pánico de lo que la brutalidad encarnada en la sombría bestia del estado puede acometer sobre sus humanidades o las de los suyos. Hace muchos años que mis ojos no han vuelto a pasearse sobre las páginas de El miedo a la Libertad, de Erich Fromm, (5) pero a pesar de la distancia, me parece evidente que mucho de lo allí dicho sobre el ser humano se mantiene imperturbable. Son incontables los casos en que el individuo opta por seguir la prédica de Sancho Panza: allá donde fuereis, haced lo que viereis. Si nos sustraemos por un momento de la ingeniosa picardía de Sancho, habremos de ver no sólo la aspereza que envuelve su sentencia, sino su vigencia en la humana costumbre. El miedo vendría a ser el catalizador de muchas naturalezas y conductas despóticas, no únicamente de las sumisas. Y bien sea en la esfera de lo público o en la esfera de lo privado, la presión alienante del poder opera, entonces, no solamente desde afuera hacia adentro sino, también, desde adentro hacia afuera del individuo que es objeto de la coacción. El miedo a opinar, a pensar libremente, de cara al poder instituido y -de mil y una formas- censurador, aquel que los anglosajones dieron en denominar con la palabra “establishment”, toma cuerpo en el alma y la conciencia de quien es objeto de lo represivo.
Y ese miedo que se suscita, a modo de réplica, de adentro hacia afuera, sale vestido de mezquindad, altanería y cegados golpes de pecho. Y para hacer breve recuento de los casos en que mi estupefacción se dispara y me veo impelido a manifestar mi opinión, diré que, en el caso de Venezuela, podremos atestiguar lo antedicho en la caterva de “nuevos” funcionarios del entorno cultural oficialista, quienes lucen tan de buen ánimo para canturrear las consignas del autócrata de turno y tan solícitos para aplicar los cepos y alicates de la censura y el vilipendio contra quienes se aventuren a vislumbrar una opinión divergente. Que un narrador prestado a la burocracia afirme que “si el gobierno quiere que la editorial estatal sea socialista, entonces, será socialista” o que, inconcebiblemente, un poeta deslice la prédica de que el “estado” (léase gobierno de turno del que el referido poeta ha pasado a ser obediente funcionario) debe reservarse la potestad de determinar qué es lo bueno o lo malo en literatura y, en consecuencia, lo que el ciudadano puede leer, se me hacen evidentes manifestaciones de bajeza espiritual, cuando no grotescas afrentas al sentido común. Un poeta no debería pisar jamás las conchas de mango que el poder deja casi al descuido en la entrada de su casa. Y menos aún prestarse para la comisión de la censura que viene amañada en disposiciones administrativas. Tales manifestaciones de degradación y ultraje a la ética han sucedido en Venezuela en tiempo recientísimo y de manera campante, en entrevistas conferidas a los diarios El Universal y El Nacional. Y conste que en esta ya extensa glosa no entraré a dar detalles sobre el atropello que ha pretendido -y, en cierta medida, logrado- perpetrar una clase gobernante sobre el diseño curricular de nuestra educación, en todos sus estratos. La historia oficial se escribe con las plumas de ganso que se cobijan bajo la tutela del poder.
Acaso pueda ser el miedo al libre albedrío uno de los responsables de las extraordinarias coincidencias que solemos percibir entre quienes epidérmicamente postulan discursos antagónicos. Verbigracia, un gobernante de naturaleza autocrática versus un opositor que adolece de pasión autoritaria. Pero si al miedo a la libertad individual, en su sentido más llano, sumamos la maníaca persecución de una pretendida exactitud científica en zonas donde las ciencias exactas tienen poco o nada que decir, esto es, en tierras de la poesía y las artes, bastiones fundamentales de la cultura y el humanismo, nos percataremos de la indefensión a que se ven expuestos los jóvenes que han de pasar millares de horas encadenados al yugo de una educación que atenta, precisamente, contra la libertad de opinión e, incluso, contra el innato impulso creativo que yace en el seno del alma humana.
Expondré ahora, lo más sucintamente posible, otro caso de estupefacción. Yo pasé por la escuela pública y por la privada, ésta última en dos modalidades: la eclesiástica y la laica. Para no extenderme en demasía, evitaré entrar en inmoderados detalles. Me limitaré a decir que mi experiencia me llevó a pensar que, de todos los males, uno debe optar siempre por el menor; así que, en acuerdo familiar, decidimos que nuestro hijo estudiaría en una escuela privada en la que se impartiera una educación laica, mixta, en la que no se predicara ningún tipo de intolerancia y con algunos requisitos sensatos en lo que respecta a formación, estas dos últimas condiciones, las más trabajosas de conseguir en el mercado educativo. Fueron no pocos los años que mi hijo pasó en una misma institución. Después de las dubitaciones propias de quien no se siente conforme con el mundo en que vive, él decidió que sólo podría estudiar Humanidades. Para su tesis se propuso, hace dos años, una tarea riesgosa. Propuso el tema del ocio como fuente de la cultura, las artes y, solapadamente, la educación. Le advertimos que podría resultar un tema un tanto espinoso para una escuela tradicional, en la que esfuerzo y dedicación se premian independientemente del valor inmanente que tenga, al final, la labor realizada por y para el estudiante. Insistió en el tema, dado que él, hay que confesarlo, se sintió durante muy buena parte de su existencia como un ser avasallado por el régimen escolar. En ello llevamos coincidencias. Él es, además, un ser ganado a las artes. Es músico y tiene un extraordinario sentido para la poesía, el dibujo y la contemplación. Para colmo, los libros que se amanceban en mi biblioteca son aquellos que abordan, de alguna u otra manera, los márgenes de lo que pudiéramos denominar, una vez más, como el statu quo de los regímenes socio-políticos, los patrones de conducta establecidos de manera piramidal y de arriba hacia abajo y las líneas de mando jerárquicas y carentes de autocrítica. Mencionaré algunos: El ocio y la vida intelectual, de Josef Pieper, El derecho a la pereza, de Paul Lafargue –el yerno de Karl Marx-, el Elogio de la ociosidad y otros ensayos, de Bertrand Russell, Virginibus Puerisque (donde figura un cáustico y delicioso ensayo intitulado Apología de los ociosos), de R. L. Stevenson, Homo Ludens, de Johan Huizinga, el extraordinario recuento de utopía que hace Alfonso Reyes en Y no hay tal lugar, los ensayos de Weber y Troelsch sobre la ética protestante y el “espíritu” del capitalismo o el de Jacques Le Goff sobre Tiempo, trabajo y cultura en la Época Medieval, los ensayos de D. H. Lawrence, los libros de F. Nietzsche, Alan Watts y Gurdjieff. El delicioso libro La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell, Los coloquios o diálogos de Platón, Séneca, Epicuro. Los libros Anotaciones y En torno al lenguaje, de Rafael Cadenas, los ensayos de García Bacca y la obra de muchos poetas, verdaderos maestros del ocio, desde Rumi a Yeats, de Whitman a Lao Tse, de Rilke a Borges o de Ekelöf a Pessoa. (6) Esos y otros libros que mi hijo se agenció de motu propio (gesto que le saludo), le sirvieron de apoyo en la elaboración de su tesis. Al finalizar su penúltimo año de bachillerato y el primero de dos años de trabajo y múltiples lecturas para las que se requieren cierto adiestramiento y una buena disposición, su propuesta de tesis fue saludada por la profesora que lideraba la terna de jueces encargada de evaluar a los jóvenes, como un planteamiento valeroso y sorprendente, que invitaba tanto a alumnos como profesores a repensar y/o reconsiderar el hecho educativo. Ella misma afirmó que era alentador el que un muchacho viniera con tales planteamientos a la escuela pues, en ocasiones, la prisa no permite a quienes tienen la responsabilidad de impartir educación, los momentos de pausa para la necesaria reflexión y para la evaluación propia de sus actividades pedagógicas. Lo recuerdo bien, puesto que fui testigo de tal defensa de tesis. Pero otro fue el cantar durante el último año de vida escolar de mi hijo. Acaso su natural culto al ocio no le haya ayudado mucho a granjearse una mirada más obsequiosa, de parte del plantel de profesores; pero les aseguro que el ocio que cultiva mi hijo, tal como lo avizoraron autores como Pieper, Russell, Lafargue o Stevenson, en nada se parangona con el despropósito de vida que peyorativamente endilgara un pretencioso Benjamín Franklin a quienes no están dispuestos a bajar su cerviz ante el poder establecido y, menos aún, ante enfermizos patrones de conducta que tasan todo a la luz de lo pecuniario.
Prevenido de la situación un tanto incómoda que comenzó a experimentar con la cuarteta de profesores que fungían de tutores (un verdadero contrasentido, ¿cómo puede tener un joven bachiller cuatro tutores, asesores o guías? Por más que traten de ponerse de acuerdo, siempre habrá innumerables de diferencias de opinión entre los integrantes de la asesoría, quienes –además- hacen las veces de jurado), mi hijo me pidió que le acompañara a una de las reuniones con dos de los integrantes de tal cuarteta. Al principio pensé que se trataba de, simplemente, organizar su trabajo, lo leído, la metodología, etcétera. Pero no pasaron muchos minutos de iniciada la reunión cuando me percaté de que lo que se le objetaba a mi hijo era la defensa de una idea nacida en el seno de su libre albedrío. Esto es, se le conminaba a desdecir su propuesta, basada primordialmente en lo que planteara Pieper en El ocio y la vida intelectual, para que le diera un espacio a lo que Kant tendría que decir respecto al tema (?!). Tuve que pedir la palabra para argumentar que el marco teórico de mi hijo era precisamente la propuesta de Pieper, quien en ese maravilloso libro desnuda el culto al mundo totalitario del trabajo, el culto al esfuerzo e, incluso, el culto al filosofar como un trabajo que sólo puede ser producto del esfuerzo intelectual, tesis que precisamente Kant defiende. Nos revela Pieper en ese texto que ocio significa escuela en griego antiguo -al igual que en latín- y que está estrechamente relacionado con la vida contemplativa que postuló Santo Tomas. Quien cultiva el ocio desde ese punto de mira del espíritu se halla bastante prevenido ante la teoría del esfuerzo que el viejo Franklin quisiera que todo hombre cultivara. En mi propia cara, una de las profesoras catalogó la propuesta de mi hijo como plagada de un censurable platonismo, precisamente la misma profesora que el año anterior hubiera saludado con tanto beneplácito su propuesta del ocio, como madre de la cultura. De seguidas, la otra profesora lanzó a la mesa la palabra anarquista para endilgársela a mi hijo y hacer su contribución benéfica al tema. Me mantuve impertérrito, conteniendo mis ganas de lanzarme al suelo para abandonarme a la risa involuntaria. Pensé, además, cuán abonado está el humus del espíritu humano para, tan receptiva y complacientemente, acoger la función del represor, del inquisidor o del censurador.
Al salir de la reunión ya sabía yo que la cosa no iba por buen camino y previne una vez más a mi hijo sobre lo espinoso de su tema y que tendría que hilar muy fino para hacer llegar su mensaje a la audiencia y hacer valer su derecho a decir lo que piensa. Tan sólo debo acotar que él, con todas sus deficiencias, hizo su trabajo de la forma más honesta (y valiente) que puede hacerlo un colegial de 16 o 17 años. A la hora de hacer la defensa definitiva, hizo una presentación mucho más sucinta que la del año anterior y mejor sustentada desde un punto de vista teórico, a la que agregó, a modo de obertura, una lúdica charla de Alan Watts, filmada en video, titulada Work as play (El trabajo como juego) y para lo que se tomó el trabajo de traducirla y agregar los subtítulos y, como colofón, lo que él llamó “un regalo”, una presentación en homenaje a Van Gogh que mostraba parte de su obra pictórica, mientras se dejaban escuchar las hermosas notas musicales y la conmovedora lírica de la canción Vincent, de Don McLean, igualmente traducida y subtitulada por mi hijo. No pocos terminamos con los ojos invadidos por las lágrimas, incluidos algunos de los jueces-tutores. Pero al final, durante la ronda de preguntas, volvió nuevamente a la carga el fantasma del inquisidor, para hacer de las suyas con el libre albedrío. Algunas de las preguntas o comentarios de los profesores envolvían, claramente, una visión prejuiciosa en torno al tema propuesto, tal como lo planteaba, no sólo el hijo mío, sino toda la serie de autores en las en que se basó para llevar adelante su trabajo de tesis. Él hizo, además, mención de las críticas de Nietzsche en El porvenir de las escuelas. La profesora que el año anterior saludara entusiastamente la propuesta del tema, al final, le preguntó en tono un tanto recriminatorio ¿qué propones? ¿adónde quieres ir con el tema? Ya había recuperado la compostura y arrinconado la conmoción emocional de minutos antes, causada obviamente por el “regalo” de Van Gogh y la extraordinaria canción de McLean. Además, pasaba de soslayo que Sebastián, que así se llama mi hijo, no se proponía nada, que nunca fue su intención presentarles un programa taxativo del ocio. Ello hubiera sido todo un contrasentido. ¿Cómo proponer una línea programática de algo que sólo puede ser vivenciado en la contemplación? Otro de los profesores hizo una larga exposición de motivos en pro de la laboriosidad y el trabajo, cuando Sebastián no estaba descalificando labor o trabajo, tan sólo hacía una invitación a recuperar algo perdido en el seno de nuestras atribuladas almas de ciudadanos sin tiempo para el amor, la poesía o el ver. Al final de su exposición hizo, el referido profesor, una pregunta, aun cuando al inicio de su intervención había advertido que no iría a formular pregunta alguna, sino las reseñadas consideraciones, a ver qué tenía que alegar mi hijo por su parte. La pregunta le conminaba a dar luces sobre cómo podríamos programar o planificar el ocio. Tuvo que reírse con franqueza, ante la cándida respuesta de Sebastián: no veo cómo podríamos programar o planificar el ocio. Me resulta absurdo decirle a alguien: tengo que irme pues a las 4:00 tengo una sesión de ocio.
En suma, no quiero extenderme mucho más con este relato. Tan sólo quiero señalar los peligros que atentan contra el humanismo y la cultura en los abusos de poder, en los métodos pseudo-cientificistas diseñados para consolidar cuotas de poder, en la desmedida importancia que hoy se confiere a la “especialización” o la soberana preponderancia que se confiere a una metodología que se entiende como corpus formal, pero que desatiende el contenido o, peor aún, segrega o discrimina propuestas incómodas para con aquello que Rafael Cadenas denominara la “barbarie civilizada”. Por cierto, resulta curioso que una profesora que ya no es parte del plantel donde estudió mi hijo, hiciera tanto hincapié en la importancia de la metodología formal y el apego al buen uso de las referencias bibliográficas, cuando le entregó a mi muchacho un nefasto ejemplo de bibliografía. Ella reclamaba (y restaba puntos) a los alumnos que no colocaban, en estricto orden, el material citado y, al mismo tiempo, contravenía de la manera más campante la regla. ¿No es ésa una muestra de desprecio o despotismo ante unos desamparados subordinados? Acostumbraba, además, a suministrar material bibliográfico a los alumnos sin anotarles el nombre del autor y los datos de la editorial responsable. Y es en actitudes y conductas como las referidas donde vemos cómo nuevamente el miedo a la libertad individual que se suscita desde adentro hacia afuera y a manera de réplica a un poder opresivo, sale vestido con las mismas telas de mezquindad, altanería y cegados golpes de pecho que engalanan al poder.
Como dijera Albert Eistein: La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo. La frase le gustó tanto a Sebastián, que invitó a que se reflexionara sobre ella al final de su defensa definitiva.
Para cerrar esta glosa, me contentaré con recordar un episodio del que fue testigo un amigo mío en una universidad colombiana. Un distinguido académico recibió el primer día a los nuevos estudiantes con la siguiente pregunta: Muchachos, ¿cuántos de ustedes pasaron por la educación primaria y secundaria para llegar a esta cátedra? A ver, levanten la mano. Entre el cruce de miradas asombradas, todos levantaron la mano. A lo que el profesor les espetó: Lo siento mucho, olvídenlo.
Una salida tan ingeniosa y sutil refleja, a mi parecer, una toma de posición que no pocos compartimos con el referido catedrático, ante el asedio a que se ve sometida la cultura, desde tantas y tan formidables torres de sitio erigidas por sus enemigos y, muy lamentable es decirlo, desde el seno de organismos que precisamente deberían cumplir el papel de ser sus custodios, como lo son las instituciones educativas. Mas, al parecer, y haciéndonos eco del esperanzador mensaje que Edward W. Said nos cede en el extraordinario libro Humanismo y crítica democrática, (7) la cultura goza, también, de un formidable e intangible arsenal de herramientas con qué afrontar el asedio y que los humanistas e intelectuales están en la obligación de custodiar.
Luis Alejandro Contreras



(1) Cioran, E. M. Silogismos de la amargura. Monte Avila Editores. Caracas. 1980.
(2) Para leer la nota de Borges, haga click sobre la versión que reproducimos en scanner. Borges transcribe parte del proyecto de estudios: “Todas las literaturas extranjeras podrán ser optativas y pueden sustituirse, por ejemplo: por
Literatura media y popular,
Medios de comunicación,
Folklore literario,
Sociología de la literatura,
Sociolingüística,
Sicolinguística.”
(3) Propios y extraños acostumbraban denominar al plan de estudios con una palabra del latín: “pensum”, término no del todo apropiado, si nos acogemos a las consideraciones que nos legara el filólogo Angel Rosenblat, en el capítulo VI, “Buenas y malas palabras de la Pedagogía”, del libro La educación en Venezuela, Monte Avila Editores, Caracas 1975.
(4) Nota al margen: Yo no fui a la escuela de letras para eso. De hecho, no fui siquiera con la intención de “graduarme”, fui por vocación y con una romántica sed de formación, a despecho de mis padres. A muchos, alumnos y profesores, les parecí seguramente un caso inverosímil, pues para nada me interesaba el aparato burocrático de lo académico, el performance, las notas sobresalientes o las deficientes, pues cuando un curso era mediocre, simplemente, dejaba de asistir, sin retirar administrativamente los créditos de la materia, lo que se traducía en un 01, al final del semestre y, ostensiblemente, la ojeriza del profesor titular del curso. Me fue imposible cursar ciertas materias, no sólo porque un profesor resultase mediocre, que hubo unos cuantos en la escuela, sino porque no iba yo a doblegarme y a pasar todo un semestre calentando un pupitre para oír y leer sandeces. A nadie le aconsejo hacer como yo. Soy un caso que se sale un tanto de lo normal y no será ahora cuando pretenda corregir mi fuero interior, aunque a otros les seduzca, más bien, catalogarme como una conducta plagada de vicios. Eso sí, jamás he hecho uso indebido de la tinta para ganarme el sustento. Diré simplemente que casi todos mis libros de teoría literaria estructuralista fueron a parar en otras bibliotecas, a pesar de la desinformación espiritual e intelectual que pudieran acarrear a un lector desprevenido, pues me niego a la censura, bajo cualquiera de sus formas. En cambio, acrecenté la adquisición y, en algo, la lectura de las obras completas de Alfonso Reyes, de quien la fortuna me legara un par de ejemplares firmados por su mano, cuando era apenas un imberbe.
(5) Fromm, Erich. El miedo a la libertad. Paidós. No tengo la fecha de publicación, dado que no consigo en mi biblioteca el libro que compré entre fines de los 70 y principios de los 80.
(6) Muchos de los libros que tratan el tema del ocio se los debemos agradecer al poeta y profesor (siempre le diré profesor) Rafael Cadenas, durante nuestro paso por la escuela de Letras-UCV. Cadenas ha sido en Venezuela uno de los reveladores del humano prejuicio en torno a un tema tan vapuleado y tergiversado como el ocio. A pesar del asedio a la cultura, Cadenas pudo dictar un taller de lecturas en torno a este tema (qué estupendo sería que en todas las escuelas de letras del mundo pudieran dictarse talleres sobre el ocio o, mejor, de ocio). Algunas de sus consideraciones sobre el tema fueron recogidas en el libro En torno al lenguaje. Ha sido editado muchas veces en Venezuela, primeramente por las prensas universitarias de la UCV y es, acaso, uno de sus libros más conocidos, esperemos que igualmente leídos. Anotaciones, libro de aforismos y reflexiones, es otro aporte suyo que consideramos fundamental en torno al tema de la cultura. Para el lector curioso, ambos trabajos se incluyen en la Obra Entera de Rafael cadenas que Pre-Textos publicara recientemente.
(7) Said, Edward W. Humanismo y crítica democrática, La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Edit Random House Mondadori, Caracas, 2006.






PINK FLOYD - THE WALL
https://www.youtube.com/watch?v=YR5ApYxkU-U

domingo, 8 de junio de 2008

Addenda del 07 de Junio - A medianoche se nos fue Eugenio Montejo… / Eugenio Montejo, en su voz...



Addenda del 07 de Junio - A medianoche se nos fue Eugenio Montejo…

Consigno el poema de Montejo a que hiciéramos alusión el día de ayer, bajo el triste influjo de la noticia de su retorno al otro mundo o, para decirlo con Rilke, al otro lado del espejo... 

Los árboles, poema inicial del libro Algunas palabras, poemario que viniera a dar conmigo recién salido de las prensas de Monteávila editores y que aún conservo, por fortuna, es un poema de esos que pueden pasar a ser fundamentales en la vida de un escucha… Todo lector es primeramente un escucha si, con Robert Graves, aceptamos que todo hombre porta un oído interno. * Montejo tuvo la gracia de cultivar la diafanidad del habla natural, habla que como un añejado vino se vierte directamente en el cántaro del oído que gusta de hospedarse en el lecho del humano corazón. Acaso sea por ello que muchos de sus escritos nos hablan de un habla de las cosas y se nos presentan como un dialogar con el anima mundi. Acaso sea ésa la razón por la que tomamos sus imágenes de cuerpo entero. Quiero decir con esto último que las imágenes de sus poemas se deleitan en pintarnos una meta-imagen. Y el sabor que queda, luego de la lectura de sus poemas (en voz alta o baja, pero siempre en voz que desemboca el canto hacia el oído interno) es el de un musitar en el alma, un murmurar en la memoria de quien tuvo la gracia de prestarse para ser escucha… Fiel ejemplo de lo que digo es ese primer fresco suyo que leí siendo un joven de veintiún o veintidós años, los árboles.

Puedo sentirme afortunado. Entre mis lecturas de esos años (felizmente desordenadas) se contaron muchos poetas que no he abandonado desde entonces. Montejo fue uno de ellos. En parte, gracias a mi amistad con mi compadre, Douglas Parra, hijo de poeta y poeta él también. Largas, larguísimas (y sin embargo cortas) fueron las horas que pasamos leyendo poesía en voz alta, en el techo de su casa. Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Pessoa, Milosz, Whitman. Todos los poetas venezolanos de los que conseguíamos libros, consagrados o no, aunque Ramos Sucre era el catalizador (Douglas fue un conciudadano de aquella república virtual de la bohemia caraqueña a la que se conoció como “del Este”). Vallejo, Huidobro, Neruda, Girondo, Borges, Paz, Gelman, Nerval, Donne, Pound, Barba Jacob, Thomas, Sandburg, Burroughs, García Lorca… Un día llegué muy orondo con la noticia de este “nuevo” poeta, Douglas no sólo lo había leído, sino que lo conocía, dado que era consuetudinario de un taller literario del Celarg al que Montejo tuvo que entrar para suplir al responsable inicial. De hecho me decía Douglas que, a su juicio, era la más sólida voz poética que hubiera aparecido en Venezuela por aquellos días. En lo que estuve (y sigo estando) de acuerdo. De Douglas heredé las conversas con su querido padre, el poeta José Parra, de quien haré memoria en otro momento.

Muchos conocerán Los árboles y el resto de poemas de Montejo que agrego más abajo. Pero leámoslos haciendo eco de la voz de quien nos habla o (como me atrevo pensar que a él habría placido) haciendo eco de la voz de aquello que nos habla. En su memoria…


Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no se cómo anotarlo.


La vida

a Vicente Gerbasi


La vida toma aviones y se aleja,
sale de día, de noche, a cada instante
hacia remotos aeropuertos.

La vida se va, se fue, llega más tarde,
es difícil seguirla: tiene horarios
imprevistos, secretos,
cambia de ruta, sueña a bordo, vuela.

La vida puede llegar ahora, no sabemos,
puede estar en Nebraska, en Estambul,
o ser esa mujer que duerme
en la sala de espera.

La vida es el misterio en los tableros,
los viajantes que parten o regresan,
el miedo, la aventura, los sollozos,
las nieblas que nos quedan del adiós
y los aviones puros que se elevan
hacia los aires del deseo.


Las cigarras

De la cigarra, animal melancólico,
insecto de líricos hábitos,
sólo nos queda la ceniza
y anillos secos en los árboles.
Mas de su canto entre los bosques
cuando está marzo en las acacias
y el flamboyán, el árbol fénix, se abre
entre los patios,
la persistencia nos envuelve
y derivamos con sus gritos
por los más altos aires.

A esta vuelta del año
alguna hora entre las otras
traerá el rumor, el coro denso
que crece hasta llegar a las ciudades.
Después el día se enciende
y las mujeres flotan
en el sonido interminable…

No todo lo que amamos, si ellas cantan,
se aleja de las manos.
Aún marzo las acerca, aún confiamos
que las oiremos en los aires.
Sería terrible morir en una tierra
donde no vuelvan las cigarras.


Vida

Cuanto me das con una de tus manos,
con otra me lo arrancas.
Cuanto me das del día lo vuelves noche,
llenas, vacías mis ojos,
borras las calles donde paso,
los portales en donde toco.

Te pareces a las nubes pero las cambias
para que nadie te conozca.

Te pareces al rumor del Orinoco.

Vida te llaman moviéndose los árboles
hasta que huyes llevándote las hojas.



La casa

En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa,
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.

Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
–nivelar hacia el fondo,
no despertarla,
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.

Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar las altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.

Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos al caballo.

Adentro de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
ya no sabemos
porque al entrar nunca se sale.


Setiembre

a Alejandro Oliveros

Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres?
¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.

Manoa

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.

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* Hay un el ensayo de Robert Graves que se titula precisamente El oído interno, el cual fue traducido al español y recogido en un volumen de ensayos que lleva por título Los dos nacimientos de Dionisio. Fue publicado por Alianza Editorial hace bastantes años; no sé si existe reimpresión.
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Fuentes:- Algunas palabras, Monteávila Editores, Caracas, 1976.
- TERREDAD, Monteávila Editores, Caracas, 1978.
- Una edición antológica de su poesía es la realizada por bid&co editor
Poemas selectos, bid&co editor, Caracas, 2004.

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Eugenio Montejo, en su voz...


Mi amor

En otro cuerpo va mi amor por esta calle,
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo…
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un Café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.





viernes, 6 de junio de 2008

A medianoche se nos fue Eugenio Montejo…




A medianoche se nos fue Eugenio Montejo… Se me crispa la piel al escribirlo. Una amiga llamó ayer a Yineska para avisarnos que estaba muy mal… Es lamentable que muera ignorado y malmirado por muchos que hasta ayer le tenían en sus mesas de noche…

Les lego una frase que me ha acompañado siempre, desde el día en que tuve la fortuna de que cayera en mis manos ese hermoso libro que es Algunas palabras, frase final del poema Los árboles:

No sé qué hacer con ese grito, no sé cómo anotarlo.

Desafortunadamente no tengo el libro a la mano en estos momentos y nunca me ha gustado memorizar poemas, luego lo reproduzco.

Expongo otro de sus poemas, acaso más justo y no menos conmovedor para sus exequias.
Que parta en paz.


Amantes

Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.














Post scriptum, 18 de Noviembre de 2019. A tantas noches de aquella, infausta, dejamos acá el poema inolvidable...

Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe.

Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro

con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.




Y en este enlace el poema, leído por Montejo.

https://soundcloud.com/luis-alejandro-contreras-644185918/montejo-los-arboles?fb_action_ids=10207933328874810&fb_action_types=soundcloud%3Apublish


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Escuchemos a Montejo, a su paso por el Festival de Poesía de Medellín…
Registro de la Revista Prometeo
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/


Mi amor

En otro cuerpo va mi amor por esta calle,
siento sus pasos debajo de la lluvia,
caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo…
Hay ecos de mi voz en sus susurros,
puedo reconocerlos.
Tiene ahora una edad que era la mía,
una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.
Mi amor que se embellece con el mal de las horas,
mi amor en la terraza de un Café
con un hibisco blanco entre las manos,
vestida a la usanza del nuevo milenio.
Mi amor que seguirá cuando me vaya,
con otra risa y otros ojos,
como una llama que dio un salto entre dos velas
y se quedó alumbrando el azul de la tierra.

viernes, 30 de mayo de 2008

Bitácora del tiempo como Prometeo encadenado…



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Bitácora del tiempo como Prometeo encadenado…

Mayo, 18. amanecer… Han llegado de la querida Bogotá nuestros amigos, los poetas Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo. Vienen con su cargamento de imágenes para participar en el festival de poesía, al cual fueron invitados. Les han preparado una apretada agenda de actividades, así que no sé si podremos disponer del tiempo suficiente para el encuentro y la conversa. Su visita me pone en una disyuntiva, un intríngulis que debo zanjar. ¿Cómo haré para pisar esa zona árida -por no decir campo minado- de la que por tanto tiempo me he mantenido al margen? Me refiero a los predios de lo que entendemos por cultura. No sé qué tan explicable será para ellos el divisionismo a que se ve expuesta hoy la nación, pues es un fenómeno que se ha enquistado no solamente en las capas superficiales del más burdo fanatismo, encandilamiento propio de algún partidarismo político o deportivo sino, incluso, en las inmediaciones de lo que entendemos por ámbito cultural, zona del intellectus; y como con el resto de esa apetecible joya que llamamos nación, hemos visto cómo algunos han hecho de la cultura oportunista baza, mientras que otros -por cuestiones de principio- se han inmolado en el seno mismo de sus instituciones (las que una ficción que conocemos con el mote de Estado debería colocar al servicio del indiviso ser humano). Y todo ello, sin pasar por alto a los que, sencillamente, optaron por mantenerse al margen de la acción cultural planificada (por no decir propugnada) desde una sectaria perspectiva. Yo me encuentro entre los que piensan que es responsabilidad del Estado (así, con mayúscula) la de velar por el bien de todos sus hijos. Hasta allí vamos bien. Mis diferencias con muchos de quienes parten de premisa similar es que jamás podré apoyar a un Estado que funciona a las mil maravillas para ciertos sectores de la sociedad, en tanto que relega a otros. En mi opinión, no deberíamos catalogar como Estado a aquel sistema social que preconice o se acoja a prácticas segregacionistas. El tema de las disensiones o de la diversidad de opiniones no deberá (según mi punto de vista afortunadamente subjetivo y personal), formar parte de las normativas que son exigibles a los ciudadanos por parte del monstruo sin cabeza que es el moderno y omnipotente Estado. Bajo esa palabrita se esconden no pocos y amañados intereses. El país vive bajo el influjo de una oscura desolación. Se le disputa como si se tratase de un pedazo de trapo, cuyo único valor fuera el de simbolizar una utopía. Para una gruesa parte de nuestra ciudadanía, lo fundamental es desposeer al resto de ese simbólico lienzo y guardarse la tela como galardón, no importando cuán derruido se halle el tejido al final de la partida. Y, visto al revés, para una gruesa parte de nuestra ciudadanía lo fundamental es desposeer al resto de ese simbólico lienzo y guardarse la tela como galardón, no importando cuán derruido se halle el tejido al final de la partida... ¿Que me repito? No señor, sucede que, como sugiriera Heráclito, los extremos se tocan… Porque él nos advirtió sobre la unión de los contrarios. Y he dicho todo lo anterior muy a mi pesar, pues ya debería bastarme con mi propia desolación. Pero mi verdad tiene tanto a derecho a expresarse como la del vecino. Así pues, diré que jamás he podido concebir la poesía como rama institucional de cosa alguna, sea que se trate de una academia o de alguna cofradía, mucho menos de un estado o de un gobierno, tan comúnmente represores de aquellos que tan sólo pretenden cantar bajo los influjos de la luna. Poeta y rey no casan, no hacen juego, no combinan en el menú, a no ser que la poesía sea manipulada como un vulgar instrumento para loar y lustrar egos autoritarios. Claro que en estos casos tendríamos todo el derecho a preguntarnos si subsiste, en los panegíricos resultantes de tales relaciones, algún asomo de fidedigna poesía. Acaso puedan ser, reyes y poetas, hilos de un mismo lienzo, pero ellos rara vez enhebran juntos. Rara excepción es la historia del espejo y la máscara que nos refiriera Borges en El libro de arena. Pero mis amigos de la hermana Colombia han venido, como he dicho, a leer su poesía, a conocer a otros poetas, a conmemorar el brindis y la promesa de los vasos comunicantes. Así pues, he de ir en pos de ellos. No importa lo que resulte. Me esperanzo en la creencia de que la poesía es, en su aparente indefensión, uno de los cultos que mejor faculta al hombre para zanjar las humanas diferencias.

tarde… he pisado los predios de la congregación, en busca de mis amigos. ¿Cuándo he negado yo mi hospitalidad? Sin embargo, debo decir que al entrar a un recinto que para mí fue, desde niño, templo sagrado, me sobrevino un estremecimiento, pero me armé de valor y seguí mi camino, como si vadeara en las vías intestinas de una ballena blanca. Me parece increíble que todavía estén allí las huellas del despojo. Las paredes de uno de sus pasillos, el que sirve de conducto entre un templo y otro (esto es, entre Galería de Arte Nacional y el Museo de Bellas Artes), muestran aún los rastros del cercenamiento de una obra de arte que estuvo allí por años. Al desenclavar las partes de la obra, la pared quedó mal herida. Sus cicatrices quedaron abiertas. ¿Pensaría algún pontífice del bureau que tales llagas deberían quedar a la luz y vista de todos, a manera de aleccionador ejemplo de no sabemos cuál pecado? Un poeta a quien siempre le he profesado mi afecto y mi respeto, tanto como él no ha dudado en retribuirme los suyos, se sorprende al verme y me espeta: ¿y tú, que haces aquí? No lo hace a modo de reproche, es la sorpresa de verme la que le mueve a la pregunta. Le contesto con una sonrisa: ¿por qué? ¿está prohibida mi presencia en estos lares? Se ríe… No vale, pero me parece tan raro. Signo de nuestros días. Le refiero que vine a ver si me topaba con Amparo y Gonzalo, que entre los títulos de poesía que presentaron el año pasado en Bogotá tuve la fortuna de deslizar uno mío. Cruzamos nuestros teléfonos, ya que nos habíamos perdido el rastro y nos despedimos, pues él iba saliendo con retraso a algún encuentro. Me adentro en el pasillo. Oigo choque de copas en el traspatio del palacio de las musas. No veo a mis amigos en las inmediaciones. Me convierto en un diminuto Gregorio Samsa en el centro de un baile de formidables gallinas. Pero me mantengo firme. Me abstengo de entrar al brindis, me planto, sí, cerca del umbral, nunca he congeniado grandemente con tales eventos y no será ahora cuando cambie la tesitura de mi ánimo. No soy un mojigato. Toda la vida me han gustado las bebidas espirituosas. Lo que pasa es que nunca me saben igual las que pueden beberse en el anonimato de los bares, cuando se las bebe en el des-anonimato de un acto cultural. Espero un rato, a ver si logro avistar a Amparo o a Gonzalo, hasta que decido partir. De salida, es Amparo la que prácticamente me sorprende infiltrado en mi abstraído caminar por esos pasillos en los que la desoladora mirada de Miranda en La Carraca* se robara por varias noches sucesivas el sueño del niño que fui. Créanlo o no, Amparo me formula la misma pregunta, ¿y tú qué haces aquí, mijito? mientras abre sus brazos. Pues vine a saludarles. Más atrás viene Gonzalo, acompañado de otro poeta colombiano que más tarde demostró poseer un fino y aguzado sentido del humor. Abrazos. Conversa. Relajación. Habían salido a buscar cigarrillos, quizás a tomarse unas cervezas. Converso un poco con Amparo. Y sucede lo que siempre trato de evitar. Se nos acerca un poeta venezolano de generaciones precedentes (no voy a dar señas particulares al respecto, pues eso sería una bajeza, pero sin echar a un lado la sinceridad). No sin antes preguntar mi nombre, me veo forzado a eludir las embestidas investidas de simulada sindéresis que me larga. Me asegura que es un contrasentido el que algunos poetas con-nacionales se autoexcluyan de actos y eventos culturales como los organizados para el festival de poesía y otras cosas por el estilo. Tan sólo alcanzo a soltarle una frase: en realidad yo creo que el problema es que se sientan posiciones, todos han sentado posición. Le hablé de modo impersonal o en tercera persona, no por desligarme, sino porque el poeta no se sintiera directamente aludido (y no sé si habrá acusado mi intención de hacerle, sí, sentir indirectamente aludido, pues de inmediato se abrió para conversar con sus pares, que ya salían del cóctel). Por cierto, una vez me tocó ser testigo de cómo ese mismo caballero se mantenía impertérrito, cual un Kagemusha ante asediantes guerreros, mientras los miembros de un taller de poesía al que él fue invitado a conversar (Celarg), contemplábamos cómo una persona de su entorno expresaba su menosprecio hacia otros poetas venezolanos (y uno en particular), sin que tales aseveraciones tuvieran para nada en cuenta los valores poéticos y éticos. Vituperaciones que, según me parece, él mismo no se hubiera permitido proferir. Su silencio me pareció significativo. Bueno, volvamos al presente. Salimos de la GAN, acompaño a mis amigos de camino al hotel. En el camino, más escaramuzas lingüísticas con algunos poetas del “establishment” criollo. Sin embargo, no sé por qué ya tengo pies en lugar de miembros de cucaracha. Ya no me siento intruso. Logro conversar por algunos minutos con Gonzalo. Pero nada que hacer, hay tomaduras de pelo semejan voladuras de puentes. Opto por despedirme hasta el día siguiente de mis amigos. Para decirlo con una frase de José Ignacio Cabrujas, mi conclusión es que, a pesar del estado de disimulo imperante en nuestro ambiente, no tengo por qué inhibirme de ir al encuentro de mis amigos o de asistir a alguna lectura que pudiera interesarme, pues todos somos parte de la sedienta fauna que hace vida en este desierto.

La amistad, como el amor, está sazonada tanto con granos de convergencia como de divergencia. ¿Por qué habría uno de procurarle primacía a las opiniones personales antes que al culto del entendimiento? Es una pregunta que no he podido dejar de formularme en los años recientes.

atardecer... Mi mamá me llama para darme la noticia, ha fallecido mi tía y madrina, Margot Reverón, creo que estaba por cumplir 98 años…

* Al lado colocamos una reproducción de Miranda en La Carraca, el famoso cuadro de Arturo Michelena.

Una glosa sobre Francisco de Miranda, ciudadano del mundo, con la que precisamente quise dar inicio a este blog, puede verse en: http://letrascontraletras.blogspot.com/2007/07/en-la-prisin-memorial-dirigido-por-el.html

Dábamos inicio a esta bitácora, hace ya casi un año, rememorando el conmovedor Memorial dirigido por el general Francisco Miranda a la audiencia de Caracas: En la prisión. Fue escrito en las bóvedas del castillo de Puerto cabello, el 08 de Marzo de 1813..
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Kagemusha








Trailers del film Kagemusha, una obra maestra. 
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Mayo, 19. amanecer… días complicados. Algo gris hay en el viento.

En el entierro de mi tía, mamá sufre los efectos de un vértigo o malestar; por primera vez en su vida, vomita. La llevo a casa. Me instalo con ella. Tensión alta. Tal vez, alguna virosis, tal vez el amor que se le ha ido marchando a pedazos. Una dura mujer, salud de galgo callejero. A duras penas me permite que cocine un arroz y unos filetes de pollo. Vista desde afuera, pareciera una estoica, capaz de acarrear con su dolor y con el del mundo entero, sin chistar. Capaz de cargar a todos y con todo, ella, tan frágil en apariencia. Nunca ha permitido que nadie, absolutamente nadie, interfiera en su vida. Y para ello cultiva la maleabilidad del Tao, sin proponérselo, pues del Tao nada sabe en superficie. Es una heroína silenciosa. Pero el tiempo es implacable. Regularizo su tensión, abre la boca mamá, mantén esta pastilla debajo de la lengua. Marujita ya viene. ¿Estás segura de que puedo irme? ¿Y si volvieras a sentirte mal? Te digo que ya estoy mejor. Vete y me llamas más tarde. Bueno mamá, cualquier cosa me llaman

atardecer… Termino de aceptar que no puedo proceder en contra de mi ánimo. Me es imposible asistir al acto oficial de apertura del festival de poesía… No es algo nuevo, no tiene nada que ver con “diferencias políticas” del momento. Jamás pude asistir a los eventos de apertura o de cierre de nuestros festivales de poesía. Y mire si se organizaron unos cuantos bajo la batuta del poeta Santos López, antes de que llegara la, a mi juicio, mal denominada quinta república. Recuerdo con afecto, sí, la lectura en que compartieron imágenes la poeta Blanca Varela y nuestro Juan Sánchez Peláez. Grato recuerdo de aquella tarde y de lo que, impecablemente, es ser gente. Cuando digo “jamás pude”, debe entenderse “jamás pude convencerme”. Me es imposible asistir, entonces, porque es algo superior a mis fuerzas. Me abstengo de sentarme entre una ingente cantidad de personas que, a diestras y siniestras, creen y pregonan que la poesía sólo puede cultivarse desde la exclusiva causa común que se predica en el seno de alguna cofradía, por supuesto, la suya. Poesía es diversidad, enajenamiento positivo, esto es, sentimiento de extranjería ante patrañas como aquellas con las que, en los salones oficiales, los funcionarios de la política caracterizan sus “ejecutorias”, matizándolas con rimbombantes frases como la de “nuestra solidaria adhesión a la civilización humana”. La poesía ni debe ni puede ir de la mano con el poder. Ella está allí, a flor de piel, para señalarnos otros derroteros.

anochecer… Me llama Douglas, mi compadre, para darme la triste noticia de que ha muerto Otto Limongi, mi querido amigo de la niñez, un ser con el que siempre tuve una subterránea ligazón. Juntos descubrimos el mundo y el arte de explayarnos ante su vista, juntos descubrimos ocio y pereza, aventura y arrojo. Recuerdo que nos enorgullecía que, tanto su padre como el mío, tuvieran manos fuertes y venas marcadas. Ello era, para nosotros, emblema de fuerza y vitalidad. Escalábamos los techos de nuestras casas y desde allí saltábamos a las otras, no sin grave riesgo para nuestras humanidades. Éramos unos niños osados, hacíamos casas de madera en las copas de las acacias de la cuadra y nuestras madres despepitaban sus gargantas clamando por nuestra inmediata presencia en casa. Las veíamos desde lo alto recorrer toda la cuadra. Y más de una vez estuvimos a punto de perder alguna oreja. Recorríamos por largos trechos el río Guaire; a veces, en compañía de algunos otros facinerosos de la vecindad, nos caíamos a peñonazos con los malandrines del otro lado del río. Recuerdo, como si hubiese sido esta mañana, nuestro deambular entre los juncos y la tierra fangosa de sus orillas. Muchos años después, caí en cuenta de que juntos habíamos transitado buena parte del camino de iniciación por el que pasa todo niño en su trayecto hacia la pubertad y luego la hombría. De allí, la raigambre afectiva de nuestra amistad. De joven, Otto fue un extraordinario dibujante; tanto, que sus dibujos tenían la increíble perfección de los grabados de M. C. Escher, de quien fue su admirador. Siempre me quejé de que hubiera abandonado el culto del dibujo, aunque fuera como un hobby. Otto era un verdadero gentleman, la noticia de su fallecimiento me ha sentado como un peñonazo lanzado desde lo más obscuro y lejano del río de la infancia. Estoy de luto y no puedo compartirlo con nadie. Ni siquiera con Yineska. Porque el luto es uno de los cultos más íntimos de que puede hacer gala un ser vivo, pues no es una experiencia exclusiva del alma humana. Observancia que le debo agradecer precisamente a Yineska, siempre tan oyente y perspicaz de lo mínimo vital; ella, a quien le aburren un tanto los poetas posee una mirada interior que ya quisieran muchos poetas detentar. Mi tía vivió una vida plena y longeva. Otto ha visto truncados sus días en medio del vigor de la madurez, en el lejano lugar al que se había marchado con su familia, hace ya varios años. A veces nos escribíamos y nos cruzábamos algunas reflexiones o algún texto que nos hubiera conmovido. Te lego, Otto, este haiku de Matsuo Basho:


Nada dice
en el canto de la chicharra
que su fin está cerca.


Espero que puedas leerlo o, mejor, escucharlo, estés donde estés. Acaso nuestras vidas sean un suspiro apenas un tanto más largo que el de las amadas chicharras que una vez domesticáramos en la niñez. Dejaba uno correr pacientes horas con la chicharra dentro de la burbuja que formaba el cuenco de nuestras manos. Al pasar el tiempo, las chicharras terminaban por amoldarse al calor y olor de nuestro cuerpo… Luego podía uno caminar por todas partes, portando la chicharra a manera de flor en la solapa o pañuelo en el bolsillo de la camisa. Éramos unos mocosos.

Quiero ver a mis amigos, pero creo que tendré que seguir jubilándome…

* Haiku de las Cuatro estaciones, Matsuo Basho.
** Matsuo Basho, sentado.

Mayo 20, mañana… Esta semana es de pronóstico. Con mamá en la clínica todo el día. Voy a tomarle una vía, señora, afloje el antebrazo, ahora apriete el puño. Hidratación, examen de sangre, burocracia asistencial, más o menos, la misma en lo privado que en lo público. Las diferencias son de grado o de matiz, claro. Pero la falta de humanidad, la falta de respeto por la vida es la misma, aquí o allá. Me refiero especialmente a quienes ejercen labores administrativas en los centros de salud. Aunque, en ocasiones, me ha tocado ver tal deshumanización entre los mismos médicos. Afortunadamente, ello no es el caso ahora… La doctora que la atiende es, por increíble que parezca, un ser humano y hemos hecho amistad con ella.

Llego a casa tarde, muy tarde. Y agotado. Duermo un poco, no mucho.

Mayo 21, anochecer… al fin, algo de tempo para mí; logro llegar a la sala en la que se han programado varias lecturas colectivas en el marco del festival, (esto es, en el Celarg). Una marea de desasosiego se abalanza y empapa mi humanidad, es la misma sensación desaborida que me arropó el domingo en los pasillos de la GAN. Pero queremos ver a nuestros amigos, previamente acordamos vernos para llevarles a casa, conversar un rato. Pretendo, incluso, saludar a otros amigos que, a sabiendas de no compartir algunos puntos de vista en lo que toca a persona y sociedad, creo que también serán sabedores de que en mí no han perdido al amigo, al escucha... La función lleva un rato de haber comenzado. Me conmueve gratamente un poeta de Sudáfrica, de apellido Breytenbach. Estuvo un poco más de ocho años preso. La sensación que me dejan esta noche sus poemas es que se tienden como una abierta invitación a la vida, a pesar de que puedan dar cuenta de la barbarie generalizada que azota al mundo desde días inmemoriales. Al encontrarnos, Gonzalo me comenta algo semejante de Breytenbach y me habla, así mismo, de la grata sensación que legó a los asistentes la lectura de una poeta palestina que yo, desafortunadamente, no llegué a escuchar, pues entré a la sala en medio de la lectura del cuarto o quinto de los participantes. Para ser honesto, también me dejaron grata sensación los textos que leyera un poeta hebreo de apellido Araidi, quien tuvo la sutileza de dar gracias por estar en un lugar en donde puede leer sus textos tanto en hebreo como en árabe, cosa que en efecto hizo. Vaya paradoja, se refiere a un lugar en el que sus ciudadanos no logran compartir alteridad, disensión y disonancia en su propia lengua. Tiene una dicción y un sentido del ritmo impresionantes y los poemas leídos por él dejan un eco musical en el oyente. No desmerito al resto de los poetas, pero entre los que yo escuché, Breytenbach y Araidi fueron los que, a mi parecer, tocaron más logradamente las fibras del ánima. Al salir me encuentro con algunas añejas amistades. Algunos saludos formales, otros fugaces, otros efusivos. Me tropiezo con un amigo en el momento justo en que es literalmente asediado por un desequilibrado que le jura ser poeta. Como mi amigo trata de esquivarlo cortésmente, más se empecina este señor en exigir su atención. En algo me recuerda a las gentes que desesperadamente demandan ayudas o favores políticos en los mítines de la hora. Con dificultad logramos intercambiar nuestros teléfonos. Él está atareado y ya Amparo y Gonzalo esperan por mí.

Finalmente, logramos agasajar a nuestros amigos. Los llevo a casa en compañía de otro amigo, Juancho Pinto. No disponen de mucho tiempo, así que me siento como un potro que desea correr a campo traviesa, pero al que en breve confinarán en un establo… Juancho me llama a capítulo, por fortuna. Para eso están los amigos. Odio la falta de tiempo, o más bien, la ausencia de un tempo temperado, musical, tanto o más de lo que Elías Canetti odiara a la muerte, la gran enemiga. Siento que al ausentar al tiempo interior de nuestras vidas, hemos conspirado para dejar de ser fidedignos. Y creo que los hombres hemos agravado las cosas, al convertir al tiempo en el más formidable socio de la muerte. El colmo es que la falta de tempo me haga lucir esta noche atropellado. Al menos, ésa es la sensación que tengo de mí esta noche...

Nuestras vidas cada vez disponen de menos tiempo y espacio. En todo caso, ha sido una alegría el poder tenerles en casa, a pesar de mi atropellamiento de potro desbocado. Les llevo a su estadía, pues cada quien tiene actividades muy temprano en la mañana…

noche profunda y solitaria… Agotamiento. Poco sueño. Si no tengo tiempo para vivir, menos lo tengo para escribir. Quiero decir, vivo. Mas, vivo a penurias, condición acaso no muy diferente de la que pueda padecer cualquier hijo de vecino. En el fondo, lo que añoro es el vivir. Un poco a la manera o en la efímera intensidad que nos propone aquella frase que, como acto conclusivo, le endilga el escudero a la muerte en El séptimo sello, ese extraordinario fresco de las vicisitudes humanas que nos legaran el ojo y la mano de Ingmar Bergman.

El séptimo sello. La jocosa escena del escudero y el marido celoso...





Mayo 22, anochecer… Otro día complicado. A mamá vuelve a subirle la tensión. Debemos tomarle la tensión varias veces al día y llevar un registro para luego presentárselo a su doctora. Hoy leían mis amigos y no he podido acompañarles. Era la lectura a la que no quería faltar. Alguien nos ha estado escamoteando el tiempo. Estómago revuelto desde hace varios días, es increíble la cantidad de personas que me confiesan estar sufriendo de la misma pena. El país entero sufre de disentería. Más tarde, en la noche, jubilación, morosidad, enquistamiento, silencio, voces, lecturas dispersas. Ha llegado mi hora. La única en la que puedo explayarme a ser sin más.

Mayo 23, madrugada - amanecer… Pretendo escribir algo y recopilar algunos textos con motivo de la desaparición de Otto. Transcribo la dedicatoria:

A mi amigo de la niñez,
Otto Limongi,
arrebatado a la tierra
ante la mirada del espejo
que da hacia la vida
y restituido al polvo,
al matrimonio de cenizas
con la tierra que enrostra
al lado del espejo
que mira hacia la muerte…

anochecer… Me acerco al Celarg, a ver si hoy puedo ver a Gonzalo. Amparo ha viajado a Mérida donde dictará un taller durante el sábado. Me ha sido imposible volver a verles desde el miércoles. La sala está repleta a más no poder. Ha sido el día de mayor convocatoria. Hoy es el turno de los poetas del caribe. Mucha gente tuvo que quedarse afuera, yo entre ellos. Logro entrar a la lectura del último poema de la última participante. Al concluir, me encuentro con algunas añejas amistades. Un par de amigas me miran con silente sonrisa, cruzamos un beso. Tiempo sin vernos. Breves palabras. Nos despedimos. Evidentemente, les parece un contrasentido el que yo haya osado asistir a esos espacios. Ellas son, ahora, lo que podemos denominar funcionarias y defensoras de lo que el oficialismo llama “revolución”. Ni siquiera envían sus saludos a Yineska, como sin duda habrían hecho en el pasado. Acaso estén ofendidas o sentidas conmigo porque yo, muy de cuando en cuando, me tomo el trabajo de publicar mis opiniones. Y vuelvo a lo dicho días atrás. ¿Cuál es la razón para que uno deba concederle primacía a la volubilidad de las opiniones personales antes que al culto del entendimiento y a la amistad sin más? De Gonzalo no tengo rastros, andará ocupado con los compromisos del festival. Le dejo un mensaje en el hotel, pues previamente habíamos acordado que el sábado le presentaría a un amigo y excelente librero.

noche tardía… comienzo a poner en orden estas notas. Es viernes y resulta una bendición que pueda sentarme en la biblioteca para leer y pensar. Reviso un reciente asomo de poema, escrito, como suelo hacer, en lo primero que tuve más a la mano, esta vez la contratapa del libro Días ejemplares de América, de Walt Whitman, libro que he estado paseando junto a otros desde que publicara la glosa del 22 de marzo en mi blog. Espero, como prometí en aquella nota, dar pronto una noticia de éste y de los otros libros a que hice mención aquella noche.

A continuación dejamos el boceto y una imagen de lo escrito en ese libro...

Hoy, en el centro de una borrasca de luces...

Verano en primavera, 27 de marzo de 2008.

Hoy, en el centro de una borrasca de luces,
pleno día,
estuve tentado de escribir un poema.

Los poemas no son obra de la decisión,
sino fruto de la conjunción, de la tentación,
del fortuito hallazgo de un vislumbre
que nos asalta la piel,
resplandece los colores,
vigoriza la visión.

Lluvia de hojas.
A centenares, grandes y secas.

Estaba yo imbuido en mis humanas correrías.
Cabeza gacha, aire melancólico
y espectral silencio dibujado en el rostro,
de cara al afuera,
esto es, a los míos y a los extraños.

De pronto, las hojas comenzaron a llover,
el cielo se nublaba, el sol perdía calor,
el día anochecía y las hojas seguían cayendo
a estentóreos goterones.

Hojas de jabillos, acacias, apamates.
Hojas amarillas de un extinto marzo.
Hojas avisando que algo andaba exhausto.
Hojas golpeando, como un látigo,
sobre el metal ardiente de mi precario techo.

La ciudad estaba muerta.

Quise dar fe de ello en un poema.

Pero no habría tiempo.

Un policía me conminó
a poner el auto en marcha



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Edición de Los libros de Plon. Barcelona, España, 1980.
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Mayo 24, amanecer… Me levanto relativamente temprano. Me he fugado de la casa, sigilosamente, cuando todos duermen. Me encuentro con Gonzalo, vamos a la librería Estudio. Pasamos unos breves pero agradables momentos con otro amigo, Javier Marichal. Grata conversa. Claro que Gonzalo tiene un interés, como es el de que los libros de Común Presencia, su sello editorial, puedan distribuirse en Venezuela y ésa es una de las razones por las que quiere conocer a gente del medio. Pero ello no le resta interés a la conversa, al contrario, salen a relucir una serie de tópicos desconocidos para mí. Luego nos vamos corriendo al Celarg, porque habrá una lectura del poeta a que hiciera mención días atrás, Breyten Breytenbach. Llegamos al hall del Celarg y tan sólo somos unos cuatro los asistentes, Breytenbach, el catire Hernández de Jesús, Gonzalo y yo. Salimos, los últimos tres, a tomar un jugo de naranja, para hacer tiempo y a ver si llegan más personas a la lectura. Conversa ligera, rememoraciones, alguna que otra escaramuza de las que acostumbra el catire con su ritual jocosidad. Me toma el pelo, me llama escuálido. Le regalo un ejemplar de Cuadernario y otro de Contracorrientes. Casi no me da tiempo para dedicárselos. Diría mi padre: la prisa es plebeya… Al regresar me consigo con un joven que, si no recuerdo mal, labora en las prensas de Equinoccio, editorial de la Universidad Simón Bolívar, fuimos presentados en la Librería Lectura. Conversamos sobre la antología de poesía norteamericana que realizaron Coronel Urtrecho y Ernesto Cardenal y que Monteávila ha reeditado. Es una de las primeras que compré y leí (Editorial Aguilar) y sigue siendo de mi agrado, a pesar de no ser bilingüe. El precio es verdaderamente solidario. Gonzalo se lleva un ejemplar. Un poco antes de la lectura, tuvimos la oportunidad de conversar brevemente con Breytenbach, a quien Gonzalo me presenta. Es una persona sencilla que no da la impresión de serlo, hablar pausado y rítmico, apuntado en las imágenes, sutilmente irónico. Nos cuenta de las clases que, a manera de taller, imparte en una Universidad de Nueva York, las que incluyen reuniones privadas con los asistentes a esos cursos en los que, por cierto, no se permiten más de doce participantes. Nos pregunta si acá se dictan cursos o talleres de poesía y, si es así, sobre cuáles son las condiciones en que se realizan estas actividades. Nos habla de sus correrías por el globo. Es un viajero, más bien, un nómada. Pasa la mayor parte de su tiempo en Senegal y buena parte en regiones de Cataluña, sobre todo, entre Barcelona y Gerona. Hubiera sido interesante que conociera a Luis Alberto Hernández y escucharles conversar sobre nomadismo. La lectura de sus poemas resulta algo reconfortante para una agitada semana en la que el tiempo ha sido encadenado como Prometeo y condenado a ver sus vísceras eternamente devoradas por los buitres. La lectura fue a dos manos. Personalmente, a pesar de la abnegada sinceridad del joven a quien le tocó leer sus textos en español, creo que muchos de los allí presentes (al final, sólo unas veinte personas, toda una bendición) hubiéramos preferido que el propio Breytenbach hubiese leído sus textos, primero en inglés y luego en español, idioma que domina mejor de lo que él mismo afirma. Antes de entrar, Breytenbach nos dijo que él escribe primero en afrikáans y que luego “traslada” el texto (usó esta palabra) al inglés u otra lengua. La única pregunta que le hice fue, antes de entrar a la sala, si cuando lee en voz alta, en inglés o en español, experimenta la misma conexión que siente cuando lo hace en su lengua materna o si siente las resonancias de cuando escribió el poema. La respuesta fue elusiva, no ex profeso, pues se quedó saboreando un rato un pensamiento y me parece que quiso guardarse la respuesta para sí. La lectura de sus textos fue coronada por la amena charla que Breytenbach mantuvo con el público asistente. Le hicieron muchas preguntas. Una de ellas le llevó a hablar de la cárcel que sufrió en Pretoria, cuando el régimen racista de minoría blanca le acusó de terrorista. Apuntemos que los ancestros de Breytenbach son arios y que su piel no puede ser más característica de las razas blancas, oriundas de la Europa Occidental. Otra culpa: se había casado con una dama de origen vietnamita. ¡Semejante extremismo! Al final, cuando le preguntan sobre lo que piensa que hay que hacer para combatir al basilisco del imperialismo que se abate sobre nuestras humanidades, él sutilmente declara que toda África vive uno de los momentos más convulsionados de su historia, que la predicación de la violencia es un mal que se ha agravado enormemente en los dos últimos años. Y que él, como muchos, piensa que hay que venir a nuestra tierra, para aprender de lo bueno que está sucediendo aquí pero, también, para aprender de nuestros errores, pues “no todo lo que pasa acá es bueno”. Con ello cerró la conversa. Adrede, habíamos evadido tocarle el tema de extrema violencia que se ha suscitado en estos días en su país de nacimiento, Sudáfrica, donde los desplazados han cometido una ola de asesinatos en contra de extranjeros que han obtenido algún puesto de trabajo. Es un tema sumamente arduo y no quisimos amargarle la vida al caballero.

mediodía - atardecer… Complazco a Gonzalo y sigo jubilado de la casa. Subimos a la imponente montaña del Ávila por el teleférico, pues es una deuda que Gonzalo tiene desde hace muchos años y él parte mañana a Bogotá. Se queda maravillado con la vista. Desafortunadamente, no estaba claro el cielo hacia el norte y no pudimos ver el mar, como puede hacerse en días despejados. Le invito a beber algo y conversar. Conseguimos un estupendo sitio, una barra cuya vista da hacia Caracas, en lugar de a una despensa repleta de botellas. Gonzalo utiliza una maravillosa expresión para nombrar ese sol velado por las nubes, figurando una lejana moneda de plata: sol de hielo. Claro! El es bogotano. Finalmente podemos relajarnos y conversar sin motivo ni dirección, cual veletas que se lleva el viento, esencia de toda conversa. Nos referimos muchas anécdotas, compartimos lecturas, nos regalamos aquellos pensamientos que se nos han fijado en el tiempo y que la memoria rescata cuando queremos dar un obsequio verbal a un amigo. Nuestra común admiración por Nietzsche sirve de hilo conductor a la conversa, así como la frase no hay tal lugar con que Quevedo tradujo el término utopía. También nos apoyan Reyes, Borges y otros más. Le prometo un libro de nuestro querido Juan David García Bacca, a quien Gonzalo no ha leído. Me revela que Antonio Gamoneda, a quien fue a visitar y a entrevistar en España, le soltó esta sugerente frase: la dulzura es lo único inderrotable. Me habla de la inminente aparición del Nro 19 de la Revista Común Presencia, próximamente en Bogotá y desde ya lamento no poder acompañarles. Común Presencia es una estupenda revista que Amparo y Gonzalo sacan con las uñas desde hace ya unos 19 años. Creo que la intención original es que fuese de aparición semestral, pero como toda acción civil sin fines de lucro, se hace cuesta arriba el logro desinteresado aunado a la calidad. Común Presencia ha logrado subsistir a lo largo de los años. En sus páginas han entrevistado a intelectuales y artistas de todo cuño, filósofos, poetas, narradores, pintores, escultores… Cioran, Ramos Rosa, Guayasamín, Baudrillard, Eugenio Montejo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Casimiro de Brito, Roberto Matta, Saramago, Sábato y muchos más… Tienen una página o blog en el que cualquiera puede ir a leer sus contenidos y ya que me encuentro haciendo esta referencia, opto por dejar sus señas: (http://comunpresenciaentrevistas.blogspot.com/)
Bajamos a Caracas al atardecer. Le dejo en el hotel. Tal vez nos veamos más tarde, sin presiones, dependerá de lo que nos provoque. De camino a casa, me llama mi hijo. Esta tarde le han dado la noticia de la muerte de un amigo, un joven de apenas 17 años. Esta semana ha estado signada por la gran enemiga del hombre, en las tres etapas de la vida, senectud, madurez y flor.
noche… Acompaño a Sebastián al velorio del amigo. Según me refiere, el joven fallecido le confiaba, de cuando en cuando, los avances que iba haciendo con una historia que estaba escribiendo. Intento dejarle un mensaje a Gonzalo. No podré ir. Tampoco pude despedirme.

Mayo 25, noche profunda, amanecer… lecturas de vigilia en el baño, como suelo hacer desde que tomé gusto por la lectura. Releo el Elogio de la ociosidad, de Russell, algunas páginas de Tipos de Poder, de James Hillman, Haiku de las Cuatro Estaciones, de Matsuo Basho y algunos de los breves ensayos de García Bacca, en la estupenda antología de Fundación Cultura Urbana (Tomo I). Entresaco, como una cortesía para Gonzalo, unas citas de un libro recientemente adquirido: las Notas de Tautenburg de Friedrich Nietzsche, fragmentos póstumos que corresponden a los días de su intensa y efímera relación con Lou Von Salomé. Es sencillamente conmovedor. Según refiere el traductor, José Luis Puertas, algunos aforismos (acaso los iniciales) fueron comenzados por Lou Von Salomé y completados por Nietzsche. Luego, leo en voz alta un texto mío. Cada cierto tiempo me ataca una necesidad de confrontarme. Leo en voz alta lo escrito, como si se tratare de alguien a quien desconozco. Durante la tarde, visitamos a un cuñado, para conocer su nueva madriguera.
Algunos notas de Tautenburg, parte tercera, Verano-Otoño, 1882…
* Sólo creería en un dios que supiera bailar.

* Quien siente la falta de libertad de la voluntad es un enfermo mental: quien la niega es un estúpido.

* Lo que se ha hecho por amor no es moral, sino religioso.

* “Sé al menos mi enemigo”: así habla la verdadera veneración que no se atreve a pedir la amistad.

* No se mata por la cólera, sino por la risa.

* Dar a cada uno lo suyo: eso sería querer la justicia y alcanzar el caos.

* Cuando cinco personas hablan juntas, siempre hay una sexta que debe morir.

Editorial Bibiloteca Nueva, S. L., Madrid, 2003


medianoche… Nuevamente, en la biblioteca desde hace un par de horas. Llega mi hijo, bastante afectado. Hoy quise dejarle en la exclusiva compañía de sus amigos. Luego del sepelio y la despedida del compañero en el cementerio, se reunieron varios de los amigos hasta medianoche. Me encuentra escribiendo estas notas. Pide ayuda sin mediar palabra. Y yo le pido que vaya al baño de mi cuarto, que busque en la ventana un libro y que lo traiga, es un libro gris con el dibujo de un monje en la portada, El Libro de Horas, de Rilke. Le selecciono dos textos, quizás nada consoladores y, sin embargo, los únicos que podrían resultar consoladores. Le digo que si algo me ha preocupado en la vida es que aquellos a quienes quiero, como a él, puedan vivir una vida plena de agradecimiento, de encuentro con la naturaleza, que no hay muchas cosas que me parezcan más importantes que el hallar la felicidad generada en la comunión con las cosas sencillas y pocas veces vistas por nuestros atareados ojos. Se va. Lee los textos. Vuelve. Me da un abrazo y se va a dormir. Al día siguiente me dirá que le ha tocado hondamente aquella frase de Rilke que habla de la muerte que “no madura” en las gentes. Reproduzco por puro gusto esos poemas. Habría que volver a ellos de cuando en cuando…

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Del Libro de la Pobreza y de la Muerte (Libro tercero)

Porque, señor, las grandes ciudades
están perdidas y disueltas;
una huída ante llamas parece la más grande,
y no hay consuelo que las consuele
y su corto tiempo se escurre.

Allí viven humanos, viven mal y difícilmente
en cuartos hondos con gestos angustiosos,
más atemorizados que un rebaño
y afuera, tu tierra respira despierta,
mas ellos existen y ya no lo recuerdan.

Allí crecen los niños en alféizares
que siempre se quedan en la misma sombra,
y no saben que afuera llaman flores
para un día pleno de espacio, dicha y viento,
y tienen que ser niños y son niños, tristemente.

Allí se abren doncellas como flores a lo desconocido,
y añoran la paz de su infancia;
pero no existe aquello por lo cual ardían,
y temblorosas se vuelven a cerrar.
Y en ocultos cuartos de trastienda
pasan sus días de maternidad desilusionada,
los gemidos abúlicos de las largas noches,
y años fríos sin lucha ni fuerza.
Y en completa oscuridad están los lechos mortuorios
y poco a poco van añorándolos,
y mueren lentamente; mueren como encadenadas
y se apagan como mendigas.

* * *












Allí viven humanos, blanca y pálidamente florecidos,
y mueren del mundo difícil, asombrados.
Y nadie ve la muerte abierta
en que se deforma la sonrisa de una delicada raza
en noches sin nombre.

Andan por ahí, degradados por el esfuerzo
de servir sin valentía a cosas sin sentido,
y sus vestidos se marchitan sobre ellos
y sus bellas manos envejecen temprano.

La multitud presiona y no piensa en ser indulgente
a pesar de ser indecisos y débiles,-
sólo perros esquivos, sin morada,
los siguen silenciosos durante un rato.

Ellos están entregados a cien torturadores
que les gritan cada vez que dan la hora,
circulan solitarios alrededor de hospitales,
y esperan angustiosos el día de su ingreso.

Allá está la muerte. No aquella cuyos saludos
los había rozado extrañamente en la infancia,
sino la pequeña muerte, como se la entiende ahí;
la suya propia cuelga verde y sin dulzor
en ellos como una fruta que no madura.

* * *
De la traducción y edición de El Libro de Horas, de Rilke, ya he hablado previamente en este blog. Fue editado en la prensas de la UCV, con rigurosa traducción de la profesora Yolanda Steffens, quien se apoyó en las asesorías de la gratamente recordada profesora Lotte de Vareschi y el poeta Rafael Cadenas.
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Ma/Rilke. Montaje de Theatre Mali basado en la correspondencia cruzada entre Marina Tsvetaeva y R. M. Rilke. Cartas del verano de 1926, publicado por FCE, recoge las cartas cursadas entre Boris Pasternak, Tsvetaeva y Rilke.




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Mayo 26, noche… breve y amenísima reunión con Amparo, en el Lobby del Alba. Nos tomamos unos tragos. Nadie repara en el aleccionador discurso del presidente que repoduce una pantalla de plasma. Amparo estuvo en Mérida impartiendo un taller y parte mañana para Bogotá. Así que voy a visitarle un rato para dejarle unos obsequios, añeja costumbre hoy algo extraviada, una talla de madera de los andes venezolanos que le ofreciera Yineska y un par de libros, el de García Bacca que le prometiera a Gonzalo y para Amparo el cuento La infancia del mago, de Herman Hesse, con los dibujos de Peter Weiss, en versión bilingüe. Me decidí a regalarle ese libro porque, aparte, de la calidad intrínseca del libro como tal, es improbable que lo tenga. Es una bella edición de Oscar Toddman Editores. Me contenta saber que tiene muchos proyectos en ciernes. Subimos a buscar un mantón que le prestó Yineska cuando estuvo en casa, en noche de frío como no había acaecido desde las frías noches de las navidades pasadas. Nos encontramos al catire en los pasillos. Deducirá que soy la sombra de mis amigos colombianos. Pero él, según mi parecer, ha sido una inseparable y benéfica sombra del evento. Ha sido él, a mi entender, el catalizador humano entre los poetas asistentes al festival pues, aunque fueron pocas las veces que he asistido a los eventos del festival, en todas le he visto aquí y allá, presentando gentes, mediando, conversando, entrevistando, fotografiando e impulsando la publicación de algunos de los poetas invitados, creo que Breytenbach entre ellos. Y para decirlo con palabra que invoca a ser superior, ojalá y un día regrese a estas tierras la concordia y puedan verse a las caras no sólo los poetas, sino propios y extraños, sin que medie en el ambiente el préstamo de las posturas.

Como dijera Fernando Pessoa, por mano de Álvaro de Campos:

¡En cuántas cosas prestadas voy yendo por el mundo!
¡Cuántas cosas que me prestaron conduzco como mías!
¡Cuánto de lo prestado, ay de mí, yo mismo soy!

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Fernando Pessoa, Antología de Álvaro de Campos, Editora Nacional, Madrid, 1978.
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Continuará, espero...