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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Ex abundantia cordis - De la abundancia del corazón


Remembranza de un lance amoroso de principios de año.
Salud!
(lacl)
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Ex abundantia cordis

Hace dos mañanas volvió el amado Ludo (Vico) a nuestra casa, luego de haberse ausentado por una cantidad de días inusitada para sus costumbres, más o menos una semana, cuando lo regular es que se ausente dos, máximo tres días. La razón de su errabundez radica en que nunca se le pudo esterilizar, pues la sabia naturaleza ocultaba uno de sus testículos, cada vez que, con ese fin, le llevaba yo al veterinario. Alguien en mí se alegraba, por una parte, al no podérsele realizar la operación, aunque a sabiendas de que los gatos no esterilizados andan más expuestos a sufrir enfermedades y se desapegan más de la casa, al entrar en competencia con otros gatos. Siempre he tenido los sentimientos encontrados cuando se trata de esterilizar a uno de nuestros peludos. Entiendo que es recomendable y, sin embargo, no me resigno a sentirme como quien está torciendo designios para los que no está autorizado.

Lo cierto es que cuando entré a la cocina, contento de saber que Ludo había vuelto, inmediatamente me le acerqué y le noté algo huraño y asustadizo, algo que jamás había sucedido con ninguno de nosotros. Menos conmigo, a quien robó el corazón, luego de que Yineska me convenciera, a regañadientes, de que lo adoptáramos. Ludo estuvo a punto de salir corriendo cuando le atajé y comencé a hacerle cariños y hablarle tal como le hablábamos cuando era un cachorrito. La cara de Ludo inmediatamente se transformó en un rostro tan patéticamente colmado de ahogados sentimientos que, acto seguido, tanto sus ojos como los míos, se cristalizaron de lágrimas a duras penas contenidas.

Creo que pocas veces en mi vida he tenido una experiencia de tan cargado sentimiento como la acaecida hace dos mañanas. Y entre ellas cuento las experiencias vividas con otros seres humanos. Yineska, asombrada, me decía: ¡Ludo está llorando! Yo le pedí que lo cargara, tal como siempre hicimos con esa buena criatura. Luego lo volví a abrazar yo, mientras le decía: ya vamos a comer.  

Lo que se dio entre Ludo y nosotros fue como un fenómeno de anagnórisis, una revelación por medio del mutuo  reconocimiento. Siempre me he sentido, en parte, responsable de que Ludo sea esa alma nómada que es, lo que por un lado me alegra y por el otro me entristece. Pero lo que se nos reveló esa mañana, fue -a mi modo de ver- un escondido sentimiento de desamparo en esa alma pura, como si creyera o sintiera que nosotros ya no le quisiéramos, como siempre le hemos querido. Cuando nos quedamos solos, él y yo, le hablaba muy bajito. Prométeme que siempre vas a volver, Ludo, aquí no sólo tienes comida, aquí te damos corazón. Luego de esto lo senté en una silla en el patio y seguí haciéndole cariños mientras conversábamos, rodeado por el par de curiosos y nuevos mininos por quien acaso se haya sentido desplazado. De allí estas estampas que ahora publico. Un buen rato estuvimos allí sentados, con Benito y Ágata en plan de felina observación. 

Todos comieron luego regaladamente. Ludo permitió apenas que le hiciera otros cariños, acto seguido, rodeó la casa y salió, como siempre, por el garaje a explorar el mundo. Eso sí, ha vuelto esta mañana, tal como se lo habíamos pedido. 

(lacl, 01 de Marco, 2015).