AZUCENA
El solitario
divierte la mirada por el cielo en una tregua de su desesperanza. Agradece los
efluvios de un planeta inspirándose en unas líneas de la Divina Comedia.
Reconoce, desde la azotea, los presagios de una mañana lánguida.
El miedo ha
derruido la grandeza y trabado las puertas y ventanas de su vivienda lúcida. Un
jinete de máscara inmóvil retorna fielmente de un viaje irreal, en medio de la
oscuridad, sobre un caballo de mole espesa, y descansa en un vergel inviolable,
asiento del hastío.
Las flores, de un azul siniestro y semejante a los flabelos
de una liturgia remota, ofuscan el aire, infiltran el delirio. El solitario
oye la fábrica de su ataúd en un secreto de la tierra, dominio del mal. La
muerte asume el semblante de Beatriz en un sueño caótico de su trovador.
Una doncella aparece entre las nubes tenues, armada
del venablo invicto, y cautiva la vista del solitario. Llega en el nacimiento
del día de las albricias, después del viernes agónico, anunciada por un alce
blanco, alumno de la primavera celeste.
El
cielo de esmalte – 1929
GUARIDA DE LOS MUSICOS
Carlos Julio Ramírez -- Sombras
Carlos Julio Ramírez -- Sombras
Carlos Julio Ramírez -- Amapola
Celeste Mendoza -- Blancas azucenas
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