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lunes, 28 de febrero de 2011


El socialismo se viste de igualdad para imponer la clonación.


Quiero dejar colgada esta glosa antes de que finalice febrero... Por tanto, adelanto el título, por los momentos...

jueves, 24 de febrero de 2011

Guarida de los poetas - Jorge Luis Borges: Sobre lo cifrado de toda inscripción. / JLB: LA CIFRA - Prólogo a "Los conjurados", Jorge Luis Borges, 1985. / Borges, sencillamente Borges…

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¿Dónde carrizos habría puesto yo mi ejemplar de La Cifra? Esa es una de mis consuetudinarias preguntas en lo que toca a los libros que podríamos llamar de cabecera. Lo había sacado de su anaquel, tiempo atrás, en compañía de Los Conjurados, debido a un afortunado reencuentro con tales lecturas. 
Y es que si algo llevo en la memoria, tatuado como con las llamaradas de una vela que acercamos de improviso a faz o a corazón (no lo sé, a ciencia cierta) es la conmovedora Inscripción que abre La Cifra y la otra, no menos sentida, que abre Los Conjurados.

Son escritos con emoción. Y ese es un asunto que Borges se cuida de nombrar a la hora de señalarnos el equilibrio que ha de convocarse entre intelecto y poesía, a la hora de intentar integrar esos procesos en la creación de un poema. Borges se cuida de acotar que se trata de la creación intelectual de un poema. Y eso, me parece, es muy importante mantenerlo presente pues, Borges nunca se consideró un poeta a la altura de los grandes poetas que admiró, por el simple hecho de que, para escribir poesía, no hallaba soltura en verso libre, no se sentía cómodo. Es decir, debía imponerse una brida, de metro y rima, aunque no en todos los casos, para poder expresarse poéticamente. Ello sustenta su no oculta admiración por el verso de Whitman, que logra alcanzar según Borges, lo más alto a que puede aspirar un poeta: el ritmo. 

A pesar de estas consideraciones humildes de Don Jorge Luis con respecto a su propia obra, yo lo estimo como un grandísimo poeta, pues no puedo olvidar cierto estremecimiento en la piel convocado por sus letras. Estremecimiento que Robert Graves atribuiría, sin más, a la Diosa Blanca y no al autor Borges. Mas lo cierto es que todo poeta fidedigno o, como le nominara Whitman, todo poeta cabal, cultiva su propia poética. No hay poeta sin poética. Aunque no la formule sesudamente a través de la palabra crítica. Es perentorio acotar,  sin embargo, que en una de sus últimas entrevistas, Borges desdijo esa teoría sobre el verso libre y la calificó como errónea. 

Por suerte, tengo “back up”, pues hace algunos años pude conseguir, a muy buen precio, tres volúmenes de las obras completas de JLB. Los he tenido por varios meses rodando por la casa. Menos esquivos que los cachorros sueltos. Me he ido al volumen tercero y, una vez más, como suele sucederme, ábrese el volumen en la página que convoco, aquella que reza: La Cifra (1981). Palabra cierta, dice mi madre.


Y no sé, me dirán que no son creaciones poéticas, pero a mí, tanto la Inscripción de La Cifra, como la de Los Conjurados, me parecen entregas tan empapadas de poesía como el más logrado soneto o la más complicada Elegía. Y son escritos en los que, cosa rarísima, dejó Don Jorge Luis Borges traslucir uno de los acicates del vivir y, por ende, de la poesía: el más alto amor.


“El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”, dice Borges en la Inscripción de La Cifra.


“Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro”, dice, luego, en la Inscripción Los Conjurados.


Traigamos unas palabras de Carl Sandburg con respecto a poética, “La poesía es el diario escrito por una criatura del mar, que vive en la tierra y desea volar”, para luego darle paso al “Arte poética” de Borges, seguido de otras lecturas, no sin antes dejar aquí un par de textos, uno de La cifra y otro Los conjurados

(lacl)



LA CIFRA
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La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo
noche o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna,
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella
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Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.
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Prólogo a "Los conjurados", Jorge Luis Borges, 1985.
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“A nadie puede maravillar que el primero de los elementos, el fuego, no abunde en el libro de un hombre de ochenta y tantos años. Una reina, en la hora de su muerte, dice que es fuego y aire; yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.
No profeso ninguna estética. Cada obra confía a su escritor la forma que busca: el verso, la prosa, el estilo barroco o el llano. Las teorías pueden ser admirables estímulos (recordemos a Whitman) pero asimismo pueden engendrar monstruos o meras piezas de museo. Recordemos el monólogo interior de James Joyce o el sumamente incómodo Polifemo.


Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres. Sería muy raro que este libro, que abarca unas cuarenta composiciones, no atesorara una sola línea secreta, digna de acompañarte hasta el fin.
En este libro hay muchos sueños. Aclaro que fueron dones de la noche o, más precisamente, del alba, no ficciones deliberadas. Apenas si me he atrevido a agregar uno que otro rasgo circunstancial, de los que exige nuestro tiempo, a partir de Defoe.


Dicto este prólogo en una de mis patrias, Ginebra.


J.L.B.


9 de enero de 1985
 

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Borges, sencillamente Borges…

Arte poética
https://www.youtube.com/watch?v=zCO46pcXoeg



LÍMITES, Jorge Luis Borges.

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.

https://www.youtube.com/watch?v=6nMFVdF_DM4

POEMA CONJETURAL



Everness

http://www.youtube.com/watch?v=V6VjKoMHZLU&feature=related

Everness, Jorge Luis Borges

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.



Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad


lunes, 21 de febrero de 2011

Letras contra Letras. Digresiones de un divagador… y algunas palabras en torno a humanismo y un libro de Edward Said. / La amistad y los libros. / Una callada lujuria por la vida, Alberto Amengual. .


















Hace unos días tuvimos la grata visita de mi compadre Mario Amengual, ocasión para retomar una conversa que ha de llevar ya unas tres décadas de iniciada, hecho sucedido una noche en la que una modesta pregunta como la que él me formulara, “Poeta, ¿usted bebe?”, recibiera un “algo” como tímida respuesta. Eso fue al salir de una clase conjunta con la querida Mery Sananes, en la Escuela de Letras de la UCV. Pasamos algo así como dos o tres noches con sus días, recorriendo bares, botiquines y polleras de Caracas, haciendo pausa en casa de mis viejos y, si mal no recuerdo, haciendo otro alto en la casa de su también querido hermano Alberto.

Hago esta memoria porque varias cosas gratas me han pasado esta semana. La ya referida visita de Mario, cuyo colofón fue su regalo del conmovedor libro del aludido Alberto, publicado el año pasado, Una callada lujuria por la vida, así como un ejemplar de una de las novelas del propio Mario, El cantante asesinado, para que la obsequie a quien me plazca; hecho por mí retribuido al obsequiarle el que considero mejor libro que he leído en los últimos cinco años, en lo que toca a una noción manoseada (y acaso fuera de moda para la insobornable prisa moderna), como lo es el humanismo.

Me refiero a Edward Said y su libro Humanismo y Crítica Democrática, cuyo subtítulo reza: La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. La alegría viene deparada en la relectura de tal libro y en saber que a mi compadre ese libro también le ha subyugado, por decir lo menos. Creo que la amistad que nos une se funda grandemente en el asombro que nos causa, justamente, la falta de asombro en que vive –grosso modo- el ser humano, tanto como su deserción ante inquietudes vitales, su abolición de preguntas en torno al relacionarse con aquello que Alfonso Reyes tan agudamente denominara “dulzura ambiente” y la falta de tempo para lo que realmente vale la pena en el vivir, como es la vida misma.

En fin, escribo esta nota al desgaire, un poco sin motivo claro o, acaso, con demasiados motivos… Esa noche estuvimos leyendo en voz alta varios de los poemas de Alberto. Hay una redondez en ellos que resulta conmovedora. Circunferencia de la voz. Entrega incondicional a la diafanidad del decir, por lo que me voy a permitir reproducir, al final, uno de tales poemas, que fue muy de mi gusto.

He alternado la lectura de ese libro con el de Said en los días sucesivos y el gesto ha resultado placentero. Me vi forzado a aminorar un tanto la lectura de Vida y Destino, extraordinaria novela que debemos a la mano de Vasili Grossman, escritor execrado durante el proceso de “apertura” de Nikita Jrushov. Jrushov (o, como más se conoce por los medios de prensa occidentales, Krushev) no escatimó medios para soterrar la amenazante sombra paterna de Stalin, pero no alcanzó a vislumbrar que sus tácticas para acabar con el ubicuo fantasma no podrían evitar el inicio de la caída de esas piezas de dominó que conformaban una ilusión designada con las siglas URSS.

El poemario de Alberto, lírica de lo íngrimo, apostilla del ver, y lo que llevo leído de la saga de Grossman, torbellino de muchedumbres, gesta de la crueldad y, a un tiempo mismo, de humanidad, acaso nacida de otra lírica de lo íngrimo, otra anotación del mirar, vienen a hilar desde puntos distintos en esa misma tela con la que Said tiende la mesa.

Y, si se me da la ocasión, he de extrapolar un poco los asuntos abordados por Said, por interpuestas personas. ¿Puede un poeta liando sus bártulos desde lo íntimo, desde la adustez de su propia soledad o, como planteara Rilke a un joven poeta, desde lo pequeño e inopinado hacia lo que nadie o casi nadie más presta atención, abordar y enaltecer los valores de la humanidad y de la historia o, si se quiere, de la historia de la libertad? Definitivamente puede. Tanto como lo puede la más afanosa de las epopeyas memorada por un relator que, bien mirado, igualmente habla desde lo íntimo, desde lo pequeño e inopinado hacia lo que nadie repara, como puede ser su propia soledad arrasada por la multitud.

Otro hecho fortuito de la semana es la inesperada llegada de más libros a nuestra casa (¡faltaría más!). Se suponía que recibiríamos algún aparato doméstico, debido a los reacomodos inmobiliarios de mi familia política, mas no cajas cargadas de aparato crítico de muy diversa índole, amén de novelas, poemarios, memorias, filosofarios, libros de alquimia… El caso es que mi suegro, con quien tanta familiaridad siento a pesar de no haberle podido conocer en vida, ha querido hacernos un legado y en la camioneta han venido unas cuantas cajas con sus queridos libros, amén de otros más de mi “adorado tormento” que nunca se llevó de su casa. He pasado un par de días conversando con ellos y por la noche, en lo que queda de tiempo, vuelvo a la lectura un tanto menos dispersa. Entre sus libros encuentro varias joyas: Totemismo, de Frazer, un volumen con varias obras de Voltaire estupendamente encuadernado por mi suegro -quien fue litógrafo-, clásicos griegos, obras de Paracelso, Galileo, muchos volúmenes de las obras completas de un “desconocido” Amado Nervo, edición al cuidado de Alfonso Reyes, quien escribe varias extraordinarias semblanzas de su conterráneo (no pude evitar leerlas), el diccionario filosófico de Ferrater Mora (la edición de gran formato, en dos tomos) y muchos libros más. No sé de dónde habré de sacar tiempo no sólo para el acomodo de las obras recibidas, sino para su degustación, pero nos las arreglaremos…

Pero volviendo al tema, esto es, al discurso, al combate contra la falta de hilo -dispersión que puedo atribuir, en mi descargo, al hecho de haber estado sometido, por muchos días, a la incomunicación informática, gracias al ingenio de los siempre aguzados corsarios cibernéticos- quiero decir que quien se toma el riesgo no sólo de poetizar o de narrar, sino incluso de simplemente imaginar, a la luz del especializado oscurantismo moderno, no puede evadir la vital pregunta ¿Tiene sentido el devaneo del pensamiento o el devanarse del espíritu ante la intriga incomprensible que postula la locura colectiva que a todos se inculca como razón inconmovible? Definitivamente tiene.

Si toda obra literaria es, en sí, el fruto de un trabajo intelectual, amén de envolver en esa labor el universo emotivo, la dimensión espiritual y hasta el hado de lo intuitivo (aquella fuerza penta-dimensional a que alude Robert Graves como signo de la poesía), no podemos soslayar que el intelectual, para decirlo con las palabras de Said, haya de ser un “…vigía de la humanidad…” y que algunas de sus luchas consisten “…en protegerse de la desaparición del pasado e impedirla…” así como en “…construir con el fruto del trabajo intelectual campos para la coexistencia en lugar de campos de batalla…”

Y ahora sí, acá dejo colgado el poema de Alberto Amengual.

Fin de partida *

a Xavier Salas
La travesía llega a su fin
y la nave encallada
cómplice
de una gaviota de inmaculado vuelo
agita sus maltrechas velas
en señal de amorosa despedida

En homenaje a su fidelidad
trazo sobre la arena
inextricables escenas guerreras
sin vencedores ni vencidos

Parado frente al mar
solo y sin alternativas
como un héroe trágico
miro sin cesar el horizonte
de mi puntual destino
señalado por los astros al nacer

Mi espada no volverá a ser espada
sino remo de madera pulida
y reloj ya sin arena
el fatídico mensaje
de un cuerpo que vuelve a su origen.


* Alberto Amengual. Una callada lujuria por la vida, Fundación Editorial El perro y la rana, Colección Poesía Venezolana / Contemporáneos, Caracas, 2009.
Otro libros citados:
- Mario Amengual, El cantante asesinado, BID&CO EDITOR, Caracas,2010
- Edward Said Humanismo y Crítica Democrática, cuyo subtítulo reza: La responsabilidad pública de escritores e intelectuales. Ramdon House Mondadori, DEBATE, Caracas, 2006
- Vasili Grossman Vida y Destino, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008

- Lo afirmado por Graves puede encontrarse en uno de los ensayos incluidos en el libro Los dos nacimientos de Dionisio, Seix Barral, he citado de memoria y no tengo el libro a la mano...