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martes, 8 de septiembre de 2015

Guarida de los poetas - Carlos Morales del Coso (España, 1959)



 .

Sobre Carlos no voy a dejar aquí alguna palabra introductoria. Prefiero dejarles con su voz. Me limito, sí, a agregar unas palabras de apostilla que, en tono personal, le escribiera ante unos trazos que versan sobre una ventana colmada de caballos, a la luz de la noche, mientras el ser flota en el aire.  
Salud
(lacl)



El pacto

(18 de marzo de 1989 – 5 de enero de 1996)

Al abuelo Amós,
y a Antonio Porpetta

Recuerdo el farol que el abuelo llevaba
en la mano, la luz que en la mano
llevaba cosida el abuelo,
los dedos de la luz adentrándose
lejos, hurgando en la noche
con sus lanzas de oro.

También recuerdo el olor del frío,
el terror que sentía a su mano pegado,
las sombras moviéndose, a mi lado
las dos como juncos que huyeran
de la luz, a través de la luz, y esos perros
que en lo oscuro, terribles, me rozaban.

Y ese aroma semejante al cuchillo
que dejan cuando pasan los corderos
en medio de las sombras, y esas puertas
cerradas, las ventanas durmientes
de los muros, y el silbo de los árboles,
y el viento que gruñe con sus labios
helados, abriéndose paso
por los callejones negros,
y esa forma tan extraña que los buhos
tienen de cantar a Dios
cuando Dios duerme tan a gusto en sus campanas.

Recuerdo también la puerta de madera
que chillaba, la puerta que era puerta
sólo por piedad; había que levantarla
-como todo en la vida- para que abriera
sus fauces, para que nos dejara entrar
donde el silencio, donde sólo el rumor
tronchado de la paja bajo el peso
de las sombras que flotaban, la sombra
de un niño, la sombra de un viejo con luz
que se movía con un niño al fondo
que me estaba mirando.

Y allí estaba ella, de pie, hinchada como un barco
de esclavos, como un barco con patas
oculto en las umbrías de una rada sin nadie.
Apoyada en el pesebre la oveja estaba,
la oveja que tenía una oveja dentro, la oveja que tenía
un balido dentro y yo no lo sabía. El abuelo
entonces quitóse la pelliz, la camisa quitóse,
y el brazo metió en la popa del barco,
y su proa con forma de boca gimió
como grita el dolor, como gritan las rosas,
y una cosa salió que, flácida, brillaba,
y en mis manos puso la cosa el abuelo,
y la cosa baló, y su boca tembló, y la cosa movió
sus delgadas patitas en mis brazos viviendo,
y entonces mano de niño amontonó la paja,
cama hizo, y en ella durmió con el cordero salvo,
y el abuelo mirando se quedó, el abuelo reía
con su luz en la mano, junto al barco vencido,
con un niño al fondo, un niño con flauta
asomado a sus ojos que dentro le cantaba
para no morir de asombro ni de tanta ternura.

La historia de un pacto.
La historia de mi pacto secreto con la vida.

.
De su libro
El libro del Santo Lapicero
Prº Juan Alcaide de Poesía
Valdepeñas, 1999

* * * * *

El viejo


A Ángel Crespo


Cuando las cosas se van, cuando las cosas
recogen sus cosas del armario,
y dicen que se van,
y por última vez en la puerta se vuelven,
y sus ojos te dejan -llamándote- en los ojos,
y tú no les contestas
porque hay lluvia en el pecho,
porque una voz te llama
pasando su lengua por tu mano,
y ese viento
con su rabo feliz ahuyentando la vida,
y esa luz de pronto, esa luz airada
golpeando de pronto
la ventana con sus dientes -llamándote-,
luz que entra
y al llegar a la cama se detiene
y te observa en medio de lo oscuro
como águila al conejo que asustado bajo una zarza llora.
Es inútil levantar la mano. La mano no se mueve.
Inútil es también abrir la boca.
La boca no puede cantar, la boca no sabe cantar
cuando las cosas te miran
y no te reconocen y dicen que se van,
que nada queda ya que las retenga en la casa,
nada de todo cuanto hubo, nada que no sea
ese viejo austero y recostado como un bronce
que mirando al Sur bajo la salicaria duerme,
y en cuyos ojos fríos los pájaros vienen a morir,
y no lo saben.




 De
Valdepeñas, 2000

.


Palabra menor
(Inédito, 31 de Marzo de 2014)

Ha sido fácil.
La luz rompía las cortinas.
La luz despertaba los cuadros con su lengua.
Y sus ojos crujían,
aunque era de noche.

Había una ventana.
La ventana estaba llena de caballos
paciendo esa luz de hierbas luminosas
aunque era de noche
bajo el beso del aire.

He abierto la ventana.
He escuchado las flautas de la luz
escribiendo en el cielo
aunque era de noche
con amapoles rojos.

Es de noche ahora.
Floto en el alféizar. 
Todo es silencio.
Nada me espera.
Miro la cama. Veo el libro de páginas cerradas
que nadie concluyó. Veo
un hombre sin luz. Un hombre que duerme
con los ojos abiertos. 
El veneno en la mesa.
Y
Ya.


Apostilla:

La verdad, Carlos, es que me has dejado estremecido. Un verso tuyo, tan fresco que huele a lápiz o tinta y tan de otro tiempo y otro espacio... Es un hermoso canto de sueño y despedida, colmado de luz en toda esquina, incluso en los recovecos de oscuridad que nos pintan las palabras en la estancia y en la de la noche que aguarda el salto del alma que, antes de abrir alas para soltarse al vuelo, puede volver la vista y ver esa vida, que nada ni nadie tiene el poder de concluir, porque siempre nos vamos con todo por hacer, y porque ni la vida misma ni nuestras caligrafías sobre ella, tampoco tienen el poder de cerrar ese capítulo final. Damos paso, partimos a...

El cuerpo, me dijo una vez mi padre, se transforma en una cárcel. Lo importante en toda vida es aceptar ese efímero regalo y reconocer que sólo es vestimenta de una luz que es esqueleto de la noche. Y otra cosa me dijo, como todo padre que quiso abrazar a sus retoños: somos hijos de la muerte.

No sólo duerme el hombre con sus ojos abiertos. El alma vuela con sus ojos bien abiertos.

No afirmo que esto es lo que quiere cantarnos el sueño, pero es la lectura que “aguijoneantemente” me ha despertado.  Y sólo rezo porque no sea prefiguración.

Un abrazo de luz, hermano.

Luis Alejandro.


Saludo ENORMEMENTE que andes librando por todos (al menos, por este servidor) con esas tejedurías...
 

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