Katsimbalis y Durrell
.
Se trata de lo dionisíaco.
En una publicación abierta en las redes sociales, se estableció una suerte de carteo
colectivo entre varias personas. Todos versando sobre lo leído y lo tatuado en
nuestras memorias. Todo sobre lo vivido. Y todo sobre lo danzado. Porque de
danza y Dionisos es que versaba la conversa.
No son libros,
son gentes, gentes de carne y hueso, las que se instalan en la sala de la
memoria y comienzan a vivir con nosotros. Así lo siento yo, que tengo la
certeza de haber visto a Katsimbalis danzar y cacarear como un gallo,
despertando a todos los gallos de una dormida Atenas, cual le cuenta Durrell a
Miller en el hermoso colofón de El coloso de Marusi… Razón por la que agrego ahora estas
palabras que afortunadamente guardé pues, al final (no lo recordaba) transcribí
la hermosa carta de Larrence Durrel a Henry Miller y que sirve de maravilloso
cierre a esas espléndidas memorias que llevan por título “El coloso de Marusi”.
(lacl)
[… Gracias Carlos. “En llegando” a casa… Me
acabo de suscribir a Artesanato (nombre que me fascina), pues una pequeña
infamia de no importa quien, me ha inhibido de poder solicitar amistades en
esta red social, infamia acaso originada en ese espíritu represivo y policial
que en toda región se da de suyo, como las zarzas... Alguien supuestamente
alegó que yo soy generador de mensajes SPAM… Nada que ver, por supuesto.
Me encanta
contemplar la red tejida.
Esa imagen de
artesanato hace juego perfecto con lo expresado por ti. En mi caso, lo señalado
se originó en el cruce de lecturas tales como las memorias de Isadora Duncan (Mi
Vida), el luminoso Coloso de Marussi, de Henry Miller, Las Bacantes de
Eurípides (obra genial), amén de esas dos joyas que conforman Los Griegos y lo
Irracional, de Dodds y el Nacimiento de la Tragedia, de Nietzsche. Por
supuesto, no quiero decir que descubrí el agua tibia. Lo que quiero decir es
cuán radiante me pareció que Isadora llegara a las mismas conclusiones a que
llegaran Dodds y Nietzsche, por ejemplo, a partir de la contemplación del arte
griego. Reproduzco parte de lo escrito en mi blog, en la ocasión de hacer
memoria de lo que, para mí, fue un prodigioso hallazgo.
“…Quiso el azar
que por aquellos días, amén de las lecturas de Mi Vida y El Coloso de Marussi (por las que debemos dar las gracias a Mery Sananes), cayeran en mis manos libros como Las Bacantes de Eurípides, Los Griegos y lo
Irracional, de Dodds y el Nacimiento de la Tragedia de Nietzsche (gracias a
Hanni Ossott, María Fernanda Palacios y López Pedraza, entre otros). Es inenarrable
la conmoción espiritual que me causó el haber podido comprobar que lo que
Isadora dedujo de la contemplación de las imágenes de la danza griega,
afortunadamente preservadas en las piezas arqueológicas, fuera en cada una de
esas obras igualmente reseñado: que la experiencia dionisíaca se manifestaba en
las Bacantes como un arrebato o secuestro de la psique en la que el cuerpo toma
una peculiar postura, con la cabeza cayendo hacia atrás. Aquel que guste de la
lectura, compare lo que Isadora dijo sobre los griegos y lo dionisíaco con lo
que Lawrence Durrell cuenta a Miller en una carta y que éste coloca al final de
su Coloso de Marussi. Las coincidencias son más que evidentes. No hay edad ni
era para que Dionisos haga su aparición. Simplemente viene y toma lo que es
suyo…”
Agregaré algo. Se
me ocurre que quien sintiera el deseo de intuir o presentir la revelación de lo
dionisíaco, podría intentar su búsqueda leyendo la carta en que Durrell le
narra a Miller una anécdota sobre Katsimbalis. Por supuesto, El coloso de
Marussi es libro que invita a ser leído de cabo a rabo, con verdadera fruición.
Y disculpen si les parece que abundo demasiado al agregar la cuartilla referida
a continuación. Con un abrazo… LA …]
(Katsimbalis)
(Isadora Duncan)
.
(Escribe Miller en su
apéndice de El coloso de Marussi)
APÉNDICE
Acababa de escribir la última
línea cuando el cartero me entregó una característica carta de Durrell, fechada
el 10 de agosto de 1940. La transcribo para completar el
retrato de Katsimbalis.
Los campesinos están tumbados
sobre cubierta comiendo sandías; las canaleras chorrean jugo de sandía. Es una
gran muchedumbre que va en peregrinación a la Virgen de Tinos. Acabamos de
salir precariamente del puerto, escrutando la línea del horizonte por si
aparecen submarinos italianos. Lo que verdaderamente quiero contarte es la
historia de los gallos de Ática; servirá demarco a tu retrato de Katsimbalis,
que todavía no he leído, pero que parece maravilloso según todo lo que me
dicen. La historia es ésta: la otra tarde subimos a la Acrópolis, muy borrachos
y exaltados por el vino y la poesía; hacía una noche oscura y muy calurosa, y
el coñac rugía en nuestras venas. Estábamos sentados en los escalones, ante la
puerta principal, pasándonos la botella, Katsimbalis recitando y G.
lloriqueando, cuando de repente K. fue preso de una especie de arrebato. Dando
saltos, gritó: «¿Queréis oír a los gallos de Ática, malditos modernos?». En su
voz había un asomo de histeria. No le contestamos, pero él tampoco lo esperaba.
Dio una carrerilla hasta el borde del precipicio, como una reina de cuento de
hadas, una reina negra y pesada en su negra vestimenta, echó la cabeza hacia
atrás, golpeó con la empuñadura de su bastón en su brazo herido, y lanzó el
clarinetazo más terrible que he oído. ¡Quiquiriquí! El grito repercutió por
toda la ciudad —una especie de bola sombría punteada de luces semejantes a
cerezas. Retumbó de montículo a montículo, y subió como una rueda hasta debajo
de los muros del Partenón...Estábamos tan asombrados que nos quedamos mudos. Y
mientras nos mirábamos unos a otros en la oscuridad, allá en el horizonte,
matizado en su oscuridad por una plateada claridad, un gallo contestó
soñolientamente; después otro, luego otro más. Eso enloqueció a K. Pavoneándose
como un pájaro que va a lanzarse al espacio, y sacudiendo las puntas de la
chaqueta, lanzó un terrorífico alarido, y los ecos se multiplicaron. Siguió
vociferando hasta que las venas casi le saltaron de la piel, semejando de
perfil a un gallo cascado y envejecido, batiendo las alas sobre su propio estercolero.
Aulló de una manera histérica, y su auditorio del valle siguió creciendo hasta
que de un extremo a otro de Atenas, gallo tras gallo lanzaron su canto
contestándole. Finalmente, entre risa e histeria, tuvimos que pedirle que se
detuviera. La noche estaba llena de cantos de gallos, y toda Atenas, toda el
Ática, toda Grecia y hasta llegué a imaginar que te despertabas del sueño que
habías echado en tu despacho neoyorkino al oír aquel aterrador clarinetazo
argentino: el canto del gallo katsimbaliano que resonaba en el Ática. Fue algo
épico: un momento grandioso y del más puro Katsimbalis. ¡Si hubieras podido oír
a esos gallos, el frenético salterio de los gallos de Ática! Soñé en ello
durante dos noches seguidas. Bien, nos dirigimos a Mykonos, resignados, ahora
que hemos oído los gallos del Ática desde la Acrópolis. Me
gustaría que escribieras esto; es parte del mosaico...
LARRY
.
Ménade sobre leopardo
(Miller)
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