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jueves, 12 de octubre de 2017

LA ARISTOCRACIA DE LOS HUMANISTAS, José Antonio Ramos Sucre, La torre de Timón.





LA ARISTOCRACIA DE LOS HUMANISTAS, José Antonio Ramos Sucre, La torre de Timón.


Carencia de objetividad, lo que multiplica los dictámenes personales, como si de opiniones no constara el tesoro de austeras disciplinas humanas. Flojo enlace, consecuencia problemática entre los acontecimientos, falta de regularidad que engaña a la previsión. He aquí los argumentos de quienes reducen la historia a simple entretenimiento literario, donde cada autor de respeto marca su estampa, enriqueciendo más la diversidad del mundo.

La historia puede merecer el majestuoso nombre de ciencia, desde que ésta, despojada de lo absoluto y allanada a tarea más humilde, renuncia a explicar y antever y se reduce a describir.

La historia como pasatiempo estético es parecer de humanistas. Los hombres del Renacimiento repetían en la escritura de ella la grandiosa unidad del poema épico, y ejecutaban una y otra empresa literaria bajo el dictado de la misma musa. Seguían otras veces el curso de los acontecimientos, para exponerlos a guisa de ejemplos, con fines de moral práctica para uso de los príncipes. Prestaban a los personajes en consejo discursos armados de sutilezas y figuras, como en torneo de escuelas. Atribuían a los caudillos de la batalla arengas razonadas o briosas que tenían de Tito Livio o de Homero. Cerraban el comentario a los sucesos estampando con duro buril de hierro la grave sentencia escapada a la ceñuda concisión de Tácito.


Jamás se ha tratado la historia, como entonces, con tan fina curia, como para público de artistas. Los personajes son todos héroes, y hablan extraordinario lenguaje sobre un tablado trágico. Desde aquí amonestan a caballeros y monarcas. La Edad Media contribuye con la parte más principal al brote del Renacimiento. Aporta el entono caballeresco, el menosprecio casi feroz hacia el villano, sentimientos más benéficos para el culto del arte que todo el primor de la erudición grecolatina. Los letrados se alejan hoscos e inhumanos de la plebe. Escriben historia a modo de epopeya, o con moraleja que no sirve a la turba de los mortales. Plagan, por lo mismo, las literaturas de la época con aquellos modos de expresión, raros y artificiosos, que sedujeron a Góngora, entre muchos. Eran, en suma, estilos y temperamentos cortesanos y heroicos, en los cuales se reiteraba el Feudalismo.

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