Introito
A Marcelo Sztrum
Esta es una de esas notas o semblanzas que uno más agradece en la vida. Al menos es mi caso -puedo asegurarlo- desde que estoy transitando por las calles cibernéticas y compartiendo nuestra común ciudadanía virtual.
Se trata de una glosa de Bernadette Lambotte sobre el cuardo “Pobre poeta”, de Carl Spitzweg. Un amigo tuvo la deferencia de incluirnos en el buzón de destinatarios. Yo no escribí nada en particular en ese momento, aparte de agregarle, a modo de respuesta, el poema de John Donne intitulado La pulga, un poco por señalar otra relación entre “lo grande” y “lo mínimo”, bien porque no podía con el ahora de aquella hora o porque no podría con ninguna hora ni ningún ahora. No siempre estamos aptos para el decir y eso es algo que hay que saber aceptar. Cuando es la hora del callar, hay que callar. En fin, me quedé con mi pobre poeta incrustado entre pecho y espalda, con su pulga y sus amados mamotretos, que de mamotretos acaso sólo tengan el tamaño.
Pero ahora me ha dado la vena de divulgar la glosa de Bernadette Lambotte agregando estas palabras como introito. Un poeta cabal no ama la mamotrética extensión, mucho menos ese culto “mamo-tétrico” de lamer las cosas en virtud de una grandiosidad vana o aparente. Así han pasado los días y las noches, de cuando en cuando pensando en ese poeta pobre -que no me resulta igual que decir un pobre poeta- reducido al más mínimo rincón (perdónenme la hipérbole) de su vivida hora. Me parece que esa imagen -juzgada a la luz de la comparación hecha con la ilustración de Daumier- dice, junto a la del propio Daumier, mucho más que un millar de tratados del saber, sean estos de historia, filosofía, psicología o sociología. Destaca crudamente tres ámbitos: el mundo de la imago y los sentidos, mundo interior y de la psique del que ese retratado reducto del pintor es acaso símil o metáfora; el mundo que el hombre se ha hecho, mundo de lo exterior y patente, que avanza como un pesado bulldozer o aplanadora desolándolo todo; y el mundo ajeno y prodigioso, que sigue su pausada marcha y con cuya alma (anima mundi) aspiran las poéticas almas a entrar en desprendida aunque erótica correlación.
lacl
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Bernadette Lambotte: Pobre poeta, Carl
Spitzweg, 1839. Nueva pinacoteca
Aquí hay una obra que se conoce muy poco
en Francia pero que es, más allá del Rin, casi tan famosa como la Gioconda. El
pobre poeta (Der Arma Poet) de Carl Spitzweg es una obra muy importante en la historia
del arte alemán.
A comienzos del siglo XIX, Europa está
marcada por el romanticismo alemán. Las pinturas de la época ponen al hombre en
el centro de las composiciones, en armonía consigo mismo y con la naturaleza o
refugiado en un mundo de sentimientos interiores. Este movimiento de libertad
individual está relacionado con el Congreso de Karlsbad de 1819. En este congreso,
los representantes de los estados alemanes deciden medidas represivas (censura,
controles) para detener el riesgo de revolución. Entonces comienza el
Biedermeier. La crítica se hace más insidiosa, menos frontal. Carl Spitzweg es
simbólico dentro de esta protesta fina y secuestrada.
Detrás de obras de género aparentemente
inofensivas, Spitzweg muestra un discurso a menudo muy satírico sobre sus contemporáneos.
Con Der Arma Poet, Spitzweg desvía la cara hasta entonces muy idealizada por
los románticos del pobre poeta, de intelecto recluido.
Esta pintura nos muestra el interior de una pequeña buhardilla. Una pequeña jaula de unos metros cuadrados donde vive un excéntrico, un loco. El ′′poeta′′ en cuestión está tumbado en un pobre colchón. Sostiene en su boca una pluma y mira su mano. Primero se creyó que el hombre tomaba así su mano para aislar gusanos. Hoy se defiende la tesis de que el ermitaño está aplastando una pulga entre sus dedos. El paraguas suspendido del techo y el empobrecimiento del personaje nos indican que la habitación no está calentada y está desprotegida. Algunos elementos acentúan lo ridículo del personaje:: nariz de gancho, gorro de noche y hojas sueltas sobre sus rodillas...
En su obra, Daumier y Alemania, Werner
Hofmann compara Francia y Alemania a través de las obras de Daumier y Spitzweg
sobre el tema del pobre poeta, que entonces se recogía muy a menudo en el arte europeo. El estudioso aduce que ambas obras se ajustan al cliché
expresado por Stendhal, cuya premisa reza que ′′la vida de los alemanes es
contemplativa e imaginaria, la de los franceses es toda de vanidad y
actividades". Comparando Der Arma Poet de Spitzweg y Poeta En la buhardilla, de Daumier, Hofmann expone que ′′el poeta alemán, cómodo en su pintoresco
mundo, sólo se concentra en la pulga que sostiene entre sus dedos. El francés, un
melancólico enojado, contempla con desconfianza el techo; el texto que escribe
es seguramente un panfleto, una libelle inflamada".
El pobre poeta de Spitzweg se enfrenta al estereotipo romántico del hombre consciente de su pequeñez frente a una naturaleza todopoderosa. El personaje de Spitzweg es un poco el antihéroe, el contra modelo del viajero de Friedrich. En lugar de este gran soñador en el corazón de una naturaleza infinita, Spitzweg pone en escena a un individuo grotesco, centrado en lo minúsculo, y cuya única perspectiva paisajista es el techo nevado de la casa de enfrente, que sólo puede ver a través de su pequeña ventana.
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Y a modo de complemento cerremos con el poema La pulga, de John Donne. Aquí lo dejamos en la versión de
Alberto Girri...
La pulga, John Donne
Observa, pues, esta pulga, y observa en ella
Cuán poco es lo que me niegas;
Primero me succionó a mí, y ahora a ti,
Y en esta pulga están mezcladas nuestras sangres;
Tú sabes que a esto no puede llamársele un pecado,
Ni una vergüenza, ni una pérdida de virginidad.
Sin embargo, ella goza antes de cortejar,
. . . Y se hincha, bien alimentada, con una sangre compuesta de dos,
. . . Y eso, ay, es más de lo que nosotros haríamos.
Oh, quédate, conserva tres vidas en una pulga,
Donde casi somos un matrimonio y aun más que eso;
Esta pulga es tú y yo, y éste
Es nuestro tálamo, y nuestro templo nupcial.
Aunque a los padres, y aun a ti, les pese, estamos unidos,
Y enclaustrados en estos muros de azabache.
. . . . Aunque el hábito te haga capaz de matarme
. . . . . No permitas que a ese delito se agregue el suicidio,
. . . . Y el sacrilegio, tres pecados en un triple crimen.
¿Cruel e impaciente, has, pues,
Empurpurado tu uña con la sangre de la inocencia?
¿De qué pudo ser culpable esta pulga
Sino por la gota que succionó de ti?
Sin embargo triunfas, y dices
Que no sientes que tú o yo seamos ahora más débiles;
. . Eso es verdad, aprende entonces qué falsos son los temores;
Cuando te entregues a mí se habrá perdido exactamente
Tanto honor como vida te sustrajo la muerte de esta pulga.
Debussy - Rêverie
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