Vamos a zanjar una deuda. Sobre las fuentes de nuestra polifuncional palabra "coroto", sobre la que tantas teorías hay sobre sus orígenes. Sirva, de paso, la divulgación de este artículo, como un modesto pero merecido homenaje a Ángel Rosenblat, a quien tanto le debemos todos los latinoamericanos e hispanoparlantes, en general, y los venezolanos, en especial.
Va dedicado a un amante y cultor de las palabras, nuestro querido amigo Marcelo Sztrum.
Salud!
lacl
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COROTO *
Belarmino,
el zapatero filósofo de Pérez de Ayala, quería inventar una lengua en que las
palabras adquiriesen un sentido amplio, espacioso. Su ideal era encontrar una
sola palabra en la que cupieran todas las cosas, como una especie de horma
maravillosa que sirviese para todos los pies. ¡Qué lástima que no hubiese conocido
nuestro coroto!
En
la palabra coroto cabe el universo
entero. Aunque se conoce también en el Ecuador, Colombia Panamá, Santo Domingo
y Puerto Rico (con el valor de trastos, trebejos, bártulos, barajitas), en
todas esas regiones su uso es limitado, y se debe sin duda a expansión
venezolana.
Sobre
el origen de coroto hay una hermosa
anécdota. Se dice que Guzmán Blanco trajo de París un lienzo de Corot, el famoso
paisajista. El general solía recomendar machaconamente al servicio: «¡Cuidado
con el Corot!». Las criadas empezaron a burlarse del coroto del general, y la expresión se
extendió a los objetos más diversos.
Una
variante de la anécdota atribuye dos cuadros de Corot al general José Tadeo
Monagas. A l desplomarse l a d ictadura monaguista, el pueblo saqueó la
residencia presidencial y arrastró por las calles los dos Corots,
particularmente apreciados por el presidente. Uno de los ex contertulios, al
ver la suerte infortunada de los cuadros, exclamó: «¡Adiós corotos!».
La
explicación es demasiado bonita para ser verdadera. Además, la palabra coroto era general ya antes de la época de Guzmán
Blanco, antes de la caída de los Monagas, que fue en marzo de 1858, y
seguramente antes de la existencia misma de Corot. El testimonio más antiguo
que tenemos hasta ahora es de Núñez de Cáceres, en su Memoria sobre Venezuela y Caracas.
Aunque el amargo Núñez de Cáceres llegó de Santo Domingo en 1823, su Memoria es probablemente de 1851 o 1852, pues
cita una sentencia del 5 de agosto de 1850. Todo lo caraqueño lo veía con pesimismo
y desagrado, y decía de las casas: «A los ocho o diez años es ya preciso
reparar techos y mudar o entremeter vigas, porque están carcomidas, y la casa
es un coroto viejo, como dicen vulgarmente».
Ya
tenía amplia trayectoria en 1858, cuando aparece en Caracas El Pica-y-Juye, consagrado a la
sátira política. El 20 de junio menciona, en un presunto catálogo de libros:
«Arte de publicar bandos por música», por Felipe del Coroto. El 14 de julio está
en polémica con él y le replica con una carta («Mi estimado Felipito») que
lleva el siguiente epígrafe, en un sendo latín macarrónico:
Magister.
—Quid est Corotus?
Discipulus.
—Res inutilis, sicut cascus rotus
(Juvenal,
Sát. X).
Ya
se ve que coroto era la cosa
inútil, el cacharro roto. Esa carta, en la que aparece repetidas veces la
palabra («mi cabeza es un coroto»), termina con un decreto:
Nos,
Pica-y-Juye, de la Orden del Algarrobo, de los encorotados
del 15 de marzo...
Considerando
1º
Que Felipito Coroto me ha dirigido por la prensa insultos
y
amenazas imperdonables...
Decreto
Artículo
1º Felipito Coroto queda borrado para siempre de la lista militar del Algarrobo
y de la Legión del Libertador del 15 de marzo...
Artículo
2º De ahora en adelante no se llamará Felipe Coroto, sino simplemente Felipe o
Felipito, sin más añadidura.
En
1859 Daniel Mendoza, en Un llanero en la Capital,
lo convierte ya en exclamación eufemística: ¡corotos!
Luego hay profusión de corotos en
toda la literatura venezolana, desde Peonía y El Sargento
Felipe hasta hoy. En Maracaibo lo señalaba José
D. Medrano en 1883. Y en Colombia, Rufino José Cuervo en sus Apuntaciones críticas, desde la primera
edición, de 1872; es frecuente además en los Cuentos de
Tomás Carrasquilla.
Después,
los testimonios en toda la literatura venezolana son infinitos, y las
acepciones, diversas. Puede designar un objeto de nombre desconocido o que no
se quiere nombrar: «¡Alcánceme ese coroto!», «¿Qué coroto es ése?». O un objeto
despreciable: «¡Tire ese coroto!». Pero puede abarcar todos los objetos de una
casa, incluyendo los muebles, o todas las mercancías de un establecimiento, con
la estantería: «Fulano se marchó con todos los corotos», «Estoy mudando los
corotos». «¡Fulano con sus corotos!» se oye alborozadamente en las prisiones,
porque es anuncio de libertad. Coroto puede ser también
asunto, negocio. Es decir, que absorbe todos los usos de la palabra cosa: «Tengo que hablarte de un coroto»,
«Tengo que hacer un coroto». En Fiebre, la novela de
Miguel Otero Silva, el maestro Eusebio dice a los que le proponen que entre en
un complot contra Gómez y reúna a sus amigos:
Yo
no puedo invital a más naiden sin decirle, junto con
proponerle
el coroto:
—Aquí
tiene un perol pa que zumbes tiros.
Y
hasta puede designar el poder, con todas sus prebendas, como en Vidas oscuras, de Pocaterra:
—¿Por
qué fue que tumbaron a los godos?
—Porque
querían el coroto para ellos solos.
Por
eso dice un personaje de Estación de máscaras,
de Arturo Uslar Pietri:
—Si
yo llego algún día a ponerle la mano al coroto, van a saber lo que es mando. De
eso sí sé yo.
Y
Alberto Castillo Arráez, en su novela Al alba los centinelas nocturnos:
Doña
Felipa, en la retaguardia, organizaba a los crespistas para cuando —como ella
decía gráficamente— Crespo volteara el coroto y se diera la cosa.
Basheigh,
en The Criollo Way, registra el
refrán: «Cuando la gallina canta, huevo tiene en el coroto». Que equivale al
dicho tradicional: «Cuando el río suena, piedras trae».
Estar metido entre los corotos es
estar de punta en blanco, luciendo las mejores prendas. ¡Adiós, coroto! es expresiva exclamación
de asombro. Y entregar los corotos (como
entregar los papeles) es morirse:
«¡Qué vida! ¡El día menos pensado uno entrega los corotos!». Y no nos detenemos
en usos más restringidos, y hasta impúdicos.
¿Y
de dónde viene una palabra tan afortunada, si nada tiene que ver con Corot? Su
origen es realmente humilde, como el de casi todas las cosas grandes. Es sin
duda una voz indígena. El sentido primitivo de la palabra, que todavía se
conserva en el Apure, en el Guárico y en Portuguesa, Cojedes y Barinas, es de escudilla
o vaso hecho de la corteza de la tapara o de la totuma: es la tapara o totuma
después de sacada «la tripa». Si se corta el fruto por la mitad, resultan dos corotos de totuma, pero lo general es que se
corte únicamente la parte posterior. También se usa el coroto de coco, para beber agua. El llanero
llevaba siempre su coroto en la silla, para su uso personal, y en él bebía su
aguardiente. Hemos tenido ocasión de encontrar corotos de
éstos en la rústica cocina llanera. Como muchos de los recipientes se hacían
igualmente de la corteza de totuma, poco a poco todos se llamaron genéricamente
corotos, y hasta se llamó troja de los corotos a una especie de
tarima en la que se colocaban todos ellos. Finalmente, pasó a designar cualquiera
de los utensilios, y luego cualquier cosa. Al principio, sin duda
despectivamente, pero poco a poco como simple expresión familiar.
La
misma carta del Pica-y-Juye que
se burla de Felipe Coroto (14 de julio de 1858), dice: «Cuando recibí tu carta
me estaba comiendo un coco más sabroso, y roía el coroto como muerto de hambre,
porque me gustan mucho los cocos», «Tenía la cabeza como un coroto, o chirimoyo,
o cosa parecida». Y comenta sus versos: «enciérralos bien en un coroto, y
después sácalos uno por uno». En esa época no se asociaba el coroto con Corot, que, efectivamente,
empezaba a ser famoso en Francia. Era viva aún en Caracas la acepción de
escudilla o recipiente y hasta el coroto de coco.
Proceso
enteramente análogo se ha cumplido con perol,
que empezó siendo un modesto utensilio de cocina (todavía lo es en España), y
se ha transformado, como coroto, en designación genérica
de cualquier objeto. Y hasta se puede también estar metido entre los
peroles o expresar la sorpresa con un
enfático ¡adiós, peroles!
Y hasta hay perolada como
corotada, perolaje como
corotaje y perolero como
corotero. En el Táchira es frecuente la corota: «Deme esa corota», «Yo no me monto
en esa corota». Que se corresponde con la perola de
otras partes: «¡Echa palante, que te atortillo la perola!», oímos a un
impaciente chofer caraqueño.
Del
mismo tipo genérico («comodines» las llama Beinhauer) hay una serie de voces en
Venezuela, además de coroto y perol y de las castellanas cachivache, cacharro, trasto (se
oye mucho traste, como en otras
partes de América) o trebejo y
bártulos, que también se usan. Quizá los más
frecuentes sean bicho y bicha, y sus derivados bicharaco, bicharango, bichurango, bicharanga:
«Tráeme acá ese bicho» (en general es todo animal, pero además un libro, un florero,
un serrucho, etc.), «Coloque ahí esa bicha» (un paquete, una cosa cualquiera),
«¿Cómo se llama ese bicharaco?»,«Niño, cógeme ese bicharango que está ahí»,
«Ese bichurango arrímelo p’ayá» (en el Táchira; también bichurangas, bichuraco, bichuraca),
«Deme la bicharanga esa». Pero también otras: «Recoja sus macundales y
márchese» (o sus macundos,
en Doña Bárbara). «Ese tereque de silla hay que
mandarlo para la barranca» (ya lo registraba Miguel Carmona hace un siglo y se
encuentra en Urbaneja Achelpohl y en Pocaterra), «Páseme ese pereto» («¿Para
qué guarda ese perete?», en Lara y Portuguesa; «Arrunce esos pereques payá», en
el Táchira), «Bote ese peco, que no sirve para nada y estorba» (en el estado
Sucre), «Me molestan mucho esos perendengues» (pueden ser de adorno o no),
«Bote esos chécheres», «Está allá arriba en el cuarto de los chécheres» (en el
Táchira), «Páseme la guarandinga esa», «¿Qué guarandinga es esa?» (en ciertas
circunstancias también se pueden usar con valor genérico coso, jaiba, jeringa, lavativa, varilla y
la groserísima vaina). Además, tienen
vida regional con el valor de baratijas o cosas inútiles, magaya («Los buhoneros no cargan más que
magayas», en el Guárico) y guachapeto («Hacéme
el favor de quitar esos guachapetos de aquí», en Falcón). Miguel Carmona
registraba triquitinales,
que hoy no encontramos. Y aun les corresponden dos verbos típicos: curucutear, escudriñar, andar en busca de
objetos diversos («Fulano anda por ahí curucuteando») y bichanguear: «¡Bichanguéeme ese paquete!», que
puede ser, en Lara, desátelo, átelo, cárguelo, etc., según Silva Uzcátegui. De
todas ellas el pereto y el peco coinciden bastante con el coroto: designan la mitad de una tapara (o
un trozo de tapara) y cualquier trasto viejo y hasta una persona inútil. Según
me informa madame Catrysse, lo mismo ha pasado en gran parte de Bélgica (en
Hainaut, por ejemplo) con el francés bidon.
De nombre de un recipiente ha pasado a designar los objetos más diversos:
«J’emporte tous mes bidons», «Je déménage tous mes bidons».
Para
el origen y trayectoria de nuestro coroto tenemos
una serie de noticias. Humboldt, en su viaje de 1800 por los valles de Aragua,
encontró entre Valencia y Güigüe, una serie de montículos que se elevaban de
improviso en la llanura, algunos de los cuales —dice— conservaban el nombre de
islas (libro V, cap. XVI: «verbigracia, el Islote, y la Isla de la Negra o
Corotopona». Julio C. Salas, en sus Etimologías americanas,
lo interpreta como «lugar de pericos», pues dice que en la lengua Opone coroto era el perico (según G. von Langerke,
citado por Goeje). Agrega que Coroto o Corotare era nombre propio de indios del
reparto de encomiendas de Yaracuy, en 1552.
Detengámonos
en segundo lugar en el Proceso político seguido
en 1801-1802 a Francisco Isnardi, un piamontés establecido en Güiria que luego
fue secretario del primer Congreso de Venezuela. Las autoridades españolas lo
acusaban de estar en relaciones con Inglaterra, potencia enemiga, y «conmover
los ánimos de los habitantes» a favor de la Independencia de América. El 20 de
agosto de 1801 designaron depositario de sus bienes a don Francisco Cipriani, y
en el registro figura en primer lugar: «La casa de bahareque cubierta de
corota».
Joaquín
Gabaldón Márquez, que prologa el Proceso político,
dice: «Esta corota... debe ser
alguna manera de palma, u otro vegetal de cobija, que usan en Oriente para el
techado de casas». Es posible que haya un error de transcripción por carata, que es efectivamente una palma muy
usada en Guayana para techar. De todos modos, corota designa
en Bolivia, según el Vocabulario de
Ciro Bayo, una planta, la cresta de gallo, y hasta una frutilla muy sabrosa. Es
sin duda la misma especie que en la provincia argentina de Salta se llama corota de gallo, una solanácea.
En una gran región, muy coherente, de Bolivia y la Argentina (provincias de
Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Salta) las corotas es término grosero para designar los
testículos: ya en 1616 aparecía korota con ese valor en
quechua (citado por Corominas) y aun antes, en 1612, en aimara (en el Vocabulario, del P. Ludovico Bertonio). ¿Cuál de
las dos acepciones, la vegetal o la animal, es la originaria? Entre los dos campos
hay constante traslación metafórica (por ejemplo: turna, criadilla, tapara, ahuacate, porongo, papaya, etc.,
en diversas partes de América). En este caso nos parece que la acepción vegetal
es la originaria: también tapara, usado como
recipiente, igual que coroto, presenta entre nosotros
una traslación análoga. De todos modos, nuestro coroto —hemos visto algo
análogo en la difusión de hayaca— testimonia un
amplio movimiento lingüístico a través del complejo mundo del Amazonas.
¿Estará
además relacionado nuestro coroto con el chorote, que entre los cuicas de Trujillo,
según Julio C. Salas, designaba una vasija? También chorote es una voz indígena de bastante
extensión americana. En los Andes, además de ser una vasija de barro, designa
la chocolatera (de ahí cacao chorote,
o simplemente chorote, el que se
prepara en ese recipiente). Tiene también una serie de usos figurados: «Lo que
le queda a usted es un chorote», dice un dentista a la persona que tiene una
muela completamente picada por el centro (Picón Febres); chorote es también la habitación en muy malas
condiciones o la casa pequeña, ruinosa y desaseada (Aníbal Lisandro Alvarado),
y en Lara lo registra Silva Uzcátegui con el valor de trasto viejo. Isidoro
Laverde Amaya, que pasó por Cúcuta a principios de 1886 en viaje de Bogotá a
Caracas, explicaba coroto como equivalente
de chorote, aunque luego lo salvó en la Fe de
erratas: «Coroto, cualquier cosa».
Pero es curioso que en Costa Rica una voz muy parecida, choroco, signifique
trasto o trebejo, como nuestro coroto. No es
descartable, pues, el posible parentesco de las dos voces indígenas.
A
pesar de su brillante fortuna, coroto no ha olvidado del
todo su modesta alcurnia: la albahaca de coroto es
la que se cultiva en coroto de tapara. Corotear es
en los Llanos cazar al tigre a reclamo bufando en media tapara apoyada en el
suelo («Mataron un tigre coroteado»). Un objeto encorotado es
el ahuecado, cóncavo, y esta acepción la recogía ya Miguel Carmona en El Monitor Industrial, de Caracas, el
12 de marzo de 1859. En Portuguesa se dice que una persona está entaparada o encorotada cuando
está encerrada en sí misma («No me gustan las personas encorotadas»), y aun se
aplica a las intenciones ocultas: «¡Quién sabe lo que tiene encorotado!»,
«¡Carga su coroto por dentro!». Y cuando alguien se desenmascara, se dice:
«Soltó el coroto». Descorotar —ya
lo registraba Lisandro Alvarado— es destapar o quitar el extremo redondeado de
un objeto: «A picotazos quedó el pollo con la cabeza descorotada», «Los monos
descorotan el coco-de-mono para comérselo». «Hay que descorotar los huevos y
vaciar la clara». Se ve que todos esos usos se remontan a coroto en su valor de recipiente de totuma,
que se conserva en todos los Llanos, con sus usos variados («No tomen agua en
mi coroto», «En la horqueta de tres picos se ponen
tres corotos»), y se canta todavía como aguinaldo de Nochebuena:
Nosotros
somos cinco,
seis
con el coroto,
y
si no me lo llena,
por
Dios que lo boto.
Es
bondad llenarlo, y se agradece. Y el colmo de la maldad parece ser: «Beberle la
mazamorra a un sute y quebrarle el coroto en la cabeza».
*
El Nacional, Caracas, 2 de enero
de 1953. Forma parte de Buenas y malas palabras, Ángel Rosenblat.
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