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jueves, 30 de septiembre de 2021

Anotaciones Android. Natura, contra Natura. El antídoto de Lawrence. lacl. / D. H. Lawrence. COSAS. / Anthony Burgess: David Herbert Lawrence

 


Flor de azalea.


Retomo las Anotaciones Android, un poco (o bastante, por mejor decir) acicateado por algunos comentarios recibidos de mis amigos...

"...Supongo que ha de estar en nuestra naturaleza el ser naturales, pero nos empeñamos en ir contra Natura..."

   Fue un breve pensamiento de ayer. Hoy, repensando un poco en este asunto, me digo...

   Y tanta gente "modelando", en todos los sentidos. Sea como si estuviesen caminando sobre una iluminada pasarela o como si la vida fuese un puñado de arcilla entre las manos...

   Existe un gran antídoto que poca gente conoce:  los breves relatos de D. H. Lawrence, sin menoscabo de sus maravillosas novelas. Pero es que suele suceder que esas pequeñas obras narrativas se convierten, luego de leídas, en pequeñas obras maestras que se quedan susurrando entre los discursos del silencio. 

   Ese asunto de las negaciones o, mejor, de las autonegaciones que hacen las veces de látigo o fuete que el ser humano se aplica como un martirizador flagelo en sus espaldas; el de un ser humano caminando contra su propia naturaleza, anulándose obstinadamente, me ha llevado a pensar, a esta hora, un poco antes de clarear el día, en los relatos de Lawrence, en los que, con magia magistral, se desnuda esa negación. 

   Creo que en los próximos días volveré a esos relatos que sirven de apoyo existencial. Voy ya a buscar algunos de sus libros entre mis anaqueles. 

   Sé que hay allí, por poco que se crea, un reducto de sanación. El pecho y nuestros discursos silenciosos lo requieren...


lacl, Anotaciones Android, 16 de Septiembre, 2021.



Me habría encantado dejar aquí un cuento intitulado La frontera, pero es más extenso que el intitulado Cosas que acá dejamos...

Cosas, D. H. Lawrence 

Eran unos auténticos idealistas de Nueva Inglaterra. Pero de eso hacía mucho tiempo: antes de la guerra. Algunos años antes de la guerra, se conocieron y se casaron; él era un joven alto y de ojos intensos que procedía de Connecticut, y ella una muchacha de estatura mediana, recatada y con aspecto de puritana que había nacido en Massachusetts. Los dos tenían algo de dinero. No demasiado, sin embargo. Incluso juntando ambas cantidades no llegaba a tres mil dólares al año. Así y todo, eran libres. ¡Libres!

  ¡Ah! ¡La libertad! ¡Ser libre para vivir la propia vida! ¡Tener veinticinco y veintisiete años, un par de auténticos idealistas con un amor compartido por la belleza y una cierta inclinación hacia la «filosofía hindú» -lo que significaba, por desgracia, hacia la Sra. Besant- y unas rentas de algo menos de tres mil dólares al año! Pero, ¿qué es el dinero? Todo lo que uno desea es vivir una vida plena y hermosa. En Europa, por supuesto, en la fuente y origen de la tradición. Probablemente podría hacerse en Estados Unidos: en Nueva Inglaterra, por ejemplo. Pero renunciando a una cierta dosis de «belleza». La auténtica belleza requiere mucho tiempo para madurar. Lo barroco sólo es bello a medias, maduro a medias. No, el verdadero apogeo plateado, el auténtico ramo dorado y dulce de la belleza tenía sus raíces en el Renacimiento, no en ningún otro período más reciente y más vacuo.

  Por lo tanto los dos idealistas, que se casaron en New Haven, partieron de inmediato en dirección a París: el París de antaño. Tenían un estudio en el bulevar Montparnasse, y se convirtieron en auténticos parisinos, en el sentido más antiguo y encantador, no en el más moderno y vulgar. Era la iridiscencia de los impresionistas puros, de Monet y sus seguidores; el mundo visto en términos de pura luz, luz rota, luz intacta. ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla las noches, el río, las mañanas en las antiguas calles junto a los puestos de flores y de libros, las tardes en Montmartre o en las Tullerías, los anocheceres en los bulevares!

  Los dos pintaban, pero no desesperadamente. El arte no los había cogido por el cuello, y ellos no habían cogido al arte por el cuello. Pintaban; simplemente. Conocían gente: gente agradable, dentro de lo posible, aunque había de todo, y era necesario aceptarlo. Y eran felices.

  Así y todo, parece como si los seres humanos tuvieran que aferrarse a algo. Para ser «libre», para «vivir una vida plena y hermosa», es necesario, desgraciadamente, apegarse a algo. Una vida «plena y hermosa» significa un apego fuerte a algo -al menos, es así para ciertos idealistas- o, si no, sobreviene un cierto aburrimiento; hay una cierta agitación de cabos sueltos en el aire, como los temblorosos, ansiosos brotes de las viñas que se extienden y rotan buscando algo a lo que aferrarse, algo por lo que trepar hacia el sol necesario. Al no encontrar nada, la viña sólo puede arrastrarse, a medias satisfecha, por el suelo. ¡Ésa es la libertad! Un aferrarse al vástago adecuado. Y los seres humanos son todos viñas. Pero especialmente los idealistas. Los idealistas son como viñas, y necesitan aferrarse y trepar. Y desprecian a los hombres que son como simples patatas, o nabos, o trozos de madera.

  Nuestros idealistas eran extraordinariamente felices, pero siempre estaban buscando algo a lo que adherirse. Al principio, París les bastaba. Exploraron París de punta a cabo. Y aprendieron francés hasta que consiguieron hablarlo con tanta soltura que se sentían como auténticos franceses.

  Y sin embargo, jamás se llega a hablar el francés con el alma. No es posible. Y aunque al principio hablar en francés con franceses inteligentes resulta muy excitante -porque parecen mucho más inteligentes que uno- a la larga se vuelve frustrante. El infinitamente astuto materialismo de los franceses acaba por dejarlo a uno frío; le inspira una sensación de esterilidad, de incompatibilidad con la innata enjundia de Nueva Inglaterra. Así lo sentían nuestros idealistas.

  Abandonaron Francia, pero sin violencia. Francia los había decepcionado.

  -Nos ha encantado, y nos ha dado muchas cosas. Pero después de un tiempo, de un tiempo considerable, en realidad de varios años, París lo deja a uno hasta cierto punto desencantado. No tiene exactamente lo que uno busca.

  -Pero París no es Francia.

  -No, tal vez no. Francia es muy distinta de París. Y Francia es preciosa, realmente preciosa. Pero a nosotros, aunque nos encanta, no nos dice demasiado.

  De modo que, cuando llegó la guerra, los idealistas se trasladaron a Italia. E Italia les encantó. La encontraron bellísima, y más conmovedora que Francia. Les parecía mucho más cercana al concepto que en Nueva Inglaterra se tenía de la belleza: había en ella algo puro y lleno de simpatía, sin el materialismo y el cinismo de los franceses. A los dos idealistas les pareció que en Italia respiraban el aire de su propia tierra.

  Y en Italia, mucho más que en París, sintieron que podían extasiarse ante las enseñanzas de Buda. Ingresaron en la creciente marea de moderna emoción budista, y leyeron libros, y practicaron la meditación, y se dedicaron deliberadamente a eliminar de sus almas la avaricia, el dolor y la aflicción. No se habían dado cuenta, todavía, de que la ansiedad misma de Buda por librarse del dolor y la aflicción es en sí una forma de avaricia. No: soñaban con un mundo perfecto, del que toda avaricia, y casi todo el dolor, y una gran parte de la aflicción, hubieran sido eliminados.

  Pero Norteamérica entró en guerra, y ambos idealistas tuvieron que colaborar. Trabajaban en los hospitales. Y a pesar de que sus experiencias les hicieron darse cuenta, más que nunca, de que la avaricia, el dolor y la aflicción deberían ser eliminados del mundo, ni el budismo ni la teosofía emergían demasiado triunfantes de la larga crisis. De alguna manera, en algún lugar, en alguna parte de sí mismos, sentían que la avaricia, el dolor y la aflicción jamás serían eliminados, porque a la mayor parte de la gente no le importa eliminarlos o no, y jamás le importará. Nuestros idealistas eran demasiado occidentales para dejar al mundo librado a su condena mientras ellos dos se salvaban por su cuenta. Eran demasiado generosos como para sentarse debajo de un árbol y alcanzar el Nirvana por sí solos.

  Y sin embargo había algo más que eso. Sencillamente, no poseían el suficiente Sitzfleisch como para sentarse debajo de un árbol y alcanzar el Nirvana contemplando lo que fuese, y menos aún su propio ombligo. Si no podía salvarse el mundo entero, ellos, personalmente, no estaban demasiado interesados en salvarse por su cuenta. No, se habrían sentido demasiado solos. Eran de Nueva Inglaterra, así que tenía que ser o todo o nada. O la avaricia, el dolor y la aflicción se eliminaban del mundo en su totalidad, o, de lo contrario, ¿de qué servía eliminarlos de uno mismo? ¡De nada! Uno no sería más que una víctima.

  De modo que, para volver a nuestra metáfora, aunque les seguía encantando la «filosofía hindú», y sentían una gran ternura hacia ella, el vástago por el cual las verdes y ansiosas viñas habían trepado hasta ahora había demostrado estar seco. Se quebró, y las viñas volvieron a descender lentamente al suelo. No es que se estrellaran después de un gran crujido. Su propio follaje las sostuvo durante un tiempo. Pero cedieron. El tallo de la «filosofía hindú» había cedido antes de que Jack y Jill hubieran llegado a su cima para ingresar en un mundo nuevo.

  Los dos descendieron con un lento susurro nuevamente a la tierra. Pero no dijeron nada. Una vez más se sintieron «desencantados», pero jamás lo admitieron. La «filosofía hindú» los había decepcionado. Pero jamás se quejaron. No dijeron una sola palabra, ni siquiera el uno al otro. Estaban decepcionados, ligera pero profundamente desilusionados, y ambos lo sabían. Pero esta conciencia era tácita.

  Y aún tenían muchas cosas en su vida. Seguían teniendo a Italia... la querida Italia. Seguían disfrutando de su libertad, ese tesoro invaluable. Y aún poseían mucha «belleza». En cuanto a la plenitud de sus vidas, no estaban tan seguros. Tenían un hijo pequeño, a quien querían como los padres deben querer a sus hijos, pero al que sabiamente se abstenían de aferrarse, evitando construir la vida a su alrededor. ¡No, no, ellos debían vivir sus propias vidas! Aún seguían empeñados en conservar este propósito.

  Pero ya no eran tan jóvenes. Sus veinticinco y veintisiete años se habían convertido en treinta y cinco y treinta y siete. Y aunque en Europa lo habían pasado maravillosamente bien, y a pesar de que aún les encantaba Italia -¡la querida Italia!-, así y todo, estaban defraudados. Habían sacado mucho provecho de ello, ¡muchísimo! Sin embargo, no les había dado exactamente, no exactamente, aquello que esperaban. Europa era preciosa, pero estaba muerta. Viviendo en Europa se vivía del pasado. Y los europeos, con todo su encanto superficial, no eran realmente encantadores. Eran materialistas, no tenían un alma auténtica. Sencillamente no entendían el impulso interior del espíritu, porque el impulso interior estaba muerto en ellos; todos eran sobrevivientes. Ésa, ésa era la verdad acerca de los europeos: eran sobrevivientes, y nada les urgía a ir hacia adelante.

  Otro vástago, otra férula se derrumbaba bajo la verde vida de la viña. Y esta vez se les hizo muy duro. Porque la verde viña había estado trepando en silencio por el viejo árbol de Europa durante más de diez años, diez años tremendamente importantes, años en los que vivieron de verdad. Los dos idealistas habían vivido en Europa, habían vivido de Europa y de la vida y las cosas europeas como viñas en un viñedo eterno.

  Allí habían construido su hogar: un hogar como jamás habrían podido tener en Norteamérica. Su contraseña había sido la «belleza». Habían alquilado, los últimos cuatro años, el segundo piso de un antiguo palazzo sobre el Arno, y allí tenían todas sus «cosas». Y obtenían una profunda, profunda satisfacción de su apartamento: las habitaciones de altos techos, antiguas y silenciosas, con sus ventanas que daban sobre el río, sus puertas lacadas de rojo oscuro y los hermosos muebles que los idealistas habían «comprado por nada».

  Sí: sin que ellos se dieran cuenta, la vida de los idealistas había estado siempre fluyendo en sentido horizontal con una tremenda rapidez. Se habían convertido en tensos, terribles cazadores de «cosas» para su casa. Mientras sus almas trepaban hacia el sol de la antigua cultura europea o la filosofía hindú, sus pasiones fluían horizontalmente, aferrándose a las «cosas». Evidentemente, no compraban esas cosas sólo por comprarlas, sino en nombre de la «belleza». Consideraban su casa como un lugar enteramente amueblado por la hermosura, y en absoluto por «cosas». Valerie tenía unas preciosas cortinas en las ventanas del largo salotto que daba al río: cortinas de un raro y antiguo tejido que parecía una seda muy fina, bellamente desteñidas del bermellón y el naranja, el oro y el negro, hasta alcanzar un tono de mero y suave fulgor. Rara era la vez en que Valerie entraba en el salotto sin caer mentalmente de rodillas ante aquellas cortinas. «¡Chartres!», decía. «Para mí son Chartres.» Y Melville jamás se volvía a contemplar su librería veneciana del siglo XVI, con sus dos o tres docenas de libros escogidos, sin sentir que el tuétano se le removía en los huesos. ¡El santo de los santos!

  El niño, silenciosamente, de un modo casi siniestro, evitaba cualquier brusco contacto con los antiguos monumentos que eran aquellos muebles, como si fueran nidos de cobras durmientes, o aquella «cosa» cuyo mero contacto era mortal, el Arca de la Alianza. Su respeto infantil era silencioso y frío, pero total.

  Así y todo, dos idealistas de Nueva Inglaterra no pueden vivir solamente de las pasadas glorias de su mobiliario. Al menos, estos dos no podían. Se acostumbraron al maravilloso armario de Bolonia, a la magnífica librería veneciana, a los libros, a las cortinas de Siena, a los bronces, a los hermosos sillones, sofás y mesillas que habían «comprado por nada» en París. Porque habían estado comprando cosas por nada desde el primer día que llegaron a Europa. Y aún seguían haciéndolo. Es el último interés que Europa puede ofrecerle a un extranjero. Y también a un nativo.

  Cuando tenían invitados, y éstos se extasiaban ante la decoración de los Melville, Valerie y Erasmus sentían que no habían vivido en vano: que aún seguían vivos. Pero en las largas mañanas, cuando Erasmus repasaba indolentemente la literatura florentina del Renacimiento, y Valerie se ocupaba del apartamento, y en las largas horas después del almuerzo, y en las tardes interminables, generalmente frías y opresivas, en el antiguo palazzo, el halo que circundaba los muebles parecía desfallecer, y las cosas se convertían en cosas, fragmentos de materia que se posaban aquí, o colgaban allá, ad infinitum, y que no decían nada. Y Valerie y Erasmus casi las odiaban. El brillo de la belleza, como todos los brillos, muere a menos que se le alimente. Los idealistas seguían amando sus cosas. Pero ya las tenían. Y el triste hecho es que las cosas que brillan vívidamente cuando se las adquiere se enfrían al cabo de uno o dos años. A menos, claro, que los demás las envidien sobremanera, o que los museos estén deseando adquirirlas. Y las «cosas» de los Melville, aunque eran muy buenas, no eran tan buenas como para eso.

  De modo que el brillo se fue evaporando gradualmente de todo: de Europa, de Italia -«los italianos son adorables»-, incluso del maravilloso apartamento sobre el Arno.

  «¡Cómo, si yo tuviera este apartamento jamás, jamás querría poner un pie en la calle! Es demasiado hermoso; es perfecto.» Y oír frases como ésta ya era algo.

  No obstante, Valerie y Erasmus salían a la calle: incluso lo hacían para huir del pétreo, pesado silencio y la muerta dignidad de su antiguo apartamento, con aquellos suelos helados.

  -Estamos viviendo en el pasado, ¿sabes, Dick? -le decía Valerie a su marido. Lo llamaba Dick.

  Seguían aferrándose, penosamente. Se resistían a renunciar. No querían admitir que estaban acabados. Durante doce años habían sido personas «libres» que vivían una vida «plena y hermosa». Y durante doce años Norteamérica había sido su anatema, la Sodoma y Gomorra del materialismo industrial.

  No es fácil reconocer que uno está «acabado». Detestaban tener que admitir que querían regresar. Pero al fin, de mala gana, decidieron partir, «por el niño».

  -Nos horroriza tener que dejar Europa. Pero Peter es norteamericano, y será mejor que vea su país mientras aún es joven. -Los Melville tenían un acento y unos modales totalmente ingleses, o casi, con algunos modismos franceses o italianos.

  Dejaron atrás Europa, pero se llevaron de ella todo lo que pudieron. Varios camiones, de hecho. Todas aquellas «cosas» tan bellas e irremplazables. Y todo ello llegó a Nueva York: los idealistas, el niño, y el enorme trozo de Europa que se habían traído consigo.

  Valerie había soñado con un agradable apartamento, tal vez en Riverside Drive, donde los alquileres no eran tan caros como al este de la Quinta Avenida, y donde todas sus hermosas pertenencias encontraran un marco adecuado. Ella y Erasmus buscaron donde vivir. Pero, desgraciadamente, sus rentas estaban bastante por debajo de los tres mil dólares al año. Encontraron... bueno, todo el mundo sabe lo que encontraron. Dos habitaciones pequeñas y una cocina americana, ¡y que no se nos ocurra desembalar ni un alfiler!

  El trozo de Europa que se habían llevado consigo fue a parar a un guardamuebles, que les costaba cincuenta dólares al mes. Y tuvieron que conformarse con dos habitaciones pequeñas y una cocina americana, preguntándose por qué lo habían hecho.

  Estaba claro que Erasmus tendría que conseguir un empleo. Estaba escrito en la pared, por así decirlo, pero ambos fingían no verlo. Porque ésta era la extraña, vaga amenaza que la estatua de la Libertad siempre había esgrimido ante ellos: «¡Tendrás que trabajar!» Erasmus cumplía los requisitos, como suele decirse. Una actividad docente siempre le resultaría posible. Había pasado sus exámenes en Yale con notas brillantes, y había seguido con sus «investigaciones» durante su estancia en Europa.

  Pero ésto, a él y a Valerie, les producía escalofríos. ¡Una actividad docente! ¡El mundo de la docencia! ¡El mundo de la docencia norteamericana! ¡Un escalofrío tras otro! ¿Renunciar a su libertad, a su vida plena y hermosa? ¡Jamás! ¡Jamás! Erasmus estaba a punto de cumplir cuarenta años.

  Las «cosas» siguieron en el guardamuebles. Valerie iba a mirarlas. Le costaba un dólar la hora, y terribles remordimientos. A las «cosas», pobrecitas, se las veía ligeramente gastadas, desgraciadas en el guardamuebles.

  De todas maneras, Nueva York no era Norteamérica. Estaba el Oeste, grande e incontaminado. De modo que los Melville se fueron al Oeste, con Peter, pero sin las cosas. Intentaron vivir una vida sencilla, en las montañas. Pero encargarse de las tareas cotidianas se convirtió casi en una pesadilla.

  Las «cosas» están muy bien siempre que sólo haya que mirarlas, pero manejarlas es terrible, incluso cuando son bellas. ¡Y ser esclavos de cosas horribles, mantener una cocina de carbón encendida, preparar comidas, fregar platos, transportar agua y barrer suelos: el puro horror de la pura antivida!

  En su cabaña de las montañas Valerie soñaba con Florencia, con el apartamento perdido, con su armario de Bolonia y sus sillas Luis XV; soñaba, sobre todo, con sus cortinas «de Chartres», almacenado todo en Nueva York por cincuenta dólares al mes.

  Un amigo millonario acudió en su rescate ofreciéndoles una casita en la costa de California. ¡California! ¡Donde el alma nueva ha de nacer en el hombre! Ilusionados, los idealistas se trasladaron un poco más hacia el Oeste, aferrándose a los nuevos vástagos de la esperanza.

  Pero encontraron que éstos eran briznas de paja. La casita del millonario estaba perfectamente equipada. Ahorraba a sus habitantes tanto trabajo como era posible: los fogones y la calefacción eran eléctricos, la cocina estaba toda esmaltada de un blanco perlado: no había nada que produjera suciedad salvo los seres humanos mismos. En algo más de una hora los idealistas habían terminado con sus tareas domésticas. Eran «libres»... libres para escuchar el gran océano Pacífico estrellándose contra la costa, y sentir cómo un alma nueva iba llenando sus cuerpos.

  Pero, desgraciadamente, el Pacífico se estrellaba contra la costa con una brutalidad terrible, ¡la fuerza bruta misma! Y la nueva alma, en vez de introducirse dulcemente en sus cuerpos, sencillamente parecía estar royéndoles la antigua alma hasta hacerla trizas. Sentir que estás bajo el puño de la más ciega y aniquiladora de las fuerzas brutas; sentir que te están royendo el alma, tu propia y querida alma de idealista, para dejarte en su lugar sólo una tremenda irritación... pues bien, esto acaba por resultar intolerable.

  Después de unos nueve meses, los idealistas abandonaron el Oeste californiano. Había sido una magnífica experiencia, y se alegraban de haberla tenido. Pero, a la larga, el Oeste no era lugar para ellos, y lo sabían. No; que los que quisieran almas nuevas las obtuviesen. A ellos, a Valerie y Erasmus, les gustaría desarrollar un poco más sus almas de siempre. De todas maneras, no habían experimentado influjo alguno de un alma nueva en la costa californiana. Todo lo contrario.

  De modo que, con su capital ligeramente reducido, regresaron a Massachusetts para visitar a los padres de Valerie, llevando consigo al niño. Los abuelos recibieron al pequeño con alegría -¡pobre criatura expatriada!- pero estuvieron algo fríos con Valerie, y muy fríos con Erasmus. Un día, la madre de Valerie le dijo rotundamente a su hija que Erasmus debía buscar un empleo para que ésta pudiese vivir con dignidad. Valerie, con arrogancia, le recordó a su madre el hermoso apartamento sobre el Arno, las magníficas «cosas» almacenadas en Nueva York y la vida «plena y maravillosa» que ella y Erasmus habían vivido. La madre de Valerie dijo que a ella no le parecía que la vida de su hija fuese tan plena y maravillosa en la actualidad: sin hogar, con un marido desempleado a los cuarenta años, un hijo por educar y unos fondos cada vez más escasos; en su opinión, le dijo a Valerie su madre, la vida de su hija era todo lo contrario de maravillosa. Que Erasmus se buscara un puesto en alguna universidad.

  -¿Qué puesto? ¿En qué universidad? -la interrumpió Valerie.

  -Eso podríamos encontrarlo, teniendo en cuenta las amistades de tu padre y las calificaciones de Erasmus -replicó la madre de Valerie-. Y podrías retirar todos tus valiosos objetos del guardamuebles y tener una casa bonita de verdad, que cualquiera estaría orgulloso de visitar. Tal como están ahora las cosas, esos muebles están consumiendo vuestras rentas y vivís como ratas en un agujero, sin ningún sitio adonde ir.

  Esto era muy cierto. Valerie estaba empezando a soñar con una casa propia, en la que sus «cosas» tuviesen cabida. Es verdad que habría podido vender sus muebles por una suma sustanciosa. Pero jamás se le habría ocurrido hacerlo. Aunque todo lo demás pasara -la religión, la cultura, los continentes, las esperanzas-, Valerie jamás se separaría de sus «cosas», las que ella y Erasmus habían ido reuniendo con tanta pasión. A ellas había sido clavada.

  Pero ella y Erasmus aún se resistían a renunciar a su libertad, a esa vida plena y hermosa en la que tanto habían creído. Erasmus maldecía Norteamérica. Él no quería ganarse la vida. Añoraba Europa.

  Dejando al niño al cuidado de sus abuelos, los dos idealistas partieron una vez más hacia el Viejo Continente. En Nueva York abonaron dos dólares y contemplaron sus «cosas» durante una hora breve y amarga. Viajaron con «tarifa de estudiantes»... es decir, en tercera. Sus rentas anuales, en vez de ser de más de tres mil dólares, eran ahora de menos de dos mil. Y se encaminaron directamente a París, porque era barato.

  Esta vez Europa les resultó un auténtico fracaso.

  -Hemos vuelto como perros a su propio vómito -decía Erasmus-, sólo que entretanto el vómito se ha puesto rancio.

  Descubrió que no podía soportar Europa. Le irritaba indeciblemente. Y también aborrecía Norteamérica. Pero al menos Norteamérica era mejor que este miserable y envilecido continente, que, por otra parte, había dejado de ser barato.

  Valerie, con el corazón puesto en sus «cosas» -estaba deseando retirarlas de aquel guardamuebles, donde ya llevaban tres años, habiendo consumido dos mil dólares-, le escribió a su madre diciéndole que creía que Erasmus regresaría si pudiera obtener un empleo adecuado en Norteamérica. Erasmus, en un estado de frustración que rozaba la furia o la locura, se limitaba a recorrer Italia como alguien que está en la indigencia, con los puños de la chaqueta raídos y odiándolo todo intensamente. Y cuando se le encontró un puesto en la Universidad de Cleveland para enseñar literatura francesa, italiana y española, sus ojos se entrecerraron aún más y su largo y extraño rostro se volvió más agudo y ratonil a causa de la ira reprimida. Tenía cuarenta años, y el empleo se le venía encima.

  -Creo que será mejor que aceptes, querido. Europa ya no te gusta. Como tú dices, está acabada para siempre. Nos ofrecen una casa en el campus de la universidad y mi madre dice que en ella caben todas nuestras cosas. Opino que deberíamos enviar un telegrama diciendo que aceptamos.

  Él la miró fijamente, como una rata acorralada. Uno casi esperaba ver los bigotes de rata temblando a ambos lados de su afilada nariz.

  -¿Envío el telegrama? -le preguntó ella.

  -¡Envíalo! -profirió él.

  Y ella salió a enviarlo.

  Él se volvió un hombre distinto, más callado, mucho menos irritable. Le habían quitado un peso de encima. Estaba dentro de la jaula.

  Pero cuando vio los altos hornos de Cleveland, inmensos como los árboles de la Selva Negra, con sus cascadas rojas e incandescentes de metal en ebullición, y los diminutos gnomos que eran los obreros, y cuando oyó los ruidos terribles, gigantescos, le dijo a Valerie:

  -Di lo que quieras, Valerie, pero esto es lo más grande que puede mostrarnos el mundo moderno.

  Y cuando estuvieron en su moderna casita del campus de la Universidad de Cleveland, y aquellos tristes restos de Europa -el armario de Bolonia, las estanterías venecianas, la silla obispal de Rávena, las mesillas Luis XV, las cortinas «de Chartres», las lámparas de bronce de Siena- fueron puestos en su sitio, y todo parecía completamente fuera de lugar, y por ello impresionaba a los visitantes, y cuando los idealistas habían recibido a un montón de gente que se había quedado admirada, y Erasmus había hecho gala de sus mejores modales europeos, aunque así y todo conservando su cordial talante de norteamericano, y Valerie se había comportado como una buena anfitriona -porque después de todo, «preferimos Norteamérica»-, entonces Erasmus dijo, mirando a su mujer con sus peculiares y agudos ojos de rata:

  -Europa es la mayonesa, sí, pero es Norteamérica la que pone la langosta. ¿O no?

  -¡Sin duda! -dijo ella con satisfacción.

  Y él la miró fijamente. Estaba en la jaula, pero dentro se sentía a salvo. Y resultaba evidente que Valerie era, por fin, ella misma. Se había hecho con el botín. Y sin embargo Erasmus, alrededor de la nariz, tenía un aire extraño, malévolo, escolástico, de puro escepticismo. Pero le gustaba la langosta. 

D. H. Lawrence





Anthony Burgess: David Herbert Lawrence 











Fragmentarias: Divagación a partir de dos sentencias de Ramos Sucre y otras citas y extractos. / Hermann Hesse - Antoni Gaudí. / Carl Gustav Jung, Entrevista 1957

 


"La incertidumbre es la ley del universo." Resulta interesante poner tal adagio a contraluz de este otro de Ramos Sucre: “Dios es la ley primordial del Universo. Es, por consiguiente, inflexible.” 

De donde podríamos deducir que la incertidumbre es inflexible. Y que, acaso, Dios es inflexible porque deviene de una incertidumbre.


lacl, 23 de Septiembre 2010.


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“…Por esto es tan delicado y peligroso el psicoanálisis para el artista, porque a quien lo toma en serio puede negarle de por vida toda manifestación artística. Si ocurre esto con un diletante, está bien, pero si aconteciera con un Handel o un Bach, preferiría que no existiera el análisis y conserváramos en cambio a Bach…”

(Carta a C G Jung. Hermann Hesse, Cartas escogidas, edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1980)


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Propuesta y contrapropuesta. 


Un político cabal, a buen juicio, debería tener algo de desprendido filósofo. Se ha olvidado, ex profeso, lo que es el bien común.


(lacl, 27 09 2018)


Salvo que se haya olvidado que un filósofo cabal, a buen juicio, jamás debería extraviar su condición de ser un humanista.

(lacl, 27  09  2018)


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Suena el timbre en el ombligo de la noche, oquedad profunda de la voz oscura, pero te abstienes de levantar el auricular. Tiemblan tus carnes ante lo que pueda decirte esa voz del otro mundo.


lacl, 16 de Junio, 2020.


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Se lo he contado, decenios ha, a un hermano. Y ese hermano recuerda ese sueño, me parece, más fidedignamente que yo, pues siempre me lo cuenta. Se abre una fisura en el aire y del otro lado aparece un rostro femenino. En un momento es el rostro de mi madre. Ella es luego, una Madonna y la Eva universal, llamando hacia el otro lado del espejo. Y mi cuerpo se transforma en alma y se filtra, absorbido, a través de esa fisura... Extraño sueño. No se lo daría, por nada del mundo, a un analista para que me lo destroce…


(lacl, sin fecha)


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Porque “tú” es un espejo 

que se mira en el "sí" 

aureolado de la noche...


lacl. 29 de Diciembre,  2013

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Me temo que el milenarismo anunciador de la catástrofe toma nuevos bríos y copa la escena. No es para menos, con Helios lanzando lenguaradas de fuego como no se habían visto, los dioses o fuerzas ctónicas zarandeándonos el subsuelo, como para demostrarnos que toda solidez es ilusoria. Con Eolo desatando la ira de su aliento y Zeus lanzando sus relámpagos. Pero el más admirable  desempeño es el de las Parcas, susurrando, incitando y excitando alevosías en el pabellón de la oreja de la humana barbarie.


lacl, anotaciones android. 2017. 


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Y una ofrenda gaudiana:


"La luz que alcanza la máxima armonía es la inclinada a 45º, la cual no incide sobre los cuerpos ni perpendicularmente ni horizontalmente; esta luz, que es la luz media, da la más perfecta visión de los cuerpos y la más matizada valoración. Esta luz es la mediterránea".

*

"La originalidad consiste en el retorno al origen; así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones."

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"Todo sale del gran libro de la naturaleza."

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"La recta es del hombre; la curva es de Dios".

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"Figuras, árboles, frutas expresan su interioridad a través de su exterioridad."


Antoni Gaudi.

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C. G. Jung. 

Entrevista - 1957




Otras estampas de la vena creativa de Gaudí. 





miércoles, 22 de septiembre de 2021

Guarida de los poetas: Rumi. / Ofrenda: Rumi.

 


Rumi es un poeta al que llegué por mera intuición, pues no tenía la menor idea de quién era ese señor. Un día cayó entre mis manos un pequeño tomo con poemas, cantos e incluso leyendas de un poeta de Persia, esto es, de un poeta del mundo de ayer. Algo que me encantó desde un primer momento fue esa mixtura de poesía y prosa, de poesía y fábula que se manifiesta en su escritura. Pocas veces he sentido una  conmoción mayor con cantos elevados al amor. Pero es que la palabra o la noción amor en el verbo de Rumi adquiere como una connotación distinta, acaso cósmica, celeste, alada. Transcribo sólo dos piezas de ese librito de bolsillo conseguido en alguna librería caraqueña hace tanto años. 

Salud, lacl

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Alguien que ha vivido muchos años en una ciudad, apenas se va a dormir contempla otra donde habitan el bien y el mal, y su propia ciudad se evapora de su mente. No se dice a sí mismo: "Es una nueva ciudad, soy un extranjero aquí." 

¡No! Cree que ha vivido siempre en ella y que nació y creció ahí. 

¿De qué maravillarse entonces, si el alma no recuerda su original morada por hallarse envuelta en el sueño general del mundo, como una estrella cubierta de nubes?

Esto, particularmente, si se tiene en cuenta que ha deambulado ella por tantas ciudades y que el polvo que oscurece su visión no se ha ido aún. 


Rumi, Masnaví.





* * * * * * * 


Este dolor del corazón pone al desnudo la pasión de Los amantes. 

Ninguna enfermedad puede ser comparada con la del corazón. 

Amor es dolencia aparte, el signo y el astrolabio de los misterios de Dios. 

Y ya sea moldeado en el cielo o en la tierra, nos conduce finalmente siempre Allá. 

La razón, explicando al amor no podrá sino debatirse inútilmente como un burro en un pniantano. 

¡El amor se demuestra por sí solo!

¿O no es el sol el que al sol proclama?

Míralo, toda la prueba que buscas está allí. 


Rumi, Masnaví. 

Uno de los primeros libros de Rumi que tuve en mis manos; la edición se titula Un poeta de Persia. ADIAX, Buenos Aires, 1980.











domingo, 19 de septiembre de 2021

Guarida de los poetas: El Himno a la vida de Nietzsche sobre un poema de Lou Andreas-Salome. / Nietzsche compositor. Himno a la vida.



Vaya este pequeño homenaje en la  memoria de Friedrich Nietzsche y su círculo de amistades y afectos, dada la ingente suma de suponedores de oficio que se han inventado infinidad de historias paralelas...

Salud,  lacl


*...La música nos habla a menudo más profundamente que las palabras de la poesía, en cuanto que se aferra a las grietas más recónditas del corazón..."

Nietzsche, cuando aún era un púber.


***

"...Deseo que esta pieza musical permanezca como un complemento a la palabra del filósofo que en el ámbito de las palabras tuvo que quedar, por fuerza  oscuro. El pathos de mi filosofía encuentra su expresión en este himno..."

F. Nietzsche.


***

Aqui el poema de Lou Andreas-Salomé.

ORACIÓN A LA VIDA.

¡Ciertamente así ama un amigo a otro,

como yo te amo a ti, misteriosa vida!

Si en ti me alegré o lloré,

si me has dado dolor o placer,

así te amo, vida, con tu felicidad y tus penas.

Y cuando tú misma hayas de aniquilarme,

dejaré tus brazos con dolor; con el mismo dolor

con el que un amigo se aleja del regazo de su amigo.

Con todas mis fuerzas te abrazo:

¡deja que tu llama encienda mi espíritu

y que, en el ardor de la lucha,

encuentre yo la solución al enigma de tu ser!

¡Quién tuviera siglos para existir, para pensarte!

Abrázame con fuerza entre tus brazos.

Si no te queda ya felicidad que darme,

¡bien! ¡Aún tienes tu sufrimiento!


Lou Andreas-Salomé


Nietzsche compositor.  Himno a la vida. 

Nota: este blog no tiene fines de lucro ni persigue fines comerciales al publicar contenido musical. Sólo se difunden videos con propósitos eminentemente artísticos o culturales. 







jueves, 16 de septiembre de 2021

Retoño, Anotaciones Android, lacl. / Elis Regina, Rebento.

 




El hombre -grosso modo hablando- no comprende que el más preciado bien es el retoño. 


Sólo la mujer y el niño lo saben desde dentro; es una verdad que les sube desde el humus. También lo vuelven a saber algunos ancianos que ya del mundo se despiden. 


Cuando el niño se transforma en hombre (y eso, infortunadamente, ahora le sucede mucho a la mujer) se olvida de todo retoño. 


Por desgracia, es mucha la mujer que se ha varonizado, y que -también- ha cercenado sus antenas. 


lacl, Anotaciones Android. 02 de septiembre 2021.








Elis Regina, Rebento. 

Nota: el propósito de divulgar estas piezas musicales no es para nada comercial; esta página no tiene fines de lucro y no persigue ningún interés comercial al revelar bellezas como la que adjuntamos en la voz de Elis Regina.




Rebento

Canta: Elis Regina - Compositor: Gilberto Gil

Subtantivo abstrato
O ato, a criação, o seu momento
Como uma estrela nova e o seu barato
Que só Deus sabe, lá no firmamento
Rebento
Tudo o que nasce é rebento
Tudo que brota, que vinga, que medra
Rebento raro como flor na pedra,
Rebento farto como trigo ao vento
Outras vezes rebento simplesmente
No presente do indicativo
Como a corrente de um cão furioso,
Ou as mãos de um lavrador ativo
Às vezes mesmo perigosamente
Como acidente em forno radioativo
Às vezes, só porque fico nervoso, rebento
Às vezes, somente porque estou vivo!
Rebento, a reação imediata
A cada sensação de abatimento
Rebento, o coração dizendo: Bata!
A cada bofetão do sofrimento
Rebento, esse trovão dentro da mata
E a imensidão do som nesse momento


Rebento

Substantivo abstracto
El acto, la creación, su momento
Como una estrella nueva y su barato
Que sólo Dios sabe, allá en el firmamento
Rebento (brota, revienta)
Todo lo que nace es brote
Todo lo que brota, que venga, que medra
Rebento (revienta, brota) raro como flor en la piedra,
Rebento (revienta, brota) harto como trigo al viento
Otras veces reviento simplemente
En el presente del indicativo
Como el correr de un can furioso,
Como las manos de un labrador activo
A veces incluso peligrosamente
Como accidente en el horno radioactivo
A veces, sólo porque me pongo nervioso, reviento (broto)
¡A veces, sólo porque estoy vivo!
Reviento, la reacción inmediata
A cada sensación de abatimiento
Reviento, el corazón diciendo: ¡Bata!
A cada bofetón del sufrimiento
Reviento, ese trueno dentro de la maleza
Y la inmensidad del sonido en ese momento.


(Versión castellana: lacl, 09 de Abril de 201
.

domingo, 12 de septiembre de 2021

Guarida de los poetas: Devara Dasimayya. / Devara Dasimmayya: Canto Vacana. / Mantra: Mahamrityunjaya

 


Un poema de Devara Dasimaya, poeta vacana, India. Acabo de transcribirlo.



Un fuego 

en cada acto, mirada y palabra. 

Entre hombre y mujer 

un fuego. 

En el plato de alimento

comido tras larga espera

un fuego. 

En la pérdida de

ganancia 

un fuego.  

Y en la infatuación 

de acoplarse 

un fuego. 

Tú nos has dado 

cinco fuegos 

y nos has llenado la boca de polvo 


Oh, Ramanatha.



Devara Dasimmayya: Canto Vacana.   

Nota bene: este blog no tiene fines de lucro; los videos se divulgan con propósitos eminentemente culturales o artísticos


Mantra: Mahamrityunjaya  





lunes, 6 de septiembre de 2021

Anotaciones, Rafael Cadenas. / Las paces, Rafael Cadenas, lectura.



No obstante su brevedad, siempre he considerado que Anotaciones es uno de esos libros insoslayables, no sólo para los hijos de esta Tierra de Gracia, sino para el inopinado lector de cualquier esquina del mundo..

Es una brevedad aparente, dado que cada anotación abre derroteros insospechados hacia otras lecturas de la, quizás, no tan bien denominada civilización humana y hacia derroteros divergentes de líneas de pensamiento que, en cierta forma, se han  caracterizado por darle soporte a la pesadilla, a proponerla como statu quo. 

Dejemos acá una de esas anotaciones. Sobre la cosa que se crea y sobre el fundamento que la sostiene. Y más abajo, la comparecencia de un poema que viene al pelo. 


Sin embargo, ¿no puede el poema hacer señas hacia el fundamento? ¿Tiene que permanecer en el reino de los entes sin que se le permita sugerir que ellos son más de lo que son? ¿Está condenado por los poetas a un confinamiento, a un entredicho?

Los "motivos" pueden apuntar a las fuentes..." 


Rafael Cadenas, Anotaciones. Fundarte, Colección Delta, Nro 13. Pág. 50.

7 de Septiembre de 1983.


Las paces, Rafael Cadenas, lectura. 

Como para corroborar la anotación. 




    LAS PACES


Lleguemos a un acuerdo, poema.

Ya no te forzaré a decir lo que no quieres

ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.

Hemos forcejeado mucho.

¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen

cuando sabes cosas que no sospecho?

Líbrate ya de mí.

Huye sin mirar atrás.

Sálvate antes de que sea tarde.

Pues siempre me rebasas,

sabes decir lo que te impulsa

y yo no,

porque eres más que tú mismo,

y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti.

Tengo la extensión de mi deseo

y tú no tienes ninguno,

sólo avanzas hacia donde te diriges

sin mirar la mano que mueves

y cree poseerte cuando te siente brotar de ella

como una sustancia que se erige.

Imponle tu curso al que escribe, él

sólo sabe ocultarse,

cubrir la novedad, empobrecerse.

Lo que muestra es una reiteración

cansada.

Poema,

apártame de ti.






domingo, 5 de septiembre de 2021

Guarida de los poetas: asunto de septiembres... Eugenio Montejo. Escúchalo, Septiembre. / Galería de Orfeo Madredeus

 


Sí, la tierra nunca estuvo más sola... grande Montejo. Escúchalo, Septiembre. E invita a tus otros once Apóstoles del Tiempo. Siéntalos a tu lado a contemplar la Tierra. Y susurren por las noches en el sueño de los hombres, llámenles a capítulo, enternezcan sus noctámbulos extravíos, ya que nada pueden con sus secuestrados corazones...

(lacl)

*******


SETIEMBRE


Mira setiembre: nada se ha perdido

con fiarnos de las hojas.

La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron

El hermano al morir te quemó en llanto

pero el sol continúa.

La casa fue derrumbada, no su recuerdo.

Mira septiembre con su pala al hombro

cómo arrastra hojas secas.


La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.

Nadie nos preguntó para nacer,

¿qué sabían nuestros padres? Los suyos, ¿qué supieron?

Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo

se mezclaron al tiempo terrestre.

Los árboles saben menos que nosotros

y aún no se vuelven.

La tierra va más sola ahora sin dioses

pero nunca blasfema.

Mira septiembre cómo te abre el bosque

y sobrepasa tu deseo.

Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,

no dejes que una sola se te pierda.


Eugenio Montejo. Del libro Terredad. No consigo en este momento la edición original, aparecida en Monte Ávila Editores; por lo tanto, lo tomo y lo cotejo de la edición de Poemas Selectos de bid & co editor, colección Poiesis, Caracss, 2004.

Galería de Orfeo: Madredeus





 

Guarida de los poetas: Eli Galindo, poemas. / La odisea de Orfeo.

 



Eli Galindo, gran poeta y mejor persona. A él le debo la lectura de unos cuantos y excelentes libros. Dejamos algunos de sus poemas, en su memoria. Yo conocí su poesía tempranamente, si se quiere, gracias al influjo de mi hermano y compadre Douglas Parra, hijo del poeta José Parra y no menos poeta que ese maravilloso y querido patriarca del alma de nuestras calles de la infancia. Luego me pondría, como un sabueso, a buscar mi propia edición de Los viajes del barco fantasma, hasta que la conseguí. Menos aún me imaginé que algún día sería su discípulo en las aulas de letras...

Salud, lacl.


San Baudelaire


San Baudelaire, patron mío

tú sabes que tengo en una lavativa

de lino, malva y almidón,

empapada el alma de Moliere


Si no eres un animal

sácame de esta tienda

y te nombro gran almirante

de mi flota del Atlántico


(Texto de un loco. Citado por Vicente Huidobro)



Afuera llueve Badelaire

y la lluvia entra en los vidrios de la noche

Me retiro al sitio donde vivo

cierro las ventanas

entro de pie al sueño

Dejo vagar mis rasgos sobre las yerbas cortas

Un perro negro lame mis cabellos

Me acerco a los ríos

donde los peces sacan las bocas del agua

y beben de la luna

Rozo las aguas con mi mano derecha

y la llevo a los ojos

desciende color a las siluetas que circundan dentro de mí

llenas de humedad

de tierra confusa


Regreso hondo


Caigo aún más en la noche


San Baudelaire extiende sus pardas alas

y me cubre el viento cargado de lluvia

y me veo cruzar las colinas

en su compañía

los dos cubiertos por capas negras

el hablando del infierno

y yo silencioso

tropezando con las rocas




Aqueronte


Oh yo tuve alguna vez ramajes sobre mis brazos un viento con aves cruzando mi cabeza


Soy un anciano que apenas puede mover sus aguas llevar la oscuridad del oleaje de una orilla a otra orilla


Me han lanzado bajo la sombra de las rocas en vez de sol hay sobre mis ojos un techo de tierra Ahora mi cuerpo es duro como la piel de una res vieja


Empujo con mis pocas fuerzas los muertos atascados en el lodo los envuelvo en mis cabellos cada día más grises soporto sus nados alocados y los llevo como una cinta de piedras puliendo las negras carnes


A veces cuando el viento de estas comarcas pasa rabioso apenas si levanto mis olas y me voy bajo las hojas amarillas cubierto de un vapor rojizo apagado por la bruma los ojos bajos puestos sobre mis piedras sobre las bocas abiertas


Sólo el viejo Carón navega en mis ojos rompe con sus remos mis cabellos hirvientes en aquellas partes donde soy profundo y tengo peces negros


Levanto la cabeza los párpados filtrados como un fantasma pongo las manos en mis escamas y lleno de locura me voy de bruces husmeando las grutas con el recuerdo de que una vez tuve vestiduras blancas y no este infierno.

*******

Y éste, que nos enviara la querida Mery Sananes...


Yo cambiaba el lugar de las colinas


Yo cambiaba el lugar de las colinas hacia el sur

y mi padre rodaba de sus brazos

las montañas azules para volverlas a su sitio


No tenía derecho a llevar estrellas fijas


Yo invocaba como un perro a mi madre

ella acudía dejándose caer por la lluvia menuda

sobre los árboles

ola que mueve de flores mi barca

mi barcaza rota

cubierta por las ropas del invierno


Mi madre canta como un sauce

como campana acaricia las heridas

mientras tomo licores perfumados

de lejanas y diferentes regiones

traídos por ella para hacerme conocer el mundo


Reman las ondas claras en la noche

la barca se acerca como un grano de arena

a la orilla

cruzo los remos en la noche

y escucho a mi padre perdido en los ramajes

en sus ojos

el correr de serpientes


El fuego de dos águilas rugen espejismos

y contemplan una espiral de polvo detrás de las colinas. 

                  Elí Galindo

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La odisea de Orfeo

Se publica sólo porque se conozca esta hermosa música; no tengo ningún propósito pecuniario o comercial sobre la misma.