Es tan sólo vanidad, Juan Ramón Rivas Pulido
La literatura es un arte mayor, cuya ejecución se fundamenta en convenciones idiomáticas y en metáforas, y no en colores, sonidos, movimientos ni formas. Tal vez por eso sus ejecutantes, poetas y narradores, se sienten no solamente talentosos sino en estado de gracia, aprendices de dioses, diseñadores de universos paralelos. El cultivo de esa creencia ha sido desde antes el motivo composicional originario de la escritura artística. Ya en nuestra biblia recomienda Dios a su pueblo: "... deben de hacerse de un nombre." Nada menos. El mismo Sócrates, de suyo filósofo y gruñón, tuvo en la mala hora una frase agonizante para sí mismo: "Viviré los siglos." También con asertiva elegancia recita el prólogo del Lazarillo de Tormes: "...porque todo el que escribe quiere que sus libros sean leídos y vistos, y si hay de qué, se le alabe." Ese gran proveedor citas y bebedor de bourbon, dos altas condiciones, que fue William Faulkner, señaló: "Lo que anima esencialmente a un novelista es una vanidad suprema." Pero no está reservada para los grandes creadores; puede ser mucho más parroquial. El oído se educa para percibir aplausos y risas; se puede disfrutar hasta en escenarios tan modestos como la docencia, el litigio y la tertulia esquinera.
En la narrativa universal la expresión más sensorial de vanidad, la belleza física y la narcisista juventud, tienen una gran muestra en El retrato de Dorian Gray, la persistente novelita de Oscar Wilde. En Venezuela tal vez el caso más notable de vanidosa impudicia sea el de Argenis Rodríguez, quien proclamaba en toda oportunidad que él era el más grande novelista venezolano de todos los tiempos, y siguiéndolo, muy distanciado, Guillermo Meneses. La historia no lo absolvió. De sus libros mencionaremos Entre las breñas y Escrito con odio, dos pugnaces y angulosos testimonios de la lucha armada.
Otra forma común de vanidad es la combinación de academia con arte, un conjunto no necesario ni exclusivo. No basta la trayectoria universitaria. Un musicólogo suele ser también melómano pero no ejecutante ni virtuoso. Un literato, por tal, no es escritor en el sentido artístico. Un museólogo puede ser artista plástico o no serlo en absoluto; o una bailadora, prima ballerina. Se necesita lo que en el ambiente llaman el duende, el misterio. Ya estaba todo eso escrito y acuñado en castellano antiguo: "Lo que natura non da Salamanca non presta."
La vanidad puede tener variaciones más odiosas, como cuando un artista de relativa espontaneidad, no sujetándose a los límites de su talento, trata de imponerse a punta de falsos laureles, mediante notas laudatorias de cofrades y amigos, premios amañados o inventados, y hasta concursos rotativos del formato quítate tú. Son casos que concitan menos reproche que conmiseración.
Como justicia poética existe una vanidad positiva, muy deseable, como es la de los mecenas en sus diversas presentaciones: editores, patrocinantes, promotores; gente adinerada que emplea parte de su fortuna en apoyar el arte a cambio de casi nada: que su nombre aparezca en el lomo del libro al lado del autor, o en un ángulo de la tarjeta de invitación, o en el escudo de la fundación, y a veces, hasta mejor, ni siquiera eso.
Entonces todos los reclamos de necesidad comunicacional, angustia metafísica o
compromiso social, son simples zarandajas. Un verdadero muestrario de las
diversas modalidades de vanidad, y sus respectivas interpretaciones, aparece en
un libro imprescindible, un compendio de entrevistas hechas a narradores
consagrados, y publicado en numerosas ediciones por el Fondo de Cultura
Económica, de México: "El oficio de escritor."
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A Juan Ramón Rivas Pulido, lacl
Es que sin duende no hay ná, mi compadre. Eso en primer
término para comentar tu hermosa, oportuna y acerada glosa. Un libro de crítica
o ensayística es un ladrillo si no le asiste el duende. Y esta glosa tuya tiene
duende. Pero aunque el tema principal de esta semblanza pareciera ser el de la
vanidad, yo aduzco que en realidad lo es el arte de hacer las cosas y, sobre
todo, el amor por el arte de hacerlas. Por supuesto, que el ego jamás se queda
quieto y siempre está sujeto a salir de la, a veces, no tan silenciosa vigilia para
defender al padre de las criaturas, es decir el señor del cual el ego es
inquilino. Y hay arrendadores que no saben cómo contener la desmesura de tales
inquilinos. En el caso de los seres humanos que se dedican a la creación, me
parece fundamental que ese celoso vigía de la vanidad cuente con su red de
supervisores, pues nada hay peor que la soberbia o la vanidad para la búsqueda
de la simplicidad o limpidez del alma. Robert Graves afirma que no hay un solo
poema cabal, esto es, de los que conmueven o erizan la piel, que no haya sido
dictado o insuflado por la Diosa Blanca, con lo que quiere decir que los
estados de gracia no tienen dueño, tampoco la letra ni la inspiración. Son un
regalo y como tal hay que saberlos aceptar, sin querer, por ello, acuñarles un
copy right espiritual. “Todo es prestado”, decía Pessoa por vía de Alvaro de
Campos, al volante de un Chevrolet en su Camino hacia Sintra. El creador que no
tenga ello no sólo en mente, sino en corazón, corre el gravísimo riesgo de
comenzar a escribir por y para el inquilino, sin escuchar los susurros de La Diosa.
Kafka quería quemar toda su obra y conjeturamos que no era un ego exaltado el
que le movía a ello. Debemos dar las gracias a Brod por no haberle hecho caso,
aunque a veces siento compasión por Kafka, a quien muy pocas cosas le
respetaron en la vida. Pero no imagino la vida sin la palabra de Kafka, palabra
que no es suya, sino nuestra, de todos y de nadie. Un abrazo y gracias por este
regalazo que me he encontrado al desgaire en estas calles virtuales. Iré a las
páginas del Lazarillo, libro fundamental para el vivir…
lacl
1 comentario:
Gracias a ambos. Resulta ventajoso poder leerlos. "La escritura es la pintura de la mente", decía el sabio Samuel Robinson. Digo ventajoso, porque a mí que me gusta escribir, siempre me viene bien aprender de los que verdaderamente saben escribir. En lo que a mí respecta escribir es un como un viaje que debo hacer. Es preciso para mi poder entenderme y descubrirme y no lo puedo hacer como no sea escribiendo. Muchas gracias, queridos amigos.
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