Otoño, verano e invierno
forman parte de nuestra vida
porque nuestra vida es cíclica,
nuestra vida no es elipse
o línea recta trazada
desde la mañana a la noche
Cuando nos la imaginamos
o añoramos imaginarla
cual eterna primavera,
extraviamos el goce
de la noche y la mañana,
el canto de las horas solas,
puesto allí, como cigarras,
entre los murmullos
del fonógrafo celeste,
para matizar las dicciones
y enunciaciones de nuestras voces
con la voz de voces del espejo.
A mañana y noche,
contemplación y espejo,
les damos de baja
en el hospicio del olvido,
ese hospital inventado
para errar sin haber sido desterrados.
¿Puede un hombre
ser desterrado de su suelo?
Por supuesto, pues es el hombre
quien destierra al hombre.
Pero, ¿cómo desterrarle del cielo?
Sólo nuestra desviada palpitación
puede creerse con derecho
a ser desheredada del cielo.
Sólo quien no quiere saber
que existe la sequía se creerá
con todo su derecho a vivir libando
el néctar de las uvas de la amargura.
Porque la primavera no le hace caso
y porque florea cuando quiere,
no cuando se lo exigen;
porque el otoño se anuncia temprano
y el invierno viene, de cuando en cuando,
a visitarnos en esta hoja breve
que llamamos vida.
Cuando salga al teatro del afuera
con cara de otoño, verano o invierno
lo haré con el orgullo de las estaciones;
que no es un orgullo humano,
saldré con el orgullo de aquello
que se marchita, se congela
o pide la venia para ausentarse
en el plexo de una resequedad.
Y recordando siempre
que todas las estaciones
incluyen el paso de las primaveras.
lacl, texto al desgaire, mañana, 8 de enero de 2025, un día antes mi onomástico.
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