Juan Crisóstomo Falcón en pleno Minuet con Antonio Guzmán Blanco...
Rememorando nuestro "pasado inmediato" (y para remedar a Alfonso Reyes) rescato esta glosa escrita hace más de una década... Publicada originalmente en el desaparecido y gratamente recordado portal elmeollo.net, que administraban Graciela Bonet e Israel Centeno.
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Intelectuales de conciencia plegadiza
A propósito de la
entrevista realizada por Panorama al escritor Luis Britto García.
“Revolución llaman los venezolanos la
rebeldía,
la subversión, el atropello brutal de las
leyes”
Ramón Díaz Sánchez
Nuestra historia registra una gruesa lista de intelectuales de conciencia plegable, caracterizada por su portabilidad, volatilidad y maleabilidad a la hora de hacer ciertos "acomodos" en lo que respecta a asumir posiciones con respecto a la vida pública de nuestro país, es decir, con respecto a quienes han tenido en sus manos el don de mando de estas tierras tan bendecidas por la naturaleza. Paséese uno por las memorables páginas de "Los días de Cipriano Castro", de Mariano Picón Salas, por poner un ejemplo, libro que no se puede dejar a un lado luego de iniciado, por su diáfana prosa y más sutil ironía con que pinta los hechos y hombres que determinaron, a fines del Siglo XIX y principios del XX, los destinos de una nación que pareciera no poder liberarse de los rigores impuestos por las pesadísimas cadenas de no haber sabido digerir, en lo colectivo, la cruda y descarnada realidad de haber dejado de ser una Capitanía General de tiempos de la colonia. Es como si los hombres de tales tiempos no hubieran estado preparados para la mudanza de piel que implica toda transformación. Acaso nosotros, ciudadanos del naciente Siglo XXI, tampoco nos hayamos percatado que es menester mudar de piel para poder liberar nuestro cuerpo del peso que comporta una visión acomodaticia de la historia. Vivimos al día en exceso.
Paséese uno por las páginas de "Guzmán, elipse de una ambición de poder", monumental obra de Ramón Díaz Sánchez que abarca la saga de los Guzmán desde su peninsular progenitor durante los aires pre-independentistas, pasando por la constituyente separatista que instauró a Páez en el poder y execró a Bolívar de su tierra natal y concluyendo con los días de Guzmán Blanco; en ella se pintan las argucias de nuestras, al parecer, inesquivables figuras gobierneras, encarnadas en oportunistas tales como el Dr. Miguel Peña, suerte de Maquivelo de cabecera de Páez o el propio Antonio Leocadio Guzmán, que se caracterizó por mudar sus opiniones como si de un simple cambio de camisas se tratara. Obra que, indudablemente, muestra de modo descarnado la volubilidad característica de la idiosincrasia del ser "venezolano"; o acaso debamos decir, de quienes hicieron vida pública en nuestras tierras de Venezuela.
Paséese uno también por no menos memorables páginas, como las que Mario Briceño Iragorry redactó bajo el título de "La leyenda dorada", ensayo incluido en el libro "Introducción y defensa de nuestra historia" o, también, su más conocido "Mensaje sin destino" o el casi insuperable "La hora undécima", donde a mi juicio, hay una propuesta seria sobre las posibilidades creativas y generadoras de "bien común" que encarnaría una honesta revolución de la ética, óigase bien: de la ética antes que de las posturas políticas que se amparan en un discurso ideológico maleable en exceso. Y que los denostadores de oficio se guarden sus prejuicios por ser Don Mario un hombre de cristiana formación. Pocos revolucionarios de izquierda han demostrado más pundonor, honradez y orgullo de ser venezolano que nuestro olvidado ensayista. Pocos, como él, han demostrado el fariseísmo imperante entre la mayor parte de quienes han ejercido el mando en Venezuela y el entreguismo de nuestras riquezas que les ha caracterizado, a costa de una pobreza interna nunca aceptada como responsabilidad directa.
Se utiliza hoy el término Revolución con fasto engañosamente altruista y grandilocuencia de lustrador de botas ministeriales. ¿Por qué? Porque se antepone a todo la postura política y no el bien del prójimo. Y papel aguanta todo, dice el manido refrán. Señoras y señores: entre las exclamaciones nacionalistoides e iconoclastas de quienes hoy se arrogan como verdad unívoca un proceso revolucionario y las posiciones nacionalistoides que hace un siglo se arrogó el cabito y bendijo toda una corte de doctores no hay mayores diferencias. Tras el discurso vocinglero, que sólo sabe dividir y no sumar, de quienes hoy tienen la responsabilidad de regir los destinos del país se escuda un afán de oligarquía omnisciente. Pretenden regir esos destinos como si se tratase del traspatio de su casa.
Un intelectual venezolano de la hora afirma (¡caramba! habría que revisar este igualmente manoseado término de "intelectual": ¿a qué devanarse tanto los sesos, sea encima o detbajo de ese concepto, si ya no está amparada la función del intelecto bajo un desinteresado impulso humanista?) que el poder de los medios ha "...logrado que una parte de la clase media esté encerrada paranoicamente en sus edificios..."
Yo, por mi parte, me asumo como clase media y muy a mi pesar porque, el que a estas alturas de la historia todavía tengamos que aceptar que la sociedad no ha sabido resolver sus problemas de vida en colectivo no es como para congraciarse. Yo no elegí pertenecer a tal o cual clase social, según gustan en segregar a los hombres sociólogos y politiqueros, con más honestos fines los primeros que los segundos. No elegimos, los simples mortales, nacer en cuna de oro o en las más profunda miseria; tampoco tenemos la opción de seleccionar el término medio entre la desventura y una derrochante comodidad. Cierto es que mientras los que poseen riquezas sigan pensando que es una ley divina o natural el seguir amasándolas o incrementándolas con el único fin de acumular más en beneficio de unos pocos y, entre tanto, hagan vista gorda hacia las injusticias sociales, seguiremos padeciendo las vilezas de un milenario mal. Pero cierto es, también, que tales vilezas se han agazapado, una y otra vez, a lo largo de la historia del hombre, tras discursos plenos de premisas que predican la igualdad y el combatimiento de las injusticias sociales, pero que a la hora de transformarlas en obra de bien común se deshacen como pompas de jabón. Henry Miller decía en su "Coloso de Marussi" que: "...los buenos salarios pueden ser tan dañinos como los malos salarios..." Piénsese en eso.
Una vez dicho esto, aclaro que yo no tengo ningún miedo de salir a la calle. Y creo que una grandísima parte de lo que el señor Britto llama clase media paranoica, sale de su casa muy campantemente cada día, sea a manifestar sus diversas opiniones sobre el acontecer nacional o simplemente a cumplir con sus jornadas diarias (nótese que escribo opiniones en lugar de utilizar el giro de "posiciones políticas" y que si esto hago es porque ya está bueno de que nos escudemos en los politicismos que tanto nos alejan del sentido común). Tal parece que el Sr. Britto adolece del mismo mal de que adolece todo aquel que reza, a pie juntillas, el incompleto abecedario de una revolución de pacotilla: la de meter todo y a todos en un mismo saco. Es decir, para el señor Britto la clase media es idéntica toda. Y no devela con ello otra cosa que irrespeto por la individualidad del ser humano, no devela otra cosa que paternalismo doctoral, auto-proclamación de sabiduría. El mismo mal que hemos padecido secularmente. No más. Algo muy parecido sucede con el concepto que tiene al "avant garde" de los revolucionarios de la hora para con los desposeídos, la mal llamada clase baja. Para estos señores altruistas de la boca para afuera, los pobres son simplemente masa, rebaño de ovejas que ellos tienen que pastorear por el bien de aquellos.
Pero pasemos a temas más concretos. Por ejemplo, el de los medios. Poder dentro del poder, gracias a su facultad de operar, a plena luz del día, sobre la sombra del subconsciente, por lo virtual de su propuesta, la acción que ejercen los medios no es tema a ser evadido por nadie que se precie de añorar una mejor sociedad, pero cabe preguntarse ¿dónde estaban los intelectuales que hoy se dan golpes de pecho ante tanto abuso capitalista e imperialista cuando esto sucedía, durante las pasadas décadas de una maquillada democracia ? ¿dónde estaban los intelectuales que hoy se rasgan las vestiduras por lo que califican como un inhumano ataque que los medios practican satánicamente sobre las desprotegidas conciencias de nuestros conciudadanos ? Tal parece que buena parte de esa intelectualidad andaba muy bien distraída en los "bellos como iluminados" (para usar una frase de un poeta extremosamente manoseado por los afectos al gobierno), mientras tuvieran asegurada su bequita, su subsidio o una sinecura de Papá Estado. Hubo, incluso, escritores que defendieran tales medios durante los años de "esplendor" de nuestra democracia de la guanábana, porque les confirió un fructífero modo de subsistencia a cambio de una labor de la que pocos pueden decir que obtuvieron un resultado airoso, en lo que toca a honestidad y ética con respecto a nuestra memoria histórica. Prueba de ello son los bodrios amazónicos y callejéricos que no fueron sino el resultado de anteponer, cual recetario, el siempre todopoderoso rating al interés que algunos guionistas pudieran albergar en su conciencia, con el único fin de presentar un trabajo honrado. En realidad, no se puede ocultar que Midas y Cervantes siempre han transitado veredas encontradas. Cada quien debe cargar con el peso de su propia e irrenunciable responsabilidad moral. Venezuela es un país que adolece de desmemoria y, muy lamentablemente, sus intelectuales, salvo honrosas excepciones, no han escapado a este estigma espiritual. El mal se lleva en el pecho y la conciencia se acomoda a él.
¿ Dónde buscó ser prohijada gran parte de la intelectualidad venezolana durante los gobiernos que se ampararon bajo una efigie nacionalista, tales como los de Guzmán Blanco, Cipriano Castro o Pérez Jiménez ? ¿ Dónde se alineó una gruesa parte de nuestros vernáculos "intelectuales" cuando dictaba pauta Juan Vicente Gómez ? Adriano González León, un escritor reiteradamente vilipendiado por envidiosos de oficio, siempre decía en sus clases de la Escuela de Letras -que más eran amena charla o conversa- que el intelectual venezolano de antaño se refocilaba en predicar y practicar el paternalismo a ultranza: esa visión de cultura hecha desde el de lo alto del podio, plena de golpes de pecho y pobre de propuestas serias para con su congénere Juan Bimba. Y si bien es cierto que Adriano fue agregado cultural durante los años de la guanábana, nunca erigió estatuillas discursivas para ser publicadas como libelo. Repito lo antedicho: cada uno debe cargar con el peso de su propia e irrenunciable responsabilidad moral. Lo que es inaceptable es que se pretenda incautarnos hasta nuestro derecho de individualidad.
Recientemente el señor Luis Britto García, entre otros, ha levantado la voz para protestar por los atropellos de la oligarquía. Incluso ha desnudado las conexiones macabras de esa red de satanes con los medios de comunicación. ¡¡Eureka!! Luis Britto García ha descubierto el agua tibia. ¡¡Vayan todos a bautizarse!! Devela el macabro plan de los medios de comunicación por fijar, en nuestras pobres conciencias de huérfanos necesitados de dadivoso padre, una "orientación política" (aquí el entrecomillado es del señor Britto) que, curiosamente, no ha hecho mella en el pueblo, a pesar de su poderosa omnipotencia mediática. Por supuesto, nada dice de la "orientación política" (y aquí el entrecomillado es mío) que tan benignos defensores de la paz y la democracia, como lo son -remítanse a sus propias palabras- todos aquellos que predican, practican y venden -como una verdad única e incontestable y como un verdadero monopolio de la razón- el llamado "proceso revolucionario"; monopolio paradójicamente sustentado en el discurso de la violencia y, por sobre todo, en el de la violencia que se regodea en la maldad y el retorcimiento de los valores más sencillos de que se compone la vida en comunidad. Ha descubierto el señor Luis Britto que, recién, vivimos en una cultura manufacturada por quienes detentan el poder de Don Dinero, tan poderoso caballero. Yo no sabía qué es una plutocracia. Gracias, pues, por el develamiento de tal hallazgo. Lástima que no podamos olvidar los todavía tibios abrazos del presidente constitucional de Venezuela con los dueños de los medios. Y esto, a pesar de sus caudilléricas palabras de los años precedentes a su mandato. Lástima que no podamos borrar ni con lejía la originaria relación de este gobierno con círculos de gobiernera oligarquía. Lástima que tampoco podamos olvidar la innumerable cantidad de denuncias de corrupción que se han presentado ante nuestra contraloría, sin que se haya obtenido, alguna vez, aunque sea por error involuntario, una respuesta digna en lugar de una exclamación burlesca. Lástima que este "Círculo de Poder" que se ha levantado en torno a una mesiánica figura, coincidencialmente se parezca tanto a una autocracia. Lástima que haya tantos y tantos desafueros imborrables de parte de quienes hoy ejercen el poder desde el gobierno. Y, no hay que olvidarlo, ese inmenso poder que confiere el vestir la indumentaria de gobierno tampoco puede ser desestimado, sobre todo si es que va a usarse con fines distintos a los que impondría un sistema democrático de obras, más que de frases huecas. Pero, claro, Venezuela es un país habitado por la desmemoria y, acaso, sólo para este padecimiento guardamos los venezolanos algún recoveco en nuestros pensamientos. Y por ello es que hemos vivido secularmente a la sombra de un "lema social" todavía hoy instituido en el secreto de nuestras voces de individuos y que pudiéramos pintar con las palabras que la madre de Lazarillo de Tormes regalara a éste, a modo de consejo, al comienzo de su incierto deambular: "válete por ti", lo que casi equivale a decir: "sálvese quien pueda, pero eso sí, siempre que sea después de mí". Es decir, ten en primerísimo primer orden el interés que convenga a tu persona. Y en segundo y tercero también, podríamos añadir.
Es por ello que no ha de sorprendernos el ver a un intelectual afirmar falazmente que los medios privados desaparecieron durante los hechos posteriores al 11 de Abril. Pero ¿qué decir cuando el Poder del gobierno ha desaparecido tan palpablemente ante gravísimos hechos de corrupción y violencia, amén de su desaparición de un tema fundamental de todo gobierno como lo es la obra social en pro del bien común? Cierto es que Carmona tiene una gran cuota de responsabilidad por lo acaecido luego de ese día, pero también la tiene el grupo de militares que puso los destinos del país en sus manos, como si se tratara de una piedra volcánica recién escupida del cráter. Su ceguera política no les permitió ver que Carmona se iba a enceguecer, también, al ver de pronto en sus manos los destinos del país. No avizoraron que el señor Carmona no se podría diferenciar mucho de aquel a quien tan enconadamente adversara en los días previos al dramático 11 de Abril, si de pronto se le regalaba, como a un hereditario monarca, la corona con que habría de decidir los destinos de su pueblo. No pudieron ver, en su momento, que se imponía un colectivo quehacer, que se imponía comenzar un desinteresado trabajo en equipo, más que esperanzarse (una vez más) en torno a una figura salvadora. En fin, nos hemos caracterizado los venezolanos por cultivar, bien el presidencialismo o bien el caudillismo, males afines, porque con esto no hemos hecho otra cosa que evadir nuestras responsabilidades como ciudadanos. Pero ello no obsta como para que sigamos avalando a una agrupación política tan o más sectaria que las de nuestro pasado reciente o, lo que es peor, tan simplista como un libro de primaria revolucionaria y unívoco pensamiento, que no avizora más que una verdad monolítica como sistema de vida. Que un intelectual esgrima en la hora actual frases de politiquero de oficio, tales como que lo único que mueve al frente opositor ante el gobierno de turno es "sacar a un presidente (casi por capricho) y privatizar a la petrolera estatal" es realmente bochornoso y no puede ser sino indicativo de lo aludido párrafos atrás: el mal se lleva en el pecho y la conciencia se acomoda a él.
Nota: No soy un defensor a ultranza del bloque opositor,
no soy integrante de ninguna organización política, no gubernamental, de
autoayuda o de superación personal. Ni siquiera lo soy de alguna organización
ecológica o de derechos humanos (únicas encomiables entre todas las aludidas y
en las que sí estaría dispuesto a participar). Soy simplemente un ciudadano de
a pie y no soy emisario más que de mis opiniones. Febrero 28 de 2003.-
Luis A. Contreras Loynaz 6/3/2003
Luis A. Contreras Loynaz 6/3/2003
P. D. Por fortuna contamos con una honrada intelectualidad venezolana. Intelectualidad del más alto vuelo, que no desestima el valor espiritual del intelecto.
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