EL TALISMAN José Antonio Ramos Sucre
Vivía solo en el aposento guarnecido de una
serie de espejos mágicos. Ensayaba, antes de la entrevista con algún
enemigo, una sonrisa falsa.
Había exterminado las hijas de los pobres,
raptándolas y perdiéndolas desdeñosamente. Alberto Durero lo descubrió una
noche en solicitud de una incauta. El galán se había provisto de un farol de
ronda para atisbar a mansalva y volvió a su vivienda después de un rodeo
infructuoso y sobre un caballo macilento. El artista dibujó, el día siguiente,
la imagen del caballero en el acto de regresar a su guarida. Lo convirtió en un
espectro cabalgante y le sustituyó el farol de ronda por un reloj de
arena.
El caballero habita una casa desprevenida de
guardianes, sumida en la sombra desde la puesta del sol. No se cuenta de
ningún asalto concertado por sus
malquerientes.
Se abandona sin zozobra al sueño inerme. Fía
su seguridad al efluvio de una redoma fosforescente, en donde guarda una
criatura humana, el prodigio
mayor del laboratorio de Fausto.
EL TALISMAN
José Antonio Ramos Sucre, Las formas del fuego, 1929.
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