(Nota:
Tengo este archivo guardado desde hace unos seis años; pero, por desgracia, he
extraviado la fuente web original en la que fue publicada la traducción
realizada por Adolfo Castañón. Si vuelvo a dar con ella, dejo aquí su paradero). Dejo acá las palabras introductorias de Adolfo Castañón.
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ENERO DE 2008
UNA
MIRADA A ALFONSO REYES
POR
GEORGE STEINER
El Premio Alfonso Reyes, concedido a
George Steiner en octubre de 2007, lo inscribe en una cadena de nombres como
André Malraux, Jacques Soustelle, Adolfo Bioy Casares, Harold Bloom, Antonio
Candido, Margit Frenk, entre otros, que realzan, recalcándola, la condición de
la crítica literaria como un ejercicio creador libre de formalismos y fiel a
una tradición euroamericana, transatlántica, que sitúa la preocupación por el
presente porvenir de la cultura como una de las asignaturas permanentes de la
inteligencia y la crítica contemporáneas.
Sobra decir con cuánto gusto los
lectores de George Steiner saludamos la concesión de este premio, precisamente
de este premio. Tanto Alfonso Reyes como George Steiner se mueven en torno a un
preguntar e indagar por el sentido de la cultura y de la memoria. Ambos
críticos y creadores han sabido llevar la experiencia literaria a límites cada
vez más arriesgados y fecundos. De ahí que parezca necesario detenerse un
momento a saludar la feliz decisión del jurado.
George Steiner no pudo venir a México,
pero pronunció en su casa, en Inglaterra, ante el embajador de México, el
licenciado Juan José Bremer, el martes 9 de octubre de 2007, un breve pero
substancioso discurso. Como los medios y las agencias noticiosas no lo
recogieron, me di a la tarea de buscarlo y, luego, de transcribirlo y
traducirlo. Omitirlo de la circulación hubiera sido, a mis ojos, una
irresponsabilidad. Agradezco a Minerva Margarita Villarreal, directora de la
Capilla Alfonsina en la ciudad de Monterrey, la gentileza de haberme hecho
llegar la copia de la grabación que hizo posible la presente traducción.~
– Adolfo Castañón
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Su Excelencia, señoras y señores:
Estoy profundamente emocionado y
honrado por el Premio. Antes que nada, debo presentar a ustedes dos excusas
necesarias. La primera es que no estoy en México, adonde he ido tres veces, y
cada viaje ha sido para mí del mayor y más apasionado interés. Pero lo más importante
es que no estoy hablando a ustedes en español. Estoy muy apenado por ello. Debo
decir que leo en español con gran alegría, aunque no tengo el suficiente
dominio de este idioma para atreverme a hablarlo con cierta solvencia. Acepten,
por favor, mis más sentidas excusas.
En esta misma casa tuve el privilegio
de dar la bienvenida a Octavio Paz, y con motivo de la reciente recepción de un
doctorado honoris causa en esa gran y antigua universidad que es la de Alcalá
de Henares estuve, no hace mucho, con Carlos Fuentes. Así pues, siento que
estoy en contacto directo con el genio de la literatura mexicana. Sin embargo,
debo decir cuán limitado, cuán absurdamente limitado me siento al considerar
las Obras completas de Alfonso Reyes y su inmensa correspondencia que, como ha
dicho mi traductor y amigo, el crítico mexicano Adolfo Castañón, es tan vasta
como la de Erasmo y la de Voltaire.
Cuando se intenta ser un comparatista,
es decir, alguien dedicado al estudio comparado de la literatura y de la
filosofía, el vasto campo de referencias de Reyes lo deja a uno con un
sentimiento de enorme humildad. Su horizonte abarca desde la antigüedad clásica
hasta la modernidad, desde la literatura picaresca hasta la erótica, desde el
orden de lo político hasta las esferas de la crítica y la estética. En un solo
ensayo –y se podrían citar muchos otros–, en la colección titulada El suicida,
Reyes cita en un solo texto a Herodoto, Tomás Moro, Flaubert, Ibsen, Azorín,
Cervantes, Zola, Anatole France, Goethe, William James y Schopenhauer. Unas
páginas más adelante cita cómodamente a Rabelais. Llama a sus maravillosas
expresiones “divagaciones”. El suicida es un libro muy difícil –y que valdría
la pena traducir– y que expresa la alegría del viajero de grandes alcances.
Páginas adelante Reyes se da el asombroso lujo de reflexionar, con autoridad,
sobre el empleo del tango en la obra de Marinetti y en la estética del
futurismo.
En la obra de Alfonso Reyes aparecen
voces que funcionan como un talismán, como espacio de reunión y de reconciliación,
una maravillosa frase.
Góngora y Mallarmé fueron sus
constantes compañeros. Esto resulta muy interesante: los dos son poetas
difíciles, herméticos y, en contraste, él mismo era el diplomático más mundano
y abierto. ¿Cómo compaginar esta aparente contradicción? Góngora y Mallarmé le
dieron una intimidad privada, un espacio de silencio y meditación en medio de
su vida fantásticamente pública.
Pero nada me ha conmovido tanto como
su Homero en Cuernavaca (1948-1951):
La soberbia de Aquiles resplandece
y el viento gime con la voz de Helena.
Soneto tras soneto, Reyes nos va
trayendo la voz elocuente del anciano Néstor hablando en español y haciéndose
casi profundamente mexicano, como cuando habla de la fatal inquietud de
Casandra.
Homero en Cuernavaca es un asombroso
acto de traslado imaginativo desde Troya hasta las playas del Pacífico. Se
encuentra aquí el credo de Reyes, su fe universalista:
... a siglos de distancia
la sangre es siempre una.
Más allá de la distancia y de la irreversible
separación impuesta por la historia, a través de los siglos hay –nos dice
Reyes– una sangre común, una historia compartida. Y él volverá una y otra vez a
esta idea como un Leitmotiv. Como ustedes saben, él no pudo visitar la Grecia
homérica, así que nos dice deliciosamente: mi pluma hará las veces del bastón
del peregrino; con mi pluma haré el viaje. Y él lo hizo. Con su traducción de
la Ilíada, por supuesto, con su trabajo constante, con su devoción
inquebrantable hacia Virgilio, el poeta más amado por él, por encima de todos
los poetas latinos.
Alfonso Reyes fue un embajador, como
usted mismo, su Excelencia, un embajador como Paul Claudel, un diplomático
viajero como Saint-John Perse; pertenece a esa familia extraordinaria de poetas
diplomáticos, de diplomáticos poetas y peregrinos letrados que han recorrido el
mapa del mundo. Reyes nos dice que una frontera debería ser una invitación.
Ésta es una de sus frases más espléndidas, particularmente en estos momentos
difíciles en que vivimos. Pero él todavía tenía esperanza de que las fronteras
no debían ser muros sino invitaciones. Nada puede cruzar o atravesar una
frontera mejor –nos dice él– que la poesía, y es ella la única capaz de cruzar
la “frontera del dolor”.
En uno de sus mejores momentos (y, de
nuevo, no es fácil traducirlo, pues Reyes era un maestro de la concisión, y
tenía el genio y el arte de condensar la experiencia en poderosas fórmulas) se
pregunta: ¿Qué es mi poesía? Y responde: es un “Misticismo activo”. Esto merece
reflexión. Cuando pensamos en San Juan de la Cruz, en Góngora, en la gran
tradición mística española que Reyes conocía tanto y tan bien, tenemos
tendencia a olvidar que puede darse, en efecto, un misticismo dinámico,
activo... y que él, Reyes, ciertamente lo representaba.
En ese triunfo de la inteligencia que
se llama melancolía –y lo cito repitiendo esa maravillosa frase–: en ese
triunfo de la inteligencia que se llama melancolía, Alfonso Reyes compone los
dos polos definitivos de su vasto cuerpo textual: lo dos textos en que
cristalizan la vida y el genio de la literatura mexicana moderna: Ifigenia
cruel y Visión de Anáhuac. Se trata de dos obras seminales. De ellas surge un
atisbo cardinal: la historia de México –nos enseña él– es la del conquistador
conquistado. México mismo es la demostración de que “La humanidad es como un
solo hombre”.
Por conflictivos que sean sus
orígenes, por más compleja que sea la dialéctica de las religiones y de las
culturas, de lo cual México es un ejemplo tan singular, finalmente sólo hay un ser
humano, una humanidad.
Muchas cosas en sus ensayos, en sus
retratos, en sus acotaciones y comentarios críticos y culturales pueden
sorprendernos como algo radicalmente distinto de nuestros propios hábitos
profesionales, de nuestras heladas técnicas y cobardes costumbres.
Casi me atrevería a decir que él era,
en un sentido maravilloso, un amateur, si recordamos lo que la palabra
significa: amatore, un amante. A partir del Renacimiento, el amateur no era un
crítico sino algo complementario de la universalidad y el ecumenismo del amor y
de la simpatía. Vivimos ahora en un clima mucho más amargo y mucho más
estrecho. Hoy en día, ya sólo a muy pocos les está permitido ser amateurs, pues
éstos son castigados por sus pasiones. Reyes sabía mucho mejor que nosotros que
incluso la mejor de las críticas –y él era un gran crítico– es un, y lo cito,
“remedio desesperado”, si se compara con el acto de la creación. Y así escribe
a Valery Larbaud –otro trotamundos, otro viajero, poeta, crítico, traductor,
uno de sus grandes amigos franceses–: seul les poètes savent parler des poètes:
les comprendre, les expliquer, les juger: “sólo los poetas saben hablar de los
poetas: comprenderlos, explicarlos, juzgarlos”. Sus intercambios con Valery
Larbaud, Cocteau, con los grandes poetas de todo el orbe, su relación con
Borges, constituyen una lección continua de lo que Goethe llamó “afinidades
electivas”: relaciones elegidas de alma a alma, de corazón a corazón, en un
plano muy elevado de mutuo respeto.
Entre los estudiantes de Monterrey, en
una maravillosa tarde, hace algunos años, tuve la experiencia –y déjenme tomar
prestada la frase de Dante– de un moto spirituale: de un movimiento del
espíritu, un dinamismo del alma, que para mí define a México. Nunca lo
olvidaré. La sala estaba llena, pero se abrieron las puertas para que la gente
que también llenaba el vestíbulo y que estaba afuera pudiera entrar a oír la
conferencia. Era uno de esos prodigiosos días soleados de Monterrey, y los
estudiantes llegaron a sentarse en el suelo, justo rodeando la base de la
plataforma desde donde yo impartía mi lección. Fue una impresión única,
irrepetible, de entusiasmo generoso: la sobrecogedora presencia de un pasado
inmensamente antiguo y complejo como el que tiene México y la extrema,
apremiante proximidad del futuro.
Me gustaría ser capaz de formular con
mayor claridad esta impresión: cuando el pasado está muy cerca del futuro, como
sucede entre los jóvenes en México, se da una experiencia que, al menos yo, no
he tenido casi en ningún otro lado. Por formidables y complejos que sean los
problemas económicos, sociales y aun étnicos –y sería una locura negar que los
hay–, en México el mañana tiene un sabor, la saveur: el sabor de la esperanza.
Cuando uno está entre todos esos
jóvenes en una universidad mexicana –y yo di varias conferencias tanto en
Monterrey como en México mismo–, se llega a sentir que la esperanza tiene
sonido, que es audible y que está en el aire, a pesar, lo repito, de las
grandes dificultades circundantes. Se trata de una suerte de maravilla de la
cual la obra de Alfonso Reyes es un testimonio constante.
Quiero agradecer a ustedes de nuevo,
desde lo más hondo de mi corazón, señor Embajador, la oportunidad de compartir
esta experiencia. ~
Cambridge, Inglaterra, 6 de octubre de
2007
Adenda:
Nostalgia for the absolute (George Steiner) lecture 1
Glenn Gould - Bernstein Conducting Bach's Keyboard Concerto No. 1 in D minor
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