LOS POETAS MALDITOS - STÉPHANE MALLARMÉ.
Paul Verlaine
No hace mucho tiempo escribimos, en un libro que no se publicará, a propósito del Parnaso contemporáneo y de sus principales redactores:
“Un poeta, y no el menor, pertenecía a este grupo”.
“Vivía entonces en provincias de un empleo de profesor de ingles, pero sostenía con París frecuente correspondencia. Proporcionó al Parnaso versos de una novedad que escandalizó a los periódicos. Preocupado –¡en verdad!– de la belleza, consideraba la claridad como un don secundario, y con tal que su verso fuera numeroso, musical, raro y, cuando era menester, lánguido o excesivo, burlábase de todo por agradar a los delicados, de los cuales él era el más descontentadizo. ¡Cuán hostilmente acogido por la crítica fue ese puro poeta, que permanecerá mientras haya una lengua francesa para atestiguar su gigantesco esfuerzo! ¡Cómo se encarnizó la burla en su “deliberada extravagancia”, según la manera de expresarse asaz indolente de un maestro fatigado, que quizá le hubiera defendido mejor en la época en que era el león, de tan buena dentadura como revuelta melena, del movimiento romántico! En las hojas festivas, “en el seno” de las Revistas graves, en todas partes, o en casi todas, vino a ser moda, tomándolo a chacota, el querer reintegrar al idioma al escritorio cabal, al sentimiento de lo bello al firme artista. De los más influyentes no faltaron majaderos que trataran de loco a aquel hombre. Un síntoma más acabó de honrarle: algunos escritores dignos de este nombre, hicieron la concesión de mezclarse a la incompetente publicidad. Se vio “permanecer estúpidos” a gentes de espíritu y de gustos altivos, maestros de la audacia justa y del gran sentido común –¡ay!– al señor Barbey d’Aurevilly. Irritado por la im-pa-si-bi-li-dad meramente teórica de las Parnasianos (era necesaria UNA consigna ante lo desgalichado por combatir), aquel novelista maravilloso, polemista único, genial ensayista, el primero, sin duda, de nuestros prosistas reconocidos, publicó contra el Parnaso, en el Enano amarillo, una serie de artículos, en los que el ingenio más encarnizado y feroz sólo dejaba paso franco a la crueldad más exquisita; el medalloncito consagrado a Mallarmé fue particularmente bonito, pero de una injusticia tal que a cada uno de nosotros nos irritó más y peor que cualquiera de las afrentas personales. Mas, por otra parte, ¡qué importaban, y qué importan aún esos entuertos de la opinión a Stéphane Mallarmé y a aquellos que le quieren como se le debe querer (o detestar) –inmensamente!” (Viaje de un francés por Francia. –El Parnaso contemporáneo).
Nada hay que modificar en esta apreciación, de hace seis años apenas, y que además podría estar fechada con el día en que leímos por primera vez los versos de Mallarmé.
De entonces a esta parte, el poeta ha podido enriquecer su técnica, hacer más aún cuanto quería; ha permanecido idéntico a sí mismo –¡de ninguna manera estacionario, santo Dios!–, fulgente con una luz graduada –de amanecer a mediodía, de mediodía a siesta– normalmente.
Por eso queremos, esquivando por ahora el fatigar con nuestra prosa a nuestro corto público, ponerle ante los ojos un soneto y una terza rima antiguos e incógnitos –creemos– con los cuales, al punto, quedará subyugado por nuestro querido poeta y amigo en los albores de su talento, cuando se adiestraba en todos los tonos con su incomparable instrumento.
INSTANCIA
Ha tiempo que he soñado, Duquesa, ser la Hebe
que en jícara ríe si a tu beso se entrega.
Yo no estoy en el Sèvres en que tu boca bebe,
pues no soy más que un vate que ni aun abate llega.
Rubia que a quien te peina, tu divino oro mueve
a obras de orfebrería, puesto que éste no alega
méritos y consigue que tu mirada leve
desdeñe los bombones y el gozquejo que juega,
nómbrame del rebaño de tus almibaradas
sonrisas, que cual blancas ovejas amansadas
pacen en corazones y balan indecisas.
Nómbrame... que Boucher me pintará en un rosa
abanico, arrullándolas con mi flauta amorosa.
Nómbrame a mí, Duquesa, pastor de tus sonrisas.
¡Vaya una inapreciable flor de estufa! ¡Y de cuán gentil manera está cortada! De la poderosa mano del maestro artificio que forjaba.
EL MAL SINO
Dominando el rebaño de la humanidad horrenda,
mostraban las hirsutas melenas por momentos
los mendigos de azul, perdidos en la senda.
Su estandarte agitaban encenizados vientos
que en sí llevan del mar la divina hinchazón,
y en torno a ellos abrían grandes surcos sangrientos.
Retaban al Infierno, la frente ante el ciclón,
y viajaban sin pan, sin cayado y sin urnas,
chupando del amargo Ideal el limón.
Casi todos murieron en barrancas nocturnas,
embriagados de gozo al verse malheridos.
La Muerte les besó las frentes taciturnas.
Es ángel poderoso quien les tiene vencidos;
enrojece el ocaso de su espada el fulgor,
pero están sus espíritus por el orgullo henchidos.
Ayer amamantados de Ensueño, hoy el Dolor
les da el pecho. Al medir sus llantos voluptuosos
se levanta su madre, se arrodilla en su honor
el pueblo; les consuela el ser majestuosos.
Mas a sus pies están los hermanos que humilla
en martirio irrisorio de azares tortuosos.
Surca el salobre llanto su pálida mejilla
y tragan las cenizas con idéntico amor;
la suerte les enroda, burlesca y ramploncilla.
Pudieron conseguir a toque de tambor
de razas ojizainas falsa compasión tierna,
Prometeos sin un buitre devorador.
Mas no; viejos, frecuentan desiertos sin cisterna;
caminan bajo el látigo de un espectro rabioso:
El Mal Sino. Sus mellas ríen si se prosterna
la gente; él trepa encima, jinete pegajoso,
y del torrente lleva al barrizal que enfanga
y cambia en sucio orate al nadador brioso.
Quien por tocar la propia bocina se remanga,
gracias a él se verá por rapaces befado,
que soplando en sus puños remeden su charanga.
Gracias a él, si quieren tentar un pecho ajado
con flores que consiguen encender la impureza
le nacerán babosas al ramo condenado.
Gusanera es su axila, y en su monda cabeza
lleva chapeo de plumas el esqueleto enano.
Es, para ellos, el colmo de la humana tristeza,
y si, zurrados, retan al perverso tirano,
su estoque rechinando sigue al rayo de luna
que bruñe la osamenta y la atraviesa en vano.
Sin el orgullo austero de la mala fortuna,
aunque quieren odiar, sólo guardan rencor;
de la afrenta desdeñan tomar venganza alguna.
Y así, son el sarcasmo de cualquier rascador
de rabel, de los chicos, de la astrosa ralea
que con la andorga huera danza de buen humor.
Predican sabios vates vengadora pelea,
y sin saber su mal, al verles fracasados,
los juzgan impotentes, les niegan toda idea:
“Pueden, sin recoger suspiros mendigados,
cual se encabrita el búfalo que aspira la tormenta,
saborear ahora males eternizados.
De incienso embriagaremos al Fuerte porque alienta
en lucha con los fieros serafines del Mal;
cada farsante de éstos sin ropa roja intenta
detenernos.” Y escupen su desprecio mortal
al desnudo que implora, de inmensidad indigente.
Y estos Hamlets ahítos de zozobra jovial
a ahorcarse de un farol van ridículamente.
Por aquel tiempo, poco más o menos, pero evidentemente, más bien a un poco después que a un poco antes, se remonta la exquisita
APARICIÓN
La luna se afligía. llorando
en la calma, entre flores vaporosas, soñando,
con el arco en los dedos, sacaban de sus violas
sollozos que rozaban lo azul de las corolas.
–De tu beso primero era el bendito día.
Gustosa en torturarme mi vaga fantasía
se embriagaba discreta con el perfume triste
que, aun sin pensar ni dejo, tras cogerle, subsiste
en aquel corazón que el Ensueño ha cogido.
Con la mirada fija en el envejecido
pavimento iba... Entonces, en tus rizos luciendo
el sol de aquella tarde, apareciste riendo
en la calle. Creí ver el sombrero nimbado
del hada de mis sueños de niño muy mimado,
cuando dejaban caer sus manos mal cerradas
nieve de blancos ramos de estrellas perfumadas.
y también la menos venerable que adorable
SANTA
En la ventana está ocultando
desdorados sándalos viejos
de su viola resplandeciente
–flauta o laúd en otro tiempo–,
la pálida Santa que extiende
el libro viejo que prodiga.
Galería de Orfeo. Verlaine y Mallarmé : su poesía en la música.
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