Una anotación de hace algunos años cuando la beligerancia estaba en plena expansión entre Israel y Palestina. lacl
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Siendo tantas las muestras fehacientes de que la humanidad (y tendemos a olvidar con suma facilidad que cada individuo es la humanidad) está gobernada por el culto de la muerte por aniquilación, ningún ser humano que avizore y padezca las nefastas consecuencias de elevar altares a los dioses de la muerte, debería abstenerse de expresar su disconformidad. La voz del hombre indiviso, en su vecindario, entre sus amigos y conocidos cobra una inusitada importancia ante el atropello de las opiniones forjadas y vendidas cual envenenados caramelos producidos a granel.
El fanatismo religioso es tan estúpido y carente de sentido común como el moderno fanatismo deportivo. Se apoya una “causa” cuyo principio es todo desconocimiento de causas. Se apoya una causa porque sí, simplemente; los decálogos de justificación de cada causa pueden crearse, incluso, sobre la marcha; y se les maquilla o modifica según la conveniencia del momento. Jamás he podido comprender que el ser humano se deje seducir, con tanta fruición, por el convite de ser parte de una informe y desprevenida masa. De allí la importancia que confiero al culto de la individualidad humana. No hablo del culto a los apetitos personales o de las artes de pulimentar el ego, me refiero a la certísima posibilidad de rescatar a la humanidad, hombre por hombre. Es en el seno de cada corazón que podemos darle un vuelco a la barbarie.
Heráclito llegó a decir que “la opinión es una enfermedad sagrada” y acaso nos haya dejado una de las más finas ironías del pensamiento humano. Mas yo siento una sed inmensa de beber las aguas que ofrecieran hombres como Amos Oz o Edward Said, cuando patrocinaron la imperiosa necesidad de que sus pueblos (Israel y Palestina) aprendieran a convivir.
Las individuales tomas de partido por lo que sucede en otro rincón del orbe, no corroen nuestras posiciones éticas ante las sinrazones que puedan estar sucediendo (y, de hecho, suceden paladinamente) en nuestro propio suelo.
Es muy difícil, harto improbable, modular sentimiento, pensamiento y acción bajo el fuego de los cañones. Pero quienes los mandan a accionar no son la mayoría. O, al menos, no representan a toda la humanidad. El ser humano debería algún día pensar en la posibilidad cierta de desoír a las minorías que, secular y empecinadamente, agitan los sables en el aire.
Y quiero recoger nuevamente una impronta de Emerson, pues me ayuda a expresar lo que siento sobre ese equívoco del culto a las masas...
“…Abandonemos esa hipócrita charlatanería sobre las masas. La masa es tosca, imperfecta, incompleta, perniciosa en sus exigencias, en su influencia… Mi aspiración es no concederle nada, y más bien domarla, horadarla, dividirla y quebrantarla para sacar de ella individuos… No quiero en absoluto ninguna masa, solo hombres honestos… y tampoco nada de holgazanes ahítos de ginebra, pedigüeños y estúpidos… Desechemos este hurra a las masas y tengamos el voto reflexivo de los hombres tomados uno a uno, comprometidos por su honor y su conciencia…”
Ayer andaba yo con un viejo ejemplar de “Poesía e Identidad”, de Robert Penn Warren, quien es el que nos trae la cita de Emerson. La nota reza: Ralph Waldo Emerson, The conduct of life, Boston, 1903.
lacl, 15 de Julio 2014
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