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sábado, 28 de mayo de 2016

Sol de hielo. Un abrazo para Gonzalo Márquez Cristo




Así bautizó Gonzalo aquella tarde, tarde caraqueña, en la que el sol no lograba atravesar las nubes por completo. Me dijo, ¿sabes cómo llamamos en Bogotá a estas insinuaciones solares? Sol de hielo. Y fue una de las más gratas conversas de la que guste hacer evocación mi ya trajinada memoria. Habíamos subido al Ávila. Quería mostrarle esa maravilla, que en veces se da, la de ver al sur la ciudad caraqueña y al norte el mar caribe. Pero esa tarde las nubes al norte estaban ariscas. Y ni siquiera el sol pudo convencerlas. Dejaba traslucir su esplendor tras la niebla, pero hasta allí. Un disco de luz tras el rocío celeste. Entonces se tendió en el aire la pregunta de Gonzalo. Recuerdo haberle dicho, la poesía está en todas partes pues, pues ése es adagio colectivo. Hoy Gonzalo se ha ido a perseguir soles de hielo, cantos de otredad, vuelos de polvo cósmico entre los aires de la nada, porque la nada lo es todo. Salve Gonzalo. Gracias por tu amistad y ese acallado entusiasmo tuyo, tan henchido de templada fruición. Lamento no haber podido volver a Bogotá. Algún día nos sentaremos a contemplar soles de hielo y beberemos del vino más excelso, el vino que se bebe en los confines que brotan de las cabeceras del tiempo.

SALUD!

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