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domingo, 4 de octubre de 2015

El infiltrado.- Tomado de la Jaula de los sueños, antología de encantamientos



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Formo parte del séquito, una delegación especial del ministerio de propaganda para el trabajo. Soy pintor y fotógrafo oficial del régimen. Estamos en el palacio de gobierno que ha deshabitado el zar ante un llamado mayor: el del inexorable encuentro con las parcas. 

Todos nos rinden pleitesía. Somos objeto de todos los honores.
  
En el palacio hay mucho alboroto, sin que ello signifique que la atmósfera reverencial, de sumisa adoración por el difunto monarca, deje de marcar todas las pautas ceremoniales. Nadie debe equivocarse. Es un dios, así sea un dios caído.

Con taciturna prosopopeya nos dan acceso a la pequeña recámara donde yacen los restos que se niegan a morir, recinto al que entramos escoltados por dos de sus edecanes. 

Sobre un catre jadea extenuantemente una sombra o remedo de armazón humana, henchida de vientos susurrantes. Aullidos de otro mundo pueblan la armadura y de ella salen girando en remolino, como el eco de un millar de ahogadas voces que no alcanzan a salir de la recámara; sólo pueden ser escuchadas dentro de ella.  

No son cantos, son clamores del averno.

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Autor desconocido, 1911. Hallado entre los papeles del Conde Anselmo Di Testarutto. Turín.

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