La razón de la sinrazón, I
Nota publicada en Facebook a principios de Enero, antecedida por parte de mis comentarios en respuesta a las altisonantes palabras de quienes defendían uno u otro bando de manera irracional e inflexible, esto es, hablando desde una fanática ceguera.
(Escrito el 07 de enero de 2009, a las 23:08)
Les agradezco a todos el que compartan sus pensamientos respecto a este tema tan espinoso. Les escribo un poco a la carrera. Quiero decirles lo siguiente, en particular a lo expresado por Lucía y Alberto en la nota anterior. No podemos colocar a todo el mundo en una misma taza. Heráclito nos habló de la unión de los contrarios. Los extremos se tocan. Racismo genera racismo. El fanatismo es el verdadero y más genuino opio de los pueblos, tal como escribí en un artículo hace algunos años; tesis que, por cierto, defiende Amos Oz, a quien desde niño le tildaban en su Jerusalén natal de traidor por tener fe en la convivencia con seres de otras razas. Jamás he despreciado a víctima alguna, independientemente del color de su tez o del culto que predique. Aborrezco, sí, el asesinato. Y aborrezco el fanatismo. Cuando las ideas o la fe se toman con la pasión del fanatismo, pierden todo su vigor y su virtud. Ni siquiera me alegré el día en que una bazooka se llevó la vida de ese infame dictador que fue Somoza, como sí lo hicieron algunos conocidos; como si ese acto fuese a devolverle la vida a los torturados y asesinados, a resarcir a los desposeídos, a reivindicar a los cautivos. Recuerdo que algunos empezaron a saltar de modo parecido a como lo hicieron algunos fanáticos en las calles de Libia, cuando masacraron a Anwar El-Sadat en Egipto. Nunca olvidaré que celebraban esa muerte lanzando ráfagas de metralla a los cielos y gritando como desaforados. Imagen fidedigna del siglo XX.
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Yo no he colocado y compartido el artículo “La razón de la sinrazón” (parte I) para desconocer los derechos de Israel. No voy a defender una sinrazón o a apoyar a otra. Pretendo, como pretende Amos Oz, que se reconozcan los derechos de su pueblo, al igual que los de los otros pueblos, para coexistir en santa paz. Y como igualmente pretendió ese admirable caballero que fue Edward W. Said con su querida Palestina. El discurso de los extremistas nunca llegará a buen puerto. Y ése, desafortunadamente, suele ser el discurso de los protagonistas de la política, los que tienen sed de descollar, los que viven en el espejismo y quieren conducir a las masas por las calles de sus alucinaciones.
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Yo conozco a gentes que se catalogan de izquierda y que aplauden el trato desgraciado que el Stalinismo le dio a los judíos y a una innmerable cantidad de conterráneos sospechosos de disidencia. Stalin se llevó a más gente por delante de lo que cualquiera pudiera haberse imaginado, mientras mantuvo cerrada su cortina de hierro. Igualmente conozco a gentes que han dicho barbaridades como que es una lástima que Hitler no hubiera acabado con los judíos. Y yo creo firmemente que uno debe defender los derechos de cualquier pueblo del mundo a vivir en armonía; sobre todo si es atacado, torturado o avasallado de manera inmisericorde, lapidando a justos y pecadores. ¿Se puede ser hombre de avanzada, de piadoso corazón y mantener semejantes postulados? Lo dudo. Porque, si bien es cierto que en todo pueblo nacen truhanes, ello no implica que todos sus connaturales hayan de serlo. De lo que se trata es de llevar a los fanáticos de la política (o mejor, a los fanáticos del poder) a su sitio. Lo que el estado judío está acometiendo en Gaza es una masacre. Eso es un hecho tan evidente como que ayer salió el sol. Con ello no estoy diciendo que las acciones de Hamas sean correctas.
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Y con respecto al tema de que algún pueblo tenga más desarrollo intelectual y/o cultural que otro y que eso genera envidias, etcétera, para de algún modo justificar rencores, eso sencillamente me parece -en gran parte de los casos- un tema absolutamente marginal. Aquel que logró correr más rápido fue el que borró primero una ciudad entera. Y, a los pocos días, a otra más. ¿Es para eso que queremos avances científicos y tecnológicos? ¿Para matarnos mejor? Preferiría mil veces optar por la plácida sabiduría del Tao Te Ching, uno de mis poemas de cabecera.
Recordemos unas palabras de Tolstoi, que creo muy apropiadas para lo que quiero subrayar:
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“…Si la sociedad está mal organizada (como lo está la nuestra) y un pequeño número de personas tiene poder para oprimir a la mayoría, cada victoria sobre la naturaleza contribuirá, inevitablemente, a acrecentar ese poder y esa opresión. Esto es lo que está sucediendo actualmente…”
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¡Cuánta vigencia mantiene ese pensamiento, a pesar de la distancia temporal que nos separa de su esbozo!Quisiera expresarles otras ideas, quisiera creer que podemos hablar desde un lugar de nuestras humanidades más cónsono con la piedad.
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Terrible, terrible. Y, sencillamente, insoportable. A mí me parece que es inconcebible, para cualquier persona con un mínimo de sentido común y compasión, el tolerar las siniestras dimensiones de la hecatombe con que el gobierno de Israel acomete en contra de seres indefensos. Aunque nada (como dijera el poeta palestino Mahmud Darwix, en ocasión del derribo de las torres del World Trade Center) justifica el terrorismo. A principios de Diciembre pasado yo escribí una nota titulada “La última prenda de Bush”. Pues bien, ahora resulta que ese infeliz no podía despedirse sin enlodarse aún más en el estiércol. Para él todo este “asunto de Gaza” es un tema del derecho que tiene el estado de Israel a defenderse. Pero la cruda realidad es que el gobierno Israelí ha reaccionado como el patriarca que le corta el cuello a su hijo, porque éste le alzó la voz. Se le fue ligeramente la mano, tal como en medio de la locura le confesara a su sombra el protagonista de El Resplandor, aquel memorable film de Stanley Kubrik. ¿A cuál o cuáles sombras se dirigen los extremistas del poder? Es claro que no podemos avalar el terrorismo ni el asesinato de ninguna nación o pueblo en contra de otro. Pero menos aún el abusivo uso de la fuerza de los pueblos que son más fuertes en contra de los débiles. Ayer noche tenía un compromiso ineludible, pero en gesto simbólico me llevé conmigo dos libros, uno de judío y otro de palestino: CONTRA EL FANATISMO de Amos Oz y REFLEXIONES SOBRE EL EXILIO, de Edward W. Said. ¿Por qué no pueden unirse los pueblos como, en cierta forma, sí lo hacen los poetas? Más aún, ¿por qué en las acciones de los pueblos han de privar las opiniones de los extremistas del poder, en lugar de la de los hombres de sabio corazón? Me niego a creer que todos los ciudadanos de Israel avalen una acción genocida como la emprendida por su gobierno. Ojalá y no esté yo equivocado. No tenemos que aguardar por los bárbaros, como rezaba aquel incontestable poema de Constantine Cavafy, pues los bárbaros están acá, acechantes en nuestra respiración…
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