A Hector Berenguer
Un convite a un grupo que tiene por misión velar por los derechos de Gea o la Madre Tierra, extendido por el querido amigo poeta Hector Berenguer, dio pie a unas reflexiones que, a veces, llevo entre la cabeza y el pecho zumbando como un enjambre de abejas revoloteando en torno a una colmena. En primer término dejo unas palabras de Hector al reiterar las razones de su convite y, acto seguido, lo que con su invitación me puso a cavilar…
¡Salud!
lacl
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Creo que este espacio tan especial tiene la mayoría de edad
y el patrocinio del querido Miguel Grinberg que es el primero en anticiparse a
acontecimientos globales y defender el tema ambiental de todas las formas y a
lo largo de toda una vida . Creo que sentirá que los artistas y poetas de
muchas naciones lo acompañamos en esta empresa de sensibilidad planetaria . Es
también una oportunidad para encontrar un foro decente que nos reuna en tiempos
tan difíciles.
No represento a Miguel Grinberg en ninguna formalidad y
siento que él sabe quiénes llegamos a la mayoría de edad para hacer algo por
nuestra casa común. Sí , estoy muy honrado de participar con gente del arte y
muchas disciplinas en esta tarea común como cualquiera de todos ustedes..
Invito a participar y difundir actividades para invitar a nuevos miembros
responsables de este histórico momento planetario. Saludos a los amigos nuevos
y a sumar ingenio y voluntades.
Hector Berenguer.
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Acompaño a pie juntillas tus palabras y siento que es
perentorio darle cauce a las mismas para el rescate de Anima Mundi. No soy un
activista organizado, pero hago todo lo que puedo por las buenas causas,
siempre tan quijotescamente desamparadas. Todo lo que pueda hacer una persona
algo sumará. Desde nuestra madriguera acaso podamos aportar alguna palabra de
aliento pero, sobre todo, una palabra en torno a la imprescindible necesidad de
un cambio en la tesitura espiritual de nuestro prójimo, la del ser humano
anónimo que siente, como tantos de nosotros que, en lo colectivo, vamos por tan
mala senda y, sin embargo, desde la desatendida esquina que representa el ser
una individualidad, sienta igualmente que la tarea es titánica, colosal,
kafkiana, cuasi imposible. Acaso no sea tan imposible, acaso la desesperanza se
fundamenta precisamente en la ilusión de
que el adversario, ese basilisco extraordinario y demoledor que ha
creado el propio ser humano con su culto a la barbarie, luzca como invencible, aunque
no lo es.
El asunto es no cejar en los intentos de que cada vecino,
prójimo, amigos o supuestos contrincantes, abran sus ojos a la soslayada
realidad. Intentar, si cabe, uno a uno, que se haga conciencia de que la humana
responsabilidad sobre su destino, como especie, no está divorciada de su
milagroso entorno. La palabra responsabilidad debe ser asumida, como lo sugiriera
Elias Canetti, como una responsabilidad no limitada. El ser humano ha sido
-grosso modo- acostumbrado, por obra de las ilusorias instituciones rectoras de
que se ha rodeado (el grandilocuente "Estado" y sus edictos, por
ejemplo) de un patrón de conducta que le dicta que su responsabilidad frente al
mundo y sus vecinos ha de ser limitada, esto es, se le induce a cada individuo a
comportarse, no como si se tratara de una indivisa persona humana, sino como si
se tratara de una desanimada figura jurídica, casi que una firma con sello y
sin espíritu. Es menester que el ser humano -en general- realice, en su fuero
interior, su acto de conciencia, su revisión de los “daños causados” para
intentar un propósito de enmienda, casi podríamos llamarle un acto de mea culpa,
sin que con ello pretenda yo introducir acá un elemento religioso, en el
sentido tradicional del término. Se trata, eso sí, de defender religiosamente
(y sin el culto de los ismos) las causas de la vida, las razones de nuestro
efímero paso por el cosmos. Que la especie humana algún día desaparezca de la
faz del universo, acaso sea algo que va más allá de nuestra entidad de seres
vivos que andan buscando una respuesta a sus
indagaciones espirituales. Pero por algo se nos ha conferido ese
espíritu. No podemos desmayar en el intento de que nuestro prójimo ausculte su
pecho y constate, por sí mismo, que detrás de su fachada respira una maravilla,
un regalo, un don, acaso un espejo de lo inconmensurable.
Un abrazo agradecido. Tú encarnas uno de esos regalos a que
nos tiene acostumbrados la providencia, que suele -contra todo pronóstico- ser
muy tozuda. Un abrazo mi querido Hector Berenguer.
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