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lunes, 31 de agosto de 2020

Intelectuales, Enrique Bernardo Núñez / Otilio Galíndez, la poesía en el canto.




Un breve ensayar del admirado Enrique Bernardo Núñez, otra de nuestras desoídas voces. Nada raro en un país que, de manera proverbial, ha desconocido la memoria, su propia memoria. Un país que -por una parte- ha luchado denodadamente por encontrarse, como lo atestigua el paso por sus senderos, de hombres como EBN, buscadores de una verdad, si no absoluta, al menos sí, definidora de nuestra esencia tribal. Hombres en busca de una ética, luchando a brazo partido contra el primario culto por no cultivar nada de sus conterráneos. Su alusión a “la paz innoble” y el recuerdo de Juan de Mairena y su definición de la paz, me ha traído, ipso facto, aquella versión de la paz que nos glosara Henry Miller en su Coloso de Marusi:
“…La paz no es lo contrario de la guerra y de la muerte; es lo contrario de la vida. La pobreza de la lengua, es decir, la pobreza de nuestra imaginación o de nuestra vida interior ha creado una a ambivalencia absolutamente falsa. Hablo aquí, naturalmente, de la paz que sobrepasa todo entendimiento. No hay otra. La paz que conocemos la mayoría de nosotros no es más que el cese de las hostilidades, una tregua, un interregno, un momento de calma, una pausa, todo cosas negativas. La paz del corazón es positiva e invencible, no exige condiciones, no requiere salvaguardias. Es, simplemente…”
El último párrafo de su breve pero aquilatada glosa es toda una joya. Retrata cabalmente un mal sempiterno, que nos sigue como una fatalidad desde el fondo de los tiempos. No sin razón cierra su texto con una lacónica y cifrada frase: Signos en el tiempo.
Sin más, les invitamos a leer esta digresión de EBN.
Salud!

lacl

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Intelectuales, Enrique Bernardo Núñez

Ser “intelectuales”  solamente, es no ser nada. Es preciso ser soldados, exploradores, obreros. En la antigüedad y en el siglo XVI los poetas, los escritores, los oradores, sabían esto muy bien. Un hombre sedentario, encerrado en una biblioteca, es poco menos que un hombre inútil. Queda el pensamiento, un trabajo tan fecundo como cualquier otro. Se ha dicho del pensador que es un hombre de acción malogrado. Los músculos tensos, desnudo, la cabeza abrumada – tal como lo concibió Rodin-, revela una fuerza arrolladora. Un pensador bien distinto de ese otro pensador, enclenque y miope, con las manos en los bolsillos, de los pantalones caídos, perplejo e impotente, de cuello y corbata, como ese que pintó Tomás Eakins, modelo de intelectualismo.

En Venezuela es peligroso pensar. Lo mejor es no pensar o no expresar los propios pensamientos. Sumergirse en un silencio poblado de sueños o ser un fantasma, un fantasma en medio de otros fantasmas. Y ha llegado el momento en que esta función de entendimiento es más difícil, casi imposible. En Venezuela se pueden repetir palabras, dar gritos, hablar vagamente de nuestros grandes hombres. Cosas semejantes se pueden decir y se obtienen con ellas seguridad y fama. Pero pensar en el verdadero sentir de la palabra, nunca. Debemos, pues resignarnos a llevar una vida sin objeto. Triste sino.

En Notas y Recuerdos de Juan de Mairena, por Antonio Machado, hay un pensamiento que inquieta el nublado producido por su muerte. Alegra hallar allí ese pensamiento que inquieta casi siempre a los hombres en ciertas épocas: la paz innoble. Machado lo dice con otras palabras: “lo más terrible de la guerra es que desde ella se ve la paz ruin que no debemos disfrutar. Es cierto eso de que “la guerra es un mal menor; una tregua de la paz”, un mal menor junto al otro ignominioso.

Antes era un “fracasado” todo el que no tenía la suerte de tener una buena posición en el gobierno. Se insultaba así al caído. Era la consigna. Ahora es el “oportunismo”. Todo el que sienta en su carne algo distinto de la indiferencia, todo lo que se hace y no se hace en Venezuela, es “oportunista". Se odia la más leve sombra de reflexión, de análisis. El desprecio con que siempre se ha visto en Venezuela esa forma de trabajo, adquiere más importancia cuando se la encuentra expresada en la misma actividad periodística.

En otros países no hay libertad de pensar, pero existe un pensamiento traducido en mil expresiones vivas. En la mayor parte de nuestros dirigentes no existe nada que se parezca a un pensamiento y naturalmente consideran como enemigo al que ve lo que ellos no ven o no quieren ver. La reacción es tan brutal que se traduce luego en un rencor banal como todo lo que les enorgullece. ¿Cómo, pues, van a entender ninguna idea por humilde que sea, que implique un trabajo fecundo? ¿Cómo van a entender que nadie quiera irse al desierto como quien obedece un llamamiento? ¿Cómo van a entender que el desierto está aquí en la ciudad, en medio de ellos, y no en la más remota soledad? Todo esto tiene que recibir la única interpretación de que son capaces.

Signos en el tiempo.










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