A Jorge Luis Borges no se le podría achacar responsabilidad alguna en lo que toca a “la mancha” de haber obtenido alguna celebridad o renombre como producto de su culto por la palabra. Da la impresión de que pareciera ser culpable de algo sobre lo que manifestó, una y otra vez, un profundo desdén. Y pareciera que nunca se repara lo suficientemente sobre sus declaraciones con respecto a lo efímero de algunas humanas circunstancias, tales como la fama o el éxito.
Jamás he creído
que sus declaraciones al respecto sean producto de una falsa modestia. Es
demasiado cáustico y preciso en sus señalamientos en torno a estas cuestiones,
que consideró siempre marginales. Se puede descreer de su honradez personal,
pues toda creencia (descreer de algo o de alguien implica, de hecho, una creencia) y sus derivados, como lo son las opiniones obedecen, en cierto
modo, al universo personal de cada ser. Pero hoy sigo pensando, como
veinte años atrás, que no se puede tergiversar el sentido de sus palabras, pues
todo ello queda como el quebradizo intento de querer procurar desdoro a un hombre
que nunca concedió importancia al brillo, estando al tanto, como estaba, de que
todo eso no es más que un espejismo.
Borges se
apoya en unas palabras de San Agustín y un pasaje bíblico para apuntar que “…habría
que escribir ex abundantia cordis, desde la abundancia del corazón, desde la plenitud
del corazón, y sin esa plenitud todo lo demás es literatura...”, rememorando en esta última frase a Verlaine.
Y en otro momento, cuando se
refiere al bien de la literatura, no se refiere a una literatura de nombres propios,
sino como a un todo, un patrimonio universal, esa creación que es el producto
de todos: “…La relación entre el lector y el poeta, todo eso es circunstancial,
todo eso me parece a mí una miseria. Sólo la poesía es importante. Ahora que la
haya escrito Fulano o Mengano…”
La poesía es
una necesidad, dice en cierta ocasión. Para él, como para toda persona que
desee ser vehículo de la poesía, es esa necesidad la que les mueve.
Tal como
expresara Rilke en las Cartas a un joven poeta: se escribe por necesidad.
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